Alberto, Adriana y la abuela Victoria (Medellín, Julio de 2001) |
Mi hermano, Alberto Vélez Rodríguez se destacó no sólo como jurista y profesor de Derecho en varias Universidades colombianas, especialmente en la de Medellín. Alberto realizó también investigaciones en el terreno de la historia de las ideas políticas y jurídicas. Junto con él desarrollé, en Quirama, en los años 70 del siglo pasado, seminarios sobre la historia del pensamiento político colombiano. Este estudio sobre Miguel Reale (1910-2006), que ahora publico en homenaje a mi hermano, fué escrito para el curso de doctorado en filosofía del derecho de la Universidad Pontificia Bolivariana, poco antes de su fallecimiento, en 2004.
EL DERECHO DESDE LO POLÍTICO EN MIGUEL REALE
Alberto Vélez Rodríguez (1941-2004)
Jurista. Fué rector de la Universidad de Medellín.
Jurista. Fué rector de la Universidad de Medellín.
INTRODUCCIÓN
La situación actual de Colombia amerita la reflexión sobre planteamientos
jurídico-políticos, que no desborden el marco de lo ético y de lo realizable.
En efecto, estamos saturados de ideales utópicos; de múltiples y vergonzosas
promesas incumplidas; de la sucesión casi inmemorial de gobiernos ilegítimos y
de gobernantes incapaces y corruptos; de soluciones legislativas generales,
abstractas y apátridas; de la ausencia de participación en las decisiones que
afectan nuestros intereses; de individualismo; de racionalidad; de
utilitarismo... En síntesis, son en absoluto extraños para nosotros el
Estado-Nación, el humanismo político, el Derecho eficaz y la Justicia social.
Por ello
he escogido la obra jurídica y política de Miguel Reale, ya que en mi sentir,
las circunstancias en las que se gestaron los textos del jurista y filósofo
brasileño, no son significativamente distintas de las que han caracterizado
nuestro decurso histórico. Además, la gran agitación política despertada por el
Integralismo, en el que tuvo el profesor Reale una significativa participación,
y las actividades llevadas a cabo por este movimiento y capitalizadas a la
postre por Getulio Vargas, llevaron a la consolidación en ese país del
Estado-Nación que no hemos sido nosotros capaces de construir. Creo que en este
empeño no sobra ningún esfuerzo. La reflexión sobre los temas políticos, es el
aporte que podemos dar quienes hemos pretendido servir desde la academia.
Personalmente
considero que un Estado Integral de Derecho, y una política de servicio, son modelos
de un deber ser realizable que nos permitirían autóctonamente concretar los
valores que reiteradamente han venido demandando nuestras comunidades, modelos
en cuya construcción exitosamente podrían extrapolarse, con las adecuaciones
que sean menester a nuestra idiosincrasia, las tesis jurídico-políticas de
Miguel Reale. Además, en los círculos jurídicos es hoy muy conocida y de buen
recibo, la Teoría Tridimensional del Derecho estructurada por el profesor
brasileño, teoría que asumiremos aquí en el sentido que tiene desde la
política.
El título
de este escrito: El derecho desde lo político en Miguel Reale obedece a la
única visión posible de la realidad de lo jurídico, ya que las posturas
ideales, productos de la pura razón especulativa, escinden el Derecho de la
Política. El orden real de la convivencia, demanda así mismo, una teoría real
de lo político para la que el Derecho es ineludible en el estado actual de la
civilización que nos individualiza. De este modo, la organización para el bien
común de una sociedad concreta, requiere que sean utilizados como medios
imprescindibles el Derecho y la Política, en su acción recíproca que les otorga
idoneidad y los sustrae de la pura entelequia. Precisamente de esa forzosa
reciprocidad como es vista por Reale, da cuenta este trabajo, en el que trataré
de concretar los problemas básicos que envuelven el tema de Lo
político en Miguel Reale.
Vida, obra y
pensamiento de Miguel Reale
Miguel
Reale, Jusfilósofo, padre del “Culturalismo Brasileño”, nacido en 1910 en São
Bento do Sapucaí, Estado de São Paulo, dos años antes de culminar sus estudios
de Derecho en 1934, frecuentó los grupos socialistas influidos de ideas
nacionalistas y marxistas que irían a repercutir en el Movimiento Integralista
Brasileño, del que hizo parte. En el 32 el ambiente era de franco desencanto
[cf. Souza, 1994: 82]. Al respecto el propio Reale expresa:
“Cuando surgió la revolución paulista (1932),
yo estaba en uno de esos momentos de desengaño, en perfecto estado de
disponibilidad, con el cerebro como un cementerio de ideas que ya habían sido
ideas—fuerza en el pasado, desde los admirables ideales del Liberalismo, hasta
las agitadas pulsaciones del Marxismo.
“Me alisté como quien va para la lucha en
procura de sí mismo, con la certeza de encontrar en el peligro el sentido nuevo
de la vida. Al volver, comprendí que mi crisis espiritual había sido, como la
de muchos de mi generación, la crisis de quien se cierra en sí mismo, devorando
sus propias ideas en el silencio egoísta de los gabinetes, sin comprender que
la idea es tanto más nuestra cuanto más la expandamos por el mundo” [Reale, 1983: II, 7].
Ya desde
aquí se avizora el realismo que impregnará toda su obra; un neorrealismo
expresado como criticismo ontognoseológico, de acuerdo con el cual, hay también un a priori material, óntico, y no sólo gnoseológico, pues
el espíritu capta la realidad determinada porque no es productor de objetos a
partir de la nada [Reale, 1978: 109; 1977, passim].
El a priori material u óntico integra la que he llamado estructura
preperceptiva de la conciencia, que le otorga al cogito una dimensión perspectivista y determina la subjetividad, no
la de la conciencia del individuo aislado, sino la de la conciencia equipada
con los ingredientes mundanos. Ese a priori material explica la inexistencia
del cero absoluto en el decurso del proceso perceptivo, y es por ello que
considero que la conciencia del hombre tiene también dicho carácter
preperceptivo y es intencional como potencialidad no vacía, sino referida a la
vivencia actual que es remitida a potencialidades de la conciencia inherentes a
la misma vivencia; a un horizonte con un contenido coasumido, no percibido,
pero anticipado en la percepción, marco de posibles realizaciones de la
libertad [Husserl, 1942: 80]. Por ello el problema de la identidad política
está relacionado de manera esencial con la perspectividad de la conciencia, es
decir, está condicionado por ese a priori material del que profusamente se
ocupa nuestro autor brasileño. El análisis del sentido objetivo, es decir de la
explicitud de lo presunto por la conciencia, como expresa Husserl,
"va guiado por el fundamental
descubrimiento de que todo cogito, en
cuanto conciencia, es en el más amplio sentido asunción de lo asumido por él,
pero que esto, lo presunto, es en todo momento más (está presunto con un plus) de lo que en el momento está
delante como "explícitamente" asumido" [Husserl, 1942: 84].
La
conciencia intencional se dirige no solamente a los ingredientes mundanos, sino
que es autoconsciencia, como conciencia interna del tiempo, totalidad universal
ordenadora de todas las vivencias posibles [cf. Husserl, 1942: 78], pero no
pasiva referencia intencional del ego a sí mismo, sino activa, creadoramente
activa, dirigida a una infinidad de cosas, al mundo, que por no estar en reposo
evoluciona y la afecta. La conciencia es, pues, eminentemente activa y, a fortiori, lo es el conocimiento en
todos sus niveles. La conciencia, por ello, es dialéctica y por eso ambigua.
Hago esta referencia a la fenomenología, porque ella tiene gran influencia en
el pensamiento de Miguel Reale, ya que, como él expresamente lo admite, sus
exponentes fijaron las bases de una doctrina que se encuadra en el realismo
crítico, y que redunda en un realismo ontognoseológico, porque representa una
revalorización del objeto, pero teniendo en cuenta que aquello que es propio
del sujeto, no proviene, ni se origina, ni resulta del objeto [Cf. Reale, 1978:
125]. Además, en esa doctrina, se reconoce la función creadora del sujeto, pero
no absoluta en la constitución o producción del objeto, como sustentan, por
ejemplo, los neokantianos de la Escuela de Marburgo, para quienes el método es
constitutivo del objeto. Sobre este aspecto, y para la comprensión posterior de
la estructura o consistencia de la realidad jurídico-política, nuestro autor
hace las siguientes consideraciones [Reale, 1978: 126-127]:
a)
Sujeto cognoscente y “algo real”
son elementos esenciales para cualquier conocimiento del mundo, de la
naturaleza y de la cultura, esto es, de cuanto no sea conocimiento de meros
objetos ideales, como los de la Matemática y de la Lógica.
b)
Consideramos algo (aliquid) todo lo que sea susceptible de
convertirse en objeto. Si en el plano de los objetos ideales hay identidad
entre “algo” y “objeto”, que se distinguen apenas como posiciones del
pensamiento mismo, ya los objetos naturales o culturales suscitan el problema
de la adecuación entre el uno y el otro, entre lo que es objeto (contenido del
pensamiento) y algo de extrínseco al pensamiento, a lo que el pensamiento se
dirige, en una intencionalidad que es trazo esencial de la consciencia, de
acuerdo con la renovada enseñanza de Husserl Situándose delante de algo, el
sujeto pone lógicamente el objeto, pero sólo lo pone en la medida en que
convierte en estructuras lógicas las estructuras ónticas de algo. El sujeto es,
así, una energía reveladora de determinaciones sólo lógicamente posibles por
haber en “algo” virtualidades de determinación. De ahí diremos que el
conocimiento es una construcción de naturaleza “ontognoseológica”.
c)
El sujeto aprehende algo
como objeto, pero le resta siempre algo por conocer; más aun, es en el acto
mismo de conocer, que algo se conserva heterogéneo, en relación con el sujeto
mismo, por ser trascendente a él y no reducirse al ámbito del proceso
cognoscitivo.
d)
El conocimiento depende,
pues, de dos condiciones complementarias: un sujeto que se proyecta en el
sentido de algo, orientándose a captarlo y tornarlo suyo; algo que ya debe
poseer necesariamente cierta determinación, cierta estructura objetiva virtual,
sin la cual sería lógicamente imposible la captación. El ser no es, en ese
sentido, lo absolutamente indeterminado, porque antes es lo infinitamente
determinable. El sujeto no recibe de algo, pasivamente, una impresión que en él
se revele como objeto, ni algo se transfiere al plano del sujeto, reduciéndose
a sus estructuras subjetivas. Bajo el estímulo de algo, y en la medida y en
función de funciones subjetivas e histórico—sociales – pues el realismo
ontognoseológico no olvida la inevitable condicionalidad social e histórica de
todo conocimiento –, el sujeto, de cierta manera, “pone” el objeto, que puede
no corresponder integralmente con algo, pero a algo, con certeza, siempre
corresponde. Restringimos el concepto hartmanniano de transobjetivo a aquello
que si no se conoce aun, puede, sin embargo, ser objeto de conocimiento.
