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sábado, 17 de agosto de 2013

LA GUERRA COLOMBO-PERUANA DE 1932-1933 Y LA PARTICIPACIÓN DEL GENERAL AMADEO RODRÍGUEZ

Conferencia de La Capilla (Cundinamarca) que selló el futuro de la Guerra entre Colombia y el Perú, en Marzo de 1933. En la primera fila, segundo de izq. para der., el general Vásquez Cobo, comandante de las tropas colombianas; a seguir, el presidente Olaya Herrera. El general Amadeo Rodríguez aparece en la segunda fila, de izq. para der., en el segundo lugar (Foto: El Tiempo)


Se completaron ochenta años de la guerra que trabaron, en 1932 y 1933, Colombia y el Perú en la región amazónica. Mucho se ha escrito sobre los aspectos económicos, políticos, estratégicos y diplomáticos del conflicto. Con todo, poco se ha analizado el papel desempeñado por figuras importantes, tanto de Colombia como del Perú. Pretendo recordar algunos aspectos acerca de la participación del general Amadeo Rodríguez (1881-1959), mi abuelo, como Jefe Civil y Militar del Amazonas en ese conflicto.

Cuando comienzo a redactar este trabajo, vienen a mi memoria innumerables recuerdos de la infancia pasada en la hacienda El Carmen de propiedad del general Amadeo Rodríguez en la Calera, pequeña población situada al oriente de Bogotá. En esa bella región mis padres y mis hermanos pasamos años inolvidables. La estadía en El Carmen comenzó poco después del “Bogotazo”, ocurrido el 9 de abril de 1948 y se prolongó hasta comienzos de 1951, cuando regresamos a nuestra casa en Bogotá, situada en las inmediaciones de la Quinta Mutis, en el barrio Muequetá. Allí estaba situado el Colegio Mayor de nuestra Señora del Rosario, incendiado por los revoltosos el 9 de abril de 1948 y cuyos jardines hacían frente a nuestra casa, en la calle 63B. Fueron muchas las tardes que pasamos, mis hermanos Alberto, María Victoria y yo, jugando con nuestros amiguitos, en los bellos jardines del Colegio. Alfonso, otro hermano, era todavía muy niño y los menores, María Isabel y Gabriel, aún no habían nacido.

Todavía están presentes en mi memoria las horrorosas escenas de los incendios que, por las ventanas de la casa paterna, veíamos esa noche trágica del 9 de abril. Como mi abuelo tenía su casa cerca a la nuestra, separada apenas por un lote, los revolucionarios trataron de incendiarla. Avisados de que ya no pertenecía a mi abuelo y de que la casa de su hija Aura Victoria[1] quedaba al lado, los incendiarios comenzaron, después de la medianoche, a rociar las ventanas del frente con querosene, para incendiarla. Mi padre,[2] con la carabina wínchester, pasó toda la noche disparando contra los que pretendían cometer ese hecho. El “viejo” se ganó una ciática que lo atormentó por el resto de la vida. Yo, niño de cinco años, me refugié con mamá y mis hermanos debajo de una de las camas de nuestro cuarto, que tuvo la ventana protegida por el armario, pues las balas disparadas desde la calle silbaban a todo momento, haciendo impacto en las paredes. Por una rendija del armario que protegía la ventana, vimos el incendio del Colegio Mayor y a los alumnos del internado saltando horrorizados por las ventanas en llamas. Desde la parte trasera de mi casa, que daba para el jardín, se veían también las llamaradas que se desprendían de los incendios que destruyeron el centro de la ciudad. Recuerdo que mi madre pasó la noche con nosotros rezando una tradicional oración muy en boga en esa dura época. [3]  

Hago aquí un paréntesis para reflexionar brevemente con respecto a la situación que vivieron (en la noche del 10 de Julio de 2013) los comerciantes de Ipanema y Leblon, en Rio de Janeiro, víctimas de las hordas de agitadores y terroristas que destruyeron instalaciones comerciales y bancarias en esos barrios. Como mostraban las imágenes captadas por camarógrafos particulares, los ciudadanos a todo asistían inermes, sin poder esbozar un gesto de defensa frente a los bárbaros que invadieron, incendiaron y destruyeron sus propiedades y negocios. La suerte de los cariocas sería otra radicalmente diferente si los sucesivos gobiernos no los hubieran desarmado para armar a los bandidos. La policía, como es praxis, solamente se preocupó por defender la residencia del gobernador, en Leblon. Una vez dispersados los agitadores, los dejaron obrar libremente en las calles de los dos barrios. Me imagino que si en la Bogotá de 1948 el gobierno hubiera desarmado a los ciudadanos, las víctimas civiles de la revuelta se habrían contado por millares, incluyéndome a mí y a todos los miembros de mi familia.

Vuelvo al relato de los sucesos del Bogotazo. El gobernador de Cundinamarca decretó la ley marcial y el toque de queda. Nadie podía salir a la calle. Pasados cinco días, los alimentos comenzaron a escasear en casa. Me acuerdo que mi madre mandó a la cocinera, Carmen, que matara un gallo viejo que había en el jardín. El animalito fue cocinado por horas y horas, pero su carne quedó durísima. Una noche oímos en el antejardín de la casa unos lamentos muy dolorosos. Un soldado había sido baleado por el cabo, su jefe, por cuestiones de disciplina, y quedó agonizando durante horas encima de los guijarros de vidrio que protegían el muro que separaba la casa de mis padres del lote vecino, sin que nadie pudiera hacer nada debido al riguroso toque de queda. Al cabo de una semana y aprovechando una tregua en los combates callejeros, por sugerencia de mi abuelo nos mudamos para la Hacienda el Carmen, en donde, como ya destaqué, pasaríamos el período que va desde Abril de 1948 hasta los primeros meses de 1951. Nuestra casa de Muequetá fue alquilada para un amigo de la familia, el coronel de la Fuerza Aérea colombiana Emilio Correa, casado con la bella Matilde Henao. Los dos serían poco después padrinos de bautizo de mi hermana María Isabel. En los aciagos momentos que se vivieron en Bogotá, con los revolucionarios tomando posiciones importantes como el Ministerio de Comunicaciones y la Radio Nacional, un hijo del general Rodríguez, el mayor de Infantería de Marina, Carlos Rodríguez Téllez (1914-1993) tuvo participación importante en la defensa del orden público; bajo su comando la tropa retomó de los insurgentes la Radio Nacional, en sangriento episodio en el que murió, baleado por francotiradores escondidos en la torre de la Iglesia de Las Nieves, en el centro de Bogotá, el conductor del tanque Sherman que le hacía escolta a la patrulla militar.
Mayor de la Infantería de Marina, Carlos Rodríguez Téllez, que comandó la tropa en la toma de la Radio Nacional, el 9 de Abril de 1948 (Foto: álbum de familia).

Debido a la agresividad del movimiento revolucionario que tomó cuenta de Bogotá y demás ciudades después del asesinato del jefe liberal Jorge Eliécer Gaitán, mi abuelo se refugió en su hacienda El Carmen.  El poder estaba fuertemente dividido en Colombia entre los liberales y los conservadores, que habían conquistado la presidencia de la República, ocupada en esos momentos por Mariano Ospina Pérez, después del largo período conocido como “Hegemonía Liberal” que se extendió desde comienzos de la década del treinta hasta mediados de los años cuarenta. El Ejército era definidamente conservador y apoyaba al primer mandatario. No ocurría eso con la Policía que estaba infiltrada por liberales radicales que, el 9 de abril, armaron a los sectores populares que protestaban contra el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán (1902-1948). La puerta estaba abierta en Colombia, de esta forma, para el conflicto civil entre liberales y conservadores, que pasó a ser denominado genéricamente como “La Violencia” y que cobró la vida de muchos colombianos a lo largo y ancho del país durante la década que va de 1948 hasta 1958.[4] La contienda civil  solamente terminaría con el pacto firmado entre los jefes de los partidos beligerantes, en el denominado “Frente Nacional”, que tuvo vigencia entre 1958 y 1974.

El general Amadeo, frente al riesgo de que el municipio de La Calera cayera en manos de los revolucionarios, se proclamó Jefe Civil y Militar del municipio, habiendo organizado, entre los hacendados y los campesinos de la región, una fuerza armada que combatió con éxito a los revoltosos que venían de Bogotá. Aún recuerdo los implementos logísticos como morrales y cantimploras, que mi abuelo guardaba en la hacienda, amén de algunas armas como fusiles y machetes. Eran usados antiguos fusiles máuser, adquiridos por el Ejército de las sobras de la guerra franco-prusiana de 1870-71.

Vuelvo al relato de la participación de mi abuelo en la Guerra contra el Perú. Decidí, en este artículo, centrar mi exposición en documentos de prensa. Realicé la investigación en 1993, cuando aprovechando un viaje a Bogotá para dar algunas conferencias en una universidad local, dediqué las tardes libres a consultar la hemeroteca de la Biblioteca Nacional.  Dejaré para otra oportunidad los comentarios acerca de la obra que sobre la contienda escribió el general Amadeo y que publicó en primera edición, en 1939, con el título: Caminos de Guerra y Conspiración [5]. La segunda edición fue corregida y ampliada con el siguiente título: Caminos de Guerra y Conspiración y su epílogo [6]. El “Epílogo” se refería a las actividades políticas de mi abuelo, como representante a la Cámara por el Partido Conservador a fines de la década del 40, y a su actividad como cónsul general de Colombia en Barcelona, entre 1954 y 1957. En otro artículo me referiré a la participación del general Amadeo en estos episodios de la vida política colombiana.

Cuatro puntos desarrollaré en mi trabajo: 1 – Marco histórico de la América Latina en los años 30: el ascenso de los modelos autoritarios y las propuestas de modernización.  2 – El conflicto colombo-peruano: principales hechos y sus causas. 3 – La participación del general Amadeo Rodríguez en el conflicto como Jefe Civil y Militar del Amazonas. 4 – Conclusiones. 

Escenas del "Bogotazo". Arriba: Destrucción total de edificios públicos en el centro histórico de Bogotá, cerca al lugar en donde fué asesinado Jorge Eliécer Gaitán. Abajo: cadáveres se amontonan en el Cementerio Central  (Fotos: El Tiempo).

1 – Marco histórico de la América Latina en los años 30: el ascenso de los modelos autoritarios y las propuestas de modernización.

La década del 30 fue rica en movimientos que buscaban la modernización de los varios países latinoamericanos, frente al fracaso de las tradicionales oligarquías. He estudiado con detalle lo que pasó en Brasil en ese lapso de tiempo, alrededor de las investigaciones que realicé sobre el Castillismo y más concretamente el papel de Getulio Vargas (1883-1954) dentro de esta tendencia [7]. Vargas, oriundo del Estado de Rio Grande do Sul, se afirmó como el jefe del movimiento revolucionario que, apoyado en el Ejército, apeó a los paulistas del poder en 1930, habiendo dado lugar a una dictadura que se prolongó hasta 1945, largo período durante el cual se hicieron las principales reformas sociopolíticas que sedimentaron la industrialización del Brasil en los años 50 y 60.

