Las
elecciones presidenciales brasileñas del pasado 26 de Octubre me dejaron
perplejo. Hablando claramente, no sólo las elecciones sino también la campaña. La
actual legislación electoral brasileña le pone muchas cortapisas al libre
debate acerca de los programas de gobierno. Sucesivas reformas a la ley
originalmente promulgada por Getúlio Vargas en 1932, han desfigurado
completamente el escenario abierto y democrático que debería ser la campaña
electoral. La discusión sin tapujos, alrededor de los programas de los
candidatos, es simplemente imposible. Cualquier candidato al cargo de
presidente (especialmente si se trata del mandatario en ejercicio que busca la
reelección) puede denunciar ante los Jueces Electorales a su adversario, si
éste pone sobre la mesa, sin miedo y como al pueblo le gusta, (a “calzón
quitado”, como se dice en Colombia), los puntos frágiles de su programa de
gobierno. Este aspecto de la legislación electoral y, además, la absurda
reglamentación acerca del tiempo disponible para los candidatos (vinculado al
número de congresistas elegidos por sus respectivos partidos) hacen que el que
asumió el control del Congreso busque eternizarse en el poder. Es la entropía
electoral mejor montada de que tengo conocimiento.
Con este
telón de fondo, no es raro que se sienta en Brasil un clima de insatisfacción
generalizada después de las pasadas elecciones presidenciales, algo así como el
bochorno que antecede a la tempestad. En primer lugar, la campaña fue puesta en
un nivel de ataque puramente personal, sin que se le diera importancia a lo que
debería ser discutido: los programas de gobierno de los candidatos, como ya fue
seãnalado. Y la oportunidad era urgente para discutirlos. El responsable por
ese clima de ataques personales, además del factor que acabo de mencionar (la
legislación electoral) fue sin duda alguna el partido de gobierno, el PT. La
máquina propagandística del Partido de los Trabajadores se ha especializado en
destruir personalidades. Es una tecnología que los petistas importaron de Cuba.
Al fin y al cabo José Dirceu, uno de los presos por el crimen del Mensalão I y
que fuera Ministro de la Casa Civil de Lula, se especializó en Cuba en propaganda
política y terrorismo. Ahora bien, en la campaña, los asesores de márquetin
político de Dilma fueron bombardeando, uno a uno, a sus contrincantes más
fuertes, con ataques puramente personales.
La primera en
sufrir el fuego pesado petista fue Marina Silva, del Partido Socialista
Brasileño. Ella recogió la herencia del fallecido candidato Eduardo Campos,
víctima de accidente de aviación ocurrido en Agosto. Marina fue rápidamente
identificada por el electorado como una “tercera vía”, socialista-democrática y
diferente del partido de gobierno, que ideológicamente se ha colocado en una
izquierda recalcitrante vecina a la ideología comunista, y que pragmáticamente
se ha ajustado a la vieja corrupción, compartiendo el botín del desvío de los
dineros públicos con su aliado tradicional, el Partido do Movimiento
Democrático Brasileiro (PMDB), amén de una gama de pequeños partidos que atacan
el presupuesto con el hambre intempestiva de las hienas. Marina se colocó en
una posición crítica de las prácticas
nada republicanas de sus antiguos compañeros de viaje (fue ministra del Medio
Ambiente del presidente Lula, en su primer mandato). Pero sintió el embate de
los golpes bajos de la campaña de Dilma. Las preferencias del electorado por
Marina eran significativas. Los sondeos de opinión la colocaban como la más
fuerte concurrente a la presidencia después de Dilma, llegándola a superar en
la prospectiva del segundo turno.
El segundo en
sufrir el fuego pesado petista fue Aécio Neves, nieto del fallecido
ex-presidente Tancredo Neves, que aparecía como tercero colocado antes del
primer turno, pero que se consolidó en éste como el candidato de las
oposiciones. Me impresionaron mucho las fallas de los principales Institutos de
Pesquisa Electoral poco antes de ocurrir el primer turno. Aécio aparecía como
descartado. Pero no ocurrió así. Las redes sociales denunciaban que el gobierno
había pagado a los más importantes institutos de pesquisa de opinión, para que
en la revelación de las pesquisas parciales fueran favoreciendo a la candidata
oficial, a fin de ir sensibilizando al electorado con una ventaja mayor de
ésta, que la que realmente los datos estadísticos revelaban.
