Falleció en Bogotá el amigo y pensador liberal Otto Morales Benítez. Tuve con él una gran amistad desde que lo conocí en 1978. Su obra de pensador es inmensa: más de 200 títulos. Sus escritos y los estudios relativos a su obra han sido celosamente compilados en el Centro Otto Morales Benítez, que fue fundado en Bogotá por sus hijos Adela Morales Benítez de Look y Olympo Morales Benítez, con el fin de estudiar y perpetuar la obra del autor.
Como homenaje a este amigo, divulgo aquí el ensayo que sobre su obra escribí en 1999 para el Proyecto Ensayo de la Universidad de Georgia, coordinado por José Luis Gómez Martínez.
Otto Morales Benítez nació en Riosucio (Departamento de Caldas) el 7 de
agosto de 1920 y murió en Bogotá, el 23 de mayo de 2015. Cursó los estudios primarios y secundarios en su ciudad natal
y en Popayán (capital del Departamento del Cauca). Se graduó de abogado en la
Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín en 1944. Ejerció su profesión en Bogotá, donde residía desde hacía varios años.
En la época de sus
estudios universitarios, fue profesor de la Universidad Bolivariana y del
Gimnasio Femenino, en las cátedras de Literatura Universal, Americana y
Colombiana. Dirigió durante cuatro años el Suplemento "Generación",
del diario El Colombiano, el más importante matutino de la ciudad
de Medellín, capital del Departamento de Antioquia. Este Suplemento
constituyó una verdadera renovación cultural porque en él se presentaron los
grandes cambios que dieron un giro, en Colombia, a la crítica literaria y al
ensayo, insertándolos en una perspectiva pluralista y abierta a los nuevos
escritores. Fue además columnista del mencionado diario y de El
Heraldo de Antioquia, también de la ciudad de Medellín.
Otto Morales ha sido
profesor de Derecho en las cátedras de Internacional Público, Administrativo,
Trabajo, Sociología y Derecho Agrario, en las Universidades Externado de
Colombia, en la Libre y en la de América, todas de la capital colombiana. Ha
colaborado, además, en numerosos proyectos editoriales de las Universidades
de Medellín, de Antioquia, Simón Bolívar (de Barranquilla) y Central (de
Bogotá). Por otra parte, su interés por la divulgación del arte, el folklore
y el pensamiento colombianos lo ha llevado a colaborar estrechamente con
instituciones culturales como el Museo de Arte Moderno (Bogotá), la
Biblioteca Pública Piloto (Medellín), la Fundación Casa Museo Pedro Nel Gómez
(Medellín), la Fundación Francisco de Paula Santander (Bogotá), el Instituto
Caro y Cuervo (Bogotá), etc.
En lo que respecta a la
vida pública, nuestro autor ha sido varias veces candidato a la Presidencia
de la República por el Partido Liberal, Senador por el Departamento de
Caldas, Diputado a la Asamblea Departamental de Caldas y Representante a la
Cámara. Fue además Jefe del Debate Liberal Departamental en Caldas y
presidente del Directorio Departamental cinco veces. Era Representante en el
momento en que se cerró el Parlamento, después de los disturbios conocidos
con el nombre de "el bogotazo" (9 de abril de 1948). Fue Secretario
del Partido Liberal colombiano cuando era jefe único Alberto Lleras Camargo y
se estableció el sistema del Frente Nacional, en 1958.
Formó parte de la
Comisión Investigadora de las causas de La Violencia (nombre
genérico con el que se designa al sangriento conflicto civil que dejó al
rededor de 300 mil muertos, entre 1948 y 1958). Esta Comisión recorrió la
totalidad del país y se entrevistó con todas las fuerzas guerrilleras que
actuaban en Colombia. Las conclusiones de la Comisión sirvieron para realizar
obras y tomar medidas importantes que aseguraron el proceso creciente de
pacificación. Se planeó la política de rehabilitación que, a pesar de la
oposición de algunos grupos radicales, garantizó la paz en Colombia a lo
largo de las dos décadas siguientes. En sus últimos escritos, Otto Morales ha
sido uno de los incondicionales defensores de la pacificación colombiana,
frente a la onda creciente de violencia que se volvió a desatar a partir de
los años 80.
En el gobierno de Alberto
Lleras Camargo, durante el Frente Nacional, fue Ministro del Trabajo y de
Agricultura. Como Ministro del Trabajo presentó una reforma completa de la
legislación colombiana y dictó los decretos para cubrir los riesgos de
invalidez, vejez y muerte en los Seguros Sociales. Fundó la Biblioteca del
Ministerio del Trabajo, con la finalidad de divulgar las tesis sociales de
los estadistas y escritores colombianos. Como Ministro de Agricultura le
correspondió la defensa de la Reforma Agraria en el Congreso. Ha sido en
varias oportunidades consejero presidencial.
Durante año y medio
dirigió el Primer Seminario de Reforma Agraria Colombiana, con la asesoría
del sociólogo Gustavo Pérez Ramírez. En esta empresa intelectual colaboraron
más de doscientos profesionales colombianos. Los estudios se publicaron en
ocho folletos, así: a) Recursos naturales: zonificación y recuperación de
tierras; b) Estructura y tendencias del sector rural; c) la Reforma Agraria:
la educación y la opinión pública; d) Aspectos sociológicos y antropológicos;
e) Acción comunal y organizaciones campesinas; f) Aspectos doctrinales; g)
Vivienda rural y salud; h) Mercadeo y crédito agrícola.
Morales Benítez ha
recibido, entre otros, los siguientes títulos: de Abogado en la Universidad
Pontificia Bolivariana de Medellín; de Profesor honoris causa de
la Universidad Mayor de San Marcos, en Lima; de Doctor honoris causa de
la Universidad Nacional del Centro del Perú; de Socio Honorario de la
Asociación Mexicana de Protección de la Naturaleza; de Miembro del Instituto
de Derecho Agrario Internacional y Comparado de Florencia (Italia); de
Especialista honoris causa en Derecho Agrario de la
Universidad Autónoma de México; de Miembro de la Asociación Iberoamericana de
Derecho del Trabajo y Seguridad Social, etc. Nuestro autor ha participado
como conferencista en cursos sobre la reforma agraria en los siguientes
centros de investigación y docencia superior: Universidades Mayor de San
Marcos y la Central de Lima; en la Universidad de Chile, en Santiago; en la
Columbia University, en New York; en el Brooklyn Institute de Washington y en
la Universidad de Panamá. Asistió como invitado a la IV Conferencia de
Gobernadores del Banco Internacional de Desarrollo en Panamá. Otto Morales
Benítez es hoy en día uno de los más importantes estudiosos latinoamericanos
del Derecho Agrario. En calidad de especialista en este campo ha participado
en numerosos seminarios sobre la problemática de la reforma agraria
organizados por las siguientes instituciones: Instituto Latinoamericano de
Ciencias Agrícolas de Turrialba, Panamá; Instituto Iberoamericano de Derecho
Agrario y Reforma Agraria, de Mérida, Venezuela; Confederação Nacional da
Agricultura, de Rio de Janeiro, Brasil; Universidade Federal de Goiás, de
Goiânia, Brasil.
Otto Morales es Miembro
Correspondiente de la Academia Colombiana de la Lengua, Miembro de Número de
la Academia Colombiana de Historia y Miembro Correspondiente de la Academia
Colombiana de Jurisprudencia. En 1990 el Congreso Nacional de Colombia le
confirió la condecoración "Gran Cruz de la Democracia" por los
servicios prestados a ésta. Sus méritos como ensayista (es considerado por
los críticos, al lado de Germán Arciniegas, como el más importante
representante de este género en Colombia), han sido reconocidos por el
Instituto Caro y Cuervo, que edita actualmente su obra de crítica literaria.
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II - OTTO MORALES BENÍTEZ Y EL LIBERALISMO
DEMOCRÁTICO EN COLOMBIA
No hay duda de que Otto
Morales Benítez es hoy en día, en Colombia y en Latinoamérica, una de las
figuras más importantes que encarnan el ideal del liberalismo democrático. Su
vida de pensador y de hombre público ha sido dedicada por completo a la lucha
en pro de la realización de ese ideal. Dos aspectos fundamentales constituyen
la esencia del liberalismo democrático profesado por el ensayista colombiano:
la defensa de la libertad y la defensa de la democracia. Ambos están
estrechamente unidos, sin que podamos, según su pensamiento, embarcar en la
lucha en pro de uno excluyendo el otro. Otto Morales Benítez se torna, así,
heredero de la mejor tradición del liberalismo democrático, que encontró en
Alexis de Tocqueville (1805-1859) y en los Federalistas norteamericanos [cf.
Hamilton, Madison, Jay, 1973] sus primeros formuladores y que tuvo, en
Colombia, importantes precursores como Uribe Uribe, a comienzos de este
siglo. El ensayista defiende con denuedo la libertad para todos los
colombianos. Pero no titubea también al afirmar, situándose en contra del
neoliberalismo, que "el Estado tiene la obligación de ejercer, cada vez
más, una intervención para cambiar las condiciones sociales, económicas de
sus pueblos" [Morales Benítez, 1986a: 27].
Es sabido que el liberalismo,
en su formulación original a finales del siglo XVII en Inglaterra, con John
Locke, no era democrático. Defendía la representación de intereses en el
Parlamento contra las ambiciones absolutistas de los soberanos Stuart. Pero
su lucha se restringía a la defensa de los derechos de la burguesía. De ahí
que los estudiosos caractericen la doctrina lockeana comoliberalismo
posesivo. La gran contribución del filósofo inglés, autor de los Dos
Tratados sobre el Gobierno Civil (1690) [cf. Locke, 1960], fue sin
embargo definitiva y se centró al rededor de las instituciones de la monarquía
constitucional y del gobierno representativo.
