El joven historiador Carlos Humberto Camacho Arango. |
Conocí a Carlos Humberto Camacho Arango (nacido em 1977) en Julio del año pasado, durante mi permanencia en Bogotá. Fuí a visitar a familiares y amigos después de 10 años de no regresar a mi tierra natal. Me encantó la permanencia en la capital y en la Hacienda El Carmen, de La Calera, en donde pasé buena parte de mi infancia. Había recibido noticia de la obra de Carlos a través de mi hermana María Isabel, que vive en Toronto y que se interesa, como yo, por todo lo que diga relación con la historia de la Guerra contra el Perú (1932-1933). En ese conflicto ocupó lugar de importancia mi abuelo materno, el general Amadeo Rodríguez (1881-1959).
He dejado registradas aquí, en este blog, algunas materias de mi autoría, relativas a ese evento: http://pensadordelamancha.blogspot.com.br/2014/06/caminos-de-guerra-y-conspiracion-del.html y http://pensadordelamancha.blogspot.com.br/2013/08/la-guerra-colombo-peruana-de-1932-1933.html
Carlos Camacho Arango es egresado del Colegio San Ignacio de Medellín, en donde culminó sus estudios secundarios en 1995. Después estudió Historia en la Universidad Nacional, sede Medellín y ulteriormente realizó sus estudios de doctorado en Historia en la prestigiada Universidad Sorbonne, en París, en donde defendió, en 2013, su tesis titulada: Le conflict de Leticia (1932-1933) et les Armées du Perou et de la Colombie, 561 p. El tema investigado fué definido por la Universidad francesa como: "Histoire-Récit, Histoire Comparée, Histoire Croisée". Actuó como orientador (función que en Francia es denominada como "director"), el historiador Annick Lempérière (nacido en 1953) y que cuenta en su currículo con una treintena de orientaciones de investigadores a nivel de Maestría y Doctorado, sobre temas relacionados con la política, la cultura, la economía y la historia en Latinoamérica.
La tesis de Carlos Camacho fué transformada en libro y publicada a fines de 2016 por la Universidad Externado de Colombia (en donde el autor es docente-investigador en el Centro de Estudios en Historia), con el siguiente título: El conflicto de Leticia (1932-1933) y los ejércitos de Perú y Colombia, 515 p. Es una alentada obra en cuya confección el autor no ahorró esfuerzos en las consultas a bibliotecas especializadas y centros de documentación (de Francia, Inglaterra, Estados Unidos, Colombia y Perú). La seriedad de la consulta a fuentes primarias, es enriquecida con la forma dinámica en que el autor desarrolló su tema, dándole una estructura dramática entre la historia documental y la vivencia de los personajes, adoptando un método que yo llamaría cinematográfico, de superposición de imágenes de una trama narrativa doble, como en la cinta Marnie [1964, de Alfred Hitchcock, con Sean Connery y Tippi Hendren]. Este método narrativo cinematográfico en dos planos fué hartamente utilizado por García Márquez, repitiendo una técnica presente en otras obras de ficción, como lo hace Ernesto Sábato en Sobre héroes y tumbas [1ª edición, Buenos Aires: Compañía General Fabril Editora, 1961]. El recurso narrativo mencionado hace de la obra de Camacho un texto de Historia viva, con un dramatismo que cautiva al lector.
Deben haber influído directamente en la adopción, por Carlos Camacho, del arquétipo de un par de líneas narrativas que se trenzan, las siguientes obras, de ficción, una, y de ensayo historiográfico, la otra: Rayuela de Julio Cortázar [3ª ed., Buenos Aires: Suramericana, 1966] e Historia doble de la Costa del gran sociólogo Orlando Fals Borda [Bogotá: Carlos Valencia Editores, 1979, 4 v.], como oportunamente recordó el sociólogo Giovanny Paolo Arteaga Montes en la reseña que hizo de la obra de Carlos Camacho [In: Historia y Espacio, Cali, vol. 13, nº 49, Agosto - Diciembre 2017, p. 259-265].
Fiel a la técnica existencial-cinematográfica adoptada, el autor abre y cierra su obra con dos vivencias personales: la lectura de un documento periodístico (en el Prólogo) y la charla con un taxista en Lima (en el Epílogo). Efectivamente, Carlos Camacho así comienza su Prólogo, citando las palabras de Mario Vargas Llosa, dirigidas al periodista Xavi Ayén en 2010, poco antes de recibir el premio Nobel de Literatura: "CARTAS - En París, cuando trabajaba en la radiotelevisión francesa, un día recibí de la editorial Julliard la novela Pas de lettre pour le colonel, y así descubrí a García Márquez, en francés. Desde entonces supe de él. Al publicar yo La ciudad y los perros, recibí una carta suya, y empezamos a escribirnos, e incluso planeamos escribir esa novela a cuatro manos sobre la guerra peruano-colombiana, un proyecto que finalmente quedó en nada. Hablábamos de ello, cambiábamos ideas. Se trataba de una guerra fantochesca por un pedazo de la Amazonia, pero era más divertido hablarlo que realizarlo" (Prólogo, p. 15). Carlos Camacho lanza así su reto al comienzo de la obra: para dos escritores latinoamericanos que son premios Nobel, la gesta amazónica no pasó de una farsa que dió lugar a algunas leyendas maravillosas, pero que no pasó de ahí.
