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domingo, 24 de maio de 2015

OTTO MORALES BENÍTEZ (1920-2015)

  
Falleció en Bogotá el amigo y pensador liberal Otto Morales Benítez. Tuve con él una gran amistad desde que lo conocí en 1978. Su obra de pensador es inmensa: más de 200 títulos. Sus escritos y los estudios relativos a su obra han sido celosamente compilados en el Centro Otto Morales Benítez, que fue fundado en Bogotá por sus hijos Adela Morales Benítez de Look y Olympo Morales Benítez, con el fin de estudiar y perpetuar la obra del autor. 

Como homenaje a este amigo, divulgo aquí el ensayo que sobre su obra escribí en 1999 para el Proyecto Ensayo de la Universidad de Georgia, coordinado por José Luis Gómez Martínez. 
Otto Morales Benítez nació en Riosucio (Departamento de Caldas) el 7 de agosto de 1920 y murió en Bogotá, el 23 de mayo de 2015. Cursó los estudios primarios y secundarios en su ciudad natal y en Popayán (capital del Departamento del Cauca). Se graduó de abogado en la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín en 1944. Ejerció su profesión en Bogotá, donde residía desde hacía varios años.

En la época de sus estudios universitarios, fue profesor de la Universidad Bolivariana y del Gimnasio Femenino, en las cátedras de Literatura Universal, Americana y Colombiana. Dirigió durante cuatro años el Suplemento "Generación", del diario El Colombiano, el más importante matutino de la ciudad de Medellín, capital del Departamento de Antioquia. Este Suplemento constituyó una verdadera renovación cultural porque en él se presentaron los grandes cambios que dieron un giro, en Colombia, a la crítica literaria y al ensayo, insertándolos en una perspectiva pluralista y abierta a los nuevos escritores. Fue además columnista del mencionado diario y de El Heraldo de Antioquia, también de la ciudad de Medellín.

Otto Morales ha sido profesor de Derecho en las cátedras de Internacional Público, Administrativo, Trabajo, Sociología y Derecho Agrario, en las Universidades Externado de Colombia, en la Libre y en la de América, todas de la capital colombiana. Ha colaborado, además, en numerosos proyectos editoriales de las Universidades de Medellín, de Antioquia, Simón Bolívar (de Barranquilla) y Central (de Bogotá). Por otra parte, su interés por la divulgación del arte, el folklore y el pensamiento colombianos lo ha llevado a colaborar estrechamente con instituciones culturales como el Museo de Arte Moderno (Bogotá), la Biblioteca Pública Piloto (Medellín), la Fundación Casa Museo Pedro Nel Gómez (Medellín), la Fundación Francisco de Paula Santander (Bogotá), el Instituto Caro y Cuervo (Bogotá), etc.

En lo que respecta a la vida pública, nuestro autor ha sido varias veces candidato a la Presidencia de la República por el Partido Liberal, Senador por el Departamento de Caldas, Diputado a la Asamblea Departamental de Caldas y Representante a la Cámara. Fue además Jefe del Debate Liberal Departamental en Caldas y presidente del Directorio Departamental cinco veces. Era Representante en el momento en que se cerró el Parlamento, después de los disturbios conocidos con el nombre de "el bogotazo" (9 de abril de 1948). Fue Secretario del Partido Liberal colombiano cuando era jefe único Alberto Lleras Camargo y se estableció el sistema del Frente Nacional, en 1958.

Formó parte de la Comisión Investigadora de las causas de La Violencia (nombre genérico con el que se designa al sangriento conflicto civil que dejó al rededor de 300 mil muertos, entre 1948 y 1958). Esta Comisión recorrió la totalidad del país y se entrevistó con todas las fuerzas guerrilleras que actuaban en Colombia. Las conclusiones de la Comisión sirvieron para realizar obras y tomar medidas importantes que aseguraron el proceso creciente de pacificación. Se planeó la política de rehabilitación que, a pesar de la oposición de algunos grupos radicales, garantizó la paz en Colombia a lo largo de las dos décadas siguientes. En sus últimos escritos, Otto Morales ha sido uno de los incondicionales defensores de la pacificación colombiana, frente a la onda creciente de violencia que se volvió a desatar a partir de los años 80.

En el gobierno de Alberto Lleras Camargo, durante el Frente Nacional, fue Ministro del Trabajo y de Agricultura. Como Ministro del Trabajo presentó una reforma completa de la legislación colombiana y dictó los decretos para cubrir los riesgos de invalidez, vejez y muerte en los Seguros Sociales. Fundó la Biblioteca del Ministerio del Trabajo, con la finalidad de divulgar las tesis sociales de los estadistas y escritores colombianos. Como Ministro de Agricultura le correspondió la defensa de la Reforma Agraria en el Congreso. Ha sido en varias oportunidades consejero presidencial.

