La entrevista al escritor Vargas Llosa que publica el diario El Tiempo de Bogotá en la edición de hoy, 27 de Enero, y que transcribo a seguir, pone de manifiesto uno de los temas que más han sido debatidos desde que fué publicado el libro de Ortega y Gasset, La revolución de las masas, en los años treinta del siglo pasado. El intelectual, se quejaba el filósofo español, fué desplazado por el hombre de la propaganda. Y los actores políticos, los líderes, son aquellos que agradan a la masa. Es la crisis de identidad del hombre contemporáneo, liderado por el especialista (que sólo sabe de su especialidad y que configura lo que Ortega llamaba "La barbarie del especialismo"), el hombre de la midia, el deportista, el artista, etc. Lady Gaga, ciertamente, ha ocupado mucho más espacio en los periódicos que el último ganador del Nobel. Las masas no quieren saber de los intelectuales. Oyen sólo a aquellos que les dicen lo que quieren escuchar.
El Nobel reflexiona sobre la banalización de la civilización, la religión y el periodismo.
Mario Vargas Llosa siempre ha
sido un polemista y su último libro, La civilización del espectáculo, no
es la excepción. Poco después de que fuera publicado, en abril pasado,
sus ideas sobre la banalización de la cultura, la política y la religión
encendieron un debate en el mundo de las letras hispanoamericanas. De
un lado, encabezados por el escritor mexicano Jorge Volpi, estaban
quienes afirmaban que en su disertación Vargas Llosa defendía “una
aristocracia” intelectual, “una élite cultural”. Del otro, escritores
como el peruano Alonso Cueto, para quienes se trataba de “una de las
protestas más inteligentes y hermosas a un tema esencial en nuestro
tiempo”.
Intelectuales en ambas orillas de la discusión, sin embargo, siempre
defendieron la forma como está escrito. El libro, escogido por el diario
El País, de España, como uno de los mejores ensayos en lengua española
publicados en el 2012, es una minuciosa descripción del cambio de valor
de las ideas y de la figura del intelectual en la era de las
comunicaciones, y una crítica a la industria del entretenimiento en los
tiempos que corren. (Vea las imágenes de la visita del Nobel Mario Vargas Llosa a Cartagena).
EL TIEMPO conversó con el Nobel de Literatura en el Hotel Santa
Clara, de Cartagena, durante el Hay Festival. Es la primera vez que el
autor viene al país tras haber recibido el máximo galardón de las
letras. A los 75 años, su presencia y sus argumentos son contundentes.
Durante esta charla, una decena de mujeres se fue acercando, en
silencio, a la mesa donde Vargas Llosa se encontraba para escucharlo.
“Un auditorio, ¡qué se cree usted!”, exclamó él.
Su libro ‘La civilización del espectáculo’ ha generado mucho
debate. Hay quienes dicen que usted se lamenta del fin de la figura del
intelectual.
Bueno, que se estén acabando y que lo lamento muchísimo, es verdad. Y
no solamente la desaparición del intelectual. Hoy, las ideas parecen no
ser el motor de los cambios, de las transformaciones sociales o
culturales. Los descubrimientos y avances tecnológicos se consideran el
motor del progreso y de la vida cultural. Y creo que esa es una
gravísima equivocación. Es convertir a los especialistas en el motor del
desarrollo, pero el especialista no es un hombre de ideas. Es alguien
que forma parte de un mecanismo, de un engranaje, y aunque es una pieza
esencial de ese engranaje, lo fundamental es quién maneja al engranaje,
qué orientación le da, qué piensa sacar de él. Y esa es la función de la
cultura, salvo que se convierta en espectáculo. No estoy diciendo que
la cultura vaya a desaparecer. Lo que digo es que se ha convertido en la
preocupación de una minoría y con una influencia decreciente en la vida
y el conjunto de la sociedad.
Y si han sido alienados del debate público, ¿por qué ha persistido usted?
Porque yo me formé así. Descubrí mi vocación en una época en la que
la mayoría de jóvenes que descubrían la literatura, la cultura, las
actividades creativas pensaban que cierta participación en la vida
cívica era inseparable de una vocación literaria, creativa o artística.
En mi época teníamos la sensación de que las ideas importaban, la
cultura tenía una influencia muy grande, no solamente en el desarrollo
de una sociedad, sino en sus valores sociales, culturales, políticos y
espirituales. Eso hoy no se cree, ha pasado a ser una cosa obsoleta. Los
jóvenes artistas y escritores piensan que su participación no puede ser
decisiva para cambiar la historia y la vida. Se han confinado en
especialidades de la cultura y, además, con una visión muy inmediatista.
Pero hoy los líderes de opinión están en las redes sociales. ¿Qué piensa de esto?