El reto se cierra en el Epílogo, con el autor contando su charla con un taxista: "En Lima, algunos años atrás, el autor de este libro tomó un taxi hacia el Centro de Estudios Histórico-Militares del Perú en busca de documentos para su tesis doctoral. Al reconocer que el pasajero no era compatriota, el conductor quiso saber el motivo de su viaje. Tuvo lugar entonces un corto diálogo parecido al siguiente: - Estoy haciendo una investigación sobre la guerra entre Perú y Colombia. - Estás equivocado, la guerra fue con Ecuador" (Epílogo, p. 497).
Entre el Prólogo y el Epílogo, que destacan la inexistencia de la guerra entre Colombia y el Peru, se desarrolla la obra historiográfica de Carlos Camacho con una estructura dramática que centra la atención, ora en los personajes individuales (capítulos impares), ora en la narrativa de los acontecimientos y de las negociaciones entre los gobiernos (capítulos pares). Algún comentarista comparó esa estrutuctura narrativa con una trenza hecha de dos mechones de cabello de los hechos: el de las vivencias personales y el de los acontecimientos. Pero tanto unas cuanto otros se encuentran sedimentados en el rigor crítico de un historiador profesional, que busca fuentes primarias, confronta versiones de los hechos y de las vivencias y saca en limpio lo que sería la versión más creíble de los acontecimientos, por ajustarse mejor al rigor crítico del historiador.
En la obra que reseño salen ganando la Historia y los lectores, que encontramos un relato que clarea lo que realmente ocurrió en el conflicto colombo-peruano. Vale la pena citar la conclusión a la que llega Carlos Camacho en su Epílogo: "La réplica (del taxista en Lima), pronunciada con una seguridad asombrosa, puede servir de punto de partida de este corto epílogo, pues es un hecho que hablar en Perú de una guerra con Colombia suena bastante raro. No tanto porque los peruanos recuerden estos episodios mucho menos que los colombianos, lo cual es cierto. Más bien porque aun quienes tienen memoria de ellos los ven, a lo sumo, como un momento de tensión en la frontera. La palabra guerra se reserva en Perú a lo que pasó con Chile en el siglo XIX y, como acaba de verse, a lo que pasó con Ecuador en el XX. Leticia palidece en comparación. En Colombia, por el contrario, Leticia es lo más parecido a una guerra internacional en toda la historia de la República: de ahí el uso sin par de esa palabra para calificar los sucesos de 1932-1933 en la Amazonia. En contraste, la palabra conflicto es aceptada en ambos países - quizá por tener menos ecos dramáticos -. Conflicto de Leticia es entonces una etiqueta apropiada" [p. 497].
"En el balance final - citemos el penúltimo párrafo de la obra - , el Conflicto fue paradigmático, pues no se alargó en el tiempo, terminó por las buenas y dejó, relativamente, pocas víctimas, en su inmensa mayoría militares - como en una batalla naval, las bajas civiles fueron minoritarias -. También fue paradigmático porque en él se luchó sin odio y porque un resentimiento colombo-peruano no se contó entre sus causas ni entre sus consecuencias. Hoy en día el Conflicto se recuerda en Iquitos como una gesta local y regional, no como una tragedia, y si allí queda algún rencor, está dirigido a Lima, no a Bogotá" [p. 498].
El rigor crítico del historiador profesional presente en los escritos de Carlos Camacho, es el factor que le confiere a la obra su valor en el terreno de la historiografía, como reconoció, en diálogo con el autor, el historiador norteamericano Malcolm Deas, según testimonio autorizado de un estudioso del conflicto colombo-peruano como Alberto Donadio [El Espectador, Bogotá, 28 de abril de 2017].
Y es que la obra representa un esfuerzo de monta para reconstruir los hechos a partir de la paciente disciplina de buscar documentos y siguiendo líneas de pesquisa que conduzcan, de forma segura, a las fuentes. Esos caminos fueron los del paciente estudio de los gastos de los gobiernos de Lima y de Bogotá, a lo largo de las décadas que antecedieron a los hechos investigados, para ver cuáles fueron las prioridades presupestarias que movieron a los gobiernos de ambos países, en lo que se refiere a la actividad de sus ejércitos. Camino investigativo semejante a la vía que hoy en día recorren los que, profundizando en la "accountability", buscan identificar los retorcidos senderos por donde se esconden los dineros del crimen organizado en el escenario internacional. Es importante la comparación que el autor establece entre los dos ejércitos, el colombiano y el peruano. El primero, con influencias esporádicas de los ejércitos chileno, alemán y suizo y el segundo con una presencia más definida del modelo de modernización francés - que ejerció también alguna influencia en el proceso de reforma del ejército brasileño a lo largo de los años veinte del siglo pasado -.