Consideramos, por otro lado, objeto trascendente o metafísico aquel al que sólo
podemos referirnos, en último término, como presupuesto de la totalidad del
proceso cognoscitivo, como condición primera para conocer: es objeto
metafísico, porque trasciende los cuadros ontognoseológicos, es “algo” que se
impone como punto al que tienden indefinidamente las perspectivas del conocer.
e)
En suma, el pensamiento
tiene el poder de poner estructuras lógicas en función de estructuras ónticas,
de manera que hay siempre necesidad de determinar el método adecuado o
correspondiente a cada región o a cada campo de realidad.
f)
A la metodología abstracta
sucede la metodología concreta, plural y funcional, suscitada por el principio
fundamental de los presupuestos ontognoseológicos.
Culturalismo
y neorrealismo crítico han marcado siempre su pensamiento y su acción en la
política desde que adhirió al movimiento integralista en 1933, movimiento del
que se separó después del golpe del 37 y del que resultaría la implantación del
Estado Novo, por desacuerdos en la alianza con los liberales que llevaron al
movimiento armado de 1938 [cf. Souza, 1994: 82]. Por esas improntas está
signada también su obra y lo ha estado la cátedra que comenzó a regentar en
1940, cuando ganó el concurso para ingresar como docente de la asignatura
Filosofía del Derecho a la Facultad de Derecho de la Universidad de São Paulo.
Desde entonces, la elaboración teórica lo absorbió íntegramente.
Conviene
recordar aquí que Miguel Reale ha sido profesor en la Facultad de Derecho de la
Universidad de São Paulo y director de la Revista Brasileña de Filosofía,
fundada en 1951, órgano del Instituto Brasileño de Filosofía, del que ha sido
presidente desde 1949, fecha de su fundación. Doctor Honoris causa de la
Universidad de Génova. Ha sido presidente de la Asociación Mundial de Filosofía
Social y Jurídica y miembro del Consejo Federal de Cultura del Brasil. Es
miembro de la Academia Brasileña de Letras y de la Academia Nacional de
Derecho. Fue laureado con la medalla “Teixeira de Freitas” del Instituto de
Abogados Brasileños. Se le otorgó el premio “Moinho Santista” en Ciencias
Jurídicas. Es socio honorario de la Sociedad Italiana de Filosofía del Derecho,
de la Sociedad Española de Filosofía Jurídica y Social y de la Sociedad
Mexicana de Filosofía. Socio también de la Academia de Ciencias y del Instituto
de Bolonia; lo es también de la Sociedad Argentina de Filosofía, del Instituto
Argentino de Filosofía Jurídica y Social, de la Academia del Instituto de
Coimbra y de la Sociedad Americana de Filosofía social y Política. Ha realizado
trabajos de Filosofía, en general, y del Derecho, de Filosofía del Estado, de
Historia de la Cultura e Historia General, de Política, de Sociología, de
Economía, de Ciencia del Derecho, etc.
Alrededor
de la importante figura de Miguel Reale y de su vasta obra, se reúne un grupo
de pensadores culturalistas de las más variadas tendencias, desde el
Historicismo Idealista Italiano hasta el Raciovitalismo Orteguiano, o la
Fenomenología, o el Egologismo Existencial, o las diversas manifestaciones del
Marxismo académico y militante, o las tendencias jusnaturalistas actualizadas
por la Filosofía Contemporánea, etc.[cf. Machado Neto, 1969: 218]. Puede
afirmarse que el Culturalismo orientado por el profesor Reale y que desarrolla
el grupo del Instituto Brasileño de Filosofía que él preside, es el más actual
movimiento que resume todas las tendencias teóricas sobre el Derecho en el
Brasil hodierno. Ese pluralismo se traduce en el pensamiento complejo de Miguel
Reale, complejidad que caracteriza su antropocosmovisión y, por su puesto, su
concepción política.
Machado
Neto, de filiación egológica, integrante del citado grupo, afirma que la obra
del profesor Reale es la contribución realmente significativa de ese movimiento
de las ideas. Considera al profesor Reale un hombre de pensamiento y de acción,
jurista profesional de la más alta categoría, teórico del Derecho y también
Político intermitentemente actuante y autor de más de una docena de obras sobre
Teoría del Estado y Filosofía Jurídica. [cf. Machado Neto, 1969: 219].
Miguel
Reale es considerado como uno de los representantes de la verdadera
originalidad de la reflexión filosófica en el Brasil, la que al decir de
Antonio Paim [1979: 142], con apoyo en las mismas palabras de Reale, requiere
que aprendamos a convivir con la herencia que nos fue legada,
correspondiéndonos reconstruirla en su integridad. Supone que sepamos descubrir
la posición que ese legado ocupa en la textura cultural del presente,
elevándola al plano consciente y retirándola de la condición subyacente a la
que había sido relegada. Y, aun, que no lo hagamos cultivando aislamientos
culturales, sino buscando participar del diálogo que entretiene a los
pensadores de las viejas naciones, sin exhibicionismo para hacernos notar, sino
con ciertos ángulos y facetas de una consciencia que, tomada en su totalidad,
es universal.
Entre la
vasta bibliografía de Miguel Reale, que se inicia con una serie de ensayos
políticos de alguna manera vinculados al movimiento Integralista Brasileño
puede destacarse Fundamentos del Derecho [cf. Reale, 1972], obra presentada para el concurso que le permitió
ingresar como docente de la cátedra de Filosofía del Derecho, en la Facultad de
Derecho de la Universidad de São Paulo, publicada en 1940, la que contiene el
desarrollo de las ideas que le permitieron llegar a nuestro autor a su Teoría
Tridimensional del Derecho [Cf. Reale, 1968].
De la
misma época de la citada tesis, es su libro Teoría do Direito e do Estado [cf.
Reale, 1940], obra de profunda erudición juspolítica, en la que se afirman más
explícitamente que en otras obras, los presupuestos culturalistas de su teoría
del Estado [cf. Machado Neto, 1969: 220]. Es la primera obra en el Brasil, en
la que se defiende una concepción del Estado de Derecho, a partir del
pluralismo de las entidades sociales, con una crítica de todas las formas de
estatismo jurídico. Sostiene el carácter ineluctable de la pluralidad de
perspectivas filosóficas y la inexistencia de criterios uniformes que permitan
escoger una perspectiva y refuta la construcción de una estructura totalizante
y totalitaria [cf. Souza, 1994: 83].
La obra
capital en la que de manera sistemática le da expresión definitiva a su
filosofía jurídica, es la Filosofia do Direito [Cf. Reale,
1978], obra que contiene un perfil inconfundible de una de las filosofías más
expresivas del mundo jurídico actual y de gran influencia, tanto en Europa como
en Latinoamérica. Así, entre otros, han asumido el tridimensionalismo Luigi
Bagolini en Italia y Recasens Siches en México [cf. Machado Neto, 1969: 220].
Acerca de
ese texto, el mismo Miguel Reale dice que en él concreta el fruto de más de
diez años de cátedra en la Universidad de São Paulo, que reafirma su propósito,
como lo había desde joven escrito, de “teorizar la vida y de vivir la teoría en
la unidad indisoluble del pensamiento y de la acción”, programa de vida que lo
sigue acompañando, y al que obedece cuidando de determinar los fundamentos del
Derecho en función de elementos lógicos, axiológicos y fácticos. Expresa que no
comprende al Derecho como una abstracción lógica o ética por fuera de la
experiencia social, pues es en ésta en la que debe hundir sus raíces para
crecer firme y recibir el oxígeno tonificante de los ideales de justicia. Ese
sentido concreto del Derecho se torna aun más vigoroso “en contacto con los
problemas de gobierno, o en la vivencia apasionante de los embates políticos,
cuando son sometidos a una crítica viva los preceptos de la legislación
positiva” [Reale, 1978: XXIII]. Es incuestionable la concurrencia de complejas
perspectivas desde las que el profesor Reale enfoca al Derecho y en las que,
por consiguiente, se funda su concepción tridimensional.
Miguel
Reale se apoya, para sus reflexiones sobre la ética, en la conducta humana, a
través de la cual llega a su concepción jurídica, ya que el Derecho es una de
las modalidades de la conducta ética. En efecto, como para él el valor de la
acción es capítulo de la Ética y la Ética es una de las formas de la experiencia
de Valores y, como a su vez la Etica es uno de los aspectos de la Axiología o
teoría de los Valores y el valor fuente de todos los valores es el hombre,
entonces, no puede haber filosofía que no se refiera al ser humano, en su
totalidad como persona. Como la experiencia de Valores [cf. Reale, 1977]
concierne a la conducta ética y ésta es tridimensional, entonces la Ética en
general, y el Derecho, en particular, también tienen una estructura
tridimensional.
Miguel
Reale concreta sus tesis gnoseontológica, política y ética en su concepción del
Derecho diciendo que desde los puntos de vista de la parte objecti y de la
estimativa de la experiencia jurídica, “el derecho se determina como la
realidad histórico-cultural tridimensional de naturaleza bilateral atributiva,
o, si quisiéramos discriminar en el concepto la naturaleza de los tres
elementos o factores examinados, se definiría el derecho como la realidad
histórico-cultural ordenada de forma bilateral atributiva según valores de
convivencia, lo que significa que la Jurisprudencia tiene por objeto hechos
ordenados valorativamente en un proceso normativo de atributividad” [Reale,
1978: 695]. Ya desde aquí podemos darnos cuenta que el Culturalismo trasciende
la concepción formalista de la Ciencia Jurídica, pues, considera que el objeto
de ésta no se reduce a normas, puesto que consiste en hechos ordenados
valorativamente en un proceso normativo de atributividad. Es decir, el objeto
de la ciencia está constituido por la norma, el hecho y el valor. Son precursores de la
concepción Tridimensional del Derecho del profesor Reale, Lask y Radbruch,
seguidos por Wilhelm Sauer en Alemania. Hay exponentes del Tridimensionalismo
en América y Europa: Jerome Hall, en Estados Unidos, Norberto Bobbio en Italia,
Luis Recasens Siches y García Maynez en México, Luis Legaz y Lacambra en
España, Cabral de Moncada en Portugal, Roubier, Villary y Lamand en Francia,
etc. [cf. Machado Neto, 1969: 222-223].
En virtud
de que su militancia política en el Integralismo constituyó la dimensión
práctica fundamental para la estructura de su pensamiento político de juventud;
y en vista de que el pensamiento de quien como Miguel Reale vive su realidad y
trata de darle expresión, y, por lo tanto, para quien su teoría no es sólo el
fruto contemplativo y apartado del mundo y del hombre, al examinar el sentido
de la Política en su pensamiento, es preciso que veamos de manera muy general
algunos aspectos de ese movimiento político
LO POLÍTICO EN
MIGUEL REALE
El Integralismo [cf. Souza,
1994]
Se le da
el nombre de integralismo al movimiento dirigido por la Acción Integralista
Brasileña, formalmente constituida a partir del manifiesto de 7 de Octubre de
1932, el que, sin embargo, había sido escrito desde Mayo. Los grandes temas de
ese Manifiesto de 1932, fueron los siguientes:
-
Concepción del Universo y del Hombre, de franca inspiración cristiana.