Durante año y medio dirigió el Primer Seminario de Reforma Agraria Colombiana, con la asesoría del sociólogo Gustavo Pérez Ramírez. En esta empresa intelectual colaboraron más de doscientos profesionales colombianos. Los estudios se publicaron en ocho folletos, así: a) Recursos naturales: zonificación y recuperación de tierras; b) Estructura y tendencias del sector rural; c) la Reforma Agraria: la educación y la opinión pública; d) Aspectos sociológicos y antropológicos; e) Acción comunal y organizaciones campesinas; f) Aspectos doctrinales; g) Vivienda rural y salud; h) Mercadeo y crédito agrícola.

Morales Benítez ha recibido, entre otros, los siguientes títulos: de Abogado en la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín; de Profesor honoris causa de la Universidad Mayor de San Marcos, en Lima; de Doctor honoris causa de la Universidad Nacional del Centro del Perú; de Socio Honorario de la Asociación Mexicana de Protección de la Naturaleza; de Miembro del Instituto de Derecho Agrario Internacional y Comparado de Florencia (Italia); de Especialista honoris causa en Derecho Agrario de la Universidad Autónoma de México; de Miembro de la Asociación Iberoamericana de Derecho del Trabajo y Seguridad Social, etc. Nuestro autor ha participado como conferencista en cursos sobre la reforma agraria en los siguientes centros de investigación y docencia superior: Universidades Mayor de San Marcos y la Central de Lima; en la Universidad de Chile, en Santiago; en la Columbia University, en New York; en el Brooklyn Institute de Washington y en la Universidad de Panamá. Asistió como invitado a la IV Conferencia de Gobernadores del Banco Internacional de Desarrollo en Panamá. Otto Morales Benítez es hoy en día uno de los más importantes estudiosos latinoamericanos del Derecho Agrario. En calidad de especialista en este campo ha participado en numerosos seminarios sobre la problemática de la reforma agraria organizados por las siguientes instituciones: Instituto Latinoamericano de Ciencias Agrícolas de Turrialba, Panamá; Instituto Iberoamericano de Derecho Agrario y Reforma Agraria, de Mérida, Venezuela; Confederação Nacional da Agricultura, de Rio de Janeiro, Brasil; Universidade Federal de Goiás, de Goiânia, Brasil.

Otto Morales es Miembro Correspondiente de la Academia Colombiana de la Lengua, Miembro de Número de la Academia Colombiana de Historia y Miembro Correspondiente de la Academia Colombiana de Jurisprudencia. En 1990 el Congreso Nacional de Colombia le confirió la condecoración "Gran Cruz de la Democracia" por los servicios prestados a ésta. Sus méritos como ensayista (es considerado por los críticos, al lado de Germán Arciniegas, como el más importante representante de este género en Colombia), han sido reconocidos por el Instituto Caro y Cuervo, que edita actualmente su obra de crítica literaria.
 

II - OTTO MORALES BENÍTEZ Y EL LIBERALISMO
DEMOCRÁTICO EN COLOMBIA

No hay duda de que Otto Morales Benítez es hoy en día, en Colombia y en Latinoamérica, una de las figuras más importantes que encarnan el ideal del liberalismo democrático. Su vida de pensador y de hombre público ha sido dedicada por completo a la lucha en pro de la realización de ese ideal. Dos aspectos fundamentales constituyen la esencia del liberalismo democrático profesado por el ensayista colombiano: la defensa de la libertad y la defensa de la democracia. Ambos están estrechamente unidos, sin que podamos, según su pensamiento, embarcar en la lucha en pro de uno excluyendo el otro. Otto Morales Benítez se torna, así, heredero de la mejor tradición del liberalismo democrático, que encontró en Alexis de Tocqueville (1805-1859) y en los Federalistas norteamericanos [cf. Hamilton, Madison, Jay, 1973] sus primeros formuladores y que tuvo, en Colombia, importantes precursores como Uribe Uribe, a comienzos de este siglo. El ensayista defiende con denuedo la libertad para todos los colombianos. Pero no titubea también al afirmar, situándose en contra del neoliberalismo, que "el Estado tiene la obligación de ejercer, cada vez más, una intervención para cambiar las condiciones sociales, económicas de sus pueblos" [Morales Benítez, 1986a: 27].

