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quarta-feira, 24 de fevereiro de 2010

LA UTOPÍA ARCAICA


Foto oficial de la reunión del Grupo de Rio, en México, que creó la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe

Voy a tomarle prestado el título de uma de sus obras a Vargas Llosa, para titular mi comentario. Fué creada en la pasada reunión del Grupo de Río, en México, la “Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe”, con la finalidad inmediata de incomodar a Barack Obama, quien ha dejado claro que los latinoamericanos deben hacerles frente a sus propios problemas, sin pretender que los Estados Unidos o los demás países desarrollados se los solucionen. Es la actitud del adolescente que no quiere abandonar las ventajas de la casa paterna, pero que desea hacer uso de su libertad, evidentemente cuando le conviene. La propuesta de creación del organismo fué del presidente mexicano, siendo aceptada inmediatamente por los mandatarios presentes. La primeira nota de la nueva organización consistió en dejar por fuera a los Estados Unidos y al Canadá. Cuál sería el criterio de esta exclusión? A mi modo de ver, de pura retaliación y de complejo de inferioridad. No pueden participar en un foro que abrigue a las Américas aquellos que hayan llegado al Primer Mundo. El único que se opuso a esta descabellada exclusión fué el presidente colombiano Alvaro Uribe Vélez. Pero quedó en evidente minoría y tuvo, además, que responder con fuerza frente a los groseros ataques de Hugo Chávez y del presidente boliviano Evo Morales.

El Brasil, como de costumbre, asumió una posición ambigua, pues en otros foros quiere aparecer como miembro de los países que ya han dejado las sendas del subdesarrollo; pero en esta oportunidad no perdió el chance de salir en la foto, como uno de los protagonistas del discurso tercermundista. La retórica del presidente Lula fué lastimable. Hizo de la solidaridad con la presidente argentina frente a la cuestión de las Islas Malvinas, el centro de sus reivindicaciones. Como si tales reclamos tuvieran algún sentido, justamente en un momento en el que el gobierno de Buenos Aires se hunde en la corrupción y en el enriquecimiento ilícito, realizado a la vista de todos por la pareja presidencial. Lula bailó el ridículo tango montado por la Casa Rosada en período de crisis. Algo muy diferente a la sobria actitud de la diplomacia brasileña cuando el borrachín Galtieri, hace treinta años, hundió a su país en una guerra suicida, como salida para la corrupción y la ingobernabilidad en las que sucumbió el régimen militar argentino.

Un organismo paralelo a la OEA, pero sin los países más desarrollados del Hemisferio, Estados Unidos y Canadá. Los cuales, dígase de paso, les garantizan a los latinoamericanos buena parte de las compras de sus productos. En el caso de las relaciones del Canadá con Cuba, los canadienses han abierto tradicionalmente las puertas al comercio con la Isla, pemitiéndole al régimen de los hermanos Castro sortear de forma limitada el bloqueo estadunidense. En este último aspecto, al excluír al Canadá, ciertamente la posición de los cubanos en la creación del organismo paralelo fué desastrosa.

Es explicable la rabia de no pocos gobiernos de la región hacia los Estados Unidos: éstos son los que pagan el 60 por ciento de las cuentas de la OEA. Rabia típica de adolescente inmaduro. Vamos a ver cómo los fundadores de la nueva entidad irán a saldar las cuentas de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe. Pues por lo visto, a muchos de ellos no les gusta arcar con los costos de estos organismos. Sólo se interesan cuando pueden sacar ventajas inmediatas. Es claro que la posición de la OEA quedó muy debilitada, especialmente a lo largo de la insosa gestión del señor Insulza, que se plegó al criterio de lo políticamente correcto, para no desagradar a los “progresistas” Chávez y el dueto Castro. En los episodios que tuvieron lugar en 2008, frente al bombardeo del ejército colombiano al campamento de las FARC en Ecuador, la OEA fué prácticamente nula. El Secretario General de la Organización no quería desagradar de ninguna manera a los dos gobiernos que estaban cercando al país colombiano, al concederles albergue incondicionado a los traficantes-guerrilleros en sus respectivos territorios.

Desaparecerá la OEA? Posiblemente no. Respondo con tres razones:

En primer lugar, porque la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe es apenas un esbozo y la Organización de los Estados Americanos es, a pesar de los pesares, una entidad que funciona hace ya varias décadas y les presta servicios a sus miembros en los terrenos educacional, cultural, jurídico, de salud pública y de obras de infraestructura.