El liberalismo
angloamericano, a lo largo de los siglos XVIII y XIX, experimentó la
asimilación de la idea democrática, que se tornó la gran fuerza histórica
dominante, una realidad que Tocqueville no dudaba en llamar providencial.
De nada valdrían los esfuerzos de la vieja aristocracia europea en el sentido
de mantener las conquistas de la Revolución Gloriosa inglesa de 1688, en el
cerrado círculo de la defensa exclusiva de los intereses burgueses y de la
nobleza aburguesada. La marcha de la historia mostraría que la marea
democrática iría a colmarlo todo.
La revolución
norteamericana de 1776 puso de relieve que era posible una sociedad
igualitaria en la que se organizaran las instituciones defendiendo la
libertad. Tocqueville y los Federalistas divulgaron el ideal democrático. Es
digna de especial mención la obra del pensador y político
francés, La democracia en América [Tocqueville, 1992] (cuyos
dos volúmenes fueron publicados en 1835 y en 1840 respectivamente), que se
tornó un clásico del liberalismo antes de la mitad del siglo pasado. Las
ideas de Tocqueville y de los Federalistas condujeron a que el liberalismo se
reformulara adoptando el ideal democrático. A la luz de éste fueron
realizadas las famosas reformas electorales inglesas, en la segunda mitad del
siglo pasado, bajo la decidida batuta de Gladstone.
El ideal democrático, por
otra parte, inspiró a la Revolución Francesa de 1789, a pesar de los desvíos
que ésta sufrió en el sangriento ciclo del Terror jacobino y del Directorio,
provenientes no de la idea liberal, sino de la secular tradición centralista
y absolutista del Estado francés (reforzada por el democratismo rousseauniano),
como muy bien destacó Tocqueville en su obra, también clásica,El Antiguo
Régimen y la Revolución (1856) [Tocqueville, 1988].
No hay duda de que el
liberalismo colombiano del siglo XIX heredó la tradición tocquevilliana y
federalista del liberalismo democrático. Santander ya había mostrado que la
asimilación de la idea del gobierno representativo y del Estado de derecho
era una realidad institucionalizada en la Nueva Granada [Santander, 1988]. La
generación del liberalismo radical se encargó de profundizar la idea de las
conquistas libertarias (incluyendo el acceso a los bienes económicos). Tal es
la esencia de la predicación cívica de hombres como Ezequiel Rojas o Manuel
Murillo Toro [Cf. Jaramillo Uribe, 1974].
Hacia fines de siglo,
quien incorporó estos ideales, ampliándolos con la dimensión democrática, fue
Uribe Uribe. Éste realizó algo semejante a lo que Tocqueville ya había hecho
en Francia, en relación con los llamados doctrinarios,
liberales-conservadores comprometidos con la defensa de las libertades y de
la representación, restringidas, empero, a la burguesía cómodamente afincada
en el poder. Los más célebres doctrinarios (maestros de Tocqueville en la
defensa de la libertad, pero criticados por éste por su aburguesamiento y su
falta de espíritu democrático) fueron, lo sabemos, Benjamin Constant de
Rebecque, autor de la obra titulada Principios de Política (publicada
por primera vez en 1810) [Constant de Rebecque, 1997] y François Guizot,
cuyas lecciones, pronunciadas en la Sorbonne entre 1828 y 1830, fueron
sintetizadas en la célebre obra titulada Historia de la civilización
en Europa (escrita en 1828) [Guizot, 1864].
Otto Morales Benítez
destacó de forma clara la índole liberal-social de Rafael Uribe Uribe,
pensador y hombre de acción dotado de la conciencia de hombre creador [Morales
Benítez, 1995c: 15], que estaba inspirado básicamente por un ideal moral de
defensa de las libertades para todos: "Siempre sus tesis fueron de
avanzada. Sin inclinaciones ni concesiones a los extremos inútiles. Su
enfoque liberal de la vida se confundía con unos deberes sociales que le
correspondían, tanto al estado como al individuo. Su razonar, en estas
materias, invariablemente fue explícito. Para que irradiara sobre la mayoría
de las personas, mantuvo un azogue mental que impresiona por la diversidad de
vertientes. El repaso lo extiende sobre demasiados temas. Se le halla,
primeramente, investigando y observando. Su escritura va recogiendo sus
disímiles conclusiones. Con una característica que hay que subrayar: la
probidad en los juicios en el estudio de cualquier materia. Los fenómenos
políticos, los humanos, los históricos, los sociales, los relacionados con lo
literario, lo preocupan de igual manera. Como su tendencia es la de un
orientador, sus páginas las trabaja para transmitir sin confundir. Lo ético
preside cada escrito y sus razonamientos. Porque en él hay una rectitud de
criterio, que orienta y dictamina (...). Por ello aparece tan eficaz en los
enunciados y con tanta precisión doctrinaria" [Morales Benítez, 1996:
12-13].
Quien dio
continuidad más cabal a los ideales del social-liberalismo defendidos por
Uribe Uribe fue con certeza Jorge Eliécer Gaitán [cf. Cordell Robinson, 1976:
111-112]. En él se aúnan, en el sentir de Otto Morales Benítez, la lucidez de
la inteligencia con el compromiso democrático de extender las conquistas de
la libertad y del progreso económico al pueblo humilde.
He aquí maravillosamente
sintetizado el perfil doctrinario de Gaitán: "Nunca concibió que pudiese
uno someter sus acciones al capricho individual, a la vanidad íntima,
olvidando que nuestra misión es simultánea, sobre planos colectivos. La
democracia funcional nos pone en una tarea conjunta, de enlace, de relación
permanente. Todo esto debía influir sobre la concepción del Estado el cual
necesitaba entrar a resolver las cuestiones, no solamente con ambición de
crear un engranaje administrativo perfecto, sino de contribuir a mermar la
angustia económica y las grandes cavilaciones que inciden sobre el pueblo
colombiano. Todo en el programa de Gaitán no tendía sólo al problema
económico —estuvo muy lejos de ser un marxista—. Siempre pensó en que las
dificultades debían resolverse dentro de la filosofía liberal, del respeto y
exaltación de la persona. Su sistema para el Estado, tendía a liberar al
individuo por medio de la cultura, de los planes de producción, de una
orientación política que atendiese, también, a los resortes espirituales que
incitan la lucha en la existencia. Esto podría sintetizarse en su frase: No
soy enemigo de la riqueza sino de la pobreza. No se trata de arruinar a los
que han logrado bienes con su esfuerzo, sino lograr que los desposeídos
mejoren su situación en las proporciones a que tienen derecho. En una
palabra, queremos que la riqueza del país aumente en forma proporcional y
justa. No es posible conseguir la elevación del nivel de los colombianos sin
un desarrollo creciente de la riqueza nacional" [Morales Benítez,
1985b: 252].
Destacada la afiliación
de Otto Morales Benítez a la tendencia del social-liberalismo del que fueron
protagonistas Uribe Uribe y Jorge Eliécer Gaitán, analicemos ahora los dos
aspectos de su pensamiento que destacamos anteriormente: su defensa
incondicional de la libertad y su defensa de la democracia.
Anotemos antes,
brevemente, dos aspectos metodológicos de la obra de Morales Benítez: en
primer lugar, la exposición de sus ideas recorre muchas veces el camino de la
reconstrucción histórica. En segundo lugar, Otto Morales vierte su
pensamiento en un género literario consagrado en la historia de las ideas por
José Ortega y Gasset [Ortega, 1981: 22]: el ensayo.
En cuanto al primer
aspecto, Otto Morales deja claro que no se puede entender la lucha de los
colombianos por la libertad y por la democracia, sino recorriendo los
sinuosos caminos trazados por nuestros antepasados. El pensador caldense es,
fundamentalmente, un historiador de nuestras ideas, nuestra cultura y
nuestras instituciones. Critica enfáticamente el hecho de que tengamos, en
Colombia, una despreocupación tan grande frente a los hechos históricos.
"El pasado, dice, lo hemos mantenido más que oculto, ignorado.
Arrinconado, porque no ha sido inquietud en quienes tienen deberes de
escrutar el pretérito para explicarnos las diferentes modalidades de lo
regional" [Morales Benítez, 1995: 33]. Otto entiende su misión de
historiador como la de un vigía quealumbra caminos para sus
compatriotas. Un vigía que está inspirado por una recia ética
intelectual, como diría Weber, fiel sine ira ac studio a
la búsqueda de la verdad [Weber, 1993: 17-52], "con la voluntad —afirma
Otto— casi enajenada, siguiendo el curso y el salto del pretérito, olvidando
las predilecciones internas, para estar rígidamente sometido a la
verdad" [Morales Benítez, 1986c: 220].
En la parte final de su
última obra, ese magnífico estudio historiográfico de la Guerra de los Mil
Días titulado: Sanclemente, Marroquín, el Liberalismo y Panamá [Morales
Benítez, 1998c: 531-532], el ensayista da testimonio de su vocación de
historiador, con las siguientes palabras: "En este período que hemos
mirado con afán de claridad, sólo descubrimos confusiones, ocultamiento de
los hechos y de la condición de sus hombres. La excelsitud de los
panegíricos, ha perturbado las mentes. Estas aún no se han desatado de las
inexactitudes. Inclusive en inteligencias que deberían haber buscado signos
de lucidez. Nos han encandilado con juicios históricos inexactos. Falta aún
mucho por explorar. Apenas están apareciendo los documentos sobre esa época y
sus actores. Nuestro afán ha sido el de volver sobre la patria con minucioso
interés de claridad. El historiador no es más que un hombre que alumbra
caminos".