La conclusión que Carlos Camacho saca de la investigación comparativa de los ejércitos de Colombia y el Perú es clara. Este país realizó las "transferencias" de conocimientos de la fuente francesa, de forma más completa que Colombia, que utilizó apenas parcialmente sus fuentes de influencia europea y latinoamericana (alemanas, suizas y chilenas). Cito un párrafo elocuente: "Colombia empleó a intermediarios para asegurar sus transferencias militares: en lugar de contratar oficiales alemanes importó unos pocos chilenos; aunque algunos oficiales colombianos adelantaron estudios en Santiago, no se tienen noticias de viajes de estudios a Berlín; por último, la adopción de traducciones chilenas de reglamentos del Ejército de Alemania, sin una misión militar de este país que verificara su adaptación a la realidad colombiana, multiplicó los inconvenientes de la circulación transatlántica de publicaciones militares. En Perú, por el contrario, la relación con la fuente europea de transferencias fue directa: a Lima llegaron varias misiones militares francesas; muchos oficiales peruanos continuaron sus estudios en París y los instructores franceses pudieron criticar y aclarar personalmente algunos de los malentendidos que traía la traducción literal al español de reglamentos de su Ejército. Como resultado, el Ejército peruano pudo reproducir de manera menos infiel, en comparación con el Ejército de Colombia, su modelo militar europeo al otro lado del océano" (p. 136).
Con relación a las fuentes utilizadas en la investigación, Carlos Camacho afirma lo siguiente en la parte introductoria de su obra: "Las fuentes utilizadas provienen de archivos militares y civiles de Francia, Bran Bretaña, Estados Unidos, Perú y Colombia, lo que ha permitido, en los capítulos impares, narrar los hechos bélicos desde diferentes puntos de vista y, en los pares, comparar sistemática, aunque no exhaustivamente, los ejércitos enfrentados - sobre todo en los años veinte y principios de los treinta -. Como ciudadano colombiano, el autor debe decir que fue mucho más fácil consultar los archivos militares peruanos que los de su propio país, por paradójico que parezca. Ojalá quienes cuidan los archivos militares colombianos encuentren en este libro una razón para confiar más en sus compatriotas historiadores" (p. 18).
Son de especial valor para la historiografía militar, tanto colombiana como peruana, los detallados análisis que el autor desarrolla sobre la formación académica y castrense, las prioridades en la política de intercambios internacionales de oficiales, la organización de rutinas administrativas, las políticas de conscripción, la adopción de doctrinas militares por parte de las Fuerzas Armadas, la programación de "misiones internacionales" de oficiales extranjeros y la configuración de las Fuerzas Militares en el seno de los respectivos Estados. Una investigación de este talante nunca había sido hecha en Colombia de forma sistemática como lo hace Carlos Camacho. La conclusión que salta a la vista es que el Ejército colombiano, por lo menos hasta los años 30 del siglo pasado, sufría de la improvisación por parte de los programadores de las políticas públicas. Los aspectos mencionados en este parágrafo explican la repercusión positiva que la obra de Carlos Camacho ha tenido tanto en Perú (al ser catalogada, en 2016, entre los mejores libros de historia del Perú), así como la admiración y el aprecio que ha motivado en Colombia, registrándose como uno de los éxitos editoriales de 2017.
La Historiografía colombiana contemporánea ha encontrado definitivamente su madurez, con la nueva generación de investigadores. Pensando en voz alta, diría que, a lo largo de los siglos XX-XXI, se han sucedido tres generaciones: la de los historiadores ensayistas, con las referencias obligatorias a tres autores: Germán Arciniegas (1900-1999), Otto Morales Benítez (1920-2015), con quien tuve estrecha amistad y Alvaro Valencia Tovar (1923-2014). En segundo lugar, viene la generación de los historiadores que sentaron las bases para la construcción de la narrativa histórica en rigurosas bases metodológicas; de esta generación forman parte Jaime Jaramillo Uribe (1917-2015), Germán Colmenares (1938-1990), Alvaro Tirado Mejía (1940), Margarita González Pacciotti (1942-2008), Fernán González (1939), Jorge Orlando Melo (1942), etc. La generación de la nueva historiografía es dignamente representada por el joven historiador antioqueño Carlos Camacho Arango.