Los líderes de opinión hoy no proceden del mundo de las ideas ni de
la cultura. La influencia que tienen los pensadores es muy indirecta,
muy relativa y, en la mayoría de los casos, insignificante. ¿Cuáles son
las figuras públicas hoy? Ciertos artistas, deportistas y gente del
mundo mediático, cuyas opiniones tienen una repercusión enorme. Por
ejemplo, las opiniones de Oprah Winfrey tienen un enorme efecto en la
sociedad norteamericana. Los libros que entran a su programa ya tienen
un auditorio ganado. Esa es la civilización del espectáculo: todo lo que
es espectáculo ha pasado a ser un factor determinante, no solamente de
la vida política y social, sino de la vida cultural.
Usted ha hablado sobre la función de leer ficción para crear
un pensamiento crítico. ¿Qué cree que pasará con esta tradición en la
cultura mediática actual?
Yo creo que uno de los efectos es que amodorra el espíritu crítico.
Si los programas de televisión pasan a cumplir la función que tenía
antes la cultura, lo que genera es un conformismo, una actitud de
neutralidad, indiferencia o cinismo frente al statu quo. A corto y a
largo plazo, esto tiene un efecto muy nocivo para la supervivencia del
sistema democrático y sus instituciones, que defienden la coexistencia
en la diversidad, la libertad, la renovación de los gobiernos por
métodos pacíficos. En fin, todos los avances, las grandes conquistas de
la civilización están amenazadas sobre su base con ese deterioro de la
vida cultural en las sociedades.
Usted rompió su relación con el diario ‘El Comercio’, de
Lima, por su línea editorial durante las últimas elecciones
presidenciales en Perú. ¿Qué dice de la relación periodismo y política?
Tradicionalmente ha ocurrido, y va a seguir ocurriendo, que los
políticos quieran llegar a un gran público a través de la prensa. Y si
pueden manipularla, desde luego que lo van a hacer. Pero eso ya no
depende de ellos, depende de la prensa, de si el periodismo es capaz de
mantener su independencia. Pero para eso es fundamental que haya
diversidad, que las ideas tengan órganos a través de los cuales
expresarse y que el periodismo tenga valores éticos para darle a la
libertad de expresión su verdadero sentido y contenido.
Ahora, no soy pesimista. Creo que la situación en América Latina es
muchísimo mejor que en el pasado y que, incluso, en los países en los
que hay problemas, todavía existe un margen de libertad muy grande.
Incluso en Argentina y en Venezuela, y es muy admirable que haya órganos
de prensa que han mantenido una actitud independiente, crítica, pese a
las amenazas y a los quebrantos económicos que les infligen los
gobiernos. Pero esos periódicos necesitan ese respaldo, porque cada vez
que en un país la libertad de prensa desaparece todos los otros países
están amenazados. Es un pésimo precedente y un pésimo ejemplo.
En este momento, Colombia vive un proceso de paz que ha
generado un distanciamiento entre distintos sectores. ¿Cómo cree que la
sociedad debería encararlo?
Creo que todo lo que conduzca a una paz verdadera es positivo y debe
ser apoyado. La del Gobierno es una iniciativa audaz y arriesgada. En
buena hora si llega a buen puerto. Si las Farc se desarman, si el Eln se
desarma y aceptan pasar de ser grupos subversivos a partidos políticos y
a respetar las reglas de juego de la legalidad y la libertad, en buena
hora. Soy un poco escéptico. No va a ser fácil. Lo que representan esas
minorías terroristas guerrilleras es una forma de fanatismo que no
congenia con el espíritu democrático.
Usted era un crítico de la Iglesia y del catolicismo, en
tanto que coartaban las libertades. Pero en el 2011 defendió la gran
marcha de jóvenes por la visita del Papa a Madrid. ¿A qué se debe este
cambio?
Fue una gran ingenuidad la de los liberales del siglo XIX creer que
la religión iba a desaparecer con el progreso de la ciencia. La ciencia
puede seguir avanzando hasta extremos absolutamente fantásticos, pero
los seres humanos no pueden vivir sin cierta seguridad de que existe una
trascendencia, de que no todo se termina aquí. Solo unas minorías (y
unas minorías muy exiguas) pueden reemplazar la religión con la cultura,
con el conocimiento. Esa es una realidad que nuestro tiempo nos ha
demostrado de manera flagrante. Mire el rebrote religioso en los países
de la Unión Soviética y en China.
Los grandes pensadores liberales, muchos de ellos agnósticos, siempre
vieron la necesidad de una vida espiritual muy rica. Ellos temían que
sin unos valores morales fuertes, el capitalismo, que trae enorme
progreso, podía degenerarse. La gran crisis que estamos viviendo hoy
viene, en buena parte, de la destrucción de esos valores que sostenían
al capitalismo. Por eso, yo defiendo la existencia de una vida
espiritual rica, pero al mismo tiempo creo que la religión no debe
identificarse con el Estado, pues las religiones creen en verdades
absolutas, no son tolerantes.
Después del Nobel
El ensayo ‘La civilización del espectáculo’ es el primer libro que
publica el autor tras haber recibido el Nobel. Allí critica la excesiva
importancia que se le da hoy al entretenimiento.
María Alejandra Pautassi
Redacción Domingo
Cartagena
Redacción Domingo
Cartagena
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