En segundo lugar, debemos
anotar el estilo preferido por Otto Morales para traducir su pensamiento. Él
es fundamentalmente un ensayista. Es que este género literario le da al
pensador una libertad muy grande para tratar los temas más diversos, sin
abdicar del rigor lógico y conciliándolo a éste, al mismo tiempo, con el
tratamiento estético del lenguaje. Morales Benítez definió con las siguientes
palabras las razones y fortalezas del ensayo: "(...) sirve para penetrar
en los temas más diferentes. Los diversos motivos de preocupación pueden
aparecer declarativos. Su condición de medio del razonamiento le da una
densidad a cada materia; facilita que haya un margen expansivo para las ideas
y que consienta la belleza literaria. Está escrito para irradiar clareza
sobre las ideas y la vida" [Morales Benítez, 1996: 13].
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Otto
Morales Benítez, defensor de la libertad
Nuestro pensador destaca,
en primer lugar, que su formación, ya desde los primeros años en Riosucio,
sufrió el benéfico influjo del pluralismo cultural y de la tolerancia, lejos
por tanto del dogmatismo y del autoritarismo tradicionalista, que tantos males
le han causado al país. Las ideas extranjeras fueron para Otto, desde su
niñez, cosa natural. "Toda la existencia la he desenvuelto cerca de las
palabras" [Morales Benítez, 1991c: 13], afirma el ensayista. Nada de
cerrado etnocentrismo. Su valorización de lo colombiano presupone el
conocimiento de los valores que nos vienen de fuera. Su visión del país se
fundamenta especialmente en la libertad, entendida como elaboración de un
proyecto personal, con escrupuloso respeto por las opciones de los otros. La orientación
paterna tuvo, para él, especial significado en lo que se refiere a la
comprensión de la tolerancia y el pluralismo.
He aquí el testimonio que
Otto Morales da de esa formación liberal y pluralista: "El oro condujo a
muchos extranjeros a vivir en Riosucio. Muchos allí se quedaron, formaron sus
familias. Sus apellidos son parte de la historia y, en algunos casos, de la
grandeza política e intelectual del pueblo. Venían de diferentes países. Y
como es lógico, pertenecían a diferentes religiones y concepciones políticas.
En la oficina de mi padre, y en largos diálogos con éste, escuché que el
mundo está abierto a muchas contradicciones. Que las interpretaciones, a
través de la fe, son múltiples. En nuestras escuelas nos educaban con mucho
rigor católico. Pues bien: yo estaba escuchando otras sentencias. Y como los
coloquios eran amables —y no confrontaciones— me quedaba la impresión de que
no podíamos empeñarnos en tener una verdad exclusiva. Ello me preparó para la
tolerancia. Pero aún más: esos místeres —así los llamaban—
hablaban de sus posiciones políticas, las cuales hacían explícitas cuando
analizaban lo que estaba sucediendo en los países de origen o en el mundo
internacional. Era cuando advertía otros planteamientos, diferentes a los de
los liberales y conservadores colombianos. Entendía las materias porque ellos
establecían las dicotomías, pues mi edad no me permitía llegar a esas
profundidades. Esos extranjeros hablaban refiriéndose con respeto a las otras
religiones o tesis. Me impresionaba que cuando lo hacían pedían excusas por
invadir otros predios culturales. Naturalmente, para mí tuvo ventajas
excepcionales. Me dio, desde muy chico, la sensación de que el mundo estaba
dividido en múltiples creencias y en sistemas de gobierno muy dispares"
[Morales Benítez, 1985a: 24-25].
Es claro el concepto de
libertad defendido por Morales Benítez: ella consiste en "una fortaleza
moral que dirige en última instancia la política y con la cual toda
buena política debe arreglar cuentas" [Morales Benítez, 1997b: 128].
Para el pensador caldense, no se trata de un ideal nuevo en la historia de
Colombia. Ya en el período colonial, cuando España desencadenó su persecución
contra los judíos, "(...) en este lado —afirma Otto— tuvieron
albergue" [Morales Benítez, 1990: 42]. Por otra parte, el barroco
americano fue expresión de la lucha del mestizo por conquistar una libertad
que la metrópoli española le negaba.
Al respecto, escribe:
"Lo que ese trasplante evidenció fue la rebeldía intelectual. Permitió
que ella se manifestase con toda plenitud espiritual. En ese barroco
americano lo que advertimos es el medio de protesta de todo un pueblo contra
el colonialismo mental. Es la primera gran lucha de un pueblo, de un nuevo
pueblo de mestizos, contra el poder dominante. Allí está el rechazo a la
imposición. Tenía que ser a través de esos elementos artísticos, porque les
habían arrancado los símbolos de la escritura, en donde los tuvieron. Y no
habían sido reemplazados por otros medios de expresión. Pero la artesanía
para tallar, para pintar, para bordar, para trabajar la plata o hacer cestos,
para la cerámica, estaba aún viva en las manos y el temperamento de los
hombres de América. Por eso en ella aparece con todo su poder de lucha. Esta
también es otra de las altas calidades del arte popular de nuestras
gentes" [Morales Benítez, 1980: 35].
Otto Morales ha hecho de
su obra una concretización del ideal barroco, al convertir su pensamiento en
expresión del mestizaje. El pensador caldense no es apenas apreciador del
arte barroco. Él propio es, en su identidad amerindia, expresión del
mestizaje. Fernando Ayala Poveda explicitó esta faceta de Morales Benítez, al
destacar que en su obra se dan cita el hombre de nuestras montañas y la
poesía: "Hemos examinado intensamente su obra plural y, al final de este
recorrido comienza el viaje. El camino es abierto. No hay fin. Otto Morales
Benítez camina. Su figura se dibuja en el sendero. Las páginas de sus libros
están abiertas al sol. Indoamérica y Colombia lo siguen esperando. Sus libros
reclaman y sostienen la mirada de sus atentos lectores. Hombre y poesía se
hacen vida: punto de encuentro en nuestro espacio mestizo. Amanece. El camino
aún lo espera" [Ayala Poveda, 1984].
Pero si la libertad es
una fortaleza moral, no es menos cierto que ella sólo se puede
tornar algo práctico si está asentada en el derecho. Podríamos afirmar que
para Otto Morales las dos fuentes de las cuales brota la vida libre de un
pueblo son, como para el pensador brasileño Tobías Barreto (1839-1889) [Cf.
Barreto, 1991: 45], el derecho y la moral. Ésta, en la forma de moral
social consensual, es la que hace posible la aceptación de las normas
legales. Es la cuestión de la legitimidad del orden legal, tan detalladamente
estudiada por Weber [1944: IV, 72]. Pero aquéllas, a su vez, son las que
tornan práctica la coacción, que hace administrable el Estado.
En relación con el papel
importante que cumple el derecho frente a la libertad en las sociedades
contemporáneas, escribe el pensador: "Me he referido insistentemente al
derecho, a la ley. La razón es muy simple. El primero organiza la vida
social. Sus normas tienen el respaldo del Estado. Si la comunidad percibe que
no existe equidad al aplicarlo, viene una rebelión, que se expresa a través
de la violencia. La coacción disciplinada, de acuerdo con la ley, es parte de
los principios jurídicos. Estos se orientan al ordenamiento colectivo. Por
ello, es consecuencia de un consenso. Este es el que se debe ampliar y
vigorizar cada día para que la colectividad no sienta que se atenta contra su
propio destino. Es una manera de conservar la paz. En el país no se toman las
precauciones que el caso nacional demanda" [Morales Benítez, 1998b: 7].
La libertad, para Otto
Morales Benítez, supone un proceso educativo, a la manera de la antigua paideia griega.
Dos aspectos básicos integran el concepto de educación liberal: el personal y
el social. He aquí la forma en que el escritor caldense destaca estos dos
elementos, en el artículo titulado Frente a un mundo mágico: mensaje
a una bachiller: "Toda la cultura que se adquiere tiene dos fines
que se confunden: primero despertar las propias posibilidades espirituales y,
luego, servir de aliento para ayudar al conglomerado social a encontrar las
respuestas a las preguntas que lo agobian (...)" [Morales Benítez, 1979:
66].
El liberalismo, según
nuestro autor, lucha por implantar un ideal amplio de libertad: para todos
los ciudadanos, sin exclusión de nadie. Por este motivo, la filosofía
política liberal ha conducido a la agremiación que lleva este nombre, a
producir en Colombia el equilibrio democrático. Gracias a este equilibrio,
destaca Morales Benítez, "Colombia se ha preservado de caer bajo el
laberinto del absolutismo derechista o de la anarquía revolucionaria de
izquierda. Nuestro partido mediante su labor de acercar las soluciones al
ritmo contemporáneo; de imponer los pensamientos que cruzan por el mundo
social y económico; de ir despojando de injusticias el campo del trabajo
colombiano; con su acción para controlar todos los afanes de monopolios en
cualquier orden; con su interés por llevar los medios culturales a todos los
niveles sociales, sin atender a ventajas de ninguna clase, le ha permitido a
Colombia modernizarse y andar marcando el paso de las grandes reformas.
Nosotros somos permanente acicate. No podemos dejar de cumplir esa tarea
histórica" [Morales Benítez, 1985b: 39].
En Colombia, piensa Otto
Morales, los liberales han tenido que hacerle frente a un gran reto
histórico: optar entre la libertad o la opresión. El camino escogido por ellos
es el de la lucha contra todo tipo de servidumbre. Al respecto, escribe el
pensador caldense: "Nosotros estamos ubicados en un continente que
adelanta un gran debate entre la libertad y la opresión. Entre la
libertad y el miedo, para utilizar el título de un libro de ese gran
colombiano y escritor que es Germán Arciniegas. (...) Se ha ido destacando en
nuestros países un nacionalismo cultural. Es la búsqueda de la identidad de
cada grupo humano. Eso ha ido derivando, lentamente, a una lucha contra la servidumbre
económica, que agobia por su dependencia. Y ha traído como consecuencia que
se acentúe la urgencia de cooperación en muchos frentes: en la economía, en
la educación, en las perspectivas de mercados comunes, en asociaciones de
libre comercio, en pactos andinos, etc. Se busca ahora mismo racionalizar el
desarrollo y competir con las industrias extranjeras. A medida que se
fortalecen las organizaciones multinacionales, nuestros países van orientando
su actividad a una mayor integración" [Morales Benítez, 1985b: 40-42].