No podría terminar esta breve reseña de la obra de Carlos Camacho, sin anotar una falla, que, dentro de los grandes aciertos de su obra, ciertamente es pequeña. Amadeo Rodríguez, mi abuelo, es presentado como un oficial no técnico y más político. Pero es una falla que podría ser corregida en otros estudios del joven historiador. Para entender el conflicto colombo-peruano del 32 y 33 es necesario cruzar los hechos que se sucedieron en el escenario amazónico, con otras variables. Carlos Camacho analiza el conflicto considerando el telón de fondo de la historia de los ejércitos de Colombia y del Perú, a lo largo del siglo XX, mirando con lupa especialmente lo que aconteció con ambas organizaciones militares entre el comienzo de siglo y 1933. Acertó plenamente el joven historiador en esta escogencia.
Hay otros telones de fondo que fueron también cruzados e investigados por él. Me refiero especialmente a la variable representada por la historiografía de los Partidos Liberal y Conservador, que es fundamental (en Colombia), o de las agremiaciones Unión Revolucionaria, de Sánchez Cerro y APRA, con toda su carga izquierdista y revolucionaria (en el Perú). Los capítulos 10 y 12 de la obra, titulados: "Militares y Políticos" I y II, profundizan en el aspecto mencionado.
La participación de mi abuelo, el general Amadeo Rodríguez, se sitúa en ese contexto. No se entendería por que el general más joven del Ejército colombiano, que poco antes del conflicto gozaba de gran valorización por parte del gobierno, una vez iniciadas las hostilidades, se ve obligado a salir de escena para ocupar un cargo burocrático en el Departamento de Personal del Ejército en Bogotá. No hay duda de que en este punto hubo la interferencia de los intereses político-partidistas. No le interesaba al gobierno liberal que un general conservador permaneciera al frente de la Jefatura Civil y Militar del Amazonas. La actitud de Olaya frente a mi abuelo mudó radicalmente después de la salida de Carlos Arango Vélez del Ministerio de Guerra y de su substitución por el joven oficial formado en Chile, hijo del prócer liberal Uribe Uribe, Carlos Uribe Gaviria.
Recordemos que el general Rodríguez, antes de ser ascendido a este grado, cuando aún era coronel y ya se desempeñaba como asesor del Ministro de Guerra, desarrolló un detallado estudio de lo que le faltaba al gobierno para controlar estratégicamente la región amazónica. Amadeo acompañó paso a paso el interés del Ministro Carlos Arango Vélez en el diseño de una estrategia amplia para la región. Detallé un mi estudio publicado en este blog y citado al comienzo de este post, la colabortación de Amadeo en el gabinete de Arango Vélez. Mi abuelo conocía detalladamente las necesidades logísticas y militares. Por eso fué nombrado el primer Jefe Civil y Militar del Amazonas. Cuando el conflicto se anuncia, Amadeo tiene ya detallado un plan de acción para garantizar la seguridad de la región y su permanencia en manos colombianas a la luz del tratado Salomón-Lozano. Iniciado el conflicto, el embajador de Colombia en París, el general conservador Alfredo Vásquez Cobo (héroe de la Guerra de los Mil Días), es elevado al cargo de Jefe de la expedición militar que se encargaria de defender los intereses colombianos en la Hoya Amazónica. Mi abuelo, el general Rodríguez, haría un dueto fuerte en ese escenario. Recordemos que Vásquez Cobo quería a "un general conservador" como brazo derecho de su misión amazónica.
Pero no sucedió así. En primer lugar, porque Vásquez Cobo, desde el ángulo estratégico, era un general "a la antigua", proveniente de las guerras civiles que pulularon a lo largo del siglo XIX y cuyo último episodio fué la contienda entre liberales y conservadores conocida como "Guerra de los Mil días" (Octubre de 1899 / Noviembre de 1902), que termina al amanecer del siglo XX. Amadeo hizo su bautismo de fuego en esa contienda con escasos 17 años de edad. Pero mi abuelo tuvo la oportunidad de formarse en los cuadros del nuevo ejército fijados por las reformas de Rafael Reyes en 1909. Realizó sus estudios regulares en la Escuela Militar y culminó los cursos militares superiores en el Curso de Estado Mayor y en la Escuela Superior de Guerra.
Esos estudios superiores fueron fruto de las misiones internacionales (alemanas, chilenas y suizas), que le dieron vida nueva a la formación militar en Colombia. Mi abuelo recordaba la disciplina intelectual y las férreas prácticas inculcadas por los instructores extranjeros. La acción bélica, para él, no sería una cosa proveniente apenas de la inspiración partidista. Era una empresa que debería ser racionalmente planeada. El estudio paciente de las necesidades logísticas sobre el terreno, era para él esencial, a fin de garantizar el éxito de cualquier operación bélica. Por esto, por ser un militar técnico, fué alzado a la importante posición de asesor del ministro de Guerra, cuando se trató de pensar la forma de garantizar los intereses patrios después de la firma del tratado que, en 1922, le reconoció a Colombia lugar en el Trapecio Amazónico. Por esos motivos también fué nombrado general en 32.