Como caracterización del clima autoritario que se respiraba en Brasil en 1930, el diario colombiano El Espectador registraba la censura a la prensa practicada por el régimen de Vargas. Cito, a seguir, parte del artículo que escribió el corresponsal del New York Times, George H. Corey en Diciembre de 1931: “(…) Durante la primera y única audiencia que se me concedió, las autoridades intentaron con poco empeño y con menos éxito probar el cargo. De la cárcel se me llevó en seguida ante el jefe de la policía del distrito federal, encargado de la censura. En presencia suya se pusieron en evidencia varios legajos con copias de despachos enviados por distintos corresponsales de periódicos. Escogiendo un documento de uno de esos legajos, el jefe de la policía, después de leerlo cuidadosamente, mirándome en seguida, con atención me dijo: Vergüenza debiera darle a Usted, señor Corey, de enviar a su periódico noticias como ésta. Recorrí entonces con la vista el despacho que tenía él en su mano. Era un corto mensaje, en el que se daba cuenta de que el presidente provisional, Getulio Vargas, había decretado severos castigos bajo el imperio de la ley marcial contra cualesquiera personas responsables de actos de rebeldía contra el gobierno. Pero no pudo reconocer tal despacho como mío. Examinándolo más cuidadosamente, vi que estaba dirigido a The Times, London, England y que al pie aparecía la firma del corresponsal autorizado del diario londinense.  Rápidamente y con la fundada esperanza de que una aclaración del error me proporcionaría incontinenti la libertad, traté de hacerle comprender al funcionario que el despacho que tenía en la mano y aducía como prueba contra mí, había sido escrito por otra persona enteramente distinta y enviado a su periódico de Inglaterra, no de los Estados Unidos. Todo da lo mismo. Todo da lo mismo – repitió el jefe. Pero… - traté de interrumpir. Inútil empeño. Señalándome con gesto acusador, continuó así: Todo es una misma cosa. Ustedes tienen la compañía de Ford en los Estados Unidos; tienen la compañía de Ford en la Argentina y la compañía de Ford del Brasil; pues bien, asimismo, el Times de Londres y el Times de Nueva York tienen que ser una misma cosa. Comprendí entonces la inutilidad de continuar defendiéndome ante un juez que revelaba semejante grado de inteligencia y dirigiéndome al embajador de los Estados Unidos, que me había obtenido aquella audiencia, le pedí que la diera por terminada. Por de contado tuve que volver a la cárcel (…). Tanto la prensa como el público brasileño son tremendamente quisquillosos con cuanto aparece publicado en los periódicos del exterior relativo a su país (…)”. [8]

La situación internacional en los años 30 del siglo pasado era, desde el punto de vista económico, de gran inestabilidad y de recesión marcada. Algo semejante a lo que el mundo pasó a vivir a partir de 2008. He aquí el relato que un periodista del área económica hacía en 1932, acerca de la situación latinoamericana considerada como la más aguda por la falta de tino económico de los gobiernos locales, no apenas por la negra coyuntura internacional: “Los países que quizás han sido más duramente castigados por la conflagración del crédito que actualmente abruma el universo económico, son éstos del continente iberoamericano, y son sus gobiernos y sus gerentes bancarios quienes más han llevado y traído el famoso argumento de la depresión universal, desde Ibáñez del Campo hasta Abadía Méndez y Olaya Herrera. Sin embargo, estos países no debieran lógicamente cargar la totalidad de los actuales rigores, ni estaban fatalmente sometidos a sufrir como están sufriendo las persecuciones del crédito europeo y norteamericano, al haber llevado las cosas con alguna mayor pericia y con sinceridad económica”.[9]

Los movimientos reformistas que tuvieron lugar a lo largo y ancho de la América Latina, trataron de dar respuestas a la problemática económica señalada. Ya me he referido al proceso desarrollado en Brasil por Getulio Vargas. En Colombia el reformismo modernizador se dio en el contexto de la “Revolución en Marcha” de Alfonso López Pumarejo (que gobernó entre 1934 y 1938). Las propuestas reformistas de este mandatario, inspiradas en el New Deal del presidente Franklin Delano Roosevelt (1882-1945), que consagraban el intervencionismo del Estado en materia económica dentro de los dictámenes de lord Keynes (1883-1946),  fueron mitigadas por la oposición de los liberales moderados y de los conservadores. Particularmente sensibles fueron las medidas en el terreno político, aunadas alrededor de la reforma constitucional propuesta en 1936 por López y por su ministro de gobierno Darío Echandía (1897-1984). Mi abuelo, como muchos conservadores, interpretaría estas medidas reformistas como una propuesta de los liberales para eternizarse en el poder. Lo que por debajo de estas críticas había era una tremenda crisis de confianza entre liberales y conservadores. Cada uno veía al otro lado como enemigo irreconciliable que buscaba la destrucción del adversario.

A propósito de esta radicalización de espíritus y de facciones, que anunciaba con dieciséis años de antecedencia el sangriento ciclo denominado “La Violencia”, el diario El Espectador traía, en su edición de 7 de Marzo de 1932, una curiosa materia titulada: “Las milicias cívicas son una amenaza, dice el general Berrío”. Este es el tenor completo de la noticia: “El general Pedro Justo Berrío, presidente del Directorio Nacional Conservador, llegó en la tarde de ayer a esta ciudad (Medellín), procedente de su finca de Santa Rosa de Osos (…). Las milicias cívicas – declaró -  son una amenaza para el orden establecido y un peligro de choques continuos, cuyas consecuencias para la Nación pueden ser fatales. Los partidos políticos se ponen al límine de una contienda armada organizando militarmente sus hombres. Considera el general Berrío que si el gobierno nacional no termina con las milicias liberales, el conservatismo debe organizarlas también con un criterio de legítima defensa. Si la violencia se ejercita contra nosotros – dice – debemos estar preparados para contrarrestarla con la violencia”. Dicho en otras palabras, tanto liberales como conservadores se armaban para hacer valer por la fuerza sus propuestas de gobierno. Claro que en un momento en que el poder era ejercido por los liberales, cabía a éstos mayor responsabilidad por la radicalización en marcha.

En el Perú las cosas no dejaban de estar menos radicalizadas. A fines de Diciembre de 1931 había subido al poder el coronel Luis Miguel Sánchez Cerro (1889-1933), que inmediatamente puso en el destierro a los líderes apristas, entre los cuales se encontraba el fundador del movimiento, Víctor Raúl Haya de la Torre (1895-1979). He aquí el relato que hizo la prensa acerca de las convicciones políticas de uno de esos líderes, Manuel Seoane, que había recibido asilo en Colombia: “Ante un auditorio heterogéneo y desconcertado hizo ayer tarde don Manuel Seoane una disertación magnífica acerca de la revolución ideológica del Perú, que es en concepto suyo, y en nuestro propio concepto también, el complemento histórico de la guerra de Independencia. El aprismo no es un partido político ni una montonera revolucionaria. Es un movimiento esencialmente racial, genuinamente indígena, que actúa en un medio social mediatizado, con una orientación ideológica profundamente realista, y dentro de una perfecta organización de combate. Es difícil predecir cuántos meses o cuántos años necesitará el aprismo para imponerse en el Perú y en los demás países de la América Latina, pero se puede afirmar absolutamente que ese áspero grito de juventud va a producir una transformación radical y definitiva en la estructura económica, en la organización política y en la constitución social de estos pueblos rebeldes contra la dominación financiera extraña. Es una fácil predicción, porque el movimiento aprista no persigue la exclusión del capital, del esfuerzo y de la inteligencia extraños, sino su adaptación al medio económico americano, en condiciones que le aseguren una remuneración suficiente, que le den plenas garantías de estabilidad y que no impliquen una explotación inmoderada del trabajador autóctono. Es la conquista sistemática, racional e inteligente del capitalismo por la tierra y por la raza, dentro de un concepto puramente americano de la llamada cooperación triangular (…)”. [10]
Capa de la segunda edición (Barcelona, 1955) de la obra del general Rodríguez titulada: Caminos de guerrra y conspiración y su epílogo (Foto: ábum de familia).
No es difícil observar en las palabras de Seoane la inspiración revolucionaria del aprismo. A pesar de presentarse como un movimiento apolítico, toda la estructura del mismo era la de un cuerpo armado en marcha de combate. Asimismo, se puede observar la pretensión de tratarse de un movimiento que se impone, no que negocia sus propuestas. Algo semejante a lo que los Castillistas pretendían en Brasil o a lo que los líderes liberales y conservadores realizaban en Colombia, con la generación de un clima de enfrentamiento armado entre los partidos políticos.

La prensa destacaba, en Mayo de 1932, que el país vivía una radicalización creciente entre liberales y conservadores, especialmente en el Departamento de Santander del Norte. He aquí el tenor de un editorial de El Espectador: “No es sólo probable sino absolutamente seguro que en las reyertas fratricidas a que están entregadas varias poblaciones de Santander del Norte, y que le cuestan ya a esa sección del país docenas de vidas inocentes, tengan igual o parecida responsabilidad los caudillos conservadores y liberales que las estimulan o las toleran con una torpe incomprensión de su deber social y de sus obligaciones políticas. (…) El gobierno no ha dispuesto allí de elementos militares y de policía en cantidad suficiente para contener el desarrollo de sucesos que le habían sido anunciados con anterioridad. Desde hace poco más de un año es evidente para todos los colombianos que la policía de Santander del Norte fue reducida por la asamblea de esa sección a proporciones insignificantes”. [11]

2 – El conflicto colombo-peruano: principales hechos y sus causas.

El asalto a Leticia estuvo precedido por más de un siglo de conflictos y negociaciones diplomáticas con el Perú. El más importante enfrentamiento, anterior a la toma de Leticia, fue la guerra de 1829, desatada por el mariscal José de la Mar (1778-1830) con el propósito de anexar al Perú las provincias colombianas de Cuenca, Loja y Guayaquil. Otro conflicto armado ocurrió en 1911, cuando fue invadida militarmente por tropas peruanas la localidad de La Pedrera, estratégica posición vigilada por el Ejército colombiano y que estaba situada en la margen sur del Rio Caquetá. Este incidente fue practicado bajo el comando del teniente coronel Oscar Benavides.

El Tratado Lozano-Salomón, ratificado por los gobiernos de Colombia y Perú en 1928, no dejó satisfechas las aspiraciones contrapuestas de colombianos y peruanos. Ambos países pretendían tener derechos sobre extensiones geográficas que el mencionado instrumento de Derecho Internacional Público dejó por fuera de las negociaciones.

Para el Perú, la soberanía nacional se extendía hasta el río Caquetá por el norte, en virtud del hecho de que hasta allí llegaba la jurisdicción religiosa del obispado de Lima, al cual la corona española había asignado el territorio amazónico, con finalidad misionera. Para Colombia, esos territorios, extendidos por el Sur hasta el río Napo y por el Oriente hasta la desembocadura del Caquetá en el rio Amazonas, constituían una herencia histórica del Virreinato de la Nueva Granada, por fuerza de la doctrina del Uti Possidetis, de 1810, que tenía vigencia en el mundo hispanoamericano como base para la delimitación territorial de las naciones emergentes de los conflictos que se siguieron al ciclo colonial ibérico.

La razón económica que más pesó para que el Perú iniciara las hostilidades contra Colombia invadiendo Leticia, debe situarse en el contexto del Patrimonialismo representado por los negocios de la Casa Arana y de los Hermanos Vigil. Ambos emprendimientos constituían una privatización del poder del Estado en manos de particulares. La Casa Arana, tristemente célebre desde las épocas de las caucheras, tenía bajo su poder una inmensa concesión en territorio colombiano, otorgado por el gobierno del Perú desde antes de la firma del Tratado Lozano-Salomón. Los Hermanos Vigil, por su parte, eran propietarios de la Granja La Victoria, situada al oeste de Leticia. Con base en esa propiedad desarrollaban lucrativos negocios madereros y agrícolas, sin prestarle cuentas a nadie.