Sintonizado con el mejor
espíritu liberal, Otto Morales no puede entender la política sin el ejercicio
continuo de la libertad de expresión. El pensador caldense critica con
denuedo los atentados contra ésta, que constituyen lo que él llama el
estado de sitio intelectual, situación que sólo puede ser combatida
mediante el estímulo a la participación popular. La agremiación liberal
siempre ha defendido la libertad de pensamiento y de palabra y en virtud de
esto se ha hecho acreedora a la confianza de las muchedumbres.
Estas son las palabras de
Otto Morales en relación con el tema que estamos analizando: "Creemos
que al favorecer la participación popular, podemos eliminar el estado de
sitio intelectual que se ha impuesto en el país. Es una consecuencia de los
años de silencio a que nos forzó la violencia; de la obligación de ser
pacientes mientras se reconstruía la democracia; de los temores que nos
asedian a todos los colombianos, en cada amanecer. Pero se ha vuelto
costumbre solicitar identidades, para que no haya censura. Se apela a las
lealtades para que nos sometamos a cualquier proceso. Se intimida con la
persecución a quien trate de separarse de unos cánones prefijados, aun cuando
no correspondan a la esencia de la vida nacional, ni la de los partidos. En
el caso liberal, no ha sido así. Hemos sido una colectividad inclinada al
análisis, al pensamiento abierto, sin cortapisas. Pero ahora parece que se
predica la urgencia de no recurrir al comentario, a la evaluación de los
hechos, o a la demanda de revisión de actividades o de realizaciones
equivocadas. En esa forma se ata el pensamiento, se inclina la sociedad al
sometimiento. Así vamos desapareciendo como gente pensante, en capacidad de
determinar su destino. Se apela al dogma, como en las religiones. La política
no lo es y, por lo tanto, está despejada a la orientación que indiquen las
multitudes" [Morales Benítez, 1985b: 25].
La reivindicación de la
libertad de prensa no significa, con todo, que ésta carezca de normas de
comportamiento. Es necesario, en el sentir de Morales Benítez, que los
periodistas introyecten principios éticos firmes y claros. Al respecto,
escribe el ensayista: "Para conservar esa libertad, tienen que existir
unas reglas a las cuales se deben ceñir los periódicos. Repetirlas, nunca es
improcedente. Ellas son básicamente: la responsabilidad, la honestidad, la
credibilidad. No pueden dar amparo, por lo tanto, ni a la maleficencia ni al
ataque aleve. El criterio ético con que se ejerza, determina su influencia.
La poca prensa que no se ciñe a estos cánones, conduce a las restricciones, a
que se levanten continuas amenazas contra la libertad de ella —y la única
razón que explica esa fobia es por el hecho de que tiene el mayor poder
dinámico en la comunicación social. Su función, además, es la de ejercer un
control con vocación moralizante. Es el fiscal público que tiene la opinión
de cada país. De allí, a la vez, que el manejo de la noticia debe ser muy
cauteloso, obedeciendo a los rigores que impone la identidad con el sistema
democrático. Igualmente su poder dimana de que al interpretar aquella, no se
produzca una desviación de la verdad, ni se comunique pánico al lector. No
hay que olvidar que la información es la que conduce y permite el
conocimiento de los hechos sociales" [Morales Bnítez, 1982b: 35].
Ejemplo vivo del ideal de
la libertad de expresión fue, en el sentir de Morales Benítez, la labor
periodística desarrollada por Uribe Uribe a comienzos de este siglo. El
pensador considera que justamente era ese compromiso del gran líder liberal
con la libertad de palabra, lo que más desagradaba a los conservadores. Al
respecto, escribe Morales Benítez: "El periodismo fue medio natural para
su inteligencia. Con dos caldenses —Max Grillo y Ricardo Tirado Macías— funda El
Autonomista, después de haber dirigido El Trabajo durante
varios años en Medellín. En los días finales de su existencia, El
Liberal era su trinchera intelectual y política. En esos periódicos
está el análisis y radiografía de su época. El juicio político sobre la
Regeneración y otros episodios más recientes de nuestra historia. La cárcel
fue el medio natural para silenciar su voz, para acallar su pluma llena de
adjetivos levantiscos y aguerridos. Su palabra necesitaba ser suprimida. Su
voz doblegada. Su verdad amordazada. Uribe Uribe pagó ese tributo de
persecución en homenaje a la lucha social, a la conquista de un mejor lote de
felicidad para su partido, en la búsqueda de una tregua de patriotismo en
homenaje a Colombia. La Regeneración conservadora de Núñez y de Caro, dio
respuesta a su actitud, amordazándolo. Uribe Uribe fue un movilizador de
ideas. En la cátedra, en el periódico, en el parlamento, en la tribuna
pública, en el ejercicio diplomático, siempre estaba señalando lo esencial
para el desenvolvimiento de Colombia. Sus tesis pueden ser confrontadas aún.
Su vigencia intelectual y política depende de que, muchas de ellas, no han
sido incorporadas todavía al destino social de nuestro pueblo" [Morales
Benítez, 1985b: 48].
El peor atentado que se
ha perpetrado en la historia de Colombia contra la libertad, es la violencia.
Ella no ocurrió al acaso, ni se instaló apenas superficialmente en nuestras
prácticas políticas. La violencia fue "esmeradamente planeada" por
elites corruptas, como recuerda con propiedad Luis Carlos Adames en su obra
titulada Otto, el periodista que negoció la paz [Adames,
1998: 111]: "En opinión de Otto, la violencia fue
esmeradamente planeada. Cuando ella se ideó como sistema para borrar las
mayorías liberales, había en los barrios y sectores urbanos comités y otros
núcleos que posibilitaban su organización para una eventual defensa
comunitaria. Esto desalentaba la posibilidad de iniciarla en pueblos y
ciudades. Por eso empezó en caseríos y veredas con una práctica que en esos
días denominaron boleteo y que consistía en asustar a los
dirigentes, por medio de visitas de la policía política —Popol— y
amables consejos de supuestos amigos conservadores de la
víctima, para que emigraran con los suyos pues si no lo hacían, su integridad
peligraría. Si el mensaje fallaba, actuaban los aplanchadores.
Eran éstos matones especializados en flagelaciones por medio de planazos con
machetes y peinillas que, propinados en la parte baja de la espalda, causaban
casi siempre el desprendimiento de los riñones. Quienes sobrevivían y no emigraban,
eran asesinados, simplemente, y, por lo general, los arrojaban en los ríos.
Eliminado el líder, practicaban batidas en las cuales hacían que cada
campesino se identificara, le quitaban la cédula y con esto se aseguraban de
que no votaría, y ponían al bando de los asesinos a sufragar doblemente, una
vez con su cédula y otra con una de las robadas".
Acerca de este tema
también se pronunció otro estudioso de la obra de Otto Morales, el
historiador Javier Ocampo López, quien afirma: "en el año de 1946, la
violencia comenzó a crecer, sin ningún control. Se comprometió al ejército y
a la policía en esa desgarradora etapa. Con el amparo del Estado. Se vivieron
muchos años de azoro. Las guerrillas aparecen, muchos años después, como
reacción contra la postura de las autoridades" [Ocampo López, 1993:
303].
El crimen de lesa
libertad practicado por la violencia, se ha tornado más eficaz y
amenazador a lo largo de las últimas décadas, con el avance de las mafias y
su cohorte de horrores, representada por los genocidios, los atentados
terroristas y la eliminación de cualquier dignidad moral mediante el imperio
del principio del enriquecimiento a cualquier precio. El principal efecto de
ese poderío puesto al servicio de la degradación es, piensa Morales Benítez,
la emasculación de la vida partidista, mediante la claudicación de las
agremiaciones ante la corrupción desenfrenada.
Al respecto, escribe:
"Una nueva clase opulenta, que usufructúa esa decadencia, que impulsa
ésta y la controla, se va incorporando a las capas directivas, en todos los
medios. Cuando la Violencia en el país, se cerró el Parlamento; se clausuró e
incendió la prensa, se silenciaron las radiodifusoras críticas; se acallaron
todas las voces. Fue el momento propicio para el avance del contrabando; para
la aparición de los primeros grandes síntomas de cómo se pervertía la
justicia y la vida administrativa. El subyugamiento social, impuesto a la
fuerza, favorecía los nuevos y tenebrosos episodios. Y así se han formado
nuevos grupos que se han vinculado a la política, que la interfieren y la
desvirtúan en su misión nobilísima de expresar las angustias y esperanzas del
pueblo colombiano. En ese momento, los partidos dejan de ser vigilantes.
Pierden su capacidad de análisis. Y se van subordinando a todas las
influencias dañinas. Estas, van reclamando más abyección. La complicidad
interna se vuelve impresionante por lo que ella pide de sacrificio de las
antiguas calidades humanas y de pensamiento, que distinguía a los partidos.
Es la entrega de su idearium y de su régimen de vida moral, al dominio de los
más pervertidos en sus fines" [Morales Benítez, 1985b: 21-22].