- Cómo
entendemos la Nación Brasileña, donde se identifica esa noción con la
organización de todo el pueblo en clases profesionales, a las que les incumbe
formar la estructura política.
- El
principio de autoridad, en el que se afirma que carecemos de jerarquía,
confianza, paz y respeto.
- Nuestro
Nacionalismo, de carácter, al mismo tiempo anticapitalista y anticomunista,
línea de otro modo seguida por la Iglesia en su crítica a la Época Moderna. -
Nuestros Partidos y el Gobierno, donde se procede a una crítica acerba de la
experiencia política republicana. - Lo que pensamos de las conspiraciones y de
la politiquería de grupos y de facciones, en donde se preconiza la disputa
trabada en torno de las ideas.
- La
Cuestión Social como la considera la Acción Integralista, de crítica cerrada al
comunismo, en una línea de solución preconizada por la Iglesia.
- La
Familia y la Nación, siendo la primera el sustentáculo de un Estado Fuerte, el
único capaz de llevar a la Nación a sus destinos.
- El
Municipio: centro de las familias; célula de la Nación.
- El
estado Integralista, que prescindirá de los partidos políticos, con apoyo en
las clases productivas (Sindicato y Corporaciones), en el municipio y en la
familia.
- Lo que
pensamos de las conspiraciones y de la politiquería de grupos y de facciones,
en donde se preconiza la disputa trabada en torno de las ideas.
Ese
movimiento no fue una escisión del Republicanismo tradicional, sino un
movimiento liderado por intelectuales sin antecedentes políticos que logró
tener una amplia repercusión en todo el Brasil.
A la
Acción Integralista que fue eminentemente citadina y pluralista, la tildaron de
fascista y de tal modo también quedaron signados sus miembros, por el simple
hecho de haber participado en ese movimiento. El movimiento Integralista
promovió manifestaciones sistemáticas de toda índole en todo el país y una parte
de sus miembros, inspirados en las camisas negras de los fascistas italianos,
adoptó como uniforme una camisa verde con la letra sigma del alfabeto griego en
el brazo, la que simbolizaba la S como signo matemático, rindiendo así tributo
al cientificismo y a la tradición positivista brasileña. Además adoptaron
actitudes fascistas como fue el saludo que consistía en levantar el brazo y
pronunciar la exclamación de salutación indígena “anauê”.
Pese a la
pluralidad ideológica de sus miembros, el movimiento integralista asumió
paulatinamente un carácter anticomunista, lo que era esperado transcurriera,
dada la situación política vigente.
Mediante
un ardid político Getulio Vargas capitalizó a su favor el movimiento. Esto es
típico de lo que podría denominarse el “jogo de cintura”, que caracteriza las
acciones políticas y que en el Brasil se estructura en la praxis desde la
Portugal del Renacimiento donde encontramos el fundamento de la
idiosincrasia del pueblo brasileño. Portugal, que por centurias dominó los mares,
se formó en esa empresa con una mentalidad abierta a las contingencias e
incertidumbres, las que se le presentaban de manera frecuente en las aventuras
marítimas, y desarrolló la habilidad de responder satisfactoriamente a toda
nueva circunstancia de conformidad con sus requerimientos. De otra parte,
interiorizó la ley natural que observaba y cuyas enseñanzas le deparaba cada
situación práctica, no para dejarla como ingrediente para futuras teorías, sino
para reiterar o reafirmar lo que teóricamente conocía, o para modificar las
leyes que a la luz de las observaciones se revelaban erróneas, o para mejorar
sus enunciados o expandir sus alcances. De aquí se yergue una Razón altamente
maleable, versátil y acomodaticia, pero a su vez apoyada y justificada en la
misma naturaleza. Por consiguiente los principios racionales se nutren en la
práctica cotidiana ; responden a las situaciones que demanda lo incierto; se
acomodan o ajustan a cualquier circunstancia y se apoyan en la naturaleza. He
aquí la razón de ser del “jogo de cintura” del portugués y del brasileño, pero
también el fundamento de la creatividad que los caracteriza.
El
movimiento Integralista duró sólo de 1932 a 1938 y sus principales vertientes
fueron las siguientes:
Vertientes del Integralismo:
El Integralismo
Brasileño se formó por la composición de tres vertientes doctrinarias:
- La que conforman las ideas de carácter literario y doctrinario expuestas por Plinio Salgado, acordes con la doctrina Social de la Iglesia Católica y heredadas del conservadurismo católico con el sentido que le imprimió Jackson de Figueredo.
B.
Una segunda corriente que
complementa la primera, pero que se orienta más al desarrollo social, al que se
vincula el problema de la libertad, iniciada con la reflexión jurídico—política
de Miguel Reale. Miguel Reale asumió una posición de vanguardia entre los jóvenes de su
generación y acometió la tarea de teorizar los principios de esta filosofía
política ligada al proceso revolucionario que se revelaba. A su vez Reale
procuró sistematizar lo que podríamos denominar socialización humanística: la
posibilidad de componer un cuadro social perfectamente integrado, pero
partiendo de la base. Se trataba básicamente de una aglutinación de los
intereses, llevada a cabo por los sindicatos y por las respectivas
corporaciones. Para Miguel Reale el socialismo es un valor que dentro de la
nueva visión del integralismo, se vinculará a toda la problemática nacional.
Corporación y Sindicato, son conceptos que serán trabajados a nivel de la
sociología, de la economía, de la Ciencia Jurídica y finalmente de la reflexión
de la Filosofía Política, que constituirán la base que le otorgará unidad a la
integración planeada y a los respectivos ordenamientos. En la concepción de
Reale, el integralismo era fruto de una meditación sobre los problemas
brasileños, dentro de una situación circunstancial propia y no como expresión
del mimetismo de fenómenos como el fascismo y mucho menos del nazismo. La
respuesta autoritaria más coherente, venía siendo preparada por los
representantes del positivismo Castillista, quienes tenían al frente a Getulio
Vargas.
C.
La tercera corriente se
encuentra en la obra de Gustavo Barroso, caracterizada por la influencia del
Nacionalsocialismo. Esta vertiente del pensamiento integralista, que se inclina
por una adhesión a las doctrinas desarrolladas por varios autores europeos
afiliados al nacionalsocialismo alemán de la época, principalmente el
antisemitismo, en Barroso no se sitúa en el mismo plano de aquellos pensadores,
porque su antisemitismo no es de fondo racial o religioso sino económico.
Barroso denuncia el capitalismo internacional, el sionismo y el comunismo, como
factores de desorganización y dominación de las fuerzas vivas de la nacionalidad.
Esas fuerzas serían el capitalismo nacional, o el cristianismo y la base moral
de la cultura.
El
integralismo no puede ser tomado, entonces, como una única doctrina. Consiste
en un conjunto de ideas que no pueden ser consideradas en sí mismas, sino en su
totalidad, como un punto de partida para intentar una solución a los problemas
permanentes con los que el Liberalismo Republicano se debatía sin encontrar una
expresión intelectual que le diese ánimo para proseguir. Debemos destacar, con
todo, que no había, dentro de la tradición cultural del Brasil, cómo tener
acceso a la crítica del liberalismo tradicional, en especial a las doctrinas
del laissez faire y del liberalismo económico, a ejemplo del
Keynesianismo, en la línea de la preservación de los institutos del sistema
representativo, inexistentes en el panorama brasileño. Por ello le pareció a
ese grupo de intelectuales, que la circunstancia internacional era propicia
para exigir ideas vigorosas de reformación del liberalismo o para crear nuevos
movimientos que buscasen el equilibrio ideal entre el Estado y la Sociedad.
A Miguel
Reale le correspondió hacer una propuesta relacionada con la organización
jurídico—política, relativa al ordenamiento del Estado Modernizador, propuesta
ésta mucho más técnica que la de Plinio Salgado. Aspiraba a penetrar en el alma
nacional mediante el método intuitivo; buscaba la cultura en sentido
atropogeográfico, al hombre ligado a sus raíces históricas. Concibió como
organización básica de la economía y de las profesiones, a las corporaciones de
productores y al sindicato, con capacidad para congregar sus intereses en los
respectivos sectores de su actividad y para llegar hasta las Cámaras
Corporativas. De tal modo, la propuesta de Reale consideraba la posibilidad de
una real participación de todos los sectores representados, y ordenados de
abajo hacia arriba hasta las estructuras superiores.
¿Qué es la
política?
De la
interpretación de las obras políticas y jurídicas de Miguel Reale, puede
inferirse que la política es tanto el
arte como la técnica científica que permite consolidar, fortalecer y
generalizar los intereses de un grupo caracterizado por diversos elementos
cohesivos que le otorgan identidad, en un conglomerado más amplio que resulta
dominado por aquel, mediante estrategias que utiliza para legitimar y
justificar el ejercicio del poder.
Es arte, porque la
legitimación y justificación del poder hace indispensable saber emplear el
discurso metafórico para convencer a adversarios y partidarios mediante
argumentaciones racionales, o al menos que pretendan serlo [cf. González
García, 1998: 12], con lo que se destaca el papel importante que juegan las
metáforas en la argumentación política, en ese arte de convencer a otros acerca
de la bondad de los fines políticos [González García, 1998: 15].
El
quehacer político, como actividad orientada hacia un fin, es eminentemente
racional y como tal, es hoy, objeto de conocimiento filosófico y científico.
Concretamente la política es objeto de las Ciencias del Espíritu, pues ella,
como estructura teleológica, implica
siempre un valor; como lo dice Miguel Reale, “fim é o dever ser do valor
reconhecido racionalmente como motivo de agir” [Reale, 1978: 375]. En este
aspecto, el profesor brasileño establece una inseparable relación entre
Axiología y Teleología, destacando que toda Teleología presupone una teoría de
los valores, luego en la relación de medio a fin no se tiene sólo un esquema
ciego, mecánico o causal, porque todo fin no es sino un momento de valor
comprendido por nuestra racionalidad limitada. Esa especificidad de deber ser
de lo teleológico, obedece a mi juicio, a una marcada influencia tanto del
kantismo como de la fenomenología.
No es
posible, entonces, reducir la política a puro arte metafórico o retórico. La
política, como ciencia superior, como ciencia que hace la síntesis de la
síntesis, envuelve las ciencias, la filosofía, la historia, la moral, el
derecho, la religión, el arte, etc., en una palabra, la cultura [cf. Reale,
1983: II, 38].
La política, como dice Walzer, es el arte de unificar para simbolizar la
unión de los individuos en el todo; en el Estado que es invisible e impalpable
y debe ser personificado antes de ser percibido [cf. González García, 1998: 20]
en la concreción de lo múltiple como universal real que no es sólo “nomen”.
Miguel Reale [1983: I, 14,57, 159] utiliza en diversas oportunidades la
metáfora del cuerpo, cuando considera al Estado como una realidad histórica y
no como el ideal de los Griegos. El Estado
de la concepción aristotélica o platónica, dice el jurista brasileño, es bello
pero inmóvil como una estatua de Fídias [cf. Reale, 1983: I, 114].