Es sabido que el liberalismo, en su formulación original a finales del siglo XVII en Inglaterra, con John Locke, no era democrático. Defendía la representación de intereses en el Parlamento contra las ambiciones absolutistas de los soberanos Stuart. Pero su lucha se restringía a la defensa de los derechos de la burguesía. De ahí que los estudiosos caractericen la doctrina lockeana comoliberalismo posesivo. La gran contribución del filósofo inglés, autor de los Dos Tratados sobre el Gobierno Civil (1690) [cf. Locke, 1960], fue sin embargo definitiva y se centró al rededor de las instituciones de la monarquía constitucional y del gobierno representativo.

El liberalismo angloamericano, a lo largo de los siglos XVIII y XIX, experimentó la asimilación de la idea democrática, que se tornó la gran fuerza histórica dominante, una realidad que Tocqueville no dudaba en llamar providencial. De nada valdrían los esfuerzos de la vieja aristocracia europea en el sentido de mantener las conquistas de la Revolución Gloriosa inglesa de 1688, en el cerrado círculo de la defensa exclusiva de los intereses burgueses y de la nobleza aburguesada. La marcha de la historia mostraría que la marea democrática iría a colmarlo todo.

La revolución norteamericana de 1776 puso de relieve que era posible una sociedad igualitaria en la que se organizaran las instituciones defendiendo la libertad. Tocqueville y los Federalistas divulgaron el ideal democrático. Es digna de especial mención la obra del pensador y político francés, La democracia en América [Tocqueville, 1992] (cuyos dos volúmenes fueron publicados en 1835 y en 1840 respectivamente), que se tornó un clásico del liberalismo antes de la mitad del siglo pasado. Las ideas de Tocqueville y de los Federalistas condujeron a que el liberalismo se reformulara adoptando el ideal democrático. A la luz de éste fueron realizadas las famosas reformas electorales inglesas, en la segunda mitad del siglo pasado, bajo la decidida batuta de Gladstone.

El ideal democrático, por otra parte, inspiró a la Revolución Francesa de 1789, a pesar de los desvíos que ésta sufrió en el sangriento ciclo del Terror jacobino y del Directorio, provenientes no de la idea liberal, sino de la secular tradición centralista y absolutista del Estado francés (reforzada por el democratismo rousseauniano), como muy bien destacó Tocqueville en su obra, también clásica,El Antiguo Régimen y la Revolución (1856) [Tocqueville, 1988].

No hay duda de que el liberalismo colombiano del siglo XIX heredó la tradición tocquevilliana y federalista del liberalismo democrático. Santander ya había mostrado que la asimilación de la idea del gobierno representativo y del Estado de derecho era una realidad institucionalizada en la Nueva Granada [Santander, 1988]. La generación del liberalismo radical se encargó de profundizar la idea de las conquistas libertarias (incluyendo el acceso a los bienes económicos). Tal es la esencia de la predicación cívica de hombres como Ezequiel Rojas o Manuel Murillo Toro [Cf. Jaramillo Uribe, 1974].

Hacia fines de siglo, quien incorporó estos ideales, ampliándolos con la dimensión democrática, fue Uribe Uribe. Éste realizó algo semejante a lo que Tocqueville ya había hecho en Francia, en relación con los llamados doctrinarios, liberales-conservadores comprometidos con la defensa de las libertades y de la representación, restringidas, empero, a la burguesía cómodamente afincada en el poder. Los más célebres doctrinarios (maestros de Tocqueville en la defensa de la libertad, pero criticados por éste por su aburguesamiento y su falta de espíritu democrático) fueron, lo sabemos, Benjamin Constant de Rebecque, autor de la obra titulada Principios de Política (publicada por primera vez en 1810) [Constant de Rebecque, 1997] y François Guizot, cuyas lecciones, pronunciadas en la Sorbonne entre 1828 y 1830, fueron sintetizadas en la célebre obra titulada Historia de la civilización en Europa (escrita en 1828) [Guizot, 1864].

Otto Morales Benítez destacó de forma clara la índole liberal-social de Rafael Uribe Uribe, pensador y hombre de acción dotado de la conciencia de hombre creador [Morales Benítez, 1995c: 15], que estaba inspirado básicamente por un ideal moral de defensa de las libertades para todos: "Siempre sus tesis fueron de avanzada. Sin inclinaciones ni concesiones a los extremos inútiles. Su enfoque liberal de la vida se confundía con unos deberes sociales que le correspondían, tanto al estado como al individuo. Su razonar, en estas materias, invariablemente fue explícito. Para que irradiara sobre la mayoría de las personas, mantuvo un azogue mental que impresiona por la diversidad de vertientes. El repaso lo extiende sobre demasiados temas. Se le halla, primeramente, investigando y observando. Su escritura va recogiendo sus disímiles conclusiones. Con una característica que hay que subrayar: la probidad en los juicios en el estudio de cualquier materia. Los fenómenos políticos, los humanos, los históricos, los sociales, los relacionados con lo literario, lo preocupan de igual manera. Como su tendencia es la de un orientador, sus páginas las trabaja para transmitir sin confundir. Lo ético preside cada escrito y sus razonamientos. Porque en él hay una rectitud de criterio, que orienta y dictamina (...). Por ello aparece tan eficaz en los enunciados y con tanta precisión doctrinaria" [Morales Benítez, 1996: 12-13].