No hay duda de que la
corrupción es, hoy en día, uno de los más serios peligros para la
preservación de las instituciones libres en Colombia. El pensador caldense ve
ese problema con creciente preocupación, en la medida en que sectores
corruptos de la sociedad asumen, en la actualidad, una fuerza desmedida,
convirtiendo el debate político en una zona minada. Los mismos que se quejan
de la violencia propiciada por la corrupción, practican estos vicios. He aquí
las reflexiones de Otto Morales al respecto: "Siempre he pensado que el
más inquietante apremio del país, es la corrupción. Porque ésta, inclusive,
como lo han reiterado los guerrilleros al actual gobierno, no le permite la
cercanía para propiciar un desenlace de la violencia. Ellos han proclamado
que si no priman unos criterios éticos en la administración pública, no
dialogarán. Es decir, la corrupción impide aproximarse a la paz. Es juicio de
reproche que han reiterado demasiadas veces. Pero aún más: muchos de los
dirigentes del desorden social colombiano, son de extracción rural. En
cambio, los otros son delincuentes salidos de las universidades, que tuvieron
oportunidad de especializarse, solicitaron que se les diera audiencia de
dirigentes nacionales. Desafortunadamente, se han confundido con el
clientelismo, con las mafias y con los desórdenes con los dineros fiscales y
han acentuado las pendientes morales, y tienen mayor responsabilidad que los
otros. Colombia les había allanado mil vías para el perfeccionamiento de sus
conocimientos y les abrió el círculo amplio del manejo de la vida pública,
que ellos mancillaron por ausencia de claridad ética. Tenemos que trabajar,
en estos dos campos minados de la vida colombiana. En uno, gozamos del
instrumento del voto, que debe reducir, a la impotencia, a quienes han
delinquido contra la patria" [Morales Benítez, 1998a: 1].
Otto
Morales Benítez, defensor de la democracia
El material trabajado por
Otto Morales en su obra es la greda colombiana. O sea, su
inspiración y su tema se identifican con las ansias de libertad de la gran
masa de nuestro pueblo. En las luchas de los colombianos humildes contra
cualquier tipo de despotismo está la materia de su pluma. Diríamos que el Leitmotiv de
su obra es la democracia afincada en el ideal de la libertad. Concepción de
nítida raigambre liberal, como la que animara a otro gran publicista, ya
mencionado al comienzo de estas notas, Alexis de Tocqueville. Otto Morales,
el ensayista, es un escritor que lucha por ver instaurada en Colombia una
auténtica democracia con libertad para todos los ciudadanos. Es el mismo
ideal perseguido por otro gran combatiente de las ideas: Uribe Uribe.
Estas son las palabras de
Morales Benítez en relación con el motivo democrático de su inspiración:
"(...) Mis libros, todos ellos, los de literatura, los de aproximaciones
a la sociología, los que se van detrás de regodeos literarios, los que entran
al análisis de los problemas económicos y sociales, no son más que trozos de
la vida colombiana. Mi material ha sido la greda colombiana. Por ello por mis
páginas, cruzan la libertad, la reivindicación económica, el repudio al
despotismo, el canto a las luchas sociales. Y básicamente, señalo los
combates populares, los cuales debemos compartir, como integrantes de ese
pueblo. En mis escritos, éste aparece como motor, guía, impulso. Predico la
tesis de que la historia no se conforma sino con movimientos comunes. No es
sino que repasemos, mirando a trancos su irradiación colombianista, y
hallamos que lo que perdura son los Comuneros, que no era otra cosa que
montoneras avanzando su protesta contra la injusticia de los impuestos y el
mal gobierno; la Independencia donde se reunieron las masas guiadas por los
mitos de los Andes, para luchar contra los imperialismos de la época; la
fundación de la república que se hizo entre convulsiones, guerras civiles, y
el pueblo, duro pueblo, levantando la cabeza contra todos los resabios
coloniales. Y cada vez que volvemos la mirada para establecer de dónde
venimos, nos topamos con unos seres pobres como los colombianos, sin
privilegios de casta o de dinero, abandonados la mayoría de las veces a su
propia suerte, que se insurgen para devolver el equilibrio político a la
república, cuando a ésta la dejan desviar de su andadura democrática y
civilista" [Morales Benítez, 1985b: 17-18].
Para el escritor, es
claro que en el pueblo radica la auténtica democracia, porque él no renuncia
nunca al ideal de la libertad. Hay en el ensayista una fe profunda en el buen
sentido democrático de las masas colombianas. "El poder de decisión está
en el pueblo, en el hombre común de la calle —escribe Otto—. Porque estamos
convencidos de que éste no ha enajenado su voluntad; ni ha hipotecado su
capacidad de decidir; ni se ha subordinado al imperio caprichoso del halago;
ni se ha doblegado ante el temor repartido habilidosamente por comarcas,
gremios y grupos; ni ha desertado de decidir cuál es el destino de Colombia y
cómo se debe determinar éste. Este pueblo es el mismo heroico de los
comuneros, el de la Independencia; el de las guerras civiles; el del
sacrificio diario, a veces sin esperanzas. Es la estirpe noble de un pueblo
que, sutilmente, sabe buscar su destino; el de la patria y el de los
partidos. Y que no será encadenado al silencio; ni tolerará que se le recluya
en el lindero oscuro de la cobardía; ni abandonará el derecho de la
insurgencia colectiva" [Morales Benítez, 1985b: 21].
Siguiendo por este
sendero de un sentimiento democrático presente en el pueblo colombiano, Otto
Morales considera que en los valores cultivados por las tradiciones populares
radica la base moral de nuestras instituciones. Se trata de un fundamento de
moral social que no es artificial, sino que se ha ido consolidando en décadas
de lucha en pro de la libertad y de la justicia. La lucha por la libertad
comenzó en el momento en que el mestizo se consideró dueño de su
suelo. "En ese instante, destaca Otto, se armó la gran revolución.
(...) Ya no conservó concordia con su padre, el español. Ni adherencia a
España. Desde sus entrañas le nacía la convicción de que este terruño era de
él, que le pertenecía y podía proclamar derecho a dos cosas: a usufructuarlo,
lo que no podía, porque las reglas dictadas por el poder español, lo
excluían. Y consideraba, como algo elemental, gobernarlo" [Morales
Benítez, 1984b: 66].
Defendiendo la idea de la
participación popular en el gobierno, escribe el ensayista: "Insistimos
en esta teoría de la participación popular, porque en la masa advertimos que
está lo puro, lo bueno, lo ético, el gran impulso creador sin obedecer a
cálculos mezquinos. En medio de esta descomposición progresiva, podemos decir
que el pueblo no roba los dineros públicos; no trafica con drogas; ni rompe
las normas de la familia colombiana; ni manipula con los bienes oficiales; ni
está buscando cosa diferente de que le entreguen lo que ética y
equitativamente le corresponde. El, conserva la honestidad tradicional
colombiana. A esa fuente debemos apelar si queremos recobrar el verdadero
paso democrático nacional. El pueblo es lo mejor de Colombia" [Morales
Benítez, 1985b: 24].
Esta realidad ya había
sido intuida por Simón Bolívar, para quien la defensa de la soberanía popular
era el principio fundamental de su lucha. En relación con este punto, escribe
Otto Morales: "Al absolutismo que se ejerce invocando razones de Estado,
Bolívar opone la soberanía popular, que casi siempre impetra en su
vertiginosa y reluciente carrera. Es decir, entre el rey y el pueblo, Bolívar
no duda. Su inclinación está al lado de éste, que le será fiel y le
acompañará, porque entiende que su caudillo se ha comprometido con la
historia. Y ésta es la que realizan las muchedumbres" [Morales Benítez,
1980: 81].
Consecuente con los
principios que acaban de ser expuestos, Otto Morales identifica un medio para
construir el edificio democrático: consultar el sueño del pueblo colombiano.
No hay otro camino. Ni la razón teológica, ni la razón científica, ni la
razón filosófica serán capaces de encontrar mejor atajo para instaurar una
verdadera democracia. En el memorable discurso que pronunció en el homenaje
que le fue rendido en Pereira, en 1980, dijo: "Todos estamos aquí
celebrando lo que le otorga la democracia a quien persiste en sus empeños. No
he hecho otra cosa que ser fiel a los sueños que me despertó el estudio del
alma de lo colombiano. No hay que desdeñarla si queremos seguir creando más
posibilidades para la gente de Colombia. Esta, nos está indicando —con sus
abstenciones en las urnas— que no está tranquila con lo que venimos
realizando. Que espera más cambios, más profundas mutaciones en la vida
colombiana. Es bueno recordar lo que dijo un combatiente después de la
victoria. Interrogado cómo lo había logrado, contestó que en la noche había consultado
el sueño del pueblo que lo acompañaba. Ojalá, en el futuro, los dirigentes de
Colombia no desdeñen esa enseñanza" [Morales Benítez, 1985b: 26].
En ese esfuerzo por
tornar realidad el sueño democrático del pueblo colombiano, el ensayista
caldense traza un perfil eminentemente social del liberalismo. Su lucha es en
pro de la libertad democrática, no a favor de una simple libertad formal que
deja por fuera a las grandes masas oprimidas. Este esfuerzo auténticamente
democrático, implica que el liberalismo colombiano sea, ante todo,
reformista.
En relación con este
punto, Otto Morales escribió: "Vale la pena que hagamos un examen de lo
que marca el transcurso histórico del liberalismo colombiano. Cuál ha sido la
característica constante de su lucha, es la pregunta que nos podemos hacer. Y
la respuesta aparece rápida y sin dubitaciones: la de haber sido y seguir
siendo un partido social reformista. El día que perdiera ese acento, no
tendría ninguna tarea para cumplir. Habría terminado su ciclo histórico y político.
Su vigencia deriva directamente de su actitud ante los hechos: el partido
como alguien lo denominó es la frontera de la revolución. Desde
su origen, ha obedecido a un soplo socializante. Por ello ha permanecido.
Mientras los partidos que insurgieron en el mundo, con el mismo rótulo y por
la misma época, han ido desapareciendo. Todos fueron herederos directos de la
Revolución Francesa. Pero nosotros con estos no conservamos sino una
identidad: el concepto de la libertad. De resto, nuestra orientación fue
social, muy pronunciada hacia las reformas que tendían al mejoramiento
popular. Inclusive antes de establecerse los linderos entre nuestras dos
colectividades, ya espigaban los precursores luchando por profundos cambios
en el rumbo histórico colombiano" [Morales Benítez, 1985b: 27].