Al
destacar Reale la ahistoricidad de la filosofía griega, y considerar, no sólo
que la cultura no puede concebirse estáticamente ni como ya acabada, puesto que
en la concepción cultural está siempre viva la dimensión histórica, sino
también que la filosofía tampoco es puramente contemplativa y por consiguiente la
filosofía política tiene que tener un arraigo en la realidad, una posibilidad
de realización, una vocación hacia su concreción real, está criticando la
concepción renacentista y liberal del estado como obra de arte que se crea y se
destina sólo para la contemplación.
La
inserción que hace Miguel Reale de lo Político en la historia, no da lugar a
que se lo identifique con Hegel o con Marx. En efecto, no concibe la historia como lo absoluto, ni como negación de
lo absoluto, ni como la afirmación de un único absoluto: la perpetua y fatal
mutabilidad. Su concepción de la historia es integral, y en su sentir tiene los
méritos de poseer un método totalitario que tiene en cuenta siempre la
complejidad de las causas, la acción y los múltiples factores referidos unos a
otros; de reconocer que no es posible escribir la historia juzgando los
acontecimientos de un ciclo humano cualquiera sin atender los ideales que en él
actúan; de no admitir la posibilidad de trazar leyes tan solo fijando el ritmo
o las fases del progreso; de atribuir un mero valor explicativo a las leyes
referentes a los ciclos o fases; de confesar que lo imprevisto es una constante
en la historia; de decir que el deseo incoercible de lo absoluto explica el
progreso ininterrumpido, el cual, sin embargo, no se procesa regular y
mecánicamente; de verificar que en la historia hay cambios, hay imprevistos,
hay revoluciones; de aceptar que a través de las mutaciones se descubre la
permanencia de los valores absolutos del espíritu y del orden moral que no pueden
ser reducidos al proceso histórico; de admitir la existencia de una pluralidad
de civilizaciones como un método, a fin de darle realce a ciertas
características históricas predominantes y fundamentales; de estudiar al mismo
tiempo la acción de los individuos, de los grupos y de las sociedades como
agentes de la historia; de reconocer en la envoltura de los acontecimientos el
coeficiente representado por la libertad humana; de explicar los hechos según
las leyes causales de las ciencias naturales y las leyes finalistas de la
ética; de no descuidar el estudio de las condiciones objetivas del medio
ambiente y de no procurar por fuera de la historia explicaciones que la propia
historia pueda dar.
La
funcionalidad, la experiencia, lo real, lo vivido, que en el sentir de Miguel
Reale le otorgan sentido a las ideas, no pueden interpretarse en él como
manifestaciones pragmáticas, sino como concreciones históricas, no respecto de
algunos sujetos en un momento determinado, sino del hombre en su integridad, ya
que la historia es el hombre mismo, el hombre entero; considerado en su
totalidad, en su integridad, como el finito angustiado por el infinito, como lo
imperfecto que procura erguirse hacia la perfección, como lo uno y lo múltiple,
en el que se integran el ser y el deber ser.
No hay
una verdadera política ultramontana a la luz de la formación y desarrollo de la
cultura occidental. En efecto, en Actualidade
de um mundo antigo [cf. Reale, 1936] nuestro autor nos presenta la
formación de la Ciudad—Estado griega, como hecho moral y jurídico de unidad
política, desde una perspectiva múltiple: analiza su desarrollo social,
económico, político, moral, etc., y destaca la importancia que tiene la ciudad,
no sólo como el lugar geométrico de la historia pagana o la suprema realidad
para los griegos, sino como centro de producción y desarrollo civilizador y el
crisol en el que se preparan las grandes conquistas del hombre occidental. Para Oriente la ciudad no pasó de ser un hecho material de aglomeración
de hombres. Es pues para Miguel Reale la política asunto citadino, y en mayor
grado, el Estado—Nación es el centro donde se fragua la conciencia del deber
común, que considera el cimiento del desarrollo político. A diferencia, dice el
mismo autor, de Grecia, Roma y Fenicia, sociedades voluntaristas e
intelectualistas, donde se involucró el Derecho y se procuró penetrar en la
justicia, China se organizó en torno a la tradición y los hindúes, los persas,
los semitas y los judíos, en torno al destino del hombre delante de Dios. Estas
sociedades orientales son fundamentalmente vegetativas, pues no giran en torno
a la invención humana, a la obra de arte de la ciudad.
Sin el
referente citadino no es posible la identidad del hombre político ni del cuerpo
político, porque como lo destaca nuestro autor, la ciudad surge como unidad
moral, porque en ella se da un reconocimiento de los derechos de cada uno. En
la ciudad se reconoció por primera vez el valor del hombre como célula social y
se afirmó el ideal de perfección de las fuerzas colectivas en el individuo. Es
allí donde el derecho surge diferenciado de la costumbre, donde se reconoce al
hombre como sujeto de derechos públicos. Mejor dicho, donde nace el hombre
político, que quiere decir hombre de la polis. Remata Miguel Reale afirmando
que la polis es una expresión del Derecho, el símbolo de una civilización
superior.
Miguel
Reale considera la historia política griega como una historia de los estados
urbanos. Es preciso recordar que el mundo helénico lo integraban ciudades que
estaban distribuidas en las colinas y valles de Grecia y en las costas e islas
vecinas, ciudades que conservaban las tradiciones legadas por su origen común y
compartían las mismas instituciones religiosas y sociales, aunque vivían
independientemente a través de un sistema de alianzas temporales logradas por
el esfuerzo de una determinada ciudad que pretendía alcanzar la supremacía
sobre las limítrofes. Dichas alianzas eran rotas, para dar paso a la vida
independiente de la respectiva Colonia. De esta suerte, “la póVil o Ciudad Estado,
constituye el fundamento del pensamiento Político en Grecia” [Gettel, 1959:
80].
La vida
política de los helenos la considera Reale inconstante, llena de intrigas,
complicaciones y mezquindades, ya que en una política de “municipios” se ponen
en primer plano los intereses, y más que las ideas, las vanidades y las
rivalidades por futilidades entre los grandes hombres de pequeñas ciudades. Por
esto, Miguel Reale se formula unos interrogantes acerca de la vida política en
Grecia, en los que va envuelta su concepción realista de la política, según la
cual, en lo político concurren elementos racionales e irracionales; la política
es arte, es técnica, pero al mismo tiempo es ciencia y filosofía; tiene rasgos
de universalidad, pero no se concibe sino en el devenir de la historia; las
decisiones políticas tienen que ser autónomas, pero deben estar legitimadas y
justificadas; tiene sentido en el Estado—Nación, pero su vehículo efectivo es
la fuerza; es independiente de la forma de gobierno, pero sólo desde un
socialismo tecnocrático, con un gobierno autoritario y fuerte, tiene sentido el
desarrollo del corporativismo democrático que le abrirá el camino que requiere
la extensión cada vez mayor de la verdadera democracia; es un organismo, al que
le da sentido la vida del hombre, como ser complejo y valor fuente de todos los
valores, como el soporte de la cultura que le da vida y forma a ese organismo.
Por ello, considera que la historia griega se extiende y alarga ante nuestros
ojos, cuando es precisamente el problema del hombre el que nos impele a buscar
en ella datos y enseñanzas concretos y, entonces, nos salimos de los límites de
la historia y nos liberamos de las contingencias del tiempo y del espacio y así
todo se engalana de una luz de eternidad:
“El hecho histórico más
insignificante se universaliza, cuando en él entrevemos al Hombre; y deja de
ser tiempo para ser eternidad cuando lo consideramos a la luz de la Providencia
divina. Hay tal vez una teología de la historia, como hay también un humanismo
histórico, pero es éste el que nos debe orientar en el estudio de la cultura
griega, la más individualista, contradictoria y humanista de las culturas
antiguas” [Reale, 1983: I, 42].
La
Política es ciencia, pero no una ciencia cualquiera: es la ciencia cultural por
excelencia, es la ciencia de las ciencias, es una ciencia cultural superior; es
ciencia normativa. No como en la Edad Media, en la que la política propiamente
dicha estaba en segundo plano, como arte y no como ciencia autónoma. En otros términos,
para ellos el Estado es el medio mediante el cual el individuo puede alcanzar
su meta espiritual. El estado es también considerado medio por el liberalismo,
para realizar el goce de la libertad, fin supremo del hombre, por el socialismo
para alcanzar la justicia económica y por el tomismo y el agustinianismo, para
alcanzar la perfección del espíritu [cf. Reale, 1983: I, 153].
La
política como ciencia cultural [cf. Reale, 1995: 16] abandona la fase del
naturalismo caracterizada por el calco sobre las ciencias naturales y el
causalismo, o sea, la explicación exclusivamente causal (no finalista) de los
hechos, para dar paso a la política humanista, a la que tiende la concepción de
Miguel Reale y la que se caracteriza por ser ciencia del espíritu y finalista.
Al respecto expresa nuestro autor:
“He aquí que los movimientos
integralistas dejan el peso muerto de la premisa burguesa (el naturalismo),
marcando el ritmo espiritualista de los nuevos tiempos por la reafirmación del
principio de finalidad como complemento del de causalidad” [Reale, 1983:
I, 198].
El
Humanismo de Miguel Reale, es un humanismo realista, y desde él nos ofrece el
autor brasileño su concepción política de acuerdo con la cual,
“las doctrinas políticas no son respuestas
definitivas, pero sí índices que nos indican los medios para transformar la
realidad para adaptarla al hombre, según el deseo permanente de la Justicia y
del Bien. Es en esta capacidad de descender a los hechos particulares sin
perder la visión del todo, en la que consiste el sentido del humanismo
integral: no es pragmatismo, porque no se contenta con los hechos particulares
útiles, ni hace del hombre el centro del Universo; no es naturalista porque no
considera al hombre como simple parte de la naturaleza; ni es idealista porque
no admite idea que no sea síntesis de realidades objetivas y subjetivas, esto
es, idea sin imagen. Es ese humanismo realista el que anima el organismo de la
política moderna, inspirada en una nueva concepción cristiana del Universo y
del Hombre” [Reale, 1983: I, 34].