Quien dio continuidad más cabal a los ideales del social-liberalismo defendidos por Uribe Uribe fue con certeza Jorge Eliécer Gaitán [cf. Cordell Robinson, 1976: 111-112]. En él se aúnan, en el sentir de Otto Morales Benítez, la lucidez de la inteligencia con el compromiso democrático de extender las conquistas de la libertad y del progreso económico al pueblo humilde.

He aquí maravillosamente sintetizado el perfil doctrinario de Gaitán: "Nunca concibió que pudiese uno someter sus acciones al capricho individual, a la vanidad íntima, olvidando que nuestra misión es simultánea, sobre planos colectivos. La democracia funcional nos pone en una tarea conjunta, de enlace, de relación permanente. Todo esto debía influir sobre la concepción del Estado el cual necesitaba entrar a resolver las cuestiones, no solamente con ambición de crear un engranaje administrativo perfecto, sino de contribuir a mermar la angustia económica y las grandes cavilaciones que inciden sobre el pueblo colombiano. Todo en el programa de Gaitán no tendía sólo al problema económico —estuvo muy lejos de ser un marxista—. Siempre pensó en que las dificultades debían resolverse dentro de la filosofía liberal, del respeto y exaltación de la persona. Su sistema para el Estado, tendía a liberar al individuo por medio de la cultura, de los planes de producción, de una orientación política que atendiese, también, a los resortes espirituales que incitan la lucha en la existencia. Esto podría sintetizarse en su frase: No soy enemigo de la riqueza sino de la pobreza. No se trata de arruinar a los que han logrado bienes con su esfuerzo, sino lograr que los desposeídos mejoren su situación en las proporciones a que tienen derecho. En una palabra, queremos que la riqueza del país aumente en forma proporcional y justa. No es posible conseguir la elevación del nivel de los colombianos sin un desarrollo creciente de la riqueza nacional" [Morales Benítez, 1985b: 252].

Destacada la afiliación de Otto Morales Benítez a la tendencia del social-liberalismo del que fueron protagonistas Uribe Uribe y Jorge Eliécer Gaitán, analicemos ahora los dos aspectos de su pensamiento que destacamos anteriormente: su defensa incondicional de la libertad y su defensa de la democracia.

Anotemos antes, brevemente, dos aspectos metodológicos de la obra de Morales Benítez: en primer lugar, la exposición de sus ideas recorre muchas veces el camino de la reconstrucción histórica. En segundo lugar, Otto Morales vierte su pensamiento en un género literario consagrado en la historia de las ideas por José Ortega y Gasset [Ortega, 1981: 22]: el ensayo.

En cuanto al primer aspecto, Otto Morales deja claro que no se puede entender la lucha de los colombianos por la libertad y por la democracia, sino recorriendo los sinuosos caminos trazados por nuestros antepasados. El pensador caldense es, fundamentalmente, un historiador de nuestras ideas, nuestra cultura y nuestras instituciones. Critica enfáticamente el hecho de que tengamos, en Colombia, una despreocupación tan grande frente a los hechos históricos. "El pasado, dice, lo hemos mantenido más que oculto, ignorado. Arrinconado, porque no ha sido inquietud en quienes tienen deberes de escrutar el pretérito para explicarnos las diferentes modalidades de lo regional" [Morales Benítez, 1995: 33]. Otto entiende su misión de historiador como la de un vigía quealumbra caminos para sus compatriotas. Un vigía que está inspirado por una recia ética intelectual, como diría Weber, fiel sine ira ac studio a la búsqueda de la verdad [Weber, 1993: 17-52], "con la voluntad —afirma Otto— casi enajenada, siguiendo el curso y el salto del pretérito, olvidando las predilecciones internas, para estar rígidamente sometido a la verdad" [Morales Benítez, 1986c: 220].