Esta lucha en pro de una
auténtica democracia no apunta, con todo, ni hacia un universo orwelliano, en
el que todos son nivelados totalitariamente, ni hacia una igualdad apenas
formal, que deja las iniquidades como están. Se trata de luchar por una
democracia que preserve la libertad, o sea, que garantice para todos igualdad
de oportunidades. Buscar la igualdad de resultados, ese es el problema de los
totalitarismos. Defender una libertad apenas formal, garantizar una democracia
de nombre, ese el pecado de los liberales leseferistas.
Al respecto, escribe
Morales Benítez: ''No estamos peleando por unos principios abstractos de
libertad. La batalla es para asegurar la igualdad económica y la justicia
social. No luchamos por una igualdad formal, porque conduciría a perpetuar y
prolongar la injusticia. La igualdad es de oportunidades, pero atendiendo a
los diferentes grados de organización social y económica que presenta nuestra
sociedad. Porque frente a un ingreso desigual, no es posible hablar de una
igualdad. Y como es apenas elemental, no existen oportunidades similares
cuando hay concentración de la propiedad en cualquiera de sus formas"
[Morales Benítez, 1985b: 45].
Para el ensayista, la
verdadera democracia liberal se consolida mediante la representación de los
intereses de los ciudadanos en el Congreso. Uribe Uribe es el ejemplo por
excelencia del parlamentario liberal. Al respecto, escribe Otto Morales:
"Uribe Uribe fue un parlamentario sagaz, lleno de integridad mental, incapaz
de esconder su pensamiento. En 1896 el liberalismo asiste al debate
electoral. Hay una burla en sus derechos. Se excluyen los otros candidatos. A
Uribe Uribe le toca representar, a él sólo, al liberalismo colombiano. Frente
a la Regeneración poderosa y violenta, agresiva y contundente en sus
sistemas, su voz se levanta serena y enérgica para hablar de las fortunas
palaciegas que se han alcanzado en tal época; para denunciar los despilfarros
del presupuesto; para anatematizar a los compinches del régimen como los caballeros
del Código Penal; para protestar por el amordazamiento de la prensa; para
reclamar por la confiscación del papel periódico de El Relator;
para impugnar el destierro de Santiago Pérez; para protestar por el gravamen
del café y solicitar un régimen tributario justo. En esa ocasión, también
pronunció un elocuente discurso apoyando el movimiento revolucionario de
Cuba, cuando insurgían contra la dominación española. Sus palabras le
hicieron acreedor a que Maceo le entregara, más tarde, la espada
libertadora" [Morales Benítez, 1985b: 50].
La democracia liberal,
para Otto Morales, debe abrirse al terreno de la cultura. La democratización
de la misma, proyecto acariciado por Alfonso López Pumarejo, le permitiría al
pueblo explicitar sus valores. Cuando esto ocurre, la nación responde de
forma positiva, dándole su apoyo incondicional a los gobernantes que se
muestren sensibles ante la riqueza de la cultura popular. El proyecto de
López Pumarejo hace pensar en el proceso de democratización de la cultura
ocurrido en Francia en la década del 30, bajo el Front Populaire,
llevado a cabo por los demócratas liberales y los socialistas, dirigidos por
la batuta de Léon Blum.
Otto Morales recuerda,
con las siguientes palabras, el proyecto de democratización de la cultura
elaborado por López Pumarejo: "Alfonso López, en este siglo, se empeñó
en destacar la importancia y significado de una sociedad en la cual no era
posible que sólo pequeños círculos dirigieran la acción colectiva, mientras
el pueblo estaba invitado para que asintiera, apenas, con su aplauso las
determinaciones en las cuales él no había tomado ninguna participación.
Igualmente propuso una rectificación a fondo acerca del concepto de las
calidades innatas de nuestra greda humana. Él principió por sostener que la
masa colombiana tenía una inteligencia aguda y una sensibilidad que había
ayudado a conformar nuestra historia. Y que debíamos sacudirle el complejo de
inferioridad a una Nación que quería seguir moviéndose insegura frente a su
porvenir. Esas aseveraciones resultaron ciertas. Nuestra sociedad se ha
incorporado a este movimiento de la democratización de la cultura, sin que
haya habido necesidad de incitaciones o de reclutamiento forzoso. En forma
espontánea va buscando la manera de elevar su nivel intelectual, de asistir a
aquellos escenarios donde priman los valores espirituales. Y lo hace con
alegría y con su frente iluminada por la seguridad de que el futuro así le
será menos desolado" [Morales Benítez, 1986d: 66].
Cuando al pueblo le
permiten la libre expresión de su alma artística, ésta pone al desnudo
valores auténticamente democráticos. La música, como una de las primordiales
expresiones estéticas del hombre, es en Colombia telón existencial, revelador
de nuestros ideales de justicia e igualdad. Y, al mismo tiempo, hace renacer
el horizonte de la generación en la que vivieron sus autores.
Al respecto, escribe Otto
Morales: "Se nace con una música y es parte de las mitologías que
propiciamos. Sin esos acentos rítmicos, no se entendería ni se explicaría el
mundo. Es una manera de vocalizar el sentido hondo de la vida. En ella se
identifican los más heterogéneos seres, los grupos más radicalmente
disímiles. Es la única que logra la unión de los proletarios y ricos del
universo. Escuchándola se alcanza la unanimidad. Unas voces, unos
instrumentos, unas cadencias, unos requiebros —en la voz, en la forma de
cantar, en el vestido para presentarse el intérprete— le dan vigencia a un
tiempo, al que vive cada generación" [Morales Benítez, 1982a: 50-51].
No basta, con todo, que
la cultura se democratice. Es necesario también que la educación sufra este
proceso, a fin de que ella prepare la conciencia democrática de las nuevas
generaciones y les dé conocimientos prácticos para que se inserten en el
proceso productivo y en el mercado de trabajo. Otto Morales ha sido siempre
muy sensible a este aspecto, especialmente en lo relativo a la educación
popular. El escritor destaca que la misión de la Universidad consiste
justamente en suministrarle a la democratización de la educación la necesaria
base humanística, sin la cual se pierde la dimensión esencial del hombre.
Afirma al respecto:
"Las aulas están hechas no sólo para graduar profesionales, sino para
permanecer en vigilia continua de la realidad. Y ésta no se circunscribe a lo
inmediato. Su radio de acción mental se amplía hasta la prehistoria y se
proyecta hacia los simbolismos más agudos de la vida contemporánea. Una
universidad, para responder a las demandas de su medio, requiere estar en
quicio con su tierra y con sus gentes. Apasionadamente ceñida al signo de su
nación. La universidad de tipo magistral, que sólo presenta la vislumbre de
la más alta abstracción, desapareció hace muchos años (...). La Universidad
tuvo que ponerse en alerta pública. No de defensa, sino de comprensión. No de
lucha contra el renovado aire de impaciencias, sino con ingenio abierto a la
indagación para que se puedan debatir todos los credos. Es lo que
correspondía al vigor democrático que se arremolinaba, derrumbando gobiernos,
prejuicios, normas oscurantistas, alegaciones exclusivistas con sentencia
inapelable de fe. La ciencia que ha tenido, en los últimos años, la mayor evolución
y el más alto volumen de información y de hipótesis, puso en trepidación todo
el andamiaje de la erudición anterior(...). La universidad tiene el deber de
recoger esas experiencias, evaluarlas, transmitirlas y permitirle a su
sociedad, fuera del educando, que participe en sus aulas del caudal infinito
de las preocupaciones estéticas, sociales, políticas, históricas, etc."
[Morales Benítez, 1984a: 10-12].
En lo tocante a la
educación popular, Otto Morales sigue el camino abierto por el liberalismo
social de Uribe Uribe, quien afirmaba, ya a comienzos de siglo: "Hay que
educar la mano de obra indispensable al país (...); hay que establecer
escuelas de artes y oficios por todas partes, para que acojan a los futuros
obreros" [in: Morales Benítez, 1988: 13]. En el terreno de la educación
popular hay un punto en el que el escritor caldense siempre hizo mucho
énfasis: la educación rural. Nuestro hombre del campo es carente de un tipo
de educación diseñada específicamente para sus necesidades productivas, que condicionan,
sin lugar a dudas, su crecimiento como persona. El pensador liberal concibió
los programas de extensión rural, como forma de educación popular que le
permitiera al hombre del campo prepararse para participar, activa y
democráticamente, en la vida económica del país.
En relación con la
extensión rural, Morales Benítez escribió: "La Extensión Rural es un
tipo de educación especial. No puede confundirse con aquella que se da con
fines de instrucción pública. Tiene condiciones peculiares que le dan un
valor singular, porque ella se dirige a gentes con su posición humana,
social, en algunas ocasiones económica, ya definida. No busca liberar por el
alfabeto. Lo que entrega es enseñanzas directas que se dirigen a
conocimientos prácticos, a habilidades para mejorar los métodos de
producción, a destrezas para incrementar los rendimientos. Busca enseñar algo
orientado a conseguir elevar el nivel de vida. Para ello apela a todos los
medios: al escrito, en aquellos grupos que ya conocen el alfabeto; al oral,
en quienes no lo poseen; al visual, para otros sectores que sólo con imágenes
logran percibir una enseñanza; a la práctica sobre el propio terreno, porque
es de la única manera que se llega a la familiaridad con los grupos
campesinos. Es, por lo tanto, una nueva oportunidad que les entrega el Estado
democrático a los agricultores de recibir la enseñanza que no se les dio en
su oportunidad. Es volver la sociedad su inquietud sobre grupos humanos que
no recibieron un adecuado tratamiento de capacitación. La Extensión Rural
devuelve al labriego la seguridad de que hay un Estado que no lo desampara en
su nueva etapa de colaboración al engrandecimiento nacional: la producción
agrícola y pecuaria. Así se regresa, igualmente, a la certeza de que sólo
educando podremos producir los cambios promisorios en América" [Morales
Benítez, 1986e: 501-502].