Para
comprender perfectamente este realismo político, sin confundirlo con las formas
empíricas, es necesario tener siempre presente la distinción que hace Miguel
Reale entre el mundo del ser y el mundo del deber ser. Su realismo, no
considera antagónicos esos dos mundos. Parte de la distinción kantiana entre
ser y deber ser y centra el deber ser en el fin, con lo que hace del fin y del
valor una especialidad de la causalidad, dando la impresión de que, como todo
proceso finalista es en el fondo un proceso causal, ya que destaca los medios
necesarios para alcanzar el fin, la acción no fuera más que la inversión de la
causalidad, cuando es más que eso, porque la acción tiene un sentido netamente
humano, constituido por el valor y la libertad. Sin embargo Miguel Reale
considera superar ese aspecto puramente ciego y mecánico al integrar en ella
los mundos del ser y del deber ser. Al respecto recuerda, con apoyo en la
distinción que hacen Stammler y Farias Brito entre el mundo del ser y del deber
ser, que cuando estudiamos un fenómeno, podemos considerarlo bajo dos puntos de
vista: podemos apreciarlo en cuanto a los fenómenos pasados que lo determinan
(y entonces la ley de la causalidad indica una relación de antecedente a
consecuente), o considerarlo en cuanto al futuro, apareciendo, en este caso,
como medio para la realización de un fin (y entonces la ley de causalidad
extrae una relación de naturaleza teleológica). No son dos mundos antagónicos,
sino al contrario, dos mundos que se complementan (el de la Naturaleza y el de
la Libertad), pues escogemos libremente los fines, aplicando los medios de
acuerdo con los conocimientos alcanzados en el mundo del ser. En la conducta
humana se integran los mundos del ser y del deber ser; la técnica y la ética;
lo causal y lo normativo, puesto que como lo anota Miguel Reale, considerado
cronológicamente el proceso del conocimiento, el mundo del ser antecede al
mundo del deber ser, pero a la inversa se da la relación considerada desde el
punto de vista absoluto de las cosas: el segundo es condición del primero.
Cuando estudiamos los fenómenos para establecer las relaciones de causa
eficiente, procuramos ser simples espectadores, esto es, constatar los hechos y
reproducir exactamente las realidades. Sólo interferimos y creamos, en la
medida en que se torna necesaria la creación para que percibamos e inventemos.
Nunca se verifica, en verdad, la despersonalización total del observador, tanto
en las matemáticas como en las ciencias naturales [cf. Reale, 1983: I, 35].
Para
comprender cabalmente el alcance de la política como ciencia, es necesario no
olvidar que hay una gran influencia de la fenomenología en el pensamiento de
Miguel Reale al respecto. Por ello afirma que es indiscutible la interferencia
del hombre, el residuo humano, en las leyes explicativas del mundo del ser. No
es el sabio el que crea libremente el hecho científico, sino que está antes el
hecho bruto que se impone al sabio, en el decir justo de Poincaré, el hombre
transfiere en la medida en que aprehende [Reale, 1983: I, 36].
Complementando
lo anterior, considera nuestro autor que en el momento especulativo de las
ciencias es diminuta o secundaria la actuación de la Libertad. En ese momento, si
hay interferencia de nuestra parte es porque somos incapaces de anular el
coeficiente personal, sin alcanzar el ideal deseado que es el aniquilamiento
del sujeto observador para hacer posible la reproducción exacta del objeto; el
objetivismo de las realidades [cf. Reale, 1983: I, 37].. Sin embargo esta
aspiración a la que se refiere Miguel Reale, es imposible si tenemos en cuenta
que en todo acto de percepción va envuelta la situación preperceptiva o
perspectivista del sujeto.
Afirma
nuestro autor que en el dominio de las ciencias del ser, por ser el
determinismo un presupuesto necesario, debemos hacer abstracción de todo y de
cualquier concepto de finalidad, hasta completar la investigación. Pero agrega
que bien diverso es lo que se verifica cuando consideramos los fenómenos desde
el punto de vista del deber ser, esto es, de la voluntad humana, pues de nada
valdrían los conocimientos obtenidos en la fase especulativa, si no fuesen
aplicados a la realización de un fin, de acuerdo con las aspiraciones de la
naturaleza humana, momento en el cual las leyes dejan de ser neutras al valor y
surge el criterio ético. Considera, entonces, que el determinismo científico es
un principio que la razón impone, como condición de sí misma en el acto de
conocer [Cf. Reale, 1983: I, 38]. De esta suerte, la Ciencia Jurídica sería
neutra al valor desde la perspectiva de lo fáctico, o sea en el momento de la
percepción de la realidad. Pero surgiría el criterio ético, cuando la realidad
se subsume con sentido jurídico y finalista por el Legislador en una norma, con
lo que se confirma que los fines de los titulares del poder constituyen el
horizonte de los deberes ético—sociales de los ciudadanos.
Como
Miguel Reale no separa la Política de la Moral, y hace depender la primera de
la segunda, dice que la Ciencia Política
“estudia la Sociedad y el Estado; procura, en la historia y en la
experiencia presente, fijar las relaciones y las interdependencias de los
fenómenos sociales, aplicando los conocimientos a fin de obtener para los hombres
la mayor suma de bienestar y de autonomía económica y moral: el dominio del
hombre sobre sí mismo” [Reale, 1983: I, 38].
En
relación con dicho concepto, nos aclara Miguel Reale que la Ciencia Política
refuerza los medios de acción; la moral nos guía en la escogencia de los fines
y por ello, al conjunto de la ciencia política y de la moral la denomina “Política Integral”. Ésta es, entonces,
la conjunción de la ciencia política y de la moral y en ella se da una relación
entre los medios y los fines. Es decir, es también una técnica.
Nuestro
autor no divide las ciencias en especulativas y normativas, sino que considera
la investigación y la normalización dos momentos de un único proceso, dos
partes integrantes de toda ciencia, luego para él la ciencia política es una
ciencia especulativa y normativa. Especulativa en cuanto procura conocer los
fenómenos haciendo abstracción de los fines; normativa cuando aplica los
conocimientos obtenidos en la realización de un fin: en el primer caso, su
objeto es el mundo del ser; en el segundo, es el mundo del deber ser. Ser y
deber ser, dice Reale, son dos aspectos de una única realidad: realista es la
política que no se restringe a la especulación o a la normalización, sino que
las funde, a cada instante, delante de cada caso particular o general que
ocurra. En la medida en que efectuamos un análisis, mentalmente reconstituimos
el proceso sintético. La síntesis abre cada vez mayores posibilidades al
análisis, y viceversa, en una continua integración y discriminación. Por ello
distingue en la Política, dos momentos ideológicamente distintos: el de la
investigación y el de la aplicación, a los que corresponden, lógicamente, dos
procesos metodológicos distintos, uno que establece leyes indiferentes y otro
que establece leyes éticas. Por lo tanto, concluye el tratadista brasileño, el
estadista yerra cuando, al iniciar una reforma económica, no considera los
hechos sociológico-morales que estuvieren relacionados con ella, como es el
caso, entre otros, de Marx, Ratzel y Humboldt, quienes han hecho
reduccionismos.
Por ello
para Miguel Reale la ciencia superior, que no sólo conjuga el análisis y la
síntesis, sino que procesa la síntesis de las síntesis y que subsume a la ciencia
jurídica, es la Ciencia Política, cuyo índice dominante es la síntesis y cuyas
leyes son sobre todo leyes éticas.
Así como
Aristóteles definió la Política como la ciencia del Estado, que abarca todos
los estudios sobre la organización de la sociedad, cuando aun no había ciencias
particulares con objeto propio claramente determinado, dice Miguel Reale que
hoy la Política vuelve a ser la ciencia del Estado y en ella se opera la
integración de todas las ciencia sociales.
Como el
conocimiento científico no se procesa entre afirmaciones y negaciones porque es
la elaboración de pesquisas individuales que se corrigen y se complementan en
un todo orgánico; como las contribuciones múltiples se funden, no por las
personas sino porque representan una faceta de la verdad total cuyo
conocimiento procuramos, y como hay en la ciencia política una base sociológica
y económica, estudiada a través de la existencia de nuestros días y de las
experiencias que la historia registra, base sociológica y económica que reposa
sobre datos acertados, compartiendo las características de las demás ciencias,
en ella no puede reinar, de modo alguno, la opinión de los individuos y de los
partidos. En el campo de la ciencia no hay lugar para la opinión.[cf. Reale,
1983: II, 44]. Con fundamento en las consideraciones anteriores, Miguel Reale
destaca tres conclusiones fundamentales:
1-
Que la Política no puede
estar unida al nombre de Marx o de Spencer, de Tarde o de Desmolins o de
cualquier revelador de aspectos de lo real. Las verdades que ellos descubrieron
deben unirse a otras verdades, correspondiendo la síntesis de las ideas a la
síntesis de los aspectos totales de la realidad.
2-
Que el pueblo aun no puede
intervenir siempre en la apreciación de las soluciones políticas, a no ser como
centro revelador del ideal común, pero nunca con los poderes de autogobierno;
pero nada prueba que esa capacidad no aumente día a día.
3-
Que el gobierno debe
corresponderle a los más capaces, seleccionados de la masa como expresión de
sus valores más altos, para que el propio Estado realice las transformaciones
sociales que la justicia exige y la observación de los hechos sociales
aconseja.
Al
comentar que Platón, por las características propias de la sociedad griega,
entiende por justicia nada más y nada menos que un cierto trueque de servicios
(hacer cada cual lo suyo), destaca Reale la gran importancia de esta división
del trabajo por aptitudes, de tal suerte que considera que la ley debe hacerla
el que tenga ciertos conocimientos técnicos para el efecto. No todos pueden ser
llamados para representar a los ciudadanos como legisladores. Sólo los que
posean los conocimientos para construir técnicamente la ley [cf. Reale, 1972:
250].
Es
indudable la inspiración platónica de nuestro autor brasileño, pero éste, a
diferencia del griego, no desecha la democracia, sino que la eleva a la
abstracción, al sitio de los más altos ideales que son, por lo inalcanzables,
utopías. La democracia no representa más que un ideal ético y ella es la
metáfora básica para que las mayorías populares acepten el gobierno de las
minorías que son tributarias del privilegio de la cultura. Sin ambages, de
manera franca y coherentemente con su pensamiento, Miguel Reale justifica el
gobierno de la culta minoría en los siguientes términos:
“Pienso que el gobierno debe estar en las
manos de la minoría, solamente porque verifico la actual incapacidad del
pueblo. Pero sólo por eso. He ahí por qué creo que incumbe a la clase dirigente
no sólo gobernar para el pueblo, sino también crear condiciones reales para
incrementar la participación del pueblo en el gobierno” [Reale, 1983: II, 45].
Expresa
Miguel Reale que la armonía derivada de la reforma de Solón duró poco y los que
más beneficios sacaron fueron los adinerados, pues cuando una constitución se
limita a establecer el derecho de ser ocupados los cargos públicos
indistintamente por todos los ciudadanos, el poder acaba siempre en las manos
de los más ricos o de los más audaces. A través de este comentario, está
expresando Miguel Reale una de sus razones contra la democracia participativa,
contra la democracia liberal o igualitaria. Es enfático en afirmar que no deben
tener acceso a los cargos todos los ciudadanos, sino los que sean capaces por
sus conocimientos y su moralidad. Por ello para nuestro autor la democracia es
benéfica, sólo en relación con el gobernante y no en sí misma considerada. Esto lo ilustra Reale como sigue:
“En cuanto es un Pericles quien se yergue en la tribuna y consigue unir
en torno de su persona fascinante la multitud voluble e ignara, y le otorga al
pueblo la participación en el gobierno dentro de los límites de la competencia,
entonces la democracia es una institución benéfica, es equilibrio entre los
mundos del ser y del deber ser y armonía entre la idealidad y la realidad. Pero
cuando es un Cleon inculto y fanático el que se transforma en ídolo, entonces
la democracia es lo peor, el más inicuo de los regímenes. Desgraciadamente, por
cada Pericles aparecen decenas de Cleones, tanto en Grecia como fuera de ella, ayer
y hoy y tal vez mañana. Y lo peor es que la turba prefiere mil veces el
arrebato del apasionado que la palabra serena del sabio” [Reale, 1983: I, 73].