En la parte final de su última obra, ese magnífico estudio historiográfico de la Guerra de los Mil Días titulado: Sanclemente, Marroquín, el Liberalismo y Panamá [Morales Benítez, 1998c: 531-532], el ensayista da testimonio de su vocación de historiador, con las siguientes palabras: "En este período que hemos mirado con afán de claridad, sólo descubrimos confusiones, ocultamiento de los hechos y de la condición de sus hombres. La excelsitud de los panegíricos, ha perturbado las mentes. Estas aún no se han desatado de las inexactitudes. Inclusive en inteligencias que deberían haber buscado signos de lucidez. Nos han encandilado con juicios históricos inexactos. Falta aún mucho por explorar. Apenas están apareciendo los documentos sobre esa época y sus actores. Nuestro afán ha sido el de volver sobre la patria con minucioso interés de claridad. El historiador no es más que un hombre que alumbra caminos".

En segundo lugar, debemos anotar el estilo preferido por Otto Morales para traducir su pensamiento. Él es fundamentalmente un ensayista. Es que este género literario le da al pensador una libertad muy grande para tratar los temas más diversos, sin abdicar del rigor lógico y conciliándolo a éste, al mismo tiempo, con el tratamiento estético del lenguaje. Morales Benítez definió con las siguientes palabras las razones y fortalezas del ensayo: "(...) sirve para penetrar en los temas más diferentes. Los diversos motivos de preocupación pueden aparecer declarativos. Su condición de medio del razonamiento le da una densidad a cada materia; facilita que haya un margen expansivo para las ideas y que consienta la belleza literaria. Está escrito para irradiar clareza sobre las ideas y la vida" [Morales Benítez, 1996: 13].
 

Otto Morales Benítez, defensor de la libertad

Nuestro pensador destaca, en primer lugar, que su formación, ya desde los primeros años en Riosucio, sufrió el benéfico influjo del pluralismo cultural y de la tolerancia, lejos por tanto del dogmatismo y del autoritarismo tradicionalista, que tantos males le han causado al país. Las ideas extranjeras fueron para Otto, desde su niñez, cosa natural. "Toda la existencia la he desenvuelto cerca de las palabras" [Morales Benítez, 1991c: 13], afirma el ensayista. Nada de cerrado etnocentrismo. Su valorización de lo colombiano presupone el conocimiento de los valores que nos vienen de fuera. Su visión del país se fundamenta especialmente en la libertad, entendida como elaboración de un proyecto personal, con escrupuloso respeto por las opciones de los otros. La orientación paterna tuvo, para él, especial significado en lo que se refiere a la comprensión de la tolerancia y el pluralismo.

He aquí el testimonio que Otto Morales da de esa formación liberal y pluralista: "El oro condujo a muchos extranjeros a vivir en Riosucio. Muchos allí se quedaron, formaron sus familias. Sus apellidos son parte de la historia y, en algunos casos, de la grandeza política e intelectual del pueblo. Venían de diferentes países. Y como es lógico, pertenecían a diferentes religiones y concepciones políticas. En la oficina de mi padre, y en largos diálogos con éste, escuché que el mundo está abierto a muchas contradicciones. Que las interpretaciones, a través de la fe, son múltiples. En nuestras escuelas nos educaban con mucho rigor católico. Pues bien: yo estaba escuchando otras sentencias. Y como los coloquios eran amables —y no confrontaciones— me quedaba la impresión de que no podíamos empeñarnos en tener una verdad exclusiva. Ello me preparó para la tolerancia. Pero aún más: esos místeres —así los llamaban— hablaban de sus posiciones políticas, las cuales hacían explícitas cuando analizaban lo que estaba sucediendo en los países de origen o en el mundo internacional. Era cuando advertía otros planteamientos, diferentes a los de los liberales y conservadores colombianos. Entendía las materias porque ellos establecían las dicotomías, pues mi edad no me permitía llegar a esas profundidades. Esos extranjeros hablaban refiriéndose con respeto a las otras religiones o tesis. Me impresionaba que cuando lo hacían pedían excusas por invadir otros predios culturales. Naturalmente, para mí tuvo ventajas excepcionales. Me dio, desde muy chico, la sensación de que el mundo estaba dividido en múltiples creencias y en sistemas de gobierno muy dispares" [Morales Benítez, 1985a: 24-25].

Es claro el concepto de libertad defendido por Morales Benítez: ella consiste en "una fortaleza moral que dirige en última instancia la política y con la cual toda buena política debe arreglar cuentas" [Morales Benítez, 1997b: 128]. Para el pensador caldense, no se trata de un ideal nuevo en la historia de Colombia. Ya en el período colonial, cuando España desencadenó su persecución contra los judíos, "(...) en este lado —afirma Otto— tuvieron albergue" [Morales Benítez, 1990: 42]. Por otra parte, el barroco americano fue expresión de la lucha del mestizo por conquistar una libertad que la metrópoli española le negaba.