Con fuertes influencias en los altos círculos políticos de Lima, tanto la Casa Arana cuanto los Hermanos Vigil hacían presión sobre el gobierno peruano, a fin de que las tierras en donde se situaban sus negocios dejaran de hacer parte del territorio colombiano y se reintegraran al Perú. El momento cierto para hacer más fuertes sus presiones fue dado cuando el coronel Luis María Sánchez Cerro llegó al poder por la fuerza en 1930, al derrocar al presidente constitucional Augusto B. Leguía (1863-1932). Para Sánchez Cerro, por otra parte, corresponder a las presiones de la Casa Arana y de los Hermanos Vigil pasó a ser un negocio interesante, a fin de consolidar su poder mediante el incremento del espíritu nacionalista. La invasión de la población de Leticia pasó a ser, para el dictador, fruto de  “las incontenibles aspiraciones del pueblo peruano”. Dos países amigos que habían solucionado sus problemas de frontera de manera pacífica en las primeras décadas del Siglo XX, se veían, así, conducidos a la agresión de uno de ellos, el Perú, contra el territorio colombiano.
Embalse San Rafael del Acueducto de Bogotá. Al fondo, a la derecha, la sede de la Hacienda El Carmen, de propiedad del general Amadeo Rodríguez, situada a 3 mil metros de altura y a 30 minutos en carro de Bogotá (Foto: Empresa Acueducto de Bogotá, 2004).
Según el líder aprista de Loreto, Héctor A. Morey, diputado a la Asamblea Constituyente del Perú por el Departamento de Loreto y que había sido desterrado por Sánchez Cerro, explicitó las razones del conflicto en entrevista que tuvo lugar en Nueva York el 24 de Septiembre de 1932. El periodista colombiano Jorge Cárdenas Nanneti, que realizó la entrevista, sintetizó los puntos principales de la misma en los siguientes términos: “1 - (…) El conflicto suscitado en Leticia es el resultado de un movimiento popular y patriótico de los peruanos, y no como se creyó en un principio (…) un golpe estratégico del gobierno para ganarse la voluntad de los loretanos desafectos. Otra cosa será que el coronel Sánchez Cerro aproveche las circunstancias para su beneficio particular. (…)  2 - La situación verdadera de nuestra región amazónica es bastante desconocida para los colombianos que estamos tan lejos de aquellos parajes. (…). 3 -  La cesión de Leticia a Colombia contrarió profundos intereses de los loretanos. Después que el territorio pasó a jurisdicción colombiana, muchos de los habitantes peruanos se han visto hostilizados por los colombianos.  4 – Los peruanos, inclusive los apristas, de la oposición, consideraban el Tratado Salomón-Lozano desventajoso para el Perú y querían una revisión del mismo. 5 – Los peruanos no ven por qué Colombia tenga necesidad de un puerto sobre el Amazonas, si ya posee costas sobre dos océanos y salidas por el Orinoco y por el Putumayo que conducen al Amazonas. 6 – Leticia (…) [según los peruanos]  es la puerta de nuestro comercio con aquella región y la posición estratégica más importante de toda la comarca. Leticia, población de unas 500 almas nada más, es una especie de Gibraltar del Amazonas, pues está edificada sobre un peñón casi inexpugnable; domina por completo el río y puede cerrar fácilmente el comercio del Amazonas o impedir los movimientos navales de las fuerzas peruanas en esas aguas. Leticia colombiana es un peligro para el Perú, pues si el actual gobierno colombiano es pacífico y respetuoso de los tratados, los peruanos desconfían, sin embargo, del porvenir, y no quieren ver la puerta de su comercio amazónico guardada por un baluarte extranjero (…). 7 -  (…) El señor Villamil Fajardo [la máxima autoridad civil en Leticia] y algunos otros ciudadanos colombianos cometieron un error al decir, antes de firmarse el tratado, que Leticia iba a ser declarada puerto libre. Esto causó gran desasosiego entre los peruanos, pues significaría la ruina de Iquitos: todo el comercio, que es en su mayoría extranjero, se desviaría por Leticia y esa llegaría a ser la ciudad de importancia, mientras que Iquitos moriría poco a poco”. [12]

Sánchez Cerro, el dictador peruano, trataría de hacer que el conflicto colombo-peruano lo beneficiara personalmente a él. Al respecto Héctor A. Morey dijo lo siguiente, en la entrevista hecha por Jorge Cárdenas Nanneti:  “Aunque Sánchez Cerro no haya sido el instigador del conflicto, sí será su indiscutible beneficiario. El no trabajará más que por su conveniencia personal y tratará de sacar el mejor partido posible de la situación. Su proyecto principal es el de permanecer en el poder a todo trance. Si a ello le ayuda la retención de Leticia, la retendrá, o tratará de retenerla por la fuerza. Si, por el contrario, juzga que el asalto a Leticia y el apoyo del gobierno peruano a ese ataque pueden minar las bases de su poderío, entonces no vacilará en hacer devolver Leticia a Colombia”.[13]

Vale la pena aclarar, a esta altura, los términos del Tratado Salomón-Lozano, que fue firmado en Lima el 22 de Marzo de 1922 (por Fabio Lozano T. y A. Salomón, respectivos ministros representantes de los gobiernos de Colombia y Perú). El Tratado fue ratificado en Bogotá, el 17 de Marzo de 1928, por el Ministro de Relaciones Exteriores, habiendo sido promulgado el 4 de Abril de 1928.

Estos son los términos fundamentales del Tratado: “(…) Colombia declara que pertenecen al Perú, en virtud del presente Tratado, los territorios comprendidos entre la margen derecha del rio Putumayo, hacia el oriente de la boca del Cuhimbé, y la línea establecida y amojonada como frontera entre Colombia y el Ecuador, en las hoyas del Putumayo y del Napo, en virtud del Tratado de Límites celebrado entre ambas repúblicas el 15 de Junio de 1916. Colombia declara que se reserva respecto del Brasil sus derechos a los territorios situados al oriente de la línea Tabatinga-Apaporis, pactada entre el Perú y el Brasil por el Tratado de 23 de Octubre de 1851. Las Altas Partes contratantes declaran que quedan definitiva e irrevocablemente terminadas todas y cada una de las diferencias que, por causa de los límites entre Colombia y el Perú, habían surgido hasta ahora, sin que en adelante pueda surgir ninguna que altere de cualquier modo la línea de frontera fijada en el presente Tratado”. [14]

Al respecto del significado del Tratado Salomón Lozano en el contexto de la política internacional, escribía Alfredo Michelsen en editorial del diario El Espectador: “(…) Todos sabemos que (los territorios peruanos) fueron cedidos a cambio de porciones mayores de territorio colombiano, en un Tratado libremente consentido por ambas partes, ratificado por los dos parlamentos, registrado por uno y otro país en la Sociedad de las Naciones, y que ya surtió sus efectos en la demarcación de la frontera común, y la entrega mutua de territorios por las comisiones mixtas (…)”. [15]

En cuanto a los principales hechos que se sitúan en los orígenes del conflicto, he aquí el resumen realizado por el líder aprista, el peruano Héctor A. Morey, en la entrevista concedida en Nueva York al periodista colombiano Jorge Cárdenas Nanneti: “(…) En cuanto a la naturaleza del conflicto, recuerde Usted cómo se han desarrollado los acontecimientos: Primero, el asalto inesperado al puerto colombiano de Leticia por un grupo de peruanos residentes, según se dice, en Caballo Cocha, en la hacienda Victoria y en el mismo Leticia; inmediatamente, manifestaciones de alegría en Iquitos, donde se obligó a renunciar el cargo de prefecto (gobernador) y comandante de armas al comandante Ugarte, por haber sido quien en tiempos de Leguía hizo entrega de los territorios cedidos, según el tratado Lozano-Salomón. Al retirarse Ugarte se encarga provisionalmente de la prefectura de Loreto el comandante Isauro Calderón, sanchezcerrista, y se constituye en aquella ciudad una junta patriótica integrada por peruanos pertenecientes a todos los partidos, entre los cuales se destacan el ingeniero Oscar Ordóñez (uno de los que dirigieron el asalto a Leticia), hijo de un antiguo comandante de armas de la región; Marcial Saavedra, aprista, cuyo hermano está desterrado por el gobierno; Ignacio Morey Peña, aprista (hermano del entrevistado); Pedro del Aguila Hidalgo, sanchezcerrista, primo del diputado civilista por Loreto; Manuel Morey, independiente (primo del entrevistado); Guillermo Ponce de León y el ingeniero Aranda. Luego, el nuevo prefecto enviado de Lima, señor Oswaldo Hoyos Osores, es recibido con entusiasmo por todo el pueblo de Iquitos sin distinción de partidos (….)”.

“(…) En un principio, – continúa Héctor A. Morey – y al tener conocimiento de que varios apristas se hallaban comprometidos en el movimiento, el gobierno temió que se tratara de una conspiración revolucionaria, y por eso no dio cuenta de los sucesos hasta asegurarse de que el movimiento tenía carácter popular y nacionalista, y no iba contra el régimen de Sánchez Cerro. Así explica también por qué el gobierno peruano dijo primero que eran comunistas los asaltantes de Leticia (…). Se dice que de Lima salieron dos regimientos, uno por la vía del a Oroya y el río Ucayali, y otro por el norte, o sea por Cajamarca, hacia Iquitos. El gobierno dijo que iban a debelar la insurrección, pues se creía en un principio que de rebelión contra Sánchez Cerro se trataba (…). La noticia tenía un doble efecto: primero, ganarse el favor de los loretanos, que pidieron desde Iquitos el apoyo de las fuerzas armadas; segundo, hacer creer en el exterior que el gobierno no tenía nada que ver con el asalto a Leticia, sino que, por el contrario, enviaba tropas a debelar la insurrección”. [16]

A su vez, el diario colombiano El Espectador hacía el siguiente recuento de los hechos de la toma de Leticia: “Trecientos peruanos armados de ametralladoras y rifles asaltaron la población indefensa, apresaron las autoridades y se robaron los fondos. Las familias se refugian en las poblaciones brasileñas vecinas. Nuestros distinguidos compatriotas general Max Carriazo y doctor José María Pantoja, nos dirigen desde Manaus, Brasil, el siguiente interesantísimo despacho telegráfico, sobre los sucesos ocurridos el primero de Septiembre pasado en Leticia: Manaos, Septiembre 2. Vía Barbados. (Demorado por un error en el servicio). Espectador – Bogotá. En la madrugada de ayer, 1º de Septiembre, según informaciones fidedignas que han llegado aquí, trescientos civiles peruanos, comandados por el coronel Oscar Ordóñez, armados con ametralladoras y rifles, asaltaron e invadieron la población colombiana de Leticia, que se hallaba indefensa, apoderándose de ella. Apresaron al intendente, señor Villamil Fajardo, y todas las autoridades de la administración pública, y se robaron los fondos de la Intendencia, que estaban guardados en las cajas de la administración de hacienda. Otros mensajes, también recibidos hoy en esta ciudad, dan cuenta de que las autoridades colombianas fueron expulsadas del puerto de Leticia, quedando así los peruanos como dueños absolutos de esa indefensa parte del territorio nacional, violado infamemente. Las familias de los colombianos que residían en el puerto amazónico de Leticia, se vieron obligadas a huir en presencia de los invasores, para buscar refugio en las poblaciones vecinas de nacionalidad brasileña. Consideramos urgentísimo que el gobierno de Colombia tome inmediatas y enérgicas medidas, para expulsar a los invasores peruanos y evitar la humillación nacional. Max Carriazo, José María Pantoja”. [17]