Toda
decisión fundamental para el país, en el plano técnico, cultural o económico,
considera Miguel Reale que debe salir solamente después del pronunciamiento de
entidades profesionales o científicas, de ahí la conveniencia de que proliferen
día a día más órganos consultivos de carácter sindical o asociativo. De esta
manera muestra nuestro autor su preferencia por una tecnocracia ilustrada, la
que no pugna con la democracia, ya que hay que quitar todo impedimento que
permita visualizar las estructuras asociativas bajo el prisma político
representativo. De este modo nos presenta el autor un sistema democrático
representativo y corporativo que dista mucho de un sistema democrático popular
participativo. El sistema propuesto lo considera nuestro autor de una mayor
realidad participativa que la que ofrece la partidocracia. Dice Miguel Reale
que la partidocracia, a la que se reduce hoy la experiencia democrática, con su
ostensiva y normativamente disciplinada relación con las “categorías sociales”,
capaces de infundirle más aliento y concreción, sólo en eso le ganaría al
corporativismo democrático. Concluye afirmando que es preciso no olvidar que,
la sociedad brasileña maduró en el decurso de los cincuenta y dos años
transcurridos después de la revolución de 1930, teniendo ahora un sentido mucho
más pragmático y positivo de la realidad, armado contra el formalismo solamente
sincero en apariencia, con trucos y sutilezas que ya no engañan más a nadie.
[Introducción a la Edición de 1983. In: Obras Políticas. Op. Cit. Pág. 15. cf. Reale, 1983: I, 15]
La línea
socialista del pensamiento de Reale, destacada al criticar la democracia,
muestra manifiestamente su antiliberalismo y, como veremos más adelante,
destaca un dirigismo económico: un punto medio entre el liberalismo y el
comunismo. Ni estado liberal ni comunista: un estado social demócrata. Indudablemente para Reale, el gobierno debe estar en manos de los que
saben: técnicos, científicos, filósofos. La soberanía popular debe ser una
soberanía dirigida, no abandonada a la pasión, incultura e ignorancia de la
masa, ni apoyada en el egoísmo, el individualismo, la corrupción o ignorancia
de la autoridad. En relación con las ideas sobre la democracia, de la que dice termina
por comprometer seriamente la unidad nacional, concluye Reale con la siguiente
admonición y crítica al liberalismo: “Como se ve, el “gobierno del pueblo por
el propio pueblo” debe ser el ideal del político, pero ¡ay! del pueblo cuyos
gobernantes intentaren hacer abstracción de la contingencia humana para
reducir, bajo el influjo mágico de las leyes, el ideal a la realidad. ...“La
democracia hace a los hombre felices cuando un estadista gobierna ‘por encima’
del pueblo: en el fondo, Pericles y Pisístrato con la seducción de la toga”
[Reale, 1983: I, 74]
La
situación de degeneración de la democracia en Grecia, la que “a pari” podemos
extrapolar para Colombia hoy, la sintetiza Reale como sigue:
“Cuando la Democracia
desembocó en sus formas extremas y se generalizó el sistema de sorteo para
garantizarle a todos los ciudadanos iguales probabilidades de mando, haciendo
abstracción de la competencia, ninguna fuerza moderadora consiguió ya detener
los excesos de la asamblea. Los verdaderos guías del pueblo como Pericles,
desaparecieron. Las más altas inteligencias se desentendieron de la causa
pública, hasta el punto de ser prueba de probidad y de cultura el
desconocimiento del camino del ágora. Los oradores dejaron de ser demagogos
(conductores del pueblo) para dejarse conducir por las pasiones más violentas
de la masa. He ahí por qué los más notables pensadores de la Hélade, como
Sócrates, Platón y Aristóteles, no escondieron su repulsa a la democracia, unos
con mayor y otros con menor violencia” [Reale, 1983: I, 76-77].
El ideal
político realizable para Reale es la democracia integral, la que no es lo mismo
que la democracia liberal, pues es preciso recordar con Mussolini que: “Democracia liberal es la forma de gobierno
que da al pueblo la ilusión intermitente de ser soberano” [Reale, 1983: II, 149]. En efecto, para nuestro autor la democracia
liberal no es más que una metáfora que encubre el capricho de los que
episódicamente ejercen el poder en beneficio propio; como cosa privada, pues,
“negada la soberanía nacional por
los sindicatos gigantescos de capitales, fragmentada la Nación entre los
partidos estatizados, la causa
democrática quedó sin adeptos, a pesar de los millones de individuos que viven
invocando el nombre de la Democracia en arrobos ridículos de oratoria.
Para la mayoría de los liberales, Democracia significa el derecho a decir
libremente desafueros por la prensa, y la alegría de ser periódicamente
soberana. No es entendida como contacto
permanente entre dirigentes y dirigidos, como correlación cada vez mayor entre
el sistema de los procesos sociales y el sistema de las normas jurídicas” [Reale, 1983: II, 150].
Miguel
Reale critica la política clientelista liberal, para la que el voto no
representa ningún interés directo; de esta suerte, el elector le da un interés
indirecto, sirviéndose de él para granjear amistades y protecciones. Podemos
afirmar que es ésta una característica del interés que ha mostrado en muchas
oportunidades un gran número de los electores en Colombia, puesto que la
política de participación también se redujo aquí a conquistar electores con
promesas vanas de oportunidades y de puestos burocráticos.
Las ideas
del Integralismo en el que tuvo activa participación Miguel Reale, como él
mismo lo expresa, lejos de ser la negación de la Democracia, es el movimiento
que procura lanzar las bases del único régimen democrático posible, esto es, de
aquel que combina el criterio geográfico con el grupal, tomando este último en
una extensión más alta, sin que parta sólo del individuo. La Democracia
Integral tiene también en su base el grupo profesional, en su expresión de
sindicato.
La
democracia verdadera, sólo sigue siendo posible para Miguel Reale, al interior
de las corporaciones, tanto de productores como de profesionales, las que deben
tener la asistencia permanente de los técnicos, de los científicos, de los
filósofos, etc., ya que en el círculo profesional es posible la vida democrática
en el sentido de autodeterminación, más que en el círculo geográfico del
municipio que es más amplio y más complejo.
En el pensamiento de Miguel
Reale la política también es técnica, (mundo del ser) porque para ella la
conducta se valora sólo desde la perspectiva de su relación eficaz con el fin
(mundo del deber ser). Con un enfoque técnico la conducta será idónea o
inidónea, eficaz o ineficaz para alcanzar el fin propuesto, pero no tiene
connotación ética. De la conducta requerida para el logro del fin, no se afirma
su bondad o su maldad, ni su justicia o su injusticia, ni su licitud o su
ilicitud. Sólo será habilitada como deber cuando el grupo dominante opte por un
determinado fin, ya que en ella se concreta el ámbito de lo posible conforme a
sus aspiraciones. Los fines y las estrategias varían, de acuerdo con el régimen
político; dependen de quiénes sean los titulares del poder y de quiénes lo
ejerzan.
Al
considerar la política desde la perspectiva de la realización de los medios que
son necesarios para el logro del fin, muestra Reale su realismo
político-jurídico, pues si el deber no tiene relación con lo que es, escapa del
ámbito de la política y del derecho. La ética, como disciplina filosófica, por
sí misma no tiene connotación política y jurídica, pero no quiere decir que la
política y el derecho no tengan nada que ver con ella. Sólo quiere decir que
las ideas, y entre ellas la idea del bien, tienen que estar en relación con lo
real en los planos político y jurídico; más en el político, ya que éste es el
que sitúa en la realidad al derecho. Éste no tiene sentido real sin
consideración al poder. El deber ser de la política, sin embargo, no se alcanza
desde el punto de vista sólo de las ideas, sino por la calidad de los hombres
que tengan el poder. Por ello la democracia, como se dijo anteriormente, es
buena, según los sujetos que ejerzan la autoridad.
No me
cabe duda de que la concepción política de Miguel Reale, tiene gran inspiración
en el realismo de Maquiavelo, en quien el ideal nacionalista adquiere un
fundamento más sólido que en la Edad Media. Sin embargo, Miguel Reale considera
que Maquiavelo no alcanza, como debería ser, a tener un sentido ético de la
nación, por ausencia de condiciones objetivas para su desarrollo. Además dice
Miguel Reale que Maquiavelo separa la política de la Moral, sin reconocer que
hay, al lado de la ética individual, también una ética social con sus
principios sacrosantos. Dice que Maquiavelo identifica Estado y Jefe y su
política es una política estética en lo que se revela íntegramente
renacentista. Pero lo admira profundamente, porque su actitud histórica le
garantiza una gran superioridad sobre los contemporáneos y porque Maquiavelo
revela toda la potencialidad de su genio, en la comprensión del valor de la
consciencia nacional en el desarrollo de la política moderna, y porque el
sentimiento cívico de la solidaridad nacional, y el punto de vista histórico le
permiten percibir que es necesario un gobierno fuerte, por la fusión de la
Fuerza y el Derecho, y que la finalidad nacional es totalmente del organismo
político, con independencia de influencias externas y de particularismos
internos. [Cf. Reale, 1983: II, 201, 202 y 203].
El
Realismo político de inspiración maquiavélica, en Miguel Reale se complementa
con la influencia de Jean Bodin, de quien expresa gran admiración cuando
comenta sus teorías. Dice que la doctrina del Francés patentiza toda la
actualidad que los siglos anteriores olvidaron. Más que de ningún otro
estudioso de la ciencia política, Bodin llega a la posición del Estado Integral
contemporáneo. Los principios fundamentales del Estado Ético, subordinado a la
moral, están todos en su distinción clarísima entre la mutabilidad de las
obligaciones jurídicas positivas y la permanencia del deber moral. Advierte que
su concepto de derecho natural, tan diverso del de Grocio y Puffendorf, es el
mismo que hoy vuelve a preocupar a los filósofos del derecho, pues entendemos
por derecho natural la constante ética del sistema de derecho. De manera
explícita concreta que hay otro punto aun que hace a Jean Bodin merecedor de su
atención, y es que cuando aprecia la vida corporativa, es el primero que llama
la atención a su pueblo por los procesos rutinarios de producción, criticando
violentamente la transformación del régimen corporativo en régimen de casta
corrompido por los privilegios y por el carácter hereditario de los cargos, sin
ninguna consideración por el mérito de quienes los ocupan. Señala que Bodin no
propone la destrucción de las corporaciones, sino su integración en el Estado,
con mayor flexibilidad y facilidad de movimientos. Al contrario de los
demagogos del 89, el gran pensador percibe que un Estado sin núcleos
asociativos capaces de poner en contacto gobernantes y gobernados, es una
abstracción que redunda en tiranía. Otra gran lección que nos viene del siglo
XVI.