Al respecto, escribe: "Lo que ese trasplante evidenció fue la rebeldía intelectual. Permitió que ella se manifestase con toda plenitud espiritual. En ese barroco americano lo que advertimos es el medio de protesta de todo un pueblo contra el colonialismo mental. Es la primera gran lucha de un pueblo, de un nuevo pueblo de mestizos, contra el poder dominante. Allí está el rechazo a la imposición. Tenía que ser a través de esos elementos artísticos, porque les habían arrancado los símbolos de la escritura, en donde los tuvieron. Y no habían sido reemplazados por otros medios de expresión. Pero la artesanía para tallar, para pintar, para bordar, para trabajar la plata o hacer cestos, para la cerámica, estaba aún viva en las manos y el temperamento de los hombres de América. Por eso en ella aparece con todo su poder de lucha. Esta también es otra de las altas calidades del arte popular de nuestras gentes" [Morales Benítez, 1980: 35].

Otto Morales ha hecho de su obra una concretización del ideal barroco, al convertir su pensamiento en expresión del mestizaje. El pensador caldense no es apenas apreciador del arte barroco. Él propio es, en su identidad amerindia, expresión del mestizaje. Fernando Ayala Poveda explicitó esta faceta de Morales Benítez, al destacar que en su obra se dan cita el hombre de nuestras montañas y la poesía: "Hemos examinado intensamente su obra plural y, al final de este recorrido comienza el viaje. El camino es abierto. No hay fin. Otto Morales Benítez camina. Su figura se dibuja en el sendero. Las páginas de sus libros están abiertas al sol. Indoamérica y Colombia lo siguen esperando. Sus libros reclaman y sostienen la mirada de sus atentos lectores. Hombre y poesía se hacen vida: punto de encuentro en nuestro espacio mestizo. Amanece. El camino aún lo espera" [Ayala Poveda, 1984].

Pero si la libertad es una fortaleza moral, no es menos cierto que ella sólo se puede tornar algo práctico si está asentada en el derecho. Podríamos afirmar que para Otto Morales las dos fuentes de las cuales brota la vida libre de un pueblo son, como para el pensador brasileño Tobías Barreto (1839-1889) [Cf. Barreto, 1991: 45], el derecho y la moral. Ésta, en la forma de moral social consensual, es la que hace posible la aceptación de las normas legales. Es la cuestión de la legitimidad del orden legal, tan detalladamente estudiada por Weber [1944: IV, 72]. Pero aquéllas, a su vez, son las que tornan práctica la coacción, que hace administrable el Estado.

En relación con el papel importante que cumple el derecho frente a la libertad en las sociedades contemporáneas, escribe el pensador: "Me he referido insistentemente al derecho, a la ley. La razón es muy simple. El primero organiza la vida social. Sus normas tienen el respaldo del Estado. Si la comunidad percibe que no existe equidad al aplicarlo, viene una rebelión, que se expresa a través de la violencia. La coacción disciplinada, de acuerdo con la ley, es parte de los principios jurídicos. Estos se orientan al ordenamiento colectivo. Por ello, es consecuencia de un consenso. Este es el que se debe ampliar y vigorizar cada día para que la colectividad no sienta que se atenta contra su propio destino. Es una manera de conservar la paz. En el país no se toman las precauciones que el caso nacional demanda" [Morales Benítez, 1998b: 7].

La libertad, para Otto Morales Benítez, supone un proceso educativo, a la manera de la antigua paideia griega. Dos aspectos básicos integran el concepto de educación liberal: el personal y el social. He aquí la forma en que el escritor caldense destaca estos dos elementos, en el artículo titulado Frente a un mundo mágico: mensaje a una bachiller: "Toda la cultura que se adquiere tiene dos fines que se confunden: primero despertar las propias posibilidades espirituales y, luego, servir de aliento para ayudar al conglomerado social a encontrar las respuestas a las preguntas que lo agobian (...)" [Morales Benítez, 1979: 66].

El liberalismo, según nuestro autor, lucha por implantar un ideal amplio de libertad: para todos los ciudadanos, sin exclusión de nadie. Por este motivo, la filosofía política liberal ha conducido a la agremiación que lleva este nombre, a producir en Colombia el equilibrio democrático. Gracias a este equilibrio, destaca Morales Benítez, "Colombia se ha preservado de caer bajo el laberinto del absolutismo derechista o de la anarquía revolucionaria de izquierda. Nuestro partido mediante su labor de acercar las soluciones al ritmo contemporáneo; de imponer los pensamientos que cruzan por el mundo social y económico; de ir despojando de injusticias el campo del trabajo colombiano; con su acción para controlar todos los afanes de monopolios en cualquier orden; con su interés por llevar los medios culturales a todos los niveles sociales, sin atender a ventajas de ninguna clase, le ha permitido a Colombia modernizarse y andar marcando el paso de las grandes reformas. Nosotros somos permanente acicate. No podemos dejar de cumplir esa tarea histórica" [Morales Benítez, 1985b: 39].