En segundo lugar, porque, tarde o temprano, los varios países fundadores de la nueva Comunidad van a darse cuenta de la necesidad de darle rumbos positivos a la misma, a fin de no dejarla caer en las garras de los dictadores comunistas que quieren expandir su régimen al resto de las naciones latinoamericanas y caribeñas. Me refiero directamente a los hermanos Castro y a Chávez. No hay duda de que el modelo por el que este último ha optado en su “revolución bolivariana” es el comunismo. Ya lo ha proclamado de forma clara el fanfarrón de Miraflores. Y tanto él cuanto los tiranos cubanos preferirán ver reducida a cenizas a la Comunidad de Estados Latinoamericanos, si se dan cuenta de que no la pueden dominar hegemónicamente, como es del gusto de los militantes marxistas-leninistas.

En tercer lugar, porque los Estados Unidos y el Canadá continuarán negociando sus tratados bilaterales de libre comercio con los países de la región, como ya lo han hecho con Chile, con el Perú y como lo están haciendo, en su fase final de negociación, con Colombia y con varios países centroamericanos, amén de la vinculación de México al Nafta, que aún se mantinene en pie, a pesar de la crisis financiera internacional.

Conclusión: la creación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe tiene más la apariencia de una “Utopía Arcaica”, construída mirando por el espejo retrovisor de la historia de proteccionismos, prejuicios, autoritarismos y dogmatismos, heredada de nuestra ancestral tradición contrarreformista.

terça-feira, 23 de fevereiro de 2010

TOCQUEVILLE, O BANCO DOS POBRES E A QUESTÃO SOCIAL


Afiche comemorativo do segundo centenário de Tocqueville (2005). Ao fundo, o Castelo de Tocqueville, onde o pensador escreveu as suas reflexões sobre a pobreza, bem como A Democracia na América (1833)


O conde Hervé de Tocqueville e o seu jovem filho, Alexis

A preocupação com a problemática da pobreza não é, com certeza, assunto exclusivo da contemporaneidade. Já era discutida no final do século XVIII e ao longo do XIX. Duas características saltam à vista, quando consideramos essa problemática do ângulo das pessoas que se debruçaram sobre ela e do ponto de vista das soluções apresentadas. Primeiro: sempre nos deparamos, ao longo da história, com os que exageraram na dose da identificação da miséria. Isso aconteceu, por exemplo, na Inglaterra da primeira parte do mil e oitocentos. Um sexto da população britânica mergulhava na pobreza. O resto, as cinco sextas partes restantes da pátria do capitalismo, pertencia a uma próspera classe média. Pois bem: escritores e analistas sociais (como Dickens ou Karl Marx), colocaram lente de aumento nesse um sexto de pobres, para concluir que o capitalismo trazia a miséria. Uma espécie de síndrome "Sebastião Salgado" da sociedade inglesa, visão muito apreciada, aliás, nos salões que se fartavam da abundância. Segunda característica: a solução viável à problemática estudada foi apresentada pelos liberais. Entre eles se ergue a figura de Alexis de Tocqueville (1805-1859), bem como a geração dos doutrinários (Guizot à testa), seus mestres. Os chamados "socialistas" apresentaram soluções de cunho retórico, mesmo que em nome de um "socialismo científico", como era o caso da "dupla do barulho", Marx e Engels, o primeiro vivendo da mesada do segundo.

Duas são, a meu ver, as bases que dão ensejo às reflexões de Alexis de Tocqueville acerca da pobreza: em primeiro lugar, a preocupação geral, existente na sua época pela mencionada problemática; em segundo lugar, a experiência administrativa de seu pai, Hervé-Louis-Bonaventure Clérel, conde de Tocqueville (1772-1856), que se desempenhou como prefeito e maire em várias cidades, durante a Restauração (entre 1814 e 1830).

A problemática social na época de Tocqueville e as tendências teóricas correspondentes

É de todos sabido que, no início do século XIX, havia uma grande preocupação com o estudo da problemática social, tanto na França quanto na Alemanha e na Inglaterra. Os estudiosos identificaram quatro grandes tendências teóricas: a da matemática social (representada por Condorcet e Laplace, herdeiros do modelo da aritmética política proposta por Lagrange e Lavoisier); a da fisiologia social (representada por Cabanis, Bichat, Pinel, Vicq d'Azur e Saint-Simon); a da economia política (representada por David Hume, Adam Smith, Jean-Baptiste Say, Destutt de Tracy, Roederer, etc.); e a historicista (cujo formulador foi Hegel, na trilha de Vico e Savigny, e que foi seguida pelos autores da denominada esquerda hegeliana: os irmãos Davi e Bruno Bauer, Ludwig Feuerbach e Karl Marx).