La verdad es
que el PT se volvió contumaz comprador de los institutos de pesquisa que otrora
auxiliaban al Estado con datos sobre las políticas económicas y las mudanzas
sociales. Los dos más importantes institutos de esta orden en Brasil son la
IBGE (Instituto Brasileiro de Geografía e Estadística) y el IPEA (Instituto de
Pesquisas Económicas Aplicadas), ambos con sede en Rio de Janeiro. Cuando, en
los años 70 del siglo pasado, dirigí el Instituto de Postgrado e Investigación
de la Universidad de Medellín, llegué a mantener contacto con los
investigadores del IPEA y quedé realmente impresionado con la seriedad de su
trabajo. En años posteriores, en investigaciones que realicé en función de mis
actividades como asesor parlamentario del senador José Richa (del antiguo MDB),
durante la Constituyente de 1986-1987, utilicé ampliamente los datos publicados
por el IBGE sobre desarrollo agrario en Brasil. Puedo dar testimonio de la
objetividad indiscutible de los estudios de ese Instituto.
El PT, con
todo, cometió la desfachatez de forzar la salida de los mejores investigadores
de ambos institutos, a fin de substituirlos por “técnicos” a su servicio. Hoy
en día, no se puede confiar ni en los datos del IBGE ni en los del IPEA. Los
petistas lograron desnudar a esas instituciones de la seriedad que las
caracterizaba. Se convirtieron en agencias de propaganda gubernamental, como lo
ha hecho también en Argentina la presidente Cristina Kirchner, con los
institutos de investigación oficiales. Los citados Institutos siguieron el
mismo camino de servilismo a los dueños del poder que ha afectado al
tradicionalísimo Itamaraty, el Ministerio de las Relaciones Exteriores
brasileño. Durante los gobiernos petistas este Ministerio fue colocado en manos
de políticos inescrupulosos que echaron por tierra la tradicional política de
no alineación ideológica de la Cancillería, que solamente tomaba decisiones que
defendieran los intereses estratégicos del país. Hoy en día el Itamaraty es
apenas un apéndice de los intereses ideológicos y personalistas del Partido de
los Trabajadores. Así, Lula alineó al Brasil al lado de los peores dictadores
africanos y Dilma, en la pasada sesión de la ONU, en Septiembre, cometió la
felonía de ponerse al lado de los terroristas del Estado Islámico, contrariando
la posición de la opinión pública brasileña y obrando claramente contra los
intereses estratégicos del Brasil. Un caso para impeachment.
Aécio Neves,
ducho en peleas electorales, logró sobrevivir a la andanada de mentiras y
calumnias que los marqueteros oficiales colocaron a disposición de Dilma
Roussef durante la campaña. En vísperas del pleito, institutos independientes
de pesquisa electoral le daban el triunfo a Aécio por lo menos por diez puntos
de ventaja sobre su contrincante. En los debates habidos por la radio y la
televisión, el candidato de las oposiciones simplemente apabulló a su
contendora, que no lograba responder a las preguntas de su oponente sobre
puntos importantes como: 1 - Políticas macroeconómicas para combatir la
inflación y el desempleo, volviendo a la práctica de la austeridad en los
gastos públicos y al estímulo a la libre iniciativa. 2 - Medidas que deberían
ser tomadas para enfrentar la violencia en las ciudades brasileñas (cada año
son asesinados más de 50 mil ciudadanos en este inmenso país, sin que la
policía logre investigar más que un 5 % de los crímenes cometidos). 3 - Políticas
de logística y de obras de infraestructura. 4 - Políticas de salud pública. 5 –
Políticas en el área de la educación básica, media y superior, y 6 – Reformulación de las
relaciones exteriores del Brasil, que – como se ha informado - fueron colocadas
por los petistas a lo largo de los últimos doce años en función de afinidades
ideológicas y contra los intereses económicos del país.
Desde el
principio de los debates electorales le di mi apoyo a Aécio Neves, por
considerar que sería el mejor candidato para devolverle al país la esperanza perdida.