En Colombia, piensa Otto Morales, los liberales han tenido que hacerle frente a un gran reto histórico: optar entre la libertad o la opresión. El camino escogido por ellos es el de la lucha contra todo tipo de servidumbre. Al respecto, escribe el pensador caldense: "Nosotros estamos ubicados en un continente que adelanta un gran debate entre la libertad y la opresión. Entre la libertad y el miedo, para utilizar el título de un libro de ese gran colombiano y escritor que es Germán Arciniegas. (...) Se ha ido destacando en nuestros países un nacionalismo cultural. Es la búsqueda de la identidad de cada grupo humano. Eso ha ido derivando, lentamente, a una lucha contra la servidumbre económica, que agobia por su dependencia. Y ha traído como consecuencia que se acentúe la urgencia de cooperación en muchos frentes: en la economía, en la educación, en las perspectivas de mercados comunes, en asociaciones de libre comercio, en pactos andinos, etc. Se busca ahora mismo racionalizar el desarrollo y competir con las industrias extranjeras. A medida que se fortalecen las organizaciones multinacionales, nuestros países van orientando su actividad a una mayor integración" [Morales Benítez, 1985b: 40-42].

Sintonizado con el mejor espíritu liberal, Otto Morales no puede entender la política sin el ejercicio continuo de la libertad de expresión. El pensador caldense critica con denuedo los atentados contra ésta, que constituyen lo que él llama el estado de sitio intelectual, situación que sólo puede ser combatida mediante el estímulo a la participación popular. La agremiación liberal siempre ha defendido la libertad de pensamiento y de palabra y en virtud de esto se ha hecho acreedora a la confianza de las muchedumbres.

Estas son las palabras de Otto Morales en relación con el tema que estamos analizando: "Creemos que al favorecer la participación popular, podemos eliminar el estado de sitio intelectual que se ha impuesto en el país. Es una consecuencia de los años de silencio a que nos forzó la violencia; de la obligación de ser pacientes mientras se reconstruía la democracia; de los temores que nos asedian a todos los colombianos, en cada amanecer. Pero se ha vuelto costumbre solicitar identidades, para que no haya censura. Se apela a las lealtades para que nos sometamos a cualquier proceso. Se intimida con la persecución a quien trate de separarse de unos cánones prefijados, aun cuando no correspondan a la esencia de la vida nacional, ni la de los partidos. En el caso liberal, no ha sido así. Hemos sido una colectividad inclinada al análisis, al pensamiento abierto, sin cortapisas. Pero ahora parece que se predica la urgencia de no recurrir al comentario, a la evaluación de los hechos, o a la demanda de revisión de actividades o de realizaciones equivocadas. En esa forma se ata el pensamiento, se inclina la sociedad al sometimiento. Así vamos desapareciendo como gente pensante, en capacidad de determinar su destino. Se apela al dogma, como en las religiones. La política no lo es y, por lo tanto, está despejada a la orientación que indiquen las multitudes" [Morales Benítez, 1985b: 25].

La reivindicación de la libertad de prensa no significa, con todo, que ésta carezca de normas de comportamiento. Es necesario, en el sentir de Morales Benítez, que los periodistas introyecten principios éticos firmes y claros. Al respecto, escribe el ensayista: "Para conservar esa libertad, tienen que existir unas reglas a las cuales se deben ceñir los periódicos. Repetirlas, nunca es improcedente. Ellas son básicamente: la responsabilidad, la honestidad, la credibilidad. No pueden dar amparo, por lo tanto, ni a la maleficencia ni al ataque aleve. El criterio ético con que se ejerza, determina su influencia. La poca prensa que no se ciñe a estos cánones, conduce a las restricciones, a que se levanten continuas amenazas contra la libertad de ella —y la única razón que explica esa fobia es por el hecho de que tiene el mayor poder dinámico en la comunicación social. Su función, además, es la de ejercer un control con vocación moralizante. Es el fiscal público que tiene la opinión de cada país. De allí, a la vez, que el manejo de la noticia debe ser muy cauteloso, obedeciendo a los rigores que impone la identidad con el sistema democrático. Igualmente su poder dimana de que al interpretar aquella, no se produzca una desviación de la verdad, ni se comunique pánico al lector. No hay que olvidar que la información es la que conduce y permite el conocimiento de los hechos sociales" [Morales Bnítez, 1982b: 35].