Comparando
esas dos concepciones del Estado, dice Reale que en tanto que para Maquiavelo
la soberanía del Estado se confunde con el poder del soberano, Bodin casi
distingue una de otro. Para él el Estado tiene una razón autónoma y jurídica de
ser, por encima de los individuos, siendo la soberanía “un poder ejercido sobre
los ciudadanos y sobre los súbditos sin ser vinculado por las leyes.
Miguel
Reale termina su comparación entre Maquiavelo y Bodin, diciendo que Maquiavelo
asiste a la formación del Estado gracias a la acción de fuertes
individualidades, y elabora la teoría del estado en constitución. Bodin, al
contrario, traza la teoría del Estado constituido. Y complementa aclarando que
son esas las dos etapas del proceso de constitución de todo Estado, y de todo
régimen. El concepto de soberanía nace, pues, con el Estado moderno, y Bodin (a
quien es preciso superar haciendo la distinción clara entre soberanía del
Estado y el poder del Gobernante) es el primero que lo caracteriza poniéndole
término al carácter medieval del Estado como trama de relaciones personales
jerárquicamente distribuidas. La idea de soberanía es una de las más preciosas
conquistas de la Cultura burguesa.
La guerra
o la revolución no constituyen para Miguel Reale fines en sí mismas. Ellas se
justifican, cuando la situación demanda un cambio de actitud para rehabilitar
valores, frente a problemas incrustados por hábitos vetustos no susceptibles de
reforma. Como lo admite para el golpe
militar de 1964, que “redundó en una revolución y no en mera “reacción
neocapitalista”, en sentido contrario de lo que proclaman algunos sociólogos
que solamente consiguen avistar la revolución cuando se arman barricadas en las
calles o en las tomas de ‘bastillas’”. De ahí que afirme que “la mentalidad
capitalista o neocapitalista sólo se formó en la sociedad brasileña después del
desarrollismo de Kubitschek y, sobre todo, a partir de la revolución de 1964,
cuando nuestra gente optó por rehabilitar los valores del ahorro (palabra hasta
entonces no sólo eufónicamente repudiada ...) para participar en programas
racionales de carácter económico” [Reale, 1983: II, 16]. O como sucedió en
Grecia donde la invasión de los Dorios fue la que
“hizo posible el paso al régimen aristocrático, porque al
desestabilizarse la sociedad por el individualismo salvaje de esos pueblos
primitivos, la autoridad del rey se tornó relativa al colocar en un mismo plano
al rey de la ciudad y los reyes de las tribus, de las familias o de las aldeas.
De este modo se abrió el camino de la revolución aristocrática”. [“Atualidades
de um mundo antigo,” Reale, 1983: I, 50-51]
De otra
parte, la revolución y la guerra también se justifican por una gran agitación
de ideas, por lo que, como lo expresa nuestro autor, “una revolución puede
dejar de derramar sangre, pero no puede dejar de derramar ideas”.
La
revolución y la guerra, tienen un fondo moral y un sentido educativo, pues la
dictadura revolucionaria que de ellas se deriva, “tiene la finalidad perspicua
de volverse dispensable y superflua, dentro del más breve tiempo posible,
mediante la creación de nuevos hábitos y de nueva consciencia social. Se puede
decir que ella corresponde al esfuerzo inicial penoso que libremente nos
imponemos con el fin de adquirir un hábito útil”. De esta suerte, Miguel Reale
justifica la revolución y la dictadura revolucionaria, con el fin de solucionar
un conflicto social, cuando para ello se requiera gran esfuerzo para crear
hábitos y consciencia social útil a los propósitos político—revolucionarios. El
esfuerzo revolucionario para establecer el hábito, ya no es indispensable
cuando hay una automatización. Además el hábito tiene la ventaja de que puede
ser virtud, lo que es coherente con la posición realista de nuestro autor, pues
está reafirmando que no bastan las ideas; que ellas por sí mismas nada
significan si no tienen una concreción histórica, en aquellos casos, mediante
la revolución o la guerra.
Nuestro
autor considera que todo régimen político debe crear hábitos de vida social, de
lo que se infiere que tiene una concepción de la ética de conformidad con la
cual, no basta ser, no basta tener “carácter”, es decir, para él la ética no es
sólo la morada, lo que se tiene, sino lo que por constante práctica, por repetición,
por uso reiterado se llega a poseer y que tiene sentido para su tiempo. Aparece
en el trasfondo del pensamiento de Reale, esa dimensión ética de la política,
puesto que justifica un régimen en tanto sea capaz de crear hábitos de vida
social que puedan reemplazar a los desuetos. Las situaciones de facto, como la
revolución o la guerra, por consiguiente, se justifican a la luz de la ética,
en tanto tengan por finalidad la creación de hábitos [virtudes] sociales que
hagan posible la armonía, la justicia. Sobre todo, aquellos hábitos que son
indispensables para realizaciones de las que no son capaces las prescripciones
conscientes jurídico-normativas. Estas realizaciones se refieren al cambio de
un hábito por otro que esté a tono con las demandas actuales de la sociedad. Le
corresponde a la dictadura que se deriva de la revolución, el papel de tornar
posible la formación de dichos hábitos. Miguel Reale sólo justifica las
dictaduras revolucionarias realistas “que son aquellas que armonizan el deber
ser con el ser, o sea, los fines con las realidades objetivas”, en
contraposición con las dictaduras revolucionarias utópicas “que, pretendiendo
imponer un ideal absoluto a la realidad y queriendo proyectar cuadros mentales
sobre el mundo objetivo, acaban identificándose con las reaccionarias, como
acontece en la Rusia de Stalin”. Por ello
Reale acepta con Goltz, que el lento y tardío desarrollo económico de las
regiones de Esparta y de Boecia, se explica por la ausencia de tiranos como
Pisístrato, dictador revolucionario bajo cuyo gobierno la economía ateniense
afirma sus raíces, y las manifestaciones culturales adquieren verdadero sentido
vernáculo, que le permitió a Atenas convertirse en centro cultural y artístico
del mundo helénico. La dictadura revolucionaria no se enquista en el poder;
ella tiene por finalidad destruirse haciendo el bien y tornarse dispensable y
anacrónica en el menor tiempo posible. Por ello considera nuestro autor, que
“los que siguieron a Pisístrato, perdieron el sentido moral y la dictadura
adquirió una finalidad en sí misma, en beneficio propio para el que realizaban
obras. Pretendieron conservar el brillo del poder, la pompa palaciega, para lo
cual éstos tiranos reaccionarios, se vieron obligados a confiscar los bienes de
los ricos, verificándose, no una socialización de la propiedad ni de los medios
de producción, sino un socialismo de Estado, lo que trajo como consecuencia el
empobrecimiento de las ciudades, al ser destruido el capital bajo forma privada
sin ser inmediatamente reconstituido bajo forma colectiva, con consecuencias
más graves aún que las producidas por el socialismo marxista” [Reale, 1983: II,
58 y 59].
Se puede
afirmar que a la luz su concepción política, para Miguel Reale la decisión, el
propósito o el acuerdo que haga el grupo dominante sobre un fin determinado,
centra la responsabilidad ética de los gobernantes en dicho fin, con
preterición de la significación ética de los medios, ya que éstos se tornan,
para ellos en una necesidad condicionada, mientras que para los gobernados en
el marco de lo imperativo. De este modo, la conducta medio señalada por los
gobernantes, porque la consideran necesaria para alcanzar los fines propuestos
por el grupo dominante, es la conducta ajustada a los deberes éticos para los
miembros de la sociedad dentro de la cual dicho grupo ejerce el poder. De
suerte que, desde la óptica de lo político, el horizonte de lo debido se torna
en el marco ético de lo posible.
Es preciso, entonces,
reflexionar acerca de la idea de fin en la política.
Recordemos
que sobre este particular enfatiza Reale, que en las ciencias del hombre hay
aspectos diversos para ser estudiados, tanto desde el punto de vista del ser
como del deber ser, siendo posibles y necesarias en el primero las
explicaciones causales y en el segundo las finales, relacionando de este modo
la idea de fin con la de deber ser, idea que domina el ámbito de las
consideraciones de Miguel Reale sobre el Derecho. Por ello considera Miguel
Reale que era fragmentaria la visión sociológica de la experiencia humana. Recordemos que la sociología para Comte era física social. De este modo
se estaría teniendo al hombre como un pedazo de la naturaleza o un pedazo de la
sociedad, subordinado inexorablemente a las leyes de ésta y la historia pasaría
a ser una ciencia natural. Pero el hombre no es ni un trozo de la naturaleza ni
un puro producto social, y por ello, para la historia es necesario aplicar un
proceso integral, pues ella es el estudio de los hechos fundamentales de la
humanidad, de los actos desarrollados en el tiempo y en el espacio con el fin
de realizar aquello que debe ser, para lo cual, el hombre se sirve de los
conocimientos obtenidos del determinismo del mundo objetivo para realizar los
fines que su subjetividad libremente establece. La historia es, entonces, una
ciencia cultural, en la que lo subjetivo está condicionado por lo objetivo. En
efecto, la idea es autónoma, pero no es absoluta. La inteligencia no crea el
hecho, pero sí acrecienta la fuerza del hecho bruto extra espiritual. De resto,
no hay sólo ideas en el hombre y no es sólo el hombre el que hace la historia.
[Reale, 1983: II, 28].
Desde
este punto de vista, hay que considerar dos aspectos de lo real: las leyes de
la causa eficiente, y las leyes de la causa final, referentes respectivamente a
los hechos, a las ideas y a la voluntad, al determinismo del mundo objetivo y a
la libertad del espíritu: a la costumbre y a la ley; a la sociedad y al Estado.
De esto se infiere, que a la sociedad, hay que estudiarla a la luz de las leyes
del ser, mientras que al estado, de conformidad con las del deber ser o de la
finalidad. Ambas leyes deben estar presentes en los estudios políticos, así
como en la historia no puede hacerse
abstracción de las circunstancias condicionantes de la actividad humana porque
sería una relación de las finalidades de los actos o de las ideas en sí, de los
actos creadores ab nihilo y se haría tabula rasa del pasado. Por ello en la historia hay lo que es y lo que debe ser y hay más aun, lo que irá
a ser, o sea lo que debe ser que indefinidamente se va transformando en ser.
Una generación poseyó lo que otras ardientemente desearon y las generaciones
siguientes formularán otros ideales. Al frente del hombre brillará siempre, con
cada vez mayor intensidad, el faro del ideal, del eterno ideal de lo bello, de
lo bueno, de lo verdadero, y el hombre seguirá su destino, ininterrumpidamente
hacia Dios. En suma, para Miguel Reale la historia es dinámica y está penetrada
por el espíritu del observador y por el arte, es decir, por todas las
manifestaciones de la cultura, por ello, complementa nuestro autor diciendo que
“toda explicación de este género reposa sobre principios filosóficos. A la
Filosofía le cabe descubrir el sentido espiritual de una época, estudiar la
atmósfera espiritual en que vivieron los hombres de un determinado período. Le
corresponde, más aun, ver lo que permanece o lo que muda de Civilización a
Civilización, fijando la constancia de los valores esenciales en la mutación de
los valores transitorios, aclarando, en fin, qué ideales pasaron a ser hechos y
que nuevos ideales surgieron para impulsar la humanidad. Y dentro de cada
civilización, el problema del destino humano abre el abanico de los múltiples y
angustiosos interrogantes” [Reale, 1983: II, 30].