Cada uma dessas tendências teóricas insistia numa variável a ser atendida, para resolver a problemática em questão: para os defensores da tendência da matemática aplicada à sociedade, por exemplo, tratava-se de equacionar uma ciência social exata, à maneira da física de Newton, que permitisse, das leis da gravitação universal, deduzir as que comandariam o comportamento humano, a fim de que os governantes pudessem se antecipar aos azares das paixões políticas. É sabido que esta tendência chegou a empolgar a Madame de Staël, na primeira fase da sua vida intelectual, em decorrência da influência recebida de Turgot e Condorcet. Esta é a tendência em que vai se inspirar, na segunda década do século XIX, a física social de Augusto Comte. Grande sucesso teria esta tendência, outrossim, no Brasil, nas várias versões do positivismo que aqui vingaram.

Os defensores da tendência da fisiologia social consideravam a sociedade como um órgão de um grande ser vivo, o Universo. O problema social seria, portanto, uma espécie de doença que acometeria ao organismo coletivo, devendo ser equacionada a sua solução com uma sintomatologia adequada e um tratamento a ela correspondente. A preocupação de Tocqueville com o sistema penitenciário francês insere-se nesse contexto e é com essa preocupação que o jovem advogado viaja a América, tratando de ver de que forma os americanos tratam a doença social da criminalidade, nos hospitais para "curar" os "doentes sociais", ou seja, nas penitenciárias.

Tocqueville, aliás, discute o problema da pobreza à luz deste arcabouço teórico. Define-a como "essa terrível doença que se alastrou por um corpo cheio de vida", referindo-se, especificamente, aos pobres da Inglaterra, que na época em que escrevia o nosso autor, representavam 1/6 da população do país.

Para os defensores da tendência da economia política, a problemática social resolver-se-ia solucionando previamente a questão econômica da produção e do mercado. Daí a insistência deles nas questões macroeconômicas. Para os defensores da tendência historicista, a questão fundamental seria descobrir o fio da história, o espírito do tempo ou o espírito do povo. O historicismo hegeliano deu continuidade a uma tendência romântica, que já tinha se iniciado com Goethe, na Alemanha, e que visava a explicitar com a máxima claridade, quais seriam os contornos da caminhada histórica das coletividades, a fim de que encontrassem o seu próprio caminho. Na França, os liberais doutrinários, inspirados nas pesquisas de história comparada das culturas feitas por Madame de Staël, elaboraram amplo painel da história da cultura francesa, quer do ângulo político (com Guizot), quer do ponto de vista filosófico (com Victor Cousin). Tocqueville não deixa de se inserir neste contexto, com a sua obra de maturidade, O Antigo Regime e a Revolução (que data de 1856).

A experiência administrativa do conde Hervé de Tocqueville, no equacionamento da problemática da pobreza

O pai de Alexis, que tinha sofrido a perseguição durante a Revolução, em decorrência das ligações do seu sogro com a monarquia, manteve-se afastado dos negócios públicos durante o Império, tendo sido apenas maire de uma pequena comunidade perto de Versailles. Depois da derrubada de Napoleão em 1814, foi prefeito de Maine-et-Loire. Destituído após o 20 de março de 1815 (data que marca o retorno de Napoleão ao poder), dedicou-se aos negócios familiares durante o período conhecido como "os 100 dias". Após a batalha de Waterloo (junho de 1815), que significou a derrota definitiva de Napoleão e com o restabelecimento da monarquia borbônica, foi sucessivamente prefeito de L'Oise (tendo mostrado muita firmeza ao rejeitar as pretensões dos prussianos). Foi, a seguir, prefeito de Côte d'Or, la Moselle, La Somme e Seine-et-Oise. Em 1827 foi nomeado Par da França por Luís XVIII. Após a Revolução Liberal de Julho de 1830, o conde Tocqueville recusou-se a prestar juramento à nova monarquia de Luís Filipe e se dedicou aos seus negócios particulares.

Durante as suas sucessivas experiências de administração municipal, o conde Hervé de Tocqueville interessou-se por equacionar o problema da pobreza, tentando estimular as pessoas carentes a se tornarem pequenos proprietários rurais. É sabido que a na França não havia grandes latifúndios e que, desde o século XVIII, realizou-se uma verdadeira fragmentação na posse da terra. Isso, no sentir de Alexis de Tocqueville explica, de forma paradoxal, o fenômeno da Revolução: onde há um grande número de pequenos e médios proprietários, as mordomias e os privilégios de uma nobreza egoísta e açambarcadora dos cargos públicos tornam-se mais inaceitáveis. Ora, para o conde Hervé, a sorte dos mais pobres melhoraria, eles se tornando, como a grande maioria, pequenos proprietários rurais. Para isso imaginou uma espécie de "Banco do Povo", que emprestasse dinheiro a juros baixos, sob penhor. O montante a ser emprestado seria arrecadado dos mais remediados, que já tivessem feito uso desse benefício. Não se trataria de um banco estatal, mas de uma espécie de banco cooperativo integrado pelos pequenos proprietários. A experiência do conde Hervé de Tocqueville, ao que tudo indica, deu certo, e lhe garantiu a sua sucessiva indicação para os cargos acima mencionados. O conde deixou escrito um informe da sua experiência, que foi publicado na cidade de Compiègne, em 1838, sob o título de Du crédit agricole.