Contrariamente a Dilma Roussef que, antes de ser presidente, no se había
elegido para nada, habiendo sido colocada por Lula como pieza manejable en el
tablero de sus opciones populistas, Aécio tiene larga experiencia como senador,
diputado federal, gobernador del Estado de Minas Gerais, prefecto de Belo
Horizonte, etc. Era fuerte mi esperanza de que Aécio fuera elegido. Y esta
expectativa se fundamentaba en las investigaciones de opinión de los institutos
independientes, así como en el parecer de periodistas experimentados y en mi
propia captación del estado de ánimo de la sociedad. Todo el mundo ya está
saturado con el populismo de los petistas y de sus coadyuvantes, especialmente
con el ambiente de robo generalizado a los cofres públicos, practicado a la luz
del día y con total desfachatez.
Cada crimen es más
grande que el anterior. El “Mensalão I”, denunciado en 2005 y que ha llevado a
la prisión a la cúpula del Partido de los Trabajadores, robó centenas de
millones de reales. El “Mensalão II”, llamado también de “Petrolão” y que está
siendo denunciado por haber hundido las finanzas y la reputación de la otrora
próspera Petrobras, consta que desvió de los cofres públicos una cuantía mucho
más grande que la del “Mensalão I”. El robo ya llega a la casa de los 10 y más
billones de reales. Ahora bien, si tenemos en cuenta que el dólar americano es
cotizado a 2,30 reales, los lectores han de concluir que los ríos de dinero
robados por los petistas son verdaderamente caudalosos como el Atrato, en el
Chocó colombiano. ¿Para qué tanta gana? En primer lugar, para llenarse los
bolsillos, las medias, los calzoncillos y los calzones con millones de dólares
y sacarlos del país (como acostumbran hacerlo los militantes del PT). ¡Al fin y
al cabo, los petistas también son hijos de Dios! En segundo lugar, para “hacer
una vaquita” y garantizarle al Partido de los Trabajadores los dineros
suficientes para comprar la supremacía y la hegemonía política.
El día de las
elecciones, por la noche, seguía con mi familia, por la televisión, el contaje
de votos. Aécio comenzó ganando con una ventaja muy fuerte. Después, a medida
que llegaba la hora de proclamar el vencedor, los datos simplemente
desaparecieron de la tela. Decían los locutores que el Tribunal Superior Electoral
no podía divulgar los datos definitivos, hasta tanto no llegaran los resultados
de los lejanos rincones de la Amazonia. Y a las 8 de la noche, la sorpresa: ¡Dilma
había sido elegida presidente, con estrechísimo margen sobre su opositor! Me
recordé de las elecciones presidenciales de 1970 en Colombia, que fueron
fraudadas por el gobierno en beneficio del candidato conservador Misael
Pastrana, contra el candidato que aparecía como vencedor a la media noche, el
general retirado Rojas Pinilla. Después de una intervención por la televisión y
la radio del ministro de gobierno, prohibiendo la divulgación de datos,
Pastrana apareció como vencedor a la mañana del día siguiente. Los resultados
fraudulentos dieron lugar a una onda más de violencia en Colombia y
consolidaron el surgimiento del grupo guerrillero M 19 entre cuyos fundadores
se encontraban los militantes de la Alianza Nacional Popular, la ANAPO, que se
sintieron víctimas de la maniobra estatal. La prensa, en las ediciones de los
días siguientes, con ironía, decía que no fueron los votos de los
corregimientos los que eligieron a Pastrana, sino los corregimientos de votos
patrocinados dizque por una “consultora electoral alemana” cuyo nombre era
Fraude.
Con fraude o
no en las urnas electrónicas brasileñas del 26 de Octubre, lo cierto es que la
victoria de Dilma se ha transformado en victoria de Pirro. El gobierno no sabe
qué hacer. O mejor: al día siguiente de las elecciones comenzó haciendo lo que
decía que su oponente haría: elevó impuestos, aumentó la tasa de interés y le
abrió la puerta a todas las maldades necesarias para controlar una inflación
desenfrenada por una década de gastos públicos sin control, gracias a políticas
sociales que le dan becas a todo el mundo sin exigir contraprestación y que
distribuyeron dinero de los contribuyentes brasileños en empréstitos benignos a
países africanos y latinoamericanos, con la finalidad de catapultar a Lula a
las cumbres del escenario internacional como virtual candidato a la Secretaría
de las Naciones Unidas. Con certeza, vendrán muchos rayos en este horizonte
cargado de sospechas y con la sociedad insatisfecha por la inflación creciente
y la endémica corrupción lulopetista.
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