Con motivo de las primeras reacciones del gobierno colombiano, que envió a Leticia dos navíos cañoneros con tropas para retomar el puerto fluvial, el diario bogotano El Tiempo publicaba el siguiente titular: “El Perú prepara un golpe de mano sobre los cañoneros y las tropas colombianas”. [18]
El General Amadeo Rodríguez y sus oficiales colaboradores, junto con personal civil de la guarnición de Puerto Asís, el 4 de Diciembre de 1932, poco antes de su partida para Bogotá  (Foto: álbum de familia).
Acerca del papel que, según el presidente peruano Sánchez Cerro, le correspondía al Perú en el concierto internacional, el periodista Paco Lince, de El Tiempo, citaba las palabras del mandatario: “Más de treinta años de vida pública me han hecho comprender que en América no deben existir sino tres países, tres grandes países: Colombia, Perú y Argentina. Colombia tiene ya con lo que tiene, que es mucho; Argentina, aunque allí los argentinos se pueden contar con los dedos, pues es una nación sin fisionomía propia, también tiene bastante; pero el Perú sí no puede tolerar una fajita modesta de Chile, ni eso del Ecuador, que son los portugueses americanos. Allí no hay sino mujeres bonitas y poetas malos; los hombres no aparecen por ninguna parte. Ah! Se me olvidaba el Brasil… Pero eso lo hablaremos después. Ustedes son muy amigos del Brasil, no?... Sí, Ustedes son muy amigos…”. El periodista Paco Lince escribía a continuación: “Los ojos del coronel peruano, hundidos en dos bolsas obscuras, tenían un opaco fulgor de tragedia. No miraban rectamente, de frente, sino de modo oblicuo.  La astucia del indio ancestral tenía en ellos su natural escondite (…)”. [19] Haciendo referencia a lo que su nombre significaba, decía el presidente peruano: “(…) Eso lo tengo por experiencia. Mi nombre debe estar siempre por encima de todo. El cerro es la cumbre y encima de la cumbre está mi nombre. Por eso escribo siempre CERRO”. [20]

La personalidad de Sánchez Cerro se caracterizaba porque estaba tallada para el ejercicio autoritario del poder, aunado a las escasas luces. Da testimonio de esto la materia de prensa sobre la conferencia pronunciada en Panamá por Sánchez Cerro, cuando era aspirante a la presidencia del Perú, a comienzos de 1932. Este es el tenor de la citada nota: “Las ideas del Presidente del Perú. Sus conceptos geográficos y su cultura, según la conferencia que dictó en el Club Unión de Church, Balboa – Panamá (1932). La conferencia de anoche dictada por el aspirante a la Presidencia del Perú, comandante Sánchez Cerro, culminó en su estruendoso fracaso. El selecto público que acudió a escuchar al conferencista fue defraudado por la ignorancia y la poca preparación de éste.  Los peruanos residentes en Panamá protestan por la forma tan triste en que Sánchez Cerro exhibió al Perú”.[21]

La prensa de los Estados Unidos consideraba que el ataque a Leticia no había tenido motivos nacionalistas de peruanos de la región de Loreto descontentos con los límites fijados por el Tratado Salomón-Lozano (como otros informes de prensa habían destacado, en Perú y en Colombia). La causa más importante era de índole militar y política. Al respecto, es muy significativa la materia vehiculada por El Tiempo en los siguientes términos: “The New York Times publica hoy [19 de Noviembre de 1932] un despacho procedente de Rio de Janeiro [en el cual se informa que] el ataque de los peruanos a la población colombiana de Leticia fue premeditado cautelosamente y preparado anticipadamente con precisión militar (…). Agrega la información que aun cuando es cierto que el pueblo de Iquitos apoyó después el asalto de Leticia, la iniciativa de ese atentado no tuvo origen popular, sino que se fraguó en los círculos militares (…)”. [22]

El periódico El Tiempo destacaba, además, el carácter ambiguo de la política peruana que, por una parte, hacía creer que la ocupación armada de Leticia era obra de civiles descontentos con el Tratado Salomón-Lozano, cuando, por otra, se trataba de una acción militar. A propósito, el citado matutino comentaba: “(…) La ocupación militar del puerto de Leticia quedó ya confirmada: en esta forma se define claramente la política ambigua que ha venido sosteniendo el Perú (…)”. [23]

Los principales hechos que tuvieron lugar durante la guerra se pueden resumir de la siguiente forma: después de la llamada “Hegemonía Conservadora” con el Partido Conservador en el poder durante 45 años, las elecciones de 1930 dieron el poder a los liberales, quienes gobernaron hasta 1946. El gobierno de Enrique Olaya Herrera (1880-1937), elegido en 1930, se denominó “Concentración Nacional” y reconoció a los sindicatos con la finalidad de controlar el descontento social y ganarse el apoyo de los sectores obreros. El conflicto con el Perú se dio en este contexto. Era la primera vez, en el siglo XX, que Colombia medía armas, en una guerra formal, con un enemigo situado en el exterior. En 1911 las tropas colombianas habían sido derrotadas por los peruanos en la localidad de La Pedrera, como recordamos anteriormente. Pero este episodio no llegó a convertirse en un conflicto generalizado.
La guerra con el Perú representó, así, una nueva situación para la sociedad colombiana, que se vio abocada a enfrentar combates terrestres, fluviales y aéreos, sin tener experiencia próxima en éstos. El esfuerzo para maximizar resultados fue grande y la sociedad tuvo que darle un decidido apoyo al gobierno en estas nuevas circunstancias. Fueron muy significativas las escenas patrióticas de familias entregando sus joyas para recaudar fondos de guerra o de civiles ofreciéndose en las unidades militares de todo el país para luchar en el frente. Hubo manifestaciones de apoyo a las Fuerzas Militares colombianas en varias ciudades. Los partidos políticos, con excepción del comunista (seguidor, como es de praxis, de la absurda tesis de la “revolución proletaria” a nivel mundial) manifestaron pleno apoyo al gobierno. Los liberales, con todo, le daban énfasis también a las negociaciones diplomáticas. Los conservadores, por la boca de su líder Laureano Gómez (1889-1965), pregonaban la “paz en el interior y la guerra en la frontera”. El conflicto colombo-peruano le permitió al país reorganizar el Ejército, así como darle el puntapié inicial al surgimiento de la Fuerza Aérea, además de avanzar en la organización de una Marina de Guerra moderna.

El “florero de Llorente” del conflicto consistió en la toma de Leticia [24] por los peruanos. Esto ocurrió el 1 de septiembre de 1932, cuando un grupo de 48 ciudadanos (de Iquitos y Pucallpa), al mando del Ingeniero Oscar Ordóñez y del Alférez retirado del Ejército Juan Francisco de La Rosa Guevara, junto con aproximadamente 200 soldados de la guarnición de Chimbote, invadieron la población colombiana de Leticia para reclamarla como peruana, capturando a las Autoridades y a la Guarnición allí destacada y que estaba integrada por 18 policías comandados por el Coronel Luís Acevedo. Entre los prisioneros civiles se encontraba el intendente del Amazonas, Alfredo Villamil Fajardo. El contingente de la policía y las autoridades fueron obligados a abandonar Leticia, habiéndose refugiado todos ellos en poblaciones limítrofes del Brasil.
El dictador peruano Sánchez Cerro (Foto: Wikipedia).

Colombia, a la sazón, no estaba preparada para hacerle frente a un conflicto internacional. Los peruanos ya habían derrotado las tropas colombianas en el episodio de La Pedrera, en 1911. La situación del Ejército colombiano era precaria al comienzo de la década del 30. Contaba apenas con 6.200 hombres, en una época en que la población del país llegaba a 9 millones de habitantes. Contrastaba con esta situación la superioridad de las Fuerzas Armadas peruanas que estaban integradas por 17.027 efectivos, distribuidos así: 8.955 hombres del ejército, 1.755 de la marina, 280 de la aviación y 6.037 policías; los peruanos contaban, además, con submarinos, cañoneros y lanchas; su aviación estaba conformada por cuatro aviones y seis hidroaviones. Con el comienzo de las hostilidades, los peruanos adquirieron materiales de guerra del Japón, lo que les permitió tener un poderío aéreo superior al colombiano.

En 1930, la Quinta Región de Montaña, era una unidad militar que tenía jurisdicción sobre el Loreto peruano. Estaba integrada por una división al mando del Coronel Oscar Ordóñez en el puerto Amazónico de Iquitos. Esta guarnición, en Iquitos, tenía un batallón mixto, un grupo de artillería, un batallón de ingenieros, un cuerpo de guardia civil compuesto por 400 hombres, una flotilla de guerra con base en Itaya, compuesta por un comando y los cañoneros “América”, “Napo”, “Cahuapana”, “Iquitos” y “General Portillo”. Había, además, una flota aérea compuesta de comando, seis hidroaviones y cuatro aviones. Entre Iquitos y Leticia existía el puerto de Chimbote con una guarnición de cuarenta hombres. Además estaban activas otras guarniciones sobre el río Putumayo, que definía el límite entre ambas naciones.

El Ejército colombiano trasladó al área del conflicto un contingente de 3.700 hombres, 700 de los cuales en el navío “Boyacá”, que se desplazó desde Barranquilla hasta Belem do Pará al mando del general Efraím Rojas. Los restantes combatientes siguieron por tierra desde Bogotá, en varios contingentes que se desplazaron entre 1932 y 1933 hacia el Caquetá y el Putumayo, quedando al mando del general Amadeo Rodríguez.

Es importante destacar que los gobiernos liberales de Colombia miraban las Fuerzas Armadas con desconfianza, en virtud principalmente de las simpatías conservadoras de los oficiales del Ejército. El estudioso Adolfo León Atehortúa Cruz informa que esa situación se reflejó en la disminución del presupuesto para el Ministerio de Guerra al comienzo de los años 30.[25] El gobierno de Olaya Herrera no quería la guerra con el Perú, acordándose de la derrota sufrida por las tropas colombianas en el episodio de La Pedrera.[26] Los políticos liberales llegaron hasta el extremo de pensar en negociar la validez del Tratado Salomón-Lozano, siguiendo en esto las sugerencias hechas por el gobierno brasileño. Sin embargo, el Ministro Plenipotenciario de Colombia en Francia, general Alfredo Vásquez Cobo (1869-1941), respetado líder conservador, logró convencer a Olaya Herrera de que era necesario luchar por la defensa de la frontera y presentó un plan que consistía en llegar con una flota naval de guerra por el Rio Amazonas a la zona del conflicto, mientras que las tropas colombianas avanzaban por tierra, desde las guarniciones instaladas en el Alto Putumayo y en la región amazónica por el general Amadeo Rodríguez, Jefe Civil y Militar de la frontera.[27] Vásquez Cobo fue encargado por el gobierno de la adquisición de los navíos en Europa y de organizar y dirigir su traslado hasta el Amazonas. Para esta decisión fue fundamental la mediación de Eduardo Santos (1888-1974), residente a la sazón en Paris.

Con miras a permitirle al Ejército realizar sus acciones de logística y de vigilancia en la frontera amazónica, fue concluida la vía Neiva-Garzón-Florencia y se completó la carretera que unía a Popayán y a Pasto con el tramo que iba hasta Puerto Asís en el Putumayo. Estas labores fueron adelantadas bajo la dirección del general Amadeo Rodríguez, Jefe Civil y Militar del Amazonas. El armamento con que se contaba eran fusiles Mauser, algunos cañones y pocas ametralladoras. Para elaborar la estrategia de combate el Ejército colombiano contaba con la asesoría del general chileno Francisco Javier Díaz (que fue director de la Segunda Misión Chilena ante el Ejército de Colombia en 1909). Paul Gautier (antiguo miembro de la Misión Suiza de 1926) se desempeñaba como instructor. Fue renovado el contrato con dos instructores alemanes que servían en la Escuela Militar de cadetes, los oficiales Hans Schueler y Hans Berwig. La dirección general de las operaciones, como se informó, estuvo a cargo del general (retirado) Alfredo Vásquez Cobo. Al entregarle el mando, el gobierno liberal tuvo dificultades para convencer a los oficiales de la activa y a las tropas. Pero prevaleció esta decisión que buscaba no darle mucha visibilidad a un general de la activa (como era el caso de Amadeo Rodríguez, Jefe Civil y Militar del Amazonas, o de Efraím Rojas, Comandante del Destacamento Amazonas).