O exemplo paterno certamente influenciou os filhos do conde Hervé de Tocqueville. O irmão mais novo de Alexis, o conde Hyppolyte de Tocqueville (nascido em 1812), foi muito estimado pela sua honradez e pela preocupação social, que o levou a distribuir boa parte da sua fortuna em inúmeras obras de beneficência. Foi deputado à Assembléia Nacional desde 1871, tendo se alinhado sempre com os grupos de centro-esquerda e da esquerda republicana, em decorrência das suas preocupações sociais. Justamente por causa desse perfil, em 1871 foi eleito Senador Vitalício pela Assembléia Nacional. O conde Hyppolyte deixou escrito importante trabalho sobre a forma de combater a pobreza, intitulado: Quelques idées sur les moyens de remédier à la mendicité et au vagabondage (1849).

É interessante anotar que os franceses estiveram sempre muito preocupados com elaborar uma idéia clara e distinta do fenômeno da pobreza, denominado, na época, de pauperismo. Eis o que, por exemplo, escrevia a respeito Pierre Larousse, em 1865: "Pauperismo: Estado de pobreza comum a um grande número de pessoas num Estado. Tratou-se de distinguir a pobreza da miséria, fazendo desta uma carência completa e daquela uma simples desproporção entre os recursos e as necessidades. Essa distinção faz da miséria um grau da pobreza. Seria conveniente, pois, reuni-las num mesmo estudo sob o título de pauperismo, que exprime, em diversos graus, um estado permanente, no qual uma parte da população carece do necessário. (...). Nas nossas sociedades modernas, nas quais a facilidade das comunicações atribui a cada coisa um valor, a apropriação chegou ao seu máximo de identidade e o homem, encarregado de provir por si mesmo à sua subsistência e não tendo mais do que seu salário para responder às suas necessidades, pode-se encontrar exposto a uma miséria súbita, miséria tanto mais cruel quanto a elevação do salário tinha habituado o trabalhador a uma certa comodidade. É a esta miséria totalmente moderna, miséria menos profunda, menos geral que a das épocas de servidão, mas miséria mais barulhenta, mais impaciente, precisamente por causa do uso que o trabalhador faz dos seus direitos e do sentimento profundo que adquiriu da liberdade; é esta miséria que recebeu o nome especial de pauperismo" [Pierre Larousse, Grand Dictionnaire Universel du XIX siècle. Paris: Larousse, vol. 12, pg. 432-433].

O "Banco dos Pobres", segundo Alexis de Tocqueville

A idéia do "Banco dos Pobres" foi proposta por Alexis de Tocqueville em dois ensaios publicados em 1835 e intitulados: "Memória sobre a pobreza" e "Segundo artigo sobre a pobreza", que foram redigidos para a Sociedade Acadêmica de Cherbourg e que integravam os seus "Escritos Acadêmicos". (O leitor pode consultá-los nas Oeuvres de Tocqueville, primeiro volume, na primorosa edição preparada por André Jardin, Françoise Mélonio e Lise Queffélec, Paris, Gallimard, 1991, coleção Pléiade). A finalidade desses "Escritos Acadêmicos" era, segundo aponta Françoise Mélonio, discutir "como estruturar a sociedade moderna, aglutinando os cidadãos desunidos, que a hierarquia de privilégios do Antigo Regime não organizava mais".

A problemática da pobreza, considerava Tocqueville, era uma espécie de doença social surgida nos países que experimentaram o enriquecimento capitalista. A pobreza, paradoxalmente, considerava o pensador francês, somente se tornou visível onde havia para contrapor a ela um pano de fundo de riqueza e bem-estar. Era visível esse problema na Inglaterra da sua época, onde 1/6 da população engrossava as fileiras do proletariado urbano, contrastando a sua pobreza com o bem-estar da maioria. O problema consistia em como integrar essa parcela de pobres no seio da sociedade, a fim de que pudessem gozar das benesses do progresso.