Los militares técnicos "se fruncieron" con el nombramiento de Vásquez Cobo, un general no técnico, para comandar la expedición amazónica. Mi abuelo también "se frunció". Consideraba que el asunto de Leticia era para oficiales técnicos como él, no para figuras salidas de los libros de historia. Si Amadeo hubiera permanecido en el escenario de la guerra, al frente de la Jefatura Militar del Amazonas, es bien probable que Vásquez Cobo (que quería un auxiliar en la persona de un "general conservador"), hubiera encontrado una contraparte técnica a quien escuchar.
Pero para los intereses del Partido Liberal en el poder era demasiado la presencia de dos generales conservadores. Era imperativo sacar a Amadeo del escenario y confinarlo en una obscura posición burocrática en Bogotá. A la luz de ese telón de fondo se entienden las actitudes de desconfianza de oficiales inferiores (como el coronel Roberto Rico) frente a mi abuelo, así como las sucesivas desautorizaciones del nuevo Ministro de Guerra, Uribe Gaviria, para que no se obedecieran las directrices que Amadeo impartió a sus subordinados. Vale la pena leer con detalle los informes de prensa (inclusive de la liberal, como El Tiempo y El Espectador) en relación a mi abuelo, a los largo de los años 32 y 33. No se le critica ni desde el punto de vista militar, ni desde el ángulo humano. Pero ya a partir de la salida de mi abuelo de la escena comienza la desconstrucción de su imagen por propagandistas liberales, en un crescendo que no terminará después del conflicto, sino que irá en aumento a lo largo de las dos décadas siguientes, hasta llegar a la agresión moral que propagandistas liberales inescrupulosos, como Mendoza Neira, harán y repetirán en escritos de años posteriores. Pero aquí entramos en otro contexto histórico, el de la violencia liberal-conservadora.
Por otra parte, para el Partido Liberal era más interesante apostarle a la solución diplomática del conflicto de Leticia, sin la participación directa del Ejército. Como de hecho sucedió, las negociaciones diplomáticas entabladas ya en 32 en la Sociedad de las Naciones en Ginebra por el representante de Colombia, Eduardo Santos, hicieron que el conflicto encontrara un camino expedito en la mesa de negociación. Pero hay que recordar, también, que sin la participación activa del Ejército, los militares peruanos hubieran sentido que no había grandes obstáculos de parte de Colombia para sus iniciativas de dar marcha atrás en el tratado Salomón-Lozano. La acción del Ejército, de la Aviación Militar y de la Marina de Guerra, permitieron que se dilatara el plazo para la firma del Protocolo de Amistad y Cooperación de Rio de Janeiro, que en mayo de 1934 le puso fin definitivo al conflicto de Leticia.
Recuerdo un aspecto complementario: mi abuelo, general "técnico", era también un conservador activo. Ayudó a organizar el Partido para las luchas cada vez más encarnizadas contra los liberales "rojos", los radicales que querían promover la hegemonía liberal a sangre y fuego. Carlos Camacho recuerda la radicalización de los liberales en los procesos electorales de los años 30, como la sucedida en el municipio santandereano de García Rovira. Pero aquí ya se trata de otro tema para ser profundizado: el relativo a las luchas liberal-conservadoras a partir de 1933 hasta 1948. El Partido Liberal hizo lo posible para sacar al Ejército del refuerzo que tradicionalmente le dió a los conservadores en las elecciones hasta 1930. Era necesario despolitizar las instituciones castrenses. Pero lo curioso es que no fueron despolitizadas las funciones de policía, que pasaron a reforzar los intereses liberales en los períodos electorales. Recordemos que quien armaba a las guerrillas en el LLano era la policía. No hubo, por tanto, una despolitización completa de los hombres en armas para la seguridad del Estado. La institución policial quedó partidaria. Eso hizo que los conservadores, como mi abuelo, trataran de mantener los contactos del Ejército con los grupos conservadores.
Esta anotación crítica mía en nada le quita su merecimiento a la magnífica obra de Carlos Camacho Arango. Entiéndase aquella, por lo tanto, en el contexto de mi admiración frente a la obra del joven historiador, a quien felicito por su significativa contribución a la historiografia colombiana contemporánea.