A fines de 1931 el General Amadeo Rodríguez había sido nombrado Jefe de Fronteras, cargo que asumió en Florencia, Caquetá. Investido de amplias facultades y más importante, recursos suficientes, llegó para impulsar el desarrollo de la colonización, fomentar la navegación en los ríos Caquetá, Putumayo y Amazonas para enlazar las diferentes guarniciones y colonias agrícolas, establecer comercio entre ellas y abastecer las tropas que guarnecían las fronteras.

En lo que se refiere a la Marina de Guerra (que era prácticamente inexistente antes del conflicto colombo-peruano) fueron adquiridos en Francia (con la intermediación del general Vásquez Cobo, como ya se destacó), el crucero de combate “Mosquera” y el minador “Córdova”; en Portugal fue contratada con firmas inglesas la construcción de los destructores “Caldas” y “Antioquia”; en el Amazonas se compró, en Belem do Pará, el buque inglés “Bogotá”, con la finalidad de remolcar el navío-hospital “Yamary” (comprado a los brasileños); por último, el gobierno compró en Estados Unidos el buque “Boyacá”. La flota fluvial adquirida en el Amazonas se juntó a los cañoneros “Cartagena” y “Santa Marta”, que operaban en el Alto Putumayo. La Marina de Guerra consolidó su capacidad de operación con la construcción de la Base Naval de Cartagena, amén de las bases fluviales del Magdalena y del Putumayo. Por otra parte, las cañoneras de mar “Pichincha”, “Carabobo” y “Junín” fueron adscritas al Ministerio de Defensa, pues anteriormente eran administradas por la Pasta de Hacienda.

La Fuerza Aérea colombiana era pequeña, pues contaba apenas con 16 aviones: tres Fledgling J-2 de entrenamiento, ocho Wild X de observación y ataque, cuatro Osprey C-14 de entrenamiento y un Falcon 0-1 de combate que volaban desde la única Base Aérea con que se contaba, la de Madrid, en las inmediaciones de la capital de la República. Allí estaba ubicada la Escuela Militar de Aviación. Por el contrario, la aviación peruana estaba mejor dotada y disponía de muchos más pilotos y aviones que la colombiana. Había Bases Aéreas organizadas en el nororiente del país, situadas en Puca, Barranca y Pantoja, sobre el río Napo, en Itaya, cerca de Iquitos y en la misma Leticia poco después de la ocupación. Los peruanos disponían, además, de dos escuadrones de entrenamiento, uno de reconocimiento, uno de enlace, uno de transporte, uno aeronaval y seis de combate; todas estas aeronaves integraban la aviación militar enemiga con más de dieciocho tipos de aeronaves diferentes.

Mientras las Fuerzas Armadas colombianas esperaban la llegada de los aviones que habían sido comprados en Estados Unidos y Alemania, viajaron para la zona del conflicto dos Junkers F-13, dos W-34, dos Ju-52, dos Dornier Wal Do-J y un Merkur Do-K, que fueron provistos por SCADTA con sus respectivas tripulaciones de pilotos y mecánicos, en su mayoría de origen alemán. Poco después llegaron otros Junkers incluyendo tres K-43, dos Dornier de Alemania, 30 Hawk II F-11, dos Commodore P2Y-1 y 22 Falcon F-8 de Estados Unidos.

Por otra parte, el gobierno nacional tuvo que resolver el problema de la falta de personal y de Bases Estratégicas. Fueron creadas Bases Auxiliares, la primera de ellas la de Flandes, seguida por la de Caucayá sobre el río Putumayo, donde estaba concentrado el grueso de las tropas colombianas; fue creada otra base a orillas del río Igaraparaná, cerca del actual Puerto Arica; otra en el río Caquetá, en las inmediaciones del puesto militar de la Tagua y una en las cercanías de Curiplaya, que recibió el nombre de Puerto Boy, en homenaje al Coronel alemán Herbert Boy, que se destacó por los relevantes servicios prestados a Colombia durante el conflicto.

Fueron creadas también otras bases de menor importancia estratégica en Potosí, a orillas del río Orteguaza, así como las Bases Anfibias del Atlántico en Cartagena, y del Pacífico cerca de Buenaventura. Esas fueron desactivadas en 1936 y 1949, respectivamente.

Las principales acciones tuvieron lugar entre enero y mayo de 1933 en Puerto Arturo, Tarapacá, Buenos Aires, Güepí, Puerto Calderón y el río Algodón. El 29 de enero de 1933, en Puerto Arturo, las fuerzas colombianas conquistaron territorios en la margen derecha del río Putumayo, en territorio peruano. El 14 de febrero la aviación militar recuperó Tarapacá, situada en la frontera con el Brasil, que poco antes había caído bajo dominio peruano. También fue recuperado el puerto fluvial de Buenos Aires, situado en la margen derecha del río Cotuhé, en operaciones ocurridas el 18 de marzo.

La acción más importante, ocurrida el 26 de marzo de 1933, tuvo como palco la población de Güepí, que abrigaba una guarnición peruana sobre la orilla derecha del río Putumayo. La Fuerza Aérea colombiana entró en combate con 11 aviones de ataque, seis Hawk II F-11, tres Wild X y dos Osprey C-14 de caza y bombardeo. El enfrentamiento se extendió por ocho horas. La Fuerza Aérea bombardeó pesadamente las posiciones peruanas, a fin de que las tropas colombianas, por tierra y por río, las ocuparan definitivamente.  Al final de la tarde, el Ejército peruano tuvo que retirarse  dejando abandonados prisioneros, heridos, muertos, armas y municiones, material de guerra y varios aviones militares. En Puerto Calderón, sobre la margen izquierda del río Putumayo, tuvo lugar otro combate. La última refriega ocurrió en el río Algodón, en donde fue derribado un Douglas 0-38 peruano. El avión fue llevado a Puerto Boy en enero de 1934, habiendo sido devuelto poco después al gobierno peruano.

Después de terminado el conflicto el 25 de mayo de 1933, la Fuerza Aérea colombiana poseía 42 pilotos, 35 mecánicos, 60 modernos aviones, además de la Base Aérea de Palanquero en Puerto Salgar, Cundinamarca; las Bases Auxiliares de Tres Esquinas, Puerto Boy, Caucayá, Flandes, Puerto Arica y Potosí y, en proceso de organización, la Base Aérea de “El Guabito” en Cali, Valle del Cauca, a donde en septiembre de ese año fue trasladada la Escuela Militar de Aviación, desde Madrid, Cundinamarca. Las Bases Auxiliares, que se habían creado durante el conflicto fueron desactivadas y substituidas por la nueva Base Aérea de Tres Esquinas, Caquetá, actualmente Base Aérea “Ernesto Esguerra Cubides”, sede del Comando Aéreo de Combate No. 6.

Durante los nueve meses del enfrentamiento armado, la aviación militar colombiana perdió cuatro pilotos y cuatro mecánicos, tres colombianos y un alemán en cada caso, en accidentes aéreos pero ninguno en combate. Fueron derribados por los peruanos cuatro aviones: un Falcon O-1, un Osprey C-14, un Junkers F-13 y un Hawk II F-11. La Guerra con el Perú fue un conflicto con pocas bajas. Los muertos no llegaron a 50, entre peruanos y colombianos.

Los acontecimientos sucedidos en Lima a fines de Abril de 1933 precipitaron el término del conflicto. El día 30 de ese mes fue asesinado Sánchez Cerro en el Hipódromo Santa Beatriz, por un militante del partido aprista. El primer mandatario peruano había comparecido a una solemnidad con el fin de pasar en revista a los 25.000 soldados que partirían para el frente amazónico. Su sucesor, el general Oscar Benavides (1876-1945), quien había comandado la derrota que los colombianos sufrieron en La Pedrera en 1911, había sido desterrado por Sánchez Cerro a Londres, en donde se tornó amigo del embajador colombiano Alfonso López Pumarejo (1886-1959), Jefe del Partido Liberal. Benavides se reunió con él 15 días después en Lima y acertó los términos que marcaron el fin de las hostilidades, dando lugar a la negociación diplomática que culminó con la firma del Tratado de Rio de Janeiro el 19 de Junio de 1934. La legación colombiana estuvo integrada por el diplomático Roberto Urdaneta Arbeláez (1890-1972), el poeta Guillermo Valencia (1873-1943) y el periodista Luis Cano Villegas (1885-1950).

Perú aceptó entregar Leticia a una comisión de la Sociedad de Naciones, que permaneció un año estudiando posibles alternativas para una solución definitiva al conflicto. Trece días después de terminadas las hostilidades, Colombia entregó al Perú, por su parte, la guarnición de Güepí, además de la entrega de todos los prisioneros de guerra y del material bélico incautado durante el conflicto.

3 – La participación del general Amadeo Rodríguez en el conflicto como Jefe Civil y Militar del Amazonas.

El general Amadeo Rodríguez fue nombrado Jefe de la Frontera y Comandante de las Guarniciones en el Amazonas, el 15 de Diciembre de 1931. El texto del decreto de Ministro de Guerra Carlos Arango Vélez (1897-1974) rezaba así: “El objeto fundamental de sus actividades ha de ser la tutela de los derechos de Colombia en las fronteras con las repúblicas del Sur, de conformidad con los tratados públicos y teniendo en cuenta, en cada ocasión, las exigencias del honor del país, del Ejército y del Poder Ejecutivo”.[28] Amadeo Rodríguez, a la sazón coronel, colaboró estrechamente con el Ministro de Guerra en el diseño y realización de la política de colonización y seguridad del sur del país, con miras a impedir cualquier tentativa peruana de ocupar nuevamente los espacios territoriales que pasaron a formar parte del territorio nacional colombiano después de la firma del Tratado Salomón-Lozano. Punto central de las preocupaciones del coronel Amadeo era la rápida ocupación de las dos propiedades que pertenecían aún a ciudadanos peruanos en la región fronteriza: la Casa Arana, en el Putumayo, y la hacienda La Victoria, cerca de Leticia. Cuando estalló la guerra, en Septiembre de 1932, el coronel Amadeo era, en el Ejército, la persona que más conocía acerca de la problemática de la frontera con el Perú. [29] A pesar de esto, la recomendación hecha al gobierno central por el nuevo Jefe Civil y Militar de la frontera, para que fuesen adquiridas por la Nación las propiedades antes mencionadas, fue interpretada por el Ministro de Relaciones Exteriores, Roberto Urdaneta Arbeláez, como fruto de la búsqueda de ventajas personales por parte del coronel Rodríguez, quien a fines de ese año fue ascendido al grado de general, antes de su viaje a Bogotá. La falsa denuncia del canciller causó malestar en el Ejército. Con el ascenso, las autoridades le quitaban credibilidad a Urdaneta Arbeláez.