Na busca de um princípio de solução para a problemática da pobreza, Tocqueville partia da definição moral do princípio da beneficência, que se alicerçava numa espécie de imperativo categórico: tal princípio deveria poder se aplicar universalmente e as suas conseqüências deveriam estar de acordo com a moral. A respeito, frisava: "Creio que a beneficência deve ser uma virtude máscula e fundada racionalmente, não um gosto frágil e irrefletido; que não se deve fazer o bem que mais agrada àquele que o faz, mas o mais verdadeiramente útil àquele que o recebe; não aquele que alivia de forma mais completa as misérias de alguns, mas aquele que serve ao bem-estar do maior número. Eu não saberia calcular a beneficência senão desta forma: compreendida num outro sentido, ela é ainda um instinto sublime, mas não merece, a meu ver, o nome de virtude".

O pensador francês era cético em face do caminho estatizante para solucionar os desequilíbrios sociais. Ao institucionalizar a caridade pública, considerava Tocqueville, surgirão dois grupos de parasitas que dela dependerão, sem fazer qualquer esforço em prol do trabalho responsável: os burocratas que distribuem o dinheiro dos outros e os pedintes profissionais. Tocqueville enxergava, pelo contrário, uma solução mais larga: a formulação de uma política social, que abarcaria três grandes aspectos: educação dos pobres, estímulo à propriedade fundiária dos camponeses e estímulo à poupança dos operários das indústrias. A finalidade dessa política social consistiria em estabelecer um equilíbrio entre a produção de bens e o seu consumo, a fim de evitar as distorções causadas no mundo moderno pelo sistema produtivo.

O Banco dos Pobres imaginado por Tocqueville teria como finalidade fomentar a poupança dos operários, a fim de que descobrissem a dignidade de serem proprietários. O perfil da instituição bancária proposta pelo nosso autor seria o seguinte: "Nesse sistema, a administração receberia de um lado as poupanças e, de outro, dar-lhes-ia aplicação. Os pobres que possuem dinheiro para emprestar o depositariam nas mãos de uma administração que, mediante contrato garantido por penhor, remetê-lo-ia aos pobres que tivessem necessidade de empréstimo. A administração não seria mais do que um intermediário entre esses dois grupos. Na realidade, seria o pobre capitalizado ou momentaneamente favorecido pela fortuna, quem emprestaria com juros a sua poupança ao pobre pródigo ou em situação precária. Nada de mais simples, de mais prático e de mais moral do que tal sistema: as poupanças dos pobres, administradas dessa forma, não poriam em risco nem o Estado nem os pobres mesmos, pois nada há mais seguro no mundo do que um empréstimo garantido por penhor. Além do mais, esse seria um verdadeiro banco dos pobres, cujo capital seria fornecido pelos próprios pobres".

Do exposto vê-se que Tocqueville soube muito bem aproveitar a experiência de seu pai, o conde Hervé, para propor, de uma forma mais sistemática, a instituição do Banco dos Pobres, (hoje denominado de Banco do Povo, de acordo com o jargão político em vigor). É interessante destacar que alguns políticos de esquerda propõem, nos dias que correm, a mencionada instituição, sem se lembrarem que os primeiros a pensar nessa iniciativa não foram os socialistas, mas os liberais como Tocqueville. Como lembra com propriedade Jean-François Revel, na sua obra intitulada La grande parade: Essai sur la survue de l'utopie socialiste [Paris: Plon, 2000], "a defesa de estatutos protegidos e, digamo-lo claramente, o reforço dos privilégios, converteram-se nas principais causas do que a esquerda ousa ainda chamar de movimentos sociais, que na verdade não são mais do que anti-sociais" (p. 54). Revel não duvida em afirmar que foram os liberais os que na França enfrentaram e equacionaram a questão social.

A respeito, afirma: "Dezenas de anos antes da aparição dos primeiros partidos comunistas, foram os liberais do século dezenove os que colocaram, antes que qualquer um, o que se chamava então de a questão social e responderam a ela, elaborando muitas leis fundadoras do direito social moderno. Foi o liberal François Guizot, ministro do rei Luís-Filipe que, em 1841, fez votar a primeira lei destinada a limitar o trabalho das crianças nas fábricas. Foi Frédéric Bastiat, esse economista genial que hoje seria alcunhado de ultraliberal desenfreado, que em 1849, sendo deputado na Assembléia legislativa, interveio precursoramente na nossa história para formular e exigir que fosse reconhecido o princípio do direito de greve. Foi o liberal Émile Ollivier que, em 1864, convenceu o imperador Napoleão III de abolir o delito de coalizão (ou seja, a proibição que impedia os operários de se agruparem em defesa dos seus interesses), abrindo assim o caminho para o futuro sindicalismo. Foi o liberal Pierre Waldeck-Rousseau que, em 1884, no início da Terceira República, fez votar a lei que reconhecia aos sindicatos a personalidade civil. Permita-se-me sublinhar a seguinte lembrança: os socialistas da época, de acordo com a sua lógica revolucionária (bem anterior à aparição do menor partido comunista) manifestaram uma violenta hostilidade contra a lei Waldeck-Rousseau" [p. 48].