A la preocupación por
hacer que la extensión rural incorpore el trabajador del campo al proceso
productivo, acompaña, en el pensamiento de Otto Morales, la idea de que la
Reforma Agraria no debería cuidar apenas de la distribución de tierras, sino
también de fijar una política para el mercadeo de los productos agrícolas.
Sin el diseño de una política nacional en este sentido, sería vana la
distribución de tierras. La Reforma Agraria, así entendida, sería un
mecanismo eficiente de democratización económica del país.
En relación con la
cuestión del mercadeo y de su papel en la democratización de la riqueza del
campo, escribió el ensayista: "No hay un mercadeo eficiente en el país.
Es insuficiente la distribución. Precisamente el proyecto tiende al
abaratamiento mediante una repartición adecuada de los productos. Allí se
contempla la posibilidad de la intervención del INA en el mercadeo. Dentro de
esa nueva organización del mercadeo, habrá necesidad de crear mercados de
concentración por regiones productoras. Eso opera en el contenido económico
que debe tener la Reforma. Estamos librando esta batalla para ver si
eliminamos causas del subdesarrollo. La existencia de un alto porcentaje de
labriegos que no tienen medios para trabajar es una de las razones que se
esgrimen para señalarnos como un país subdesarrollado. Con todos los
agravantes de ese calificativo. Ello subsistirá mientras ese sector de
trabajadores rurales no tengan oportunidad de vincularse a la producción,
para entrar, dentro del ritmo de la economía nacional, en su calidad de
mejores consumidores (...)" [Morales Benítez, 1986e: 75-76].
Si la cultura, la
educación y la producción rural necesitan democratizarse, esto no es menos
cierto en relación con el derecho. Éste no puede quedarse prisionero del
formalismo ahistórico. No podemos entender la construcción de la moderna
democracia sin la obra creadora del Derecho, que garantice la
institucionalización de las prácticas democráticas y de la defensa de la
libertad. Debe comprometerse con los cambios sociales. A este derecho vivo,
abierto a las expectativas siempre nuevas de la sociedad, es a lo que hoy en
día damos el nombre de derecho social.
Al respecto, Otto Morales
escribe: "Durante mucho tiempo el mundo del Derecho estuvo determinado
por algunos principios clásicos, que inclusive aún tratan de perdurar. El
individualismo, unido naturalmente al principio de la competencia y al
derecho absoluto de propiedad, modeló, en parte sustancial, todo nuestro
mundo jurídico. Lentamente, con agónicos episodios en muchas ocasiones, se ha
ido abriendo paso una legislación económica y social. Y a medida que se
ensanchan las ciencias sociales —la economía, la antropología, la sociología,
la historia, etc.— el Derecho iba cambiando sus tradicionales posturas. Era
algo impostergable. No podía renunciar, además, a considerar que su vigor
emana de su posición en la historia. Y ésta reclama su presencia para influir
y determinar a aquél" [Morales Benítez, 1991b].
Aspecto especialmente
importante de la democratización del derecho, es constituido por la
elaboración del llamado Derecho Agrario, en el que Otto Morales
figura como uno de los más importantes especialistas en la América Latina. El
pensador caldense defiende una auténtica autonomía para este derecho, así
como la institucionalización de una justicia especializada.
Con relación a este
punto, afirma: "No podrá haber una autonomía total del Derecho Agrario,
si no logramos una justicia especializada. Este es un derecho esencialmente
social, como el del trabajo. No puede fallar un magistrado, cuando su
formación civilista, su concepción individualista, no le permite comprender
el sentido de una solicitud de bienes, de tierra y de justicia, cuando la
someten a su juicio los campesinos. Cualquier aspecto que toquemos, tiene un
valor diferente dentro del contexto de este derecho. Preservar su autonomía y
acentuarla es obligación mental, social y política, de quienes luchen por una
sociedad más justa" [Morales Benítez, 1981a: 35].
Otto Morales piensa, por
otra parte, que una condición fundamental de la auténtica democratización es
la multiplicación de los centros de poder, a fin de favorecer la
participación ciudadana en el gobierno del país. Este ideal, por lo demás, no
es nuevo en el seno del liberalismo colombiano. Ya los liberales del siglo
pasado reivindicaban la descentralización administrativa como forma de
estimular la participación popular en la gestión de la res publica.
Recordemos, por otra parte, que igual reivindicación hacía Alexis de
Tocqueville, al criticar el excesivo centralismo francés en su obra El
Antiguo Régimen y la Revolución.
En relación con este
punto, escribe: "En esta cruzada nacional, a mi generación le
corresponde una tarea imponderable. Y no puede soslayarla. Su nueva filosofía
democrática que irrumpió después de la segunda guerra europea, como resultado
del fenómeno del desarrollo, es la participación del pueblo. Esto no es nuevo
para los colombianos. Ya se intuía desde el siglo pasado. En la obra de don
Salvador Camacho Roldán, ese gran expositor de problemas nacionales,
encontramos que en 1866 ya se planteaba la conveniencia de crear juntas para
que administraran los peajes, para la conservación de los caminos, para
atender la instrucción pública, para manejar y vigilar las rentas públicas
recaudadas, etc., etc. Todo ello en el entendimiento de que la reorganización
administrativa debía conducir a la descentralización ejecutiva. O lo que
llamó en su tiempo Ricardo Vanegas como la multiplicación de los
centros" [Morales Benítez, 1985b: 23].
El gran pecado cometido
en Colombia contra la democracia es la privatización del poder por las
oligarquías, como si se tratara de un bien de familia. Es éste el rasgo
característico del más amplio fenómeno del patrimonialismo, tan
bien estudiado por autores como Max Weber, Karl Wittfogel, Francisco José de
Oliveira Vianna, Claudio Véliz, Raymundo Faoro, Fernando Uricoechea, Simón
Schwartzman, José Osvaldo de Meira Penna, Octavio Paz, Antônio Paim y tantos
otros. Esta enfermedad social de la privatización del poder se
ha manifestado en Colombia en la tendencia, que se ha ido arreciando en las
últimas décadas, a permitir que los intereses privados tengan más influencia
que los colectivos. El remedio, para Otto Morales, es radical: la
insurgencia colectiva.
Éstas son sus palabras al
respecto: "La falta de conciencia política, conduce a otra aberración: a
que los intereses privados tengan más influencia determinante que los
colectivos. Una minoría voraz principia a manejar todos los hilos de la
política, de los negocios. Ella suplanta a la comunidad. Eso no ha sido el
espíritu nacional, no lo será en el futuro siempre que cada uno de nosotros
no lo tolere. Y espero que al silencio no se someta a los partidos políticos.
Por eso predicamos la insurgencia colectiva. Para que el pueblo recupere el
sitio que ideológicamente le ha correspondido, siempre, en su historia. Y
para que así se manifiesten todos los nuevos valores que están represados por
falta de movilidad en las clases nacionales" [Morales Benítez, 1985b:
23].
El problema de la
privatización del poder se manifiesta especialmente en el fenómeno del
caciquismo, que siempre ha sido criticado con firmeza por el ensayista. El
efecto más negativo de ese vicio consiste en que oculta la personalidad
colectiva de la sociedad colombiana. El país deja de ser lo que es la
voluntad de la mayoría, para convertirse en el proyecto de una minoría
oligárquica, de un aparato que se autoproclama como la maquinaria.
En relación con el
fenómeno mencionado, afirma Otto Morales: "Así no se puede adquirir
conciencia de los problemas vitales de la comunidad. Principia a tener mayor
valor lo privado —el interés del mandamás regional, municipal o nacional— que
lo que interesa a la colectividad. A las mayorías les someten su personalidad
colectiva, porque no dejan que se manifieste. No les conviene. No es bueno
que haya un pueblo alerta, con los ojos abiertos al examen de los actos de
sus gobernantes y representantes. Para eso, además, pueden usar los medios
masivos de comunicación. Con palabras y con imágenes tratan de romper la
voluntad comunitaria. Y por eso, entonces, se atreven a hablar del poder de
la maquinaria" [Morales Benítez, 1981b: 66].
Otto Morales considera,
por otra parte, que los problemas que hoy enfrenta la democracia colombiana,
fuertemente sacudida por la violencia terrorista, deben ser solucionados en
el ámbito de Colombia, sin que intervengan en su tratamiento las potencias
extranjeras, que o desconocen la especificidad de nuestros conflictos, o
poseen intereses geopolíticos ajenos a las expectativas nacionales. La
Universidad tiene, en este punto, una responsabilidad importantísima como
portavoz de la inteligentsia nacional.
He aquí el tenor de las
preocupaciones de Otto Morales en relación con este punto: "Siempre he
llamado la atención, indicando que ese dolorosísimo flagelo de la violencia,
es de características nacionales. En cuanto avanza el tiempo, este matiz
perentorio, es más claro. Por ello, debe confrontarse en el país; buscarse
soluciones colombianísimas. No es aconsejable pasear las negociaciones por el
exterior, ni entregarle su comprensión, estudio y solución a veedores
extranjeros. Es un hecho arraigado aquí, que nació y creció en nuestro medio
y se ha expandido, más y más, en cuanto los gobiernos no han fijado una
política para afrontarlo. Ahora es evidente que no existe. Sobre esta
realidad, la Universidad debe radicalizar su enfoque y acreditar que no
necesitamos colaboraciones exteriores, a no ser que el gobierno busque ganar
un nuevo tiempo de despiste de la opinión nacional. Pero ello es grave,
porque crea un antecedente que han venido buscando los guerrilleros desde
hace varios años y que tendrá consecuencias amargas para la nación en las
soluciones. Debemos tener el decoro del manejo de nuestras propias
desgracias" [Morales Benítez, 1997c: 9].