La prensa de Bogotá destacaba el alto espíritu que animaba tanto al Jefe Civil y Militar como a las tropas que comenzaban a ocupar la región amazónica. En extensa materia sobre el particular, el corresponsal del diario El Tiempo, Roberto García Peña [30] (que sería, años después, director de este matutino), se refirió desde Cali, a comienzos de Diciembre de 1932, a los meses de labores en la región amazónica del recientemente ascendido a general, Amadeo Rodríguez, informando que éste había sido convocado para participar en el curso de información del Estado Mayor General, que sería dictado por el general chileno Francisco J. Díaz, asesor del Ejército. Se llamaba la atención, en la  citada materia, para la reserva impuesta por las autoridades con motivo de la llegada del Jefe Civil y Militar del Amazonas, con el fin de evitar manifestaciones populares:

“En el tren de las cinco y media de la tarde llegaron a la ciudad el general Amadeo Rodríguez, Jefe Civil y Militar de la Frontera Sur, Carlos Largacha Manrique, asesor jurídico de la Jefatura; el teniente Miceno Martínez, ayudante don José Anaya, ingeniero, don Pedro Julio Añez secretario y don Gustavo Piqueros, técnico de telégrafos. Hasta la estación salieron a encontrar a los distinguidos viajeros el Gobernador doctor Ossa, el Secretario de Hacienda doctor Adán Uribe, el Alcalde de la ciudad don Mario Zamorano, el suscrito corresponsal y los oficiales del comando de la brigada (…). Dice el general Rodríguez que el estado de las tropas en la frontera es admirable y que en todas las guarniciones reina fervoroso entusiasmo; que gracias a la disciplina irrestricta y al cariño que los soldados tienen al general, se han podido controlar, evitando así prematuras actuaciones, pues su mayor deseo es el de actuar cuanto antes sea posible (…). Exalta también la cooperación valiosísima de los aviadores alemanes, especialmente el mayor Boy, elogiando igualmente a los pilotos colombianos. El general me manifiesta que hasta ahora ha habido solamente dos muertos, por accidentes de natación. Uno de ellos fue un indio coreguaje, perteneciente a la compañía del subteniente César Abadía que se ahogó en el Caquetá. Abadía al tener conocimiento del suceso, se entregó toda la noche a la búsqueda del cadáver, el cual halló largo rato después. Entonces el subteniente, impresionadísimo, abrazó el cuerpo del soldado muerto. En este instante, el padre del indio que se hallaba cerca, se le acercó y le dijo: No se preocupe, subteniente. Yo tengo siete hijos más que están a sus órdenes. Yo mismo me ofrezco para entrar en reemplazo de mi hijo muerto. El general Rodríguez ordenó insertar este bellísimo gesto en el orden del día, exaltando la nobilísima actitud de Abadía y el ofrecimiento del indio”.

Continuaba así su materia el periodista García Peña: “Agrega el general que los indios prestan valiosísimos servicios, especialmente en los transportes y en las trochas, siendo amigos abnegados de los oficiales de todas las guarniciones, y siendo también especialmente útiles en la guarnición que está a cargo del teniente Ayerbe. Cuenta también el general la estupenda camaradería que reina entre las tropas. Los bogotanos han constituido la alegría de las guarniciones, formando murgas y haciendo gracejos en las noches de descanso, con lo cual todos los soldados se divierten enormemente (…). Hablando con el general sobre el embrujo de la selva, me dice que el encantamiento de que habla Rivera en La Vorágine consiste en el anhelo de no salir nunca de ella por la atracción extraordinaria que ejerce sobre el individuo, lo cual demuestra la amabilidad de la vida en esas regiones. El general me manifiesta su absoluta confianza en él y en sus tropas que sabrán corresponder al fervoroso anhelo nacional de la defensa del honor de la Patria. Así mismo pondera el magnífico estado de los cuatro cañoneros y las insuperables condiciones del vapor Nariño (…). El general Rodríguez seguirá mañana en unión de sus compañeros rumbo a Bogotá, pues se propone asistir al curso de información del Estado Mayor General, que dictará el general Díaz. Su llegada estuvo rodeada de gran reserva, para evitar las manifestaciones públicas que el pueblo hubiera hecho al  Jefe Civil y Militar de la frontera amenazada".

El general Amadeo Rodríguez destacaba la unidad que reinaba en las tropas colombianas acantonadas en el sur. Al respecto, declaraba al diario El Tiempo el 10 de Diciembre de 1932: “(…) En todas partes hay fe absoluta en la acción militar del gobierno nacional, y debo también decirlo, tienen fe en el que les habla, porque así me lo han manifestado no sólo los soldados sino también los trabajadores, los ingenieros y los médicos de las comisiones sanitarias. Todos ellos han visto en mí no a un superior sino al compañero que les sirve de estímulo en los trabajos y en la lucha y que parte con ellos el pan y la labor diaria”. [31] Contrastan estas declaraciones acerca de la situación positiva de las tropas colombianas y del personal civil de apoyo, con lo que el general Amadeo escribía, años después, en su libro Caminos de guerra y conspiración, acerca de la precaria situación en que fueron encontradas las tropas peruanas: “La situación de las guarniciones peruanas, su número, condiciones de alojamiento, salud y materiales bélicos (…) eran asilos de miseria, sobre todo las de Güepí”.[32]

Las tropas acantonadas en la región amazónica bajo las órdenes del general Rodríguez sólo esperaban la orden de atacar y estaban en excelentes condiciones de preparación física y moral, lo que revela la gran capacidad de organización y de liderazgo del Jefe Civil y Militar del Amazonas. He aquí un testimonio periodístico de gran valor, por cuanto su autor tomó parte en las actividades militares de la frontera; se trataba de un joven radiotelegrafista, natural de Ocaña, que estuvo en el sur desde 1931: “(…) El día 6 de Septiembre (de 1932), al llegar a Puerto Umbría, recibimos orden del jefe de la frontera, general Amadeo Rodríguez, para que regresáramos inmediatamente a Puerto Asís, en donde trabajé hasta el 27 de Septiembre a órdenes de la Jefatura de Fronteras. Después fui nombrado por el ministerio, jefe de la oficina de Caucayá, en donde trabajé hasta el primero de este mes. Nuestras tropas se mantienen en una situación admirable, física y moralmente. La única preocupación de nuestros soldados es el pensamiento de que el día del combate no está próximo. El coronel Rico, jefe del destacamento, se preocupa más por sus soldados que por él mismo  (…)”.[33]

El general Rodríguez permaneció en Bogotá durante los meses de Diciembre de 1932 y Enero de 1933. El 30 de Diciembre, el periódico El Tiempo daba la siguiente noticia: “Un diario de la tarde informó ayer que el general Amadeo Rodríguez partiría en breve para la frontera sur a encargarse de nuevo del comando de las tropas acantonadas en el Caquetá y en el Putumayo. Uno de nuestros redactores habló anoche muy brevemente con el general Rodríguez, quien, con su acostumbrada gentileza, nos manifestó que él había sido el primero en sorprenderse al leer la noticia de su próximo viaje para la frontera. Agregó el general Rodríguez que hasta el momento el gobierno no le había comunicado nada en relación con su regreso al sur del país”.[34] Noticia semejante acerca de la indefinición oficial frente a la partida del general Rodríguez era transmitida por el mismo diario al comienzo de Enero de 1932. La nota decía: “El general Rodríguez, quien regresará al sur, no sabe todavía la fecha en que deba partir, pues hasta el momento no ha recibido órdenes del gobierno (…)”.[35] Por otra parte, era noticiado el 6 de Enero que la tropa colombiana que integraba las fuerzas de tierra ascendía a tres mil hombres. [36]

Aún en relación con la partida del general Rodríguez a la frontera sur, El Tiempo informaba lo siguiente el 12 de Enero de 1933: “(…) Igualmente se nos informa que han sido llamados al servicio para destinarlos al sur, varios de los agentes de policía que pertenecían a las reservas del Ejército y que habían ingresado a ese cuerpo desde años anteriores. Los oficiales del Ejército han recibido órdenes de mantenerse listos para marchar al lugar a que los destine el gobierno. Entre ellos está el general Amadeo Rodríguez y su ayudante el teniente Martínez”.[37] Se informaba también que Eduardo Santos había publicado en París recientemente una obra sobre los sucesos que condujeron al conflicto colombo-peruano.[38] Algunos días después la prensa destacaba el lanzamiento de otra obra sobre el mismo tema, de autoría de Luis Arana Murcia.[39]
Tropas colombianas bombardean posiciones peruanas en la batalla de Güepí (Foto: Wikipedia).
El 17 de Febrero de 1932 el diario El Tiempo daba la noticia del retiro del general Rodríguez en los siguientes términos: “El retiro del general Rodríguez. Se nos informa que entre los oficiales que iban a ser destinados al sur estaba el general Amadeo Rodríguez, uno de los altos oficiales del Ejército que conoce más minuciosamente toda la región amazónica, pero que a última hora el general Rodríguez pidió su retiro del Ejército por causas que desconocemos. Ignoramos también si el ministro de Guerra ha considerado la nota del general Rodríguez, quien estuvo durante algún tiempo listo a recibir órdenes del gobierno para marcharse al sitio que se le destinara”.[40]

El general Rodríguez renunció a su cargo en virtud de la dilación intencional del gobierno central para enviarlo a la zona del conflicto. No se resignaba el Jefe Militar de la Frontera a ser retirado de su cargo, justamente cuando el conflicto llegaba a su auge. Todo su trabajo en la frontera sur iría por agua abajo por una decisión tacaña de burócratas y de políticos de partido, sin que mediase ninguna consideración de patriotismo. Eran evidentes las intenciones de los liberales en el poder para impedir que el general se luciese en el campo de batalla. Pensaban únicamente en las elecciones del año siguiente. Un general conservador laureado en combate, fuera él Vásquez Cobo o Amadeo Rodríguez, constituiría un peligro para el éxito electoral del candidato liberal (que sería el embajador de Colombia en Londres, Alfonso López Pumarejo).

La decisión para la extinción de la Jefatura de la Frontera Sur fue tomada el 4 de Marzo de 1933, poco después de la renuncia del general Rodríguez, en reunión del Alto Comando realizada con el presidente de la República y con el general Vásquez Cobo en la localidad de La Capilla (Cundinamarca). Al respecto, esta era la noticia dada por El Tiempo: “(…) También han conferenciado con el general Vásquez Cobo los ministros de Gobierno y Guerra y el Estado Mayor. El general se niega a hacer declaraciones. (…) A las dos y media de la tarde de ayer (4 de Marzo) el general Vásquez Cobo celebró una conferencia con el Presidente de la República, y a la cual asistieron el ministro de Guerra, el general Francisco de J. Díaz, asesor técnico militar, el general Uribe, jefe del Estado Mayor, el general Aníbal Angel, secretario del ministerio de Guerra y los generales Dousdebés, Balcázar y Rodríguez. Parece que en esta conferencia el general Vásquez Cobo informó sobre el estado actual de las tropas en el sur, sobre sus actuales necesidades y formuló observaciones sobre varios aspectos del asunto (…)”.[41]  Algunos días más tarde, el periódico El Tiempo completaba la noticia acerca de las decisiones tomadas en La Capilla: “(…) Las fuerzas del Alto Putumayo están bajo la jefatura de cada uno de los comandantes de las respectivas guarniciones y obran de acuerdo con instrucciones enviadas por el alto comando de Bogotá, ya que de acuerdo con decreto expedido hace días se suprimió la jefatura civil y militar que antes había en aquella región (…)”.[42]

El 15 de Diciembre de 1933, el general Amadeo Rodríguez fue retirado del Ejército por haberle ofrecido sus servicios militares al Paraguay, entonces en guerra contra Bolivia por la región del Chaco. Qué llevó al general a esta actitud radical? Sin duda alguna que la razón residió, además de la dilación de su envío al Sur para tomar parte en los combates, en el hecho de que el gobierno extinguió la Jefatura Civil y Militar del Amazonas, en un momento en que todo estaba preparado para iniciar las operaciones militares por tierra, con la perspectiva de un apabullante triunfo de las tropas colombianas. Se trató, ciertamente, de una injusta medida para con el general Rodríguez, que había dado pruebas de gran capacidad de organización y de liderazgo entre sus comandados. Lo cierto es que a los políticos liberales no les interesaba que un general de tendencia conservadora se destacara en la línea de batalla. Ya era suficiente la jefatura de las fuerzas colombianas en manos de otro conservador, el general Vásquez Cobo, antiguo jefe militar que se destacó por su triunfo en la Guerra de los Mil días (que terminó en 1903) y por haber sido, además de canciller, ministro de guerra. El propio Vásquez Cobo, poco tiempo después, sería substituido en el cargo de jefe de las tropas colombianas en el conflicto amazónico por el Ministro de Guerra, Carlos Uribe Gaviria (1892-1982) un burócrata liberal y ex militar de baja patente, para regresar a sus antiguas funciones de Ministro Plenipotenciario de Colombia en París.