Y es que la obra representa un esfuerzo de monta para reconstruir los hechos a partir de la paciente disciplina de buscar documentos y siguiendo líneas de pesquisa que conduzcan, de forma segura, a las fuentes. Esos caminos fueron los del paciente estudio de los gastos de los gobiernos de Lima y de Bogotá, a lo largo de las décadas que antecedieron a los hechos investigados, para ver cuáles fueron las prioridades presupestarias que movieron a los gobiernos de ambos países, en lo que se refiere a la actividad de sus ejércitos. Camino investigativo semejante a la vía que hoy en día recorren los que, profundizando en la "accountability", buscan identificar los retorcidos senderos por donde se esconden los dineros del crimen organizado en el escenario internacional. Es importante la comparación que el autor establece entre los dos ejércitos, el colombiano y el peruano. El primero, con influencias esporádicas de los ejércitos chileno, alemán y suizo y el segundo con una presencia más definida del modelo de modernización francés - que ejerció también alguna influencia en el proceso de reforma del ejército brasileño a lo largo de los años veinte del siglo pasado -.
La conclusión que Carlos Camacho saca de la investigación comparativa de los ejércitos de Colombia y el Perú es clara. Este país realizó las "transferencias" de conocimientos de la fuente francesa, de forma más completa que Colombia, que utilizó apenas parcialmente sus fuentes de influencia europea y latinoamericana (alemanas, suizas y chilenas). Cito un párrafo elocuente: "Colombia empleó a intermediarios para asegurar sus transferencias militares: en lugar de contratar oficiales alemanes importó unos pocos chilenos; aunque algunos oficiales colombianos adelantaron estudios en Santiago, no se tienen noticias de viajes de estudios a Berlín; por último, la adopción de traducciones chilenas de reglamentos del Ejército de Alemania, sin una misión militar de este país que verificara su adaptación a la realidad colombiana, multiplicó los inconvenientes de la circulación transatlántica de publicaciones militares. En Perú, por el contrario, la relación con la fuente europea de transferencias fue directa: a Lima llegaron varias misiones militares francesas; muchos oficiales peruanos continuaron sus estudios en París y los instructores franceses pudieron criticar y aclarar personalmente algunos de los malentendidos que traía la traducción literal al español de reglamentos de su Ejército. Como resultado, el Ejército peruano pudo reproducir de manera menos infiel, en comparación con el Ejército de Colombia, su modelo militar europeo al otro lado del océano" (p. 136).
Con relación a las fuentes utilizadas en la investigación, Carlos Camacho afirma lo siguiente en la parte introductoria de su obra: "Las fuentes utilizadas provienen de archivos militares y civiles de Francia, Bran Bretaña, Estados Unidos, Perú y Colombia, lo que ha permitido, en los capítulos impares, narrar los hechos bélicos desde diferentes puntos de vista y, en los pares, comparar sistemática, aunque no exhaustivamente, los ejércitos enfrentados - sobre todo en los años veinte y principios de los treinta -. Como ciudadano colombiano, el autor debe decir que fue mucho más fácil consultar los archivos militares peruanos que los de su propio país, por paradójico que parezca. Ojalá quienes cuidan los archivos militares colombianos encuentren en este libro una razón para confiar más en sus compatriotas historiadores" (p. 18).
Son de especial valor para la historiografía militar, tanto colombiana como peruana, los detallados análisis que el autor desarrolla sobre la formación académica y castrense, las prioridades en la política de intercambios internacionales de oficiales, la organización de rutinas administrativas, las políticas de conscripción, la adopción de doctrinas militares por parte de las Fuerzas Armadas, la programación de "misiones internacionales" de oficiales extranjeros y la configuración de las Fuerzas Militares en el seno de los respectivos Estados. Una investigación de este talante nunca había sido hecha en Colombia de forma sistemática como lo hace Carlos Camacho. La conclusión que salta a la vista es que el Ejército colombiano, por lo menos hasta los años 30 del siglo pasado, sufría de la improvisación por parte de los programadores de las políticas públicas. Los aspectos mencionados en este parágrafo explican la repercusión positiva que la obra de Carlos Camacho ha tenido tanto en Perú (al ser catalogada, en 2016, entre los mejores libros de historia del Perú), así como la admiración y el aprecio que ha motivado en Colombia, registrándose como uno de los éxitos editoriales de 2017.
La Historiografía colombiana contemporánea ha encontrado definitivamente su madurez, con la nueva generación de investigadores. Pensando en voz alta, diría que, a lo largo de los siglos XX-XXI, se han sucedido tres generaciones: la de los historiadores ensayistas, con las referencias obligatorias a tres autores: Germán Arciniegas (1900-1999), Otto Morales Benítez (1920-2015), con quien tuve estrecha amistad y Alvaro Valencia Tovar (1923-2014). En segundo lugar, viene la generación de los historiadores que sentaron las bases para la construcción de la narrativa histórica en rigurosas bases metodológicas; de esta generación forman parte Jaime Jaramillo Uribe (1917-2015), Germán Colmenares (1938-1990), Alvaro Tirado Mejía (1940), Margarita González Pacciotti (1942-2008), Fernán González (1939), Jorge Orlando Melo (1942), etc. La generación de la nueva historiografía es dignamente representada por el joven historiador antioqueño Carlos Camacho Arango.