Tocqueville, bem como seu pai e seu irmão, sentaram, portanto, as bases do que hoje denominamos de liberalismo social. E deitaram esses alicerces não baseados apenas em pesquisa teórica, mas bem no contexto de um modo de encarar a realidade típico dos liberais doutrinários e dos seus seguidores: o que é que de concreto pode-se fazer para reformar as estruturas sociais, colocando-as de acordo aos ideais da liberdade, da justiça e da democracia.

terça-feira, 16 de fevereiro de 2010

PRIMEIRO FÓRUM DEMOCRACIA E LIBERDADE DE EXPRESSÃO


Caros leitores,

É sabido que o governo Lula, como outros governos populistas latino-americanos, atenta contra a liberdade de expressão. Já foram vários os jornalistas colocados à margem do trabalho por causa de uma disfarçada censura. Conhecemos, outrossim, a censura imposta pelo judiciário ao jornal O Estado de São Paulo. De outro lado, são por todos conhecidas as iniciativas do governo petista em prol de criar os famigerados "conselhos", que visam a garantir o domínio do Partido sobre setores essenciais da vida nacional. No caso do jornalismo e da livre informação, não é diferente. A sociedade brasileira, no entanto, tem sabido reagir contra essas iniciativas autoritárias. O Primeiro Fórum Democracia e Liberdade, que terá lugar em S. Paulo, no dia 1º de março, tem essa finalidade, de mostrar o posicionamento da sociedade brasileira a favor da livre informação e contra a censura estatal. Por este motivo, cito, a seguir, a convocatória oficial para o evento, feita por Paulo Uebel, diretor executivo do Instituto Millenium.

A liberdade de expressão está sendo constantemente ameaçada no Brasil e, especialmente, em alguns países vizinhos da América Latina. Infelizmente, muitas pessoas desconhecem o fato de que sem liberdade de expressão e de imprensa não existe uma democracia plena e madura.

Dessa forma, o Instituto Millenium, que tem a missão de promover a democracia, a economia de mercado, o estado de direito e a liberdade, está organizando o 1o. Fórum Democracia e Liberdade de Expressão justamente para debater as ameaças à liberdade de expressão e, consequentemente, à democracia.

O objetivo desse evento, portanto, é mostrar todos os pilares que sustentam a liberdade de expressão, o impacto da ausência desse valor na democracia e no estado de direito, bem como a necessidade de se criar mecanismos para que nenhum governo possa violar esse importante direito.

Nossos eventos são dirigidos para jornalistas, formadores de opinião, acadêmicos e empresários, sempre tendo uma atitude positiva e propositiva para impulsionar a prosperidade e o desenvolvimento humano do Brasil.

O Instituto Millenium é formado por jornalistas, intelectuais, acadêmicos, executivos e empresários que estão comprometidos com os valores acima referidos e com a nossa Carta de Princípios. É mantido por doações de pessoas físicas e jurídicas de direito privado, e não aceita verbas públicas. Entre os nossos mantenedores, podemos citar os seguintes nomes: Alberto Carlos Almeida, João Roberto Marinho, Jorge Gerdau Johannpeter, Hélio Beltrão, Maristela Mafei, Pedro Henrique Mariani, Roberto Civita, Salim Mattar, Sérgio Foguel, Washington Olivetto e William Ling.

O "1º Fórum Democracia e Liberdade de Expressão" será realizado no dia 1º de março de 2010, das 9h às 19h, no Hotel Golden Tulip Paulista Plaza, em São Paulo, SP
Sem dúvida, a participação de todos vocês será fundamental para que o evento alcance seus objetivos.

Paulo Uebel
Diretor Executivo do Instituto Millenium
paulo.uebel@institutomillenium.org

sábado, 13 de fevereiro de 2010

RAÍZES ABSOLUTISTAS DO POPULISMO SEGUNDO TOCQUEVILLE


Alexis de Tocqueville (1805-1859), que publicou, em 1856, L´Ancien Regime et la Révolution.


Este cronista no Arco do Triunfo, monumento napoleônico ao absolutismo, marca registrada do Ancien Regime e da Revolução Francesa.