Conclusión.

Hubo, en el conflicto colombo-peruano, un manejo político-partidista de la estrategia. Los generales conservadores, al mando de Vásquez Cobo, querían definir por las armas el atentado contra la soberanía nacional perpetrado por los peruanos. Ya vimos cómo fue de Vásquez Cobo la definición de las líneas maestras de la estrategia militar colombiana. Los liberales en el poder y ante la perspectiva de nuevas elecciones presidenciales en 1934, no querían correr el riesgo de ver ascender la figura de un líder de la oposición; ese líder seria, sin duda alguna, el general Vásquez Cobo, quien consiguió aunar las mentes y las voluntades del país en torno a la misión de defender los intereses colombianos en el campo de batalla. No solamente eso: los generales conservadores aprovecharon la inminencia del conflicto para darle estructura al Ejército y a las Fuerzas Armadas, como se ha visto en las páginas anteriores. A esa estrategia se sumó, ciertamente, la labor desempeñada por el general Amadeo Rodríguez, Jefe Civil y Militar del Amazonas, con la ocupación de la frontera, lo que les permitió a las tropas el apoyo logístico necesario para los combates que se libraron a partir de Septiembre de 1932. Pero los liberales, comandados desde Londres por Alfonso López Pumarejo, prefirieron la estrategia diplomática.

Vale aquí la apreciación del estudioso Atehortúa Cruz: “La historia de un Ejército sin experiencia concreta en la defensa de la soberanía nacional, era parte de la historia de un Estado que a través del tiempo no había tenido nunca una política orgánica de fronteras. Por esa razón fue tan importante, tanto para el gobierno como para las Fuerzas Armadas, esta experiencia internacional del conflicto colombo-peruano. Sólo que, en las decisiones concretas, las aspiraciones políticas de los civiles y de los partidos no supieron ni pudieron ocultarse. En Colombia, pudo demostrarse, todo pasaba por la política partidista”.[43]
Referencias Bibliográficas

Libros

ARANA Murcia, Luis. La guerra con el Perú. Bogotá: Librería Nueva, 1933.

ATEHORTÚA Cruz, Adolfo León. Militares y civiles: modernización y profesionalización del Ejército en Colombia 1907-1958 (Tesis de doctorado). Paris: École des Hautes Études en Sciences Sociales, 2007.

RODRÍGUEZ, Vergara, Amadeo. Caminos de guerra y conspiración: páginas sobre dos episodios de historia patria contemporánea, escritos por un general de Colombia para los hombres de buena voluntad. 1ª edición, Bogotá: Editorial Centro, 1937.

RODRÍGUEZ Vergara, Amadeo. Caminos de guerra y conspiración y su epílogo. 2ª edición corregida y aumentada. Barcelona: Gráficas Claret, 1955.

VÉLEZ Rodríguez, Ricardo. Castilhismo, uma filosofia da República. 1ª edición, Porto Alegre: Editora EST; Caxias do Sul: Universidad de Caxias do Sul, 1980. 2ª edición corregida y aumentada, Brasília: Senado Federal, 1999.

VÉLEZ Rodríguez, Ricardo. Liberalismo y conservatismo en América Latina. Bogotá: Tercer Mundo / Ediciones Libertad y Pueblo, 1978.

Documentos oficiales

“Instrucciones reservadas entregadas por el ministro Arango Vélez al Jefe de la Frontera y Comandante de las Guarniciones en el Amazonas”, in: RODRÍGUEZ, Amadeo. Caminos de guerra y conspiración. 1ª edición, Bogotá: Editorial Centro, 1937, p. 12.

Artículos de prensa y capítulos de libros

ARAGÓN, Víctor. “La tragedia de la economía nacional: los responsables”. El Espectador, Febrero 23 de 1932, pg. 3.

ATEHORTÚA Cruz, Adolfo León. “El conflicto colombo-peruano: apuntes acerca de su desarrollo e importancia histórica”, in: Militares y civiles: modernización y profesionalización del Ejército en Colombia 1907-1958 (Tesis de doctorado). Paris: École des Hautes Études en Sciences Sociales, 2007.

CÁRDENAS Nanneti, Jorge. “Lo que hay tras la invasión de Leticia por los peruanos”. Entrevista al líder aprista de Loreto Héctor A. Morey hecha en Nueva York el 24 de Septiembre de 1932, in: El Espectador, 28 de Septiembre de 1932, pgs. 1-2.

COREY, George H. “Experiencias de un corresponsal extranjero en tierras del Brasil”. El Espectador, Bogotá, Enero 5 de 1932, pg. 5.

GARCÍA Peña, Roberto. “Habla el general Amadeo Rodríguez: rasgos de abnegación y de heroísmo entre las tropas”. El Tiempo, Bogotá, 7 de Diciembre de 1932, pgs. 1 y 13.

LINCE, Paco. “Sánchez Cerro no quiere sino tres grandes países en América”, in: El Tiempo, Bogotá, 3 de Octubre de 1932, pg. 1.

MICHELSEN, Alfredo. “La posición colombiana” (editorial). In: El Espectador, Bogotá,, 28 de Septiembre de 1932 pg. 3.

PULGAR, S. “La revolución aprista”, El Espectador, Marzo 15 de 1932, pg. 3.
Informes de prensa

“Cómo se hizo la toma de Leticia”, El Espectador, Bogotá, 8 de Septiembre de 1932, pg. 1.

“Cuál es la posición de las tropas peruanas en el sur”. In: El Tiempo, Bogotá, 10 de Diciembre de 1932, pg. 13.

“Cuidadoso estudio militar tuvo el asalto a Leticia”, in: El Tiempo, Bogotá, 19 de Noviembre de 1932, pg. 1.

“El doctor Eduardo Santos publicó en Paris un libro sobre el conflicto entre Colombia y el Perú. El libro lleva como título: Una nueva sombra sobre América y está escrito en francés”. El Tiempo, 6 de Enero de 1933, p. 1.

“El gobierno está empezando a concentrar tropa en Caucayá”. El Tiempo, 4 de Enero de 1933, p. 14.

“El Perú prepara un golpe de mano sobre los cañoneros y las tropas colombianas”, in: El Tiempo, Bogotá, 1º de Octubre de 1932, pg. 1.

“El texto del Tratado Salomón-Lozano”, in: El Espectador, Bogotá, 20 de Septiembre de 1932, pgs. 1-3.

“El viaje de la Estefia”, in: El Tiempo, Bogotá, 28 de Noviembre de 1932, pg. 1.
“Importante sesión celebró el Estado Mayor del Ejército”. El Tiempo, 9 de Marzo de 1933, pg. 4.

“La personalidad de Luis Sánchez Cerro”. El Tiempo, 15 de Enero de 1933, p. 4.

“Largamente conferencian el presidente y Vásquez Cobo”. El Tiempo, 5 de Marzo de 1933, pg. 1.

“Las tropas del Alto Putumayo listas para la movilización”. El Tiempo, 17 de Febrero de 1932, pg. 2.

“Los oficiales del curso de información partirán al Sur”. El Tiempo, 30 de Diciembre de 1932, p. 1.

“Los que regresan del frente: las tropas de Puerto Arturo son indígenas y muy rebeldes”. El Tiempo, 17 de Febrero de 1933, pg. 4.

“Tres mil hombres componen las fuerzas de tierra de la expedición colombiana”, El Tiempo, 6 de Enero de 1933, p. 1.

“Un frente único de responsabilidad” (Editorial). El Espectador, Mayo 18 de 1932, pg. 3.

“Varios oficiales ha destinado el gobierno al sur”. El Tiempo, 12 de Enero de 1933, pg. 1.




[1] Aura Victoria Rodríguez de Vélez (1912-2007), nacida en Popayán, fue secretaria de su padre el general Amadeo Rodríguez, habiendo colaborado, junto con el historiador conservador Joaquín Piñeros Corpas (1915-1982), en la redacción de la obra con que el general Rodríguez sintetizó sus ideas y su participación en la política colombiana entre 1932 y 1949. Esa obra, titulada: Caminos de guerra y conspiración, se citará más adelante. Aura Victoria escribía regularmente crónicas y temas románticos de ficción en el “Cuaderno Rosa” del matutino El Espectador de Bogotá, a lo largo de los años treinta.

[2] Alfonso Vélez Martínez (1903-1977), natural de Filandia, Quindío, de tradicional familia conservadora, se aproximó de mi abuelo Amadeo por fuerza de sus actividades políticas. Profesor primario formado en la Escuela Normal, nunca ejerció esta profesión. Estudió ingeniería por correspondencia en las Escuelas Internacionales de los Estados Unidos y se dedicó al comercio y a la agricultura. Se esmeró por tener una sólida formación humanística cultivando el bel canto (fue alumno en Bogotá del maestro Matías Morro), dejándonos como herencia la valorización del arte y una tremenda curiosidad intelectual, amén de una biblioteca básica en la que figuraban obras clásicas de literatura y de historia del arte, y una bella pinacoteca con cuadros de Gregorio Vásquez Arce y Ceballos y de la Escuela Quiteña. Se casó con mi madre Aura Victoria en 1940. Colaboró estrechamente con mi abuelo Amadeo en los negocios de la Hacienda El Carmen y en la política de la Calera, habiéndose elegido concejal.

[3] Este es el texto completo de la mencionada oración: “Señor, Dios Rey Omnipotente, en vuestras manos están puestas todas las cosas; si queréis salvar a vuestro pueblo, nadie puede resistir a vuestra voluntad.
 Vos hiciste el cielo y la tierra y todo cuanto en ella se contiene; vos soy el dueño de todas las cosas; ¿quién podrá, pues resistir a vuestra majestad? por tanto, señor Dios de Abraham, tened misericordia de vuestro pueblo, porque vuestros enemigos quieren perdernos y exterminar vuestra herencia. Así, Señor, no despreciaréis esta parte que redimiste con el precio de vuestra sangre. Oye, Señor, nuestras oraciones, sed favorable a nuestra suerte, levantad el azote de vuestro justo enojo, y haced que nuestro llanto se convierta en alegría, para que viviendo, alabemos vuestro santo nombre y continuemos alabándole eternamente. Amén”.


[4] Se ha calculado el número de muertos en “La Violencia”, entre 200 mil y 300 mil.

[5] RODRÍGUEZ, Vergara, Amadeo. Caminos de guerra y conspiración: páginas sobre dos episodios de historia patria contemporánea, escritos por un general de Colombia para los hombres de buena voluntad. 1ª edición, Bogotá: Editorial Centro, 1937. Como se ha dicho anteriormente, colaboraron en la redacción de la obra la hija del general Amadeo, Aura Victoria, y el historiador Joaquín Piñeros Corpas.

[6] RODRÍGUEZ Vergara, Amadeo. Caminos de guerra y conspiración y su epílogo. 2ª edición corregida y aumentada. Barcelona: Gráficas Claret, 1955.

[7] Cf. la obra de mi autoría: Castilhismo, uma filosofía da República. 1ª edición, Porto Alegre: Editora EST; Caxias do Sul: Universidad de Caxias do Sul, 1980. 2ª edición corregida y aumentada, Brasília: Senado Federal, 1999.