Si no se le da un
tratamiento colombiano a la problemática actual de la violencia, corremos el
serio riesgo (y lo peor es que lo estamos ya corriendo) de ver por completo
desmoralizadas nuestras históricas tradiciones e instituciones. A propósito
de este riesgo, el escritor destacó lo siguiente: "Cómo aprisionarían
[los veedores extranjeros] un proceso tan largo y complejo como éste? Cómo
entenderían la coexistencia del paramilitarismo, la narcoguerrilla, el
narco-terrorismo, el secuestro, las autodefensas, el dominio de zonas para
aprovechar las transferencias fiscales a los municipios o las regalías que
corresponden por la explotación de los recursos naturales, o el manejo
político de las regiones o de la justicia? Sí entenderán a cabalidad sus
diversos matices? O sus fórmulas serían de generosa amplitud, arrasando
tradiciones o instituciones históricamente nuestras? Veo con alarma la racha
de odio que se acumula contra el ejército nacional y al cual se refirieron
con tan crueles juicios los veedores que llegaron de naciones lejanas cuando
el espectáculo de la entrega de los soldados en Cartagena, la del sur. Pero,
además, su acción está cercada por la Constitución de 1991 —que siempre he
llamado embeleco jurídico— que debilitó al ejecutivo para las acciones de
orden público y cuyo desarrollo legal actúa contra aquél, lo mismo que
organizaciones internacionales que se llaman equívocamente humanitarias. Hay
investigaciones de jueces, tribunales, procuradurías, etc., que se apoyan en
informes parcializados o declaraciones de sus enemigos. Así logran
desarrollar una acción intimidatoria para que se detenga su función"
[Morales Benítez, 1997c: 8-9].
Otto Morales vislumbra un
único camino para recuperar las instituciones democráticas: la revalorización
del sentido del bien público, por encima de todos los
particularismos. Si el mal se identifica con la tendencia atávica a
privatizar el poder y el Estado para beneficio de unos pocos, el remedio
deberá estar prescrito en sentido contrario: justamente la valorización del
espacio público, de lo que dice relación con los intereses de todos los
ciudadanos. En momentos aciagos como los que vive Colombia, sometida hoy en
día a la lucha genocida de grupos que matan a los indefensos ciudadanos, en
su afán patológico por apoderarse del Estado para beneficiar sólo a los de su
clan, el ensayista caldense identifica cuál debe ser el camino a seguir.
Estas son sus palabras en
relación con el tema que estamos tratando: "Tenemos que hacer un gran
esfuerzo colectivo para recuperar la reputación política, para que las
acciones administrativas y las prédicas doctrinarias, tengan audiencia. Que
se borre la imagen de que el gobierno se ha constituido para medrar y
usufructuar y que el clientelismo estrecha más el espacio público para las
fuerzas nuevas, lo mismo que no puede seguir progresando la atadura del
estado y los monopolios. Las expresiones de personas o grupos que tratan de
influir en la vida colombiana, parecen imposibles porque no disfrutan del
manejo del presupuesto. Esta es otra batalla paralela a la de alcanzar la
convivencia. Es parte de ésta. Para acentuar la paz, necesitamos, fuera de
superar la violencia, recuperar el espacio público y modificar la manera de
hacer política. Desde luego, lo primero que hay que definir doctrinariamente
es si queremos que se transforme o no la sociedad. Esta necesita saber qué es
el bien público, para que no tenga que obedecer a grupos o a individuos. Así
se va recuperando la pasión por la política, que es una sana pasión por la
patria. De esa manera estaremos, sin exclusiones, haciendo el examen de lo
público, lo que engrandece el debate porque compromete a cada uno. Hay que
principiar a rectificar —y en ello tiene que existir participación de los
periodistas— para establecer que la política no es imagen, ni
tampoco un designio pragmático, porque éste lleva a los desvíos éticos, que
estamos padeciendo. No olvidar, e insistimos en la tesis, que las utopías democráticas
hay que crearlas y difundirlas para que en torno de ellas nos aglutinemos y
así evitar que prospere el desinterés de la población por lo político. Es una
manera de luchar contra las fuerzas del contrapoder" [Morales Benítez,
1997a: 83-84].
Conclusión
Al terminar estas
reflexiones sobre la concepción de Otto Morales Benítez acerca del liberalismo
social, podemos destacar el profundo conocimiento que el pensador
caldense tiene de la realidad nacional, aunado a sus virtudes de hombre
público, de las cuales ha dado testimonio a lo largo de décadas de servicio
desinteresado a Colombia.
Carlos Martín, en su obra
titulada Otto Morales Benítez: algunos aspectos, maravilas y
coincidencias, destacó que el pensamiento sociopolítico del ensayista ha
contribuido de forma decisiva para la emancipación espiritual colombiana.
"La obra de Otto Morales Benítez —destaca Martín— da cuenta de que,
desde los conflictos bélicos del Viejo Mundo, empezó a efectuarse la quiebra
moral del pensamiento europeo y la consiguiente bancarrota de su autoridad
(...) A partir de las catástrofes bélicas mencionadas, ha realizado su
emancipación espiritual, cancelando lo imitativo y extirpando lo traducido
sin savia propia, originaria de su tierra y de su historia. Con razón se
considera como un hombre con una conciencia alerta, enfrentado a sus
circunstancias propias, nacionales y continentales, con especial sentido de
captación para testimoniar su verdad, honesta y valerosamente" [Martín,
1995: 10-11].
Testimonio semejante ha
sido dado por otro estudioso, Vicente Landínez Castro, en su obra Miradas
y aproximaciones a la obra múltiple de Otto Morales Benítez. Otto Morales
ha aunado en su obra la mística del estudioso de las ideas, el amor a la
Patria y el compromiso ético con la democracia y la justicia social. El
ensayista caldense es, para Landínez Castro, "un testimonio permanente
de su fe en las ideas, de su duplicado amor por Colombia y por el continente,
de su infatigable laboriosidad, de la diversidad de sus intereses intelectuales
y estéticos, de su indeclinable preocupación por la redención social de los
pobres y los necesitados" [Landínez Castro, 1996: 9].
Fernando Ayala Poveda,
por su parte, en la obra titulada Otto Morales Benítez: la palabra
indoamericana, destaca un aspecto estilístico que ya fue anotado al
comienzo de este trabajo: nuestro autor es uno de los grandes cultivadores
del ensayo, como forma de expresión a la vez estética y filosófica. Al
respecto, afirma Ayala Poveda: "Todas las búsquedas de expresión de Otto
Morales Benítez, sus encuentros con Orfeo, sus diálogos con Ulysses y la
piedra incaica, sus memorias del guapo, sus preguntas solares y terrestres,
el decálogo de su sabiduría, hallan sentido y epifanía en este vehículo de
viaje que es el ensayo y que tiene, en sí mismo, exigencias
máximas, rotaciones propias, profundidades singulares. En esta lid el
pensador, el crítico, el escritor, adquiere su total dimensión, su
coherencia, su reto permanente, su espacio y su clave. Sin este contexto
fundamental, las obras de nuestro autor no se revelan íntegramente"
[Ayala Poveda, 1984: 43]. Para Oscar Piedrahita González el escritor
"es, sin duda alguna, el ensayista más prolijo y fecundo de nuestra
historia literaria [Piedrahita González, 1991: 60].
Eduardo Zúñiga Erazo, a
su vez, destaca el profundo conocimiento que Otto Morales tiene acerca de la
realidad latinoamericana, especialmente en lo que dice relación a la
integración continental. "Pocos estudiosos de la realidad nacional
—escribe Zúñiga Erazo— han tenido en cuenta, como él, una visión estructural
que permita establecer relaciones objetivas y lógicas entre la provincia, el
país, el continente y el mundo. Hoy, cuando asistimos a la conformación de
grandes grupos de poder entre naciones, porfía en la necesidad imperiosa de
integrar América Latina a partir del reconocimiento de sus raíces comunes, su
evolución histórica semejante, su ubicación geopolítica y el apremio de
conformar un bloque como requisito para asegurar un futuro promisorio"
[Zúñiga Erazo, sin fecha].
Basándonos en los juicios
críticos que acabamos de mencionar, así como en las lecturas que hemos hecho
de la obra del ensayista, no dudamos en afirmar la excepcional contribución
de Otto Morales Benítez a la historiografía de las ideas, en general, y al análisis
del liberalismo social, en particular. Es plenamente justificada, por este
motivo, la iniciativa de la Universidad Simón Bolívar de crear en
Barranquilla la Cátedra Otto Morales Benítez, para estimular entre los
universitarios el estudio de los temas colombianos y de la filosofía política
liberal [Arquez Benavides, 1998]. Carlos Fernández Bonilla destacó el
significado de Otto Morales frente a la cultura mestiza colombiana:
"Otto habría sido el Presidente ideal de esta Colombia negra, mulata y
mestiza, que se debate hoy entre el hambre, la ignorancia, la desesperación,
la desesperanza y el miedo. Por el conocimiento que tiene de todos y cada uno
de los males del país. Por las respuestas originales y creativas que presenta
para toda la problemática nacional " [In: Morales Benítez, 1991a].
Bibliografía de obras citadas
Obras de Otto Morales Benítez
(En orden cronológico)
Obras acerca del pensamiento de Otto Morales Benítez
(En orden alfabético)
Otras obras
(En orden alfabético)
El ensayo "Otto
Morales Benítez y el Liberalismo democrático en Colombia" fue publicado
en las siguientes revistas: Desarrollo Indoamericano, Barranquilla,
vol. 33, no. 106 (abril de 1999): pg. 35-48 y Boletín de Historia y
Antigüedades (con el siguiente título: "La obra de Otto Morales
Benítez"), Bogotá - Academia Colombiana de Historia, vol. 86, no. 805
(abril/junio de 1999): pg. 455-499. T:
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© José Luis Gómez-Martínez
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