En las
consideraciones precedentes está envuelta la complejidad del pensamiento que
demanda una interdisciplinariedad, tanto en la historia como en la Política que
es una ciencia cultural superior. De ahí que, “por encima del positivismo
estrecho de los historiadores objetivistas, por encima de la filosofía que se
consideró disminuida en contacto con lo real, por encima del sociologismo que
absorbe la historia, por encima de los que separan radicalmente el mundo del
ser del mundo del deber ser, por encima de los que parten la historia en
compartimentos estanques, por encima de los que reducen el hombre a las cosas,
hagamos historia de los hombres con la íntegra complejidad de sus múltiples
factores, con reproducción de idas y sentimientos, tendencias y voluntades,
considerando la actuación conjugada de todos los motivos, religiosos, éticos,
estéticos, económicos, etc. No sacrifiquemos la complejidad del espíritu humano
por el pequeño deseo de transformar la historia en cuadros simétricos,
cuantificando y delimitando el progreso, como lo hacen Augusto Comte y Weber”.
He aquí esa estructura histórico-teleológica que abarca la política. En la
medida en la que hemos venido hilando la concepción de ésta, también hemos
podido observar que el Culturalismo de Miguel Reale constituye una nueva
síntesis del pensamiento, Culturalismo que le otorga significación a la
complejidad, y en el que encontramos una superación del pensamiento hegeliano,
sin desmedro de las manifestaciones del espíritu.
Expresamente
nuestro autor afirma que rehuye tanto de la historia ascendente del idealismo
de Hegel y de Croce, como del irracionalismo de los historiadores relativistas
y revolucionarios. No se puede desconocer que en Miguel Reale hay una gran
influencia de Hegel y de Kant, hasta el punto de que en materia ética podría
interpretarse su pensamiento a la luz del imperativo categórico kantiano con
ribetes hegelianos así: obra de tal modo que la máxima de tu obrar
esté a la altura del espíritu de tu tiempo. Sin embargo, como él
mismo lo admite, se aparta del ininterrumpido hilo ascendente hegeliano de la
historia. En verdad, Miguel Reale considera que hay aspectos cíclicos e
ingredientes inciertos en la historia, pero no rupturas sino una constante: la
identidad de la naturaleza del hombre; del valor fuente de todos los valores en
el que se funda la cultura. Por ello, como anteriormente se había dicho, para
el autor brasileño la historia es el hombre mismo y está sometida, por lo
tanto, a las contingencias de éste.
Ahora
bien, pone de presente nuestro autor que “somos sintéticos cuando nos
proponemos el problema final del juzgamiento y trazamos la solución de un
problema; pero no tenemos la ingenuidad de evitar el análisis cuando es
necesario penetrar al fondo de una cuestión. En ese flujo y reflujo del
análisis y de la síntesis, está el secreto de los movimientos humanos y la ley
permanente de la vida.” Así nos presenta Miguel Reale el método para lo
complejo; para lo real; para la experiencia humana; para el ser íntegro y
complejo del hombre, puesto que nada puede verse aislado de los elementos que
hacen parte del todo, ni del todo mismo, ni por fuera de su propia dinámica.
Por ello, es indispensable la proporcionalidad y la funcionalidad de la
perspectiva metódica que nos brinda el tratadista brasileño.
La
indefectible relación entre el todo y las partes; entre lo teórico y lo
práctico; entre lo particular y lo universal, lo expresa claramente Miguel
Reale en los siguientes términos:
“Quien se apasiona por los
matices y por las minucias, circunscribiendo en ese círculo todo el ideal
humano, no saborea el pan de la vida: puede, cuando mucho, hartarse de migajas
de lo real, calmar el hambre de conocimiento y de actividad con el cúmulo de
material de las observaciones particulares. Por otro lado, quien posee la
pretensión de abarcar la realidad de un solo golpe, sin dividirla para
comprenderla y sin analizarla comparando, puede –y esto sólo cuando brilla la
centella de la intuición– ver las cosas en totalidad, pero siempre de manera
fugaz e imprecisa, como quien percibe en la rápida claridad del relámpago, las
líneas generales del paisaje” [Reale, 1983: II, 34].
Volviendo
al problema del fin político, comenta nuestro autor que no hay una política
platónica propiamente dicha, pues es de la naturaleza política y del derecho
considerar el deber ser en relación
directa con el ser. Ya que el deber
en sí no es problema político, ni jurídico, pero sí problema ético. De esta
forma, como ya se había expresado, también concreta Reale su realismo
político—jurídico: si el deber no tiene relación con lo que es, escapa del
ámbito de la política y del derecho, puesto que la ética, como disciplina
filosófica, por sí misma no tiene connotación política y jurídica, lo que no
quiere decir que la política y el derecho no tengan nada que ver con ella. sólo
quiere decir que las ideas, y entre ellas la idea del bien, tienen que estar en
relación con lo real en los planos político y jurídico; más en el político, ya
que éste es el que sitúa en la realidad al derecho, el que no tiene sentido
real sin consideración al poder. El deber ser de la política, sin embargo, no
se alcanza desde el punto de vista sólo de las ideas, sino por la calidad de
los hombres que tengan el poder. Por ello la democracia es buena, según los
sujetos que ejerzan la autoridad. Sobre el sentido ético de la política y el
derecho aclara:
“Platón concibe al Estado como deber ser, confundiendo la política y el
derecho con la ética. De esta suerte, en el fondo destruye el derecho y la
política, pues éstos, existiendo en la realidad de nuestra imperfección, no
pueden nunca presentarse como conceptos definitivos, pero sí como conceptos en
vía de formación, tendientes a lo universal, lo que nunca llegan a alcanzar. La
ética domina el derecho y la política; pero domina como fin: de ahí la
contradicción intrínseca que hay en los sistemas jurídicos y políticos cuando
determinan su dinámica, la dinámica de un concepto imperfecto que
incesantemente procura tornarse perfecto” [Reale, 1983: II, 34].
Dice
nuestro autor que Aristóteles tiene los ojos puestos en la tierra, mientras que
Platón de manera inmóvil los pone en el cielo, ya que el Estagirita habla del
bien supremo, como un bien perfectamente realizable por el hombre en su
actividad terrena. De esta suerte, poner los pies en la tierra es concebir
realizable la idea. Por ello, para Reale el derecho no es norma pura, sino
hechos y valores con sentido normativo, con sentido positivo, es decir,
garantizado por el poder del estado, porque éste lo ha declarado o reconocido.
Considera
Reale que Aristóteles, el más poderoso creador de todos los tiempos, lanza las
bases de la política, la que hace derivar del mismo principio en que asienta su
ética. La política aristotélica es un desdoblamiento lógico de su sistema
ético, pues se basa, como vimos, en la idea de que el fin del Estado es la
realización del bien, de la vida feliz y virtuosa, la cual sólo se alcanza
cuando el hombre actúa como hombre, o sea, con plenitud de su capacidad
operativa racional. Para Reale el Estado es el único ámbito donde se puede
construir la patria y donde puede la sociedad proponerse la realización de los
valores de solidaridad y de justicia.
Hay pues
un doble sentido tanto de los fines como de los medios. Aquellos son optativos
para el grupo que ejerce y controla el poder. Luego, carece de cualquier
control la determinación o el acuerdo que al respecto se concrete. De igual
modo, por consiguiente, no hay responsabilidad por la sustracción de otras
posibilidades de opción cuando se ha perfeccionado el acto de preferencia de
una cualquiera. Desde este momento, ese extremo teleológico, por cuyo logro
responden quienes ejercen el gobierno, es el horizonte ético indefectible del
rumbo y del sentido, de órdenes, consejos, acuerdos, resoluciones, decisiones,
decretos, principios, valores, reglas, normas, etc., que hagan parte del
ordenamiento jurídico estatal, el único jurídico “per se”, puesto que los otros
se le incorporan en una relación de subordinación, descartándose la
coexistencia válida de ordenamientos contradictorios que compartan los mismos
ámbitos territorial y temporal. Esto quiere decir, desde esta perspectiva
política, que el Ordenamiento Estatal tiene un título autárquico para
interferir la existencia, contenido y eficacia de cualquiera otro que comparta
con él dichos ámbitos de validez y que su norma fundamental, que no tiene sólo
un carácter formal sino también uno material que se identifica con los aludidos
fines, es válida por el hecho de ser eficaz el orden instituido.
Los
medios tienen un carácter necesario respecto del fin para los gobernantes. De
esta suerte, carecen de connotación ética. Cualquiera que sea el medio, es
forzoso emplearlo si tiene idoneidad para obtener el fin. Sin embargo,
constituyen deberes éticos ineludibles para los gobernados, deberes heterónomos
cuya fuente se encuentra en la Legislación Estatal, la que a su turno tiene el
sentido que se desentrañe teleológicamente, a la luz de aquellos fines
adoptados por el grupo dominante.
De
acuerdo con lo anterior, para los gobernantes se deriva responsabilidad por no
alcanzar cualquiera de los fines propuestos en virtud del no empleo o mal
empleo de los medios idóneos, y para los gobernados por desatender la conducta
señalada como medio para el logro de dichos fines. La responsabilidad de
aquellos tiene un carácter jurídico y político y la de éstos es de orden
jurídico y moral.
Como se
ve, el derecho es uno de los medios que tiene a disposición el gobernante para
el logro de los fines. Como tal debe ser idóneo o eficaz. La eficacia del
derecho como medio se garantiza, si legitima y justifica el poder y en esto
radica la función central de lo jurídico y el sentido que como actora (pasiva)
se le otorga a la sociedad civil. Se legitima el poder cuando el derecho, que
es su instrumento, está de acuerdo con los valores fundamentales de la sociedad
donde se aplica, y se justifica cuando es capaz de realizar los valores que
incorporan y desarrollan sus preceptos. He aquí el problema que presenta el
manejo político de este instrumento. De una parte, por lo general no coinciden
los intereses del grupo dominante con los de los dominados. Y por otra, para
que el Derecho sea eficaz y legitime el poder, debe estar de acuerdo con los
valores de éstos, a pesar de que es necesario que realice los intereses de
aquel grupo contenidos en los fines propuestos. Es aquí donde con claridad se
evidencia el doble juego de la política y tiene pleno sentido el lenguaje
metafórico; donde claramente se la percibe como “Jano” el de las dos caras;
donde se requiere el “jogo de cintura”, –para el que los brasileños no tienen
par–, que le da un carácter peculiar a las decisiones políticas.
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(El presente ensayo fue elaborado para el Seminario sobre estudios
políticos, realizado en el Programa de Doctorado en Filosofía de la Universidad
Pontificia Bolivariana de Medellín, en Septiembre de 1999. Edición digital
autorizada para Proyecto Ensayo Hispánico. Febrero 2003)
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