A Editora Martins Fontes vem de acrescentar, ao seu valioso Catálogo de obras clássicas, O Antigo Regime e a Revolução (tradução de Rosemary C. Abílio, São Paulo: Martins Fontes, 2009, 286 p.), de Alexis de Tocqueville (1805/1859), livro que viu a luz pela primeira vez em 1856. Precedentemente, com a publicação de A democracia na América, em 1835, Tocqueville havia logrado notável sucesso na recuperação do ideal democrático. A democracia fora associada à anarquia --e à correlata instabilidade política-- instaurada pela Revolução Francesa. O livro viera comprovar que não se vinculava à instauração do governo representativo, mas às elucubrações de Rousseau, durante muito tempo batizadas de “liberalismo radical”. Somente em período recente encontrou-se denominação adequada, posto que não guarda qualquer vínculo com a doutrina liberal. Presentemente, tornou-se conhecido como democratismo. Essa distinção ficaria muito nítida depois da Revolução de 1848 na França, na medida em que já se dispunha de termo de comparação. A Revolução de 1830 introduzira, em caráter pioneiro no país, instituições liberais. Entre outras coisas, o confronto iria evidenciar que o democratismo continuava atuante, preservada a sua capacidade demolidora.

Tocqueville parte do registro de que, em 1789, os franceses se propuseram cortar em dois o seu destino. Imaginavam poder separar por um abismo o que haviam sido até então do que queriam ser daí em diante. Pessoalmente acreditava que tiveram menos sucesso do que imaginavam. A fim de testar essa hipótese, era mister “interrogar em seu túmulo uma França que não existe mais” e tentar reconstituir, com base na documentação preservada, os traços essenciais do Antigo Regime. Descreve as dificuldades encontradas nessa investigação e resume os principais resultados. “O que é válido dizer --escreve-- é que destruiu inteiramente ou está destruindo (pois perdura) tudo o que na antiga sociedade decorria das instituições aristocráticas e feudais, tudo o que de algum modo se ligava a elas, tudo o que trazia delas, em qualquer grau que fosse, a menor marca. Conservou do antigo mundo apenas o que fora alheio a essas instituições ou podia existir sem elas. O que a Revolução foi, menos que tudo, é um acontecimento fortuito. Pegou o mundo de surpresa, é bem verdade, e, entretanto era apenas o complemento do mais longo trabalho, o encerramento súbito e violento de uma obra na qual dez gerações de homens haviam trabalhado. Se não tivesse acontecido, o velho edifício social não teria deixado de cair em todo lugar, aqui mais cedo, ali mais tarde; apenas teria continuado a cair parte por parte em vez de desmoronar de uma só vez. A Revolução concluiu bruscamente, por um impulso convulsivo e doloroso, sem transição, sem precaução, sem complacência, o que teria se encerrado pouco a pouco, por si mesmo ao longo do tempo. Essa foi a sua obra” (ed. cit., pág. 24-25).

Na pesquisa que empreendeu, Tocqueville deu preferência à consulta direta a registros da atuação administrativa da época. Assim, por exemplo, consultou as atas das assembléias dos “estados” em que eram subdivididos os grupos sociais: nobreza, clero e “terceiro estado”, isto é, habitantes dos burgos --núcleos que, em muitos casos, depois deram origem às cidades--, entre os quais sobressaíam os comerciantes.

Basicamente, O Antigo Regime e a Revolução viria comprovar que esta última vinculava-se a arraigada tradição francesa: o fenômeno do centralismo cartorial, traço marcante da política no século XVIII. Ao contrário do que se alardeava, a Revolução não se fizera para debilitar o poder político. O registro da tradição acha-se expresso com as seguintes palavras: "Um estrangeiro, a quem fossem entregues hoje todas as correspondências confidenciais que enchem os arquivos do Ministério do Interior e das administrações departamentais, logo ficaria sabendo mais sobre nós do que nós mesmos. Como se verá ao ler este livro, no século XVIII, a administração pública já era muito centralizada, muito poderosa, prodigiosamente ativa. Estava incessantemente auxiliando, impedindo, permitindo. Tinha muito a prometer, muito a dar. Já influía de mil maneiras, não apenas na condução geral dos assuntos públicos, mas também na sorte das famílias e na vida privada de cada homem. Ademais, era sem publicidade, o que os levava a não terem receio de expor a seus olhos até as fraquezas mais secretas" (ed. cit.; Prefácio, pág. XLIII).

Tocqueville chamava a atenção para o efeito político que esse centralismo causava na sociedade francesa: o despotismo. O centralismo tirava da sociedade a sua iniciativa e a transformava em eterno menor de idade perante o Estado todo-poderoso. O grande mal causado à França pelo centralismo era antigo, no sentir de Tocqueville. A substituição paulatina do velho direito consuetudinário germânico pelo direito romano situava-se nas origens de todos os males, e era como que a fonte jurídica legitimadora do processo centralizador, que se alastrou depois a todos os aspectos da vida social. O despotismo é, na sua essência, centralizador.