[8] COREY, George H. “Experiencias de un corresponsal extranjero en tierras del Brasil”. El Espectador, Bogotá, Enero 5 de 1932, pg. 5.

[9] ARAGÓN, Víctor. “La tragedia de la economía nacional: los responsables”. El Espectador, Febrero 23 de 1932, pg. 3.

[10] PULGAR, S. “La revolución aprista”, El Espectador, Marzo 15 de 1932, pg. 3.

[11] “Un frente único de responsabilidad” (Editorial). El Espectador, Mayo 18 de 1932, pg. 3.

[12] CÁRDENAS Nanneti, Jorge. “Lo que hay tras la invasión de Leticia por los peruanos”. Entrevista al líder aprista de Loreto Héctor A. Morey hecha en Nueva York el 24 de Septiembre de 1932, in: El Espectador, 28 de Septiembre de 1932, pgs. 1-2.

[13] CÁRDENAS Nanneti. “Lo que hay tras la invasión de Leticia por los peruanos”. Entrevista citada a Héctor A. Morey, in: El Espectador.

[14] “El texto del Tratado Salomón-Lozano”, in: El Espectador, Bogotá, 20 de Septiembre de 1932, pgs. 1-3.

[15] MICHELSEN, Alfredo. “La posición colombiana” (editorial). In: El Espectador, Bogotá,, 28 de Septiembre de 1932 pg. 3.

[16] CÁRDENAS Nanneti, Jorge. “Lo que hay tras la invasión de Leticia por los peruanos”. Entrevista a Héctor A. Morey realizada en Nueva York el 24 de Septiembre de 1932, in: El Espectador, Bogotá, 28 de Septiembre de 1932, pgs. 1-2.

[17] “Cómo se hizo la toma de Leticia”, El Espectador, Bogotá, 8 de Septiembre de 1932, pg. 1.

[18] “El Perú prepara un golpe de mano sobre los cañoneros y las tropas colombianas”, in: El Tiempo, Bogotá, 1º de Octubre de 1932, pg. 1.

[19] LINCE, Paco. “Sánchez Cerro no quiere sino tres grandes países en América”, in: El Tiempo, Bogotá, 3 de Octubre de 1932, pg. 1.

[20] LINCE, Paco. “Sánchez Cerro no quiere sino tres grandes países en América”, in: El Tiempo, Bogotá, 3 de Octubre de 1932, ibid.

[21] “La personalidad de Luis Sánchez Cerro”. El Tiempo, 15 de Enero de 1933, p. 4. La nota hace referencia a la obra del escritor ecuatoriano AGUILERA Malta, que llevaba el mismo título.

[22] “Cuidadoso estudio militar tuvo el asalto a Leticia”, in: El Tiempo, Bogotá, 19 de Noviembre de 1932, pg. 1.

[23] “El viaje de la Estefia”, in: El Tiempo, Bogotá, 28 de Noviembre de 1932, pg. 1.

[24] Leticia, como Troya, dio origen a uma guerra. En el caso colombiano, el mito gira en torno a uma bella mujer que le dio nombre a la localidad eje del conflicto.  Efectivamente, la ciudad de Leticia debe su nombre a Manuel Charón, un ingeniero de la Comisión Hidrográfica del Amazonas (que era una entidad peruana, fundada en 1867, con el fin de levantar modernas cartas de navegación de los ríos de la región oriental. Tal comisión estaba al mando del comodoro estadounidense John Randolph Tucker, veterano de la Guerra de Secesión). Charón estaba enamorado de una joven anglo-peruana llamada Leticia Smith Buitrón, hermana del secretario de la Comisión Hidrográfica. Leticia era la mujer más bella de Iquitos y Charón le hacía la corte con sus permanentes galanteos. Para los colegas norteamericanos de la Comisión, el nombre Leticia tenía un doble significado, pues además de ser la causa la pasión del ingeniero peruano, era también el nombre de la sobrina de uno de los oficiales. Esta otra, nieta de John Tyler, ex presidente de los Estados Unidos, se llamaba Leticia Tyler Shands y era tan bella que, en 1861, fue quien izó la bandera de la Confederación de Estados Americanos en Alabama, durante la Guerra Civil. A pesar de que la localidad en cuestión recibió, por decreto, el nombre de Ramón Castilla, terminó imponiéndose el de Leticia por la insistencia de los comisionados, ya que  ellos la ayudaron a fundar con el propósito de demarcar claramente al Brasil en la frontera peruana. Triste suerte la de Charón, quien perdió para un comerciante británico de Iquitos la bella Leticia Smith Buitrón.



[25] ATEHORTÚA Cruz, Adolfo León. “El conflicto colombo-peruano: apuntes acerca de su desarrollo e importancia histórica”, in: Militares y civiles: modernización y profesionalización del Ejército en Colombia 1907-1958 (Tesis de doctorado). Paris: École des Hautes Études en Sciences Sociales, 2007. A propósito de la disminución del presupuesto llevada a cabo por los liberales en el poder, este autor escribe: “Mientras en 1929 la distribución porcentual de los gastos públicos nacionales favoreció al Ministerio de Guerra con un 8,8% (cifra superior a la alcanzada por las carteras de Industria y Trabajo, Relaciones Exteriores, Educación, Correos y Telégrafos), en 1930 bajó al 6,8% colocándose por debajo de Comunicaciones y Educación. El porcentaje de 1929 no fue igualado tampoco en 1931 (7,6%) ni en 1932 (8,1%)”.

[26] Alfonso López Pumarejo había manifestado, de manera confidencial, al Departamento de Estado de los Estados Unidos, que el gobierno colombiano no quería la guerra porque su partido “había luchado contra la camarilla militar y había quebrado la casta uniformada”. Apud ATEHORTÚA Cruz, ob. cit. Ibid.

[27] Este plan fue la base de la estrategia colombiana para la retomada de Leticia. El plan original fue completado ulteriormente por el Estado Mayor del Ejército, con la asesoría del general chileno Francisco Javier Díaz.

[28] “Instrucciones reservadas entregadas por el ministro Arango Vélez al Jefe de la Frontera y Comandante de las Guarniciones en el Amazonas”, in: RODRÍGUEZ, Amadeo. Caminos de guerra y conspiración. 1ª edición, ob. cit., p. 12

[29] Amadeo Rodríguez cita, al respecto, las palavras del entonces ministro de guerra Carlos Arango Vélez, tomadas del libro de memorias de éste y titulado: Lo que yo sé de la guerra:  “De manera que el 20 de Enero de 1932 ya teníamos nosotros organizada, o más bien creada la Jefatura de la frontera en el Amazonas, y todo su personal, militar y civil, destinado. Desde el mes de Diciembre de 1931 venía yo estudiando en el mapa algunos documentos, en el Ministerio y en mi casa, y en discreta colaboración con los señores general Aníbal Angel B., general Manuel T. Quiñones y coronel Amadeo Rodríguez, nuevo Jefe de la frontera, [acerca del] problema amazónico. Desde el 20 de Enero de 1932, fecha del Decreto número 87, que acabo de transcribir y que, motu proprio había mantenido yo en reserva, en adelante aquel estudio se hizo más intenso, y mis ideas sobre el particular fueron traduciéndose en realidades, con la mayor premura y sin interrupción de ninguna especie. De mi labor fueron enterados, como era natural, el Excelentísimo señor Presidente de la República y el señor Ministro de Relaciones Exteriores. Pero, también como era natural – estábamos en paz – los detalles de mi programa y de mi acción fueron conocidos apenas, en parte, por el señor general Aníbal Angel B., secretario del Ministerio, y, en su totalidad, por el coronel Amadeo Rodríguez, Jefe Militar de la Frontera Sur. Diariamente conferenciábamos el coronel (hoy general) Rodríguez y yo, sobre nuestra materia. Puede él decir, como puede decirlo el general Angel y como pueden también decirlo los distinguidos caballeros Rafael Reyes Angulo y Jorge Montoya Largacha, Jefe del Gabinete Civil y Secretario privado míos, si algo había entre las innumerables ocupaciones ministeriales que mereciese mi atención, contase con mi cuidado y tuviese mi tiempo, igual a este grave asunto, que sin embargo, a nadie parecía grave por ese entonces. En las antesalas de mi oficina esperaban todos; el Inspector general del Ejército, el Jefe del Estado Mayor General, el Jefe del Departamento de Personal. Todos, menos el coronel Rodríguez. Y con el coronel Rodríguez el trabajo en torno al Amazonas era sin reposo, y traduciendo siempre el pensamiento en inmediatas actuaciones. Aparte de su nombramiento, la organización de la Jefatura de la frontera había sido acordada con el coronel Rodríguez. Antes del 20 de Enero de 1932 el coronel Rodríguez había conocido mi plan de defensa en el Sur y lo había encontrado acertado”. Citado por: RODRÍGUEZ, Amadeo, Caminos de guerra y conspiración, 1ª edición, ob. cit., p. 14-15.

[30] GARCÍA Peña, Roberto. “Habla el general Amadeo Rodríguez: rasgos de abnegación y de heroísmo entre las tropas”. El Tiempo, Bogotá, 7 de Diciembre de 1932, pgs. 1 y 13.

[31] “Cuál es la posición de las tropas peruanas en el sur”. In: El Tiempo, Bogotá, 10 de Diciembre de 1932, pg. 13.

[32] RODRÍGUEZ Vergara, Amadeo. Caminos de guerra y conspiración, 1ª edición, ob. cit., p. 36.

[33] “Los que regresan del frente: las tropas de Puerto Arturo son indígenas y muy rebeldes”. El Tiempo, 17 de Febrero de 1933, pg. 4.

[34] “Los oficiales del curso de información partirán al Sur”. El Tiempo, 30 de Diciembre de 1932, p. 1.

[35] “El gobierno está empezando a concentrar tropa en Caucayá”. El Tiempo, 4 de Enero de 1933, p. 14.

[36] “Tres mil hombres componen las fuerzas de tierra de la expedición colombiana”, El Tiempo, 6 de Enero de 1933, p. 1.

[37] “Varios oficiales ha destinado el gobierno al sur”. El Tiempo, 12 de Enero de 1933.

[38] La nota de prensa rezaba así: “El doctor Eduardo Santos publicó en Paris un libro sobre el conflicto entre Colombia y el Perú. El libro lleva como título: Una nueva sombra sobre América y está escrito en francés”. La nota decía más adelante: “(…) En la obra del periodista colombiano se publican los conceptos de Raymond Poincaré, Francisco de La Barra, Alejandro Alvarez, y la declaración del Presidente de Colombia, doctor Enrique Olaya Herrera, según la cual el pueblo colombiano respetará los tratados y hará defender sus derechos cueste lo que costare (…)”. El Tiempo, 6 de Enero de 1933, p. 1.

[39] Luis Arana MURCIA. La guerra con el Perú. Bogotá: Librería Nueva, 1933, in: El Tiempo, 12 de Enero de 1933.

[40] “Las tropas del Alto Putumayo listas para la movilización”. El Tiempo, 17 de Febrero de 1932, pg. 2.

[41] “Largamente conferencian el presidente y Vásquez Cobo”. El Tiempo, 5 de Marzo de 1933, pg. 1.

[42] “Importante sesión celebró el Estado Mayor del Ejército”. El Tiempo, 9 de Marzo de 1933, pg. 4.


[43] ATEHORTÚA Cruz, Adolfo León. “El conflicto colombo-peruano: apuntes acerca de su desarrollo e importancia histórica”, in: Militares y civiles: modernización y profesionalización del Ejército en Colombia 1907-1958 (Tesis de doctorado). Ob. Cit. Ibid.

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