No podría terminar esta breve reseña de la obra de Carlos Camacho, sin anotar una falla, que, dentro de los grandes aciertos de su obra, ciertamente es pequeña. Amadeo Rodríguez, mi abuelo, es presentado como un oficial no técnico y más político. Pero es una falla que podría ser corregida en otros estudios del joven historiador. Para entender el conflicto colombo-peruano del 32 y 33 es necesario cruzar los hechos que se sucedieron en el escenario amazónico, con otras variables. Carlos Camacho analiza el conflicto considerando el telón de fondo de la historia de los ejércitos de Colombia y del Perú, a lo largo del siglo XX, mirando con lupa especialmente lo que aconteció con ambas organizaciones militares entre el comienzo de siglo y 1933. Acertó plenamente el joven historiador en esta escogencia.
Hay otros telones de fondo que fueron también cruzados e investigados por él. Me refiero especialmente a la variable representada por la historiografía de los Partidos Liberal y Conservador, que es fundamental (en Colombia), o de las agremiaciones Unión Revolucionaria, de Sánchez Cerro y APRA, con toda su carga izquierdista y revolucionaria (en el Perú). Los capítulos 10 y 12 de la obra, titulados: "Militares y Políticos" I y II, profundizan en el aspecto mencionado.
La participación de mi abuelo, el general Amadeo Rodríguez, se sitúa en ese contexto. No se entendería por que el general más joven del Ejército colombiano, que poco antes del conflicto gozaba de gran valorización por parte del gobierno, una vez iniciadas las hostilidades, se ve obligado a salir de escena para ocupar un cargo burocrático en el Departamento de Personal del Ejército en Bogotá. No hay duda de que en este punto hubo la interferencia de los intereses político-partidistas. No le interesaba al gobierno liberal que un general conservador permaneciera al frente de la Jefatura Civil y Militar del Amazonas. La actitud de Olaya frente a mi abuelo mudó radicalmente después de la salida de Carlos Arango Vélez del Ministerio de Guerra y de su substitución por el joven oficial formado en Chile, hijo del prócer liberal Uribe Uribe, Carlos Uribe Gaviria.
Recordemos que el general Rodríguez, antes de ser ascendido a este grado, cuando aún era coronel y ya se desempeñaba como asesor del Ministro de Guerra, desarrolló un detallado estudio de lo que le faltaba al gobierno para controlar estratégicamente la región amazónica. Amadeo acompañó paso a paso el interés del Ministro Carlos Arango Vélez en el diseño de una estrategia amplia para la región. Detallé un mi estudio publicado en este blog y citado al comienzo de este post, la colabortación de Amadeo en el gabinete de Arango Vélez. Mi abuelo conocía detalladamente las necesidades logísticas y militares. Por eso fué nombrado el primer Jefe Civil y Militar del Amazonas. Cuando el conflicto se anuncia, Amadeo tiene ya detallado un plan de acción para garantizar la seguridad de la región y su permanencia en manos colombianas a la luz del tratado Salomón-Lozano. Iniciado el conflicto, el embajador de Colombia en París, el general conservador Alfredo Vásquez Cobo (héroe de la Guerra de los Mil Días), es elevado al cargo de Jefe de la expedición militar que se encargaria de defender los intereses colombianos en la Hoya Amazónica. Mi abuelo, el general Rodríguez, haría un dueto fuerte en ese escenario. Recordemos que Vásquez Cobo quería a "un general conservador" como brazo derecho de su misión amazónica.
Pero no sucedió así. En primer lugar, porque Vásquez Cobo, desde el ángulo estratégico, era un general "a la antigua", proveniente de las guerras civiles que pulularon a lo largo del siglo XIX y cuyo último episodio fué la contienda entre liberales y conservadores conocida como "Guerra de los Mil días" (Octubre de 1899 / Noviembre de 1902), que termina al amanecer del siglo XX. Amadeo hizo su bautismo de fuego en esa contienda con escasos 17 años de edad. Pero mi abuelo tuvo la oportunidad de formarse en los cuadros del nuevo ejército fijados por las reformas de Rafael Reyes en 1909. Realizó sus estudios regulares en la Escuela Militar y culminó los cursos militares superiores en el Curso de Estado Mayor y en la Escuela Superior de Guerra.