O processo de substituição do direito consuetudinário pelo direito romano acha-se minuciosamente documentado na obra em apreço. Inicialmente ocorrido na Alemanha, generalizou-se pela Europa afora, ao longo dos séculos XIV, XV e XVI, quando do surgimento dos Estados nacionais. O efeito prático da obra dos jurisconsultos a serviço das nascentes monarquias modernas foi a consolidação de Estados absolutos, mais fortes do que a sociedade, sobranceiros a ela e dela sugando tudo, até a liberdade de associação e a livre iniciativa. Essa é a alma despótica do Ancien Régime, que animava as novas práticas administrativas. Em relação a esse ponto, frisa Tocqueville: "O que já caracteriza a administração na França é o ódio violento que lhe inspiram indistintamente todos aqueles, nobres ou burgueses, que queiram ocupar-se de assuntos públicos sem ela. O menor corpo independente que pareça pretender formar-se sem seu concurso amedronta-a; a menor associação livre, qualquer que seja o objetivo, importuna-a; deixa subsistirem apenas as que compôs arbitrariamente e que preside. Mesmo as grandes companhias industriais pouco lhe agradam; resumindo, não pretende que os cidadãos se intrometam, de nenhum modo que seja, nos exames de seus próprios assuntos; prefere a esterilidade à concorrência. Mas, como é preciso sempre deixar aos franceses a doçura de um pouco de licença, a fim de consolá-los de sua servidão, o governo permite que se discuta muito livremente toda espécie de teorias gerais e abstratas em matéria de religião, filosofia, moral e mesmo política. Admite de bom grado que ataquem os princípios fundamentais em que se assenta então a sociedade e que discutam até mesmo Deus, contanto que não falem mal nem sequer de seus menores agentes. Acha que isto não lhes diz respeito" (trad. citada, págs. 72-73).

O que Tocqueville afirmava do centralismo despótico, aplicava-se, em primeiro lugar, à França revolucionária. Em que pese o fato das juras libertárias dos jacobinos, no entanto a Revolução terminou sendo deglutida pelos velhos hábitos centralizadores e despóticos. O nosso autor cita, para confirmar essa apreciação, as palavras que Mirabeau escrevia secretamente ao rei, menos de um ano depois de ter eclodido a Revolução: "Comparai o novo estado das coisas com o Antigo Regime; é aí que nascem as consolações e as esperanças. Uma parte dos atos da Assembléia Nacional, e é a mais considerável, é evidentemente favorável ao governo monárquico. Então não é nada estar sem parlamento, sem pays d´états, sem corpo de clero, de privilegiados, de nobreza? A idéia de formar apenas uma única classe de cidadãos teria agradado a Richelieu: esta superfície uniforme facilita o exercício do poder. Vários reinados de um governo absoluto não teriam feito tanto pela autoridade régia, quanto esse único ano de Revolução” (trad. cit., pág. 11). Arguto observador do fenômeno revolucionário, Tocqueville comenta as palavras de Mirabeau, destacando o caráter cosmético da Revolução de 1789, no que tange ao despotismo centralizador.

Os breves comentários precedentes permitem situar o significado da contribuição de Tocqueville no entendimento da direção central seguida pela Revolução Francesa. Atrelada assim à diretriz norteadora do Estado Moderno --substituir a descentralização feudal pelo centralismo monárquico--, graças à influência dos “philosophes”, Rousseau á frente, abriu uma senda distanciada do que efetivamente de novo trouxera a Revolução Gloriosa inglesa: o governo representativo, que, progressivamente, iria incorporar o ideal democrático. Na preservação, deste, no continente, seria igualmente decisiva a contribuição de Alexis de Tocqueville.

O processo revolucionário fez ruir um governo e um reino, mas sobre essas cinzas ergueu um Estado muito mais poderoso que o anterior. Algo semelhante ao que ocorre, atualmente, com os movimentos populistas latino-americanos, que alegam estar libertando os seus povos do neoliberalismo, dando ensejo a propostas cada vez mais estatizantes, fenômeno do qual não escapa o Brasil, levando em consideração os últimos pronunciamentos do presidente Lula e da sua candidata Dilma Rousseff, que apregoam claramente a volta do antigo estatismo como solução mágica para todos os nossos problemas.

Este artigo foi publicado na revista eletrônica Liberdade e Cidadania, (Ano II - n. 5 - julho / setembro, 2009). Link: http://www.itn.org.br/revista/materias_view.asp?id={4316D522-681F-406C-B111-F43A0A3288E9}