Esos estudios superiores fueron fruto de las misiones internacionales (alemanas, chilenas y suizas), que le dieron vida nueva a la formación militar en Colombia. Mi abuelo recordaba la disciplina intelectual y las férreas prácticas inculcadas por los instructores extranjeros. La acción bélica, para él, no sería una cosa proveniente apenas de la inspiración partidista. Era una empresa que debería ser racionalmente planeada. El estudio paciente de las necesidades logísticas sobre el terreno, era para él esencial, a fin de garantizar el éxito de cualquier operación bélica. Por esto, por ser un militar técnico, fué alzado a la importante posición de asesor del ministro de Guerra, cuando se trató de pensar la forma de garantizar los intereses patrios después de la firma del tratado que, en 1922, le reconoció a Colombia lugar en el Trapecio Amazónico. Por esos motivos también fué nombrado general en 32.
Los militares técnicos "se fruncieron" con el nombramiento de Vásquez Cobo, un general no técnico, para comandar la expedición amazónica. Mi abuelo también "se frunció". Consideraba que el asunto de Leticia era para oficiales técnicos como él, no para figuras salidas de los libros de historia. Si Amadeo hubiera permanecido en el escenario de la guerra, al frente de la Jefatura Militar del Amazonas, es bien probable que Vásquez Cobo (que quería un auxiliar en la persona de un "general conservador"), hubiera encontrado una contraparte técnica a quien escuchar.
Pero para los intereses del Partido Liberal en el poder era demasiado la presencia de dos generales conservadores. Era imperativo sacar a Amadeo del escenario y confinarlo en una obscura posición burocrática en Bogotá. A la luz de ese telón de fondo se entienden las actitudes de desconfianza de oficiales inferiores (como el coronel Roberto Rico) frente a mi abuelo, así como las sucesivas desautorizaciones del nuevo Ministro de Guerra, Uribe Gaviria, para que no se obedecieran las directrices que Amadeo impartió a sus subordinados. Vale la pena leer con detalle los informes de prensa (inclusive de la liberal, como El Tiempo y El Espectador) en relación a mi abuelo, a los largo de los años 32 y 33. No se le critica ni desde el punto de vista militar, ni desde el ángulo humano. Pero ya a partir de la salida de mi abuelo de la escena comienza la desconstrucción de su imagen por propagandistas liberales, en un crescendo que no terminará después del conflicto, sino que irá en aumento a lo largo de las dos décadas siguientes, hasta llegar a la agresión moral que propagandistas liberales inescrupulosos, como Mendoza Neira, harán y repetirán en escritos de años posteriores. Pero aquí entramos en otro contexto histórico, el de la violencia liberal-conservadora.
Por otra parte, para el Partido Liberal era más interesante apostarle a la solución diplomática del conflicto de Leticia, sin la participación directa del Ejército. Como de hecho sucedió, las negociaciones diplomáticas entabladas ya en 32 en la Sociedad de las Naciones en Ginebra por el representante de Colombia, Eduardo Santos, hicieron que el conflicto encontrara un camino expedito en la mesa de negociación. Pero hay que recordar, también, que sin la participación activa del Ejército, los militares peruanos hubieran sentido que no había grandes obstáculos de parte de Colombia para sus iniciativas de dar marcha atrás en el tratado Salomón-Lozano. La acción del Ejército, de la Aviación Militar y de la Marina de Guerra, permitieron que se dilatara el plazo para la firma del Protocolo de Amistad y Cooperación de Rio de Janeiro, que en mayo de 1934 le puso fin definitivo al conflicto de Leticia.
Recuerdo un aspecto complementario: mi abuelo, general "técnico", era también un conservador activo. Ayudó a organizar el Partido para las luchas cada vez más encarnizadas contra los liberales "rojos", los radicales que querían promover la hegemonía liberal a sangre y fuego. Carlos Camacho recuerda la radicalización de los liberales en los procesos electorales de los años 30, como la sucedida en el municipio santandereano de García Rovira. Pero aquí ya se trata de otro tema para ser profundizado: el relativo a las luchas liberal-conservadoras a partir de 1933 hasta 1948. El Partido Liberal hizo lo posible para sacar al Ejército del refuerzo que tradicionalmente le dió a los conservadores en las elecciones hasta 1930. Era necesario despolitizar las instituciones castrenses. Pero lo curioso es que no fueron despolitizadas las funciones de policía, que pasaron a reforzar los intereses liberales en los períodos electorales. Recordemos que quien armaba a las guerrillas en el LLano era la policía. No hubo, por tanto, una despolitización completa de los hombres en armas para la seguridad del Estado. La institución policial quedó partidaria. Eso hizo que los conservadores, como mi abuelo, trataran de mantener los contactos del Ejército con los grupos conservadores.
Esta anotación crítica mía en nada le quita su merecimiento a la magnífica obra de Carlos Camacho Arango. Entiéndase aquella, por lo tanto, en el contexto de mi admiración frente a la obra del joven historiador, a quien felicito por su significativa contribución a la historiografia colombiana contemporánea.
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