Ejemplo vivo del ideal de la libertad de expresión fue, en el sentir de Morales Benítez, la labor periodística desarrollada por Uribe Uribe a comienzos de este siglo. El pensador considera que justamente era ese compromiso del gran líder liberal con la libertad de palabra, lo que más desagradaba a los conservadores. Al respecto, escribe Morales Benítez: "El periodismo fue medio natural para su inteligencia. Con dos caldenses —Max Grillo y Ricardo Tirado Macías— funda El Autonomista, después de haber dirigido El Trabajo durante varios años en Medellín. En los días finales de su existencia, El Liberal era su trinchera intelectual y política. En esos periódicos está el análisis y radiografía de su época. El juicio político sobre la Regeneración y otros episodios más recientes de nuestra historia. La cárcel fue el medio natural para silenciar su voz, para acallar su pluma llena de adjetivos levantiscos y aguerridos. Su palabra necesitaba ser suprimida. Su voz doblegada. Su verdad amordazada. Uribe Uribe pagó ese tributo de persecución en homenaje a la lucha social, a la conquista de un mejor lote de felicidad para su partido, en la búsqueda de una tregua de patriotismo en homenaje a Colombia. La Regeneración conservadora de Núñez y de Caro, dio respuesta a su actitud, amordazándolo. Uribe Uribe fue un movilizador de ideas. En la cátedra, en el periódico, en el parlamento, en la tribuna pública, en el ejercicio diplomático, siempre estaba señalando lo esencial para el desenvolvimiento de Colombia. Sus tesis pueden ser confrontadas aún. Su vigencia intelectual y política depende de que, muchas de ellas, no han sido incorporadas todavía al destino social de nuestro pueblo" [Morales Benítez, 1985b: 48].

El peor atentado que se ha perpetrado en la historia de Colombia contra la libertad, es la violencia. Ella no ocurrió al acaso, ni se instaló apenas superficialmente en nuestras prácticas políticas. La violencia fue "esmeradamente planeada" por elites corruptas, como recuerda con propiedad Luis Carlos Adames en su obra titulada Otto, el periodista que negoció la paz [Adames, 1998: 111]: "En opinión de Otto, la violencia fue esmeradamente planeada. Cuando ella se ideó como sistema para borrar las mayorías liberales, había en los barrios y sectores urbanos comités y otros núcleos que posibilitaban su organización para una eventual defensa comunitaria. Esto desalentaba la posibilidad de iniciarla en pueblos y ciudades. Por eso empezó en caseríos y veredas con una práctica que en esos días denominaron boleteo y que consistía en asustar a los dirigentes, por medio de visitas de la policía política —Popol— y amables consejos de supuestos amigos conservadores de la víctima, para que emigraran con los suyos pues si no lo hacían, su integridad peligraría. Si el mensaje fallaba, actuaban los aplanchadores. Eran éstos matones especializados en flagelaciones por medio de planazos con machetes y peinillas que, propinados en la parte baja de la espalda, causaban casi siempre el desprendimiento de los riñones. Quienes sobrevivían y no emigraban, eran asesinados, simplemente, y, por lo general, los arrojaban en los ríos. Eliminado el líder, practicaban batidas en las cuales hacían que cada campesino se identificara, le quitaban la cédula y con esto se aseguraban de que no votaría, y ponían al bando de los asesinos a sufragar doblemente, una vez con su cédula y otra con una de las robadas".

Acerca de este tema también se pronunció otro estudioso de la obra de Otto Morales, el historiador Javier Ocampo López, quien afirma: "en el año de 1946, la violencia comenzó a crecer, sin ningún control. Se comprometió al ejército y a la policía en esa desgarradora etapa. Con el amparo del Estado. Se vivieron muchos años de azoro. Las guerrillas aparecen, muchos años después, como reacción contra la postura de las autoridades" [Ocampo López, 1993: 303].

El crimen de lesa libertad practicado por la violencia, se ha tornado más eficaz y amenazador a lo largo de las últimas décadas, con el avance de las mafias y su cohorte de horrores, representada por los genocidios, los atentados terroristas y la eliminación de cualquier dignidad moral mediante el imperio del principio del enriquecimiento a cualquier precio. El principal efecto de ese poderío puesto al servicio de la degradación es, piensa Morales Benítez, la emasculación de la vida partidista, mediante la claudicación de las agremiaciones ante la corrupción desenfrenada.

Al respecto, escribe: "Una nueva clase opulenta, que usufructúa esa decadencia, que impulsa ésta y la controla, se va incorporando a las capas directivas, en todos los medios. Cuando la Violencia en el país, se cerró el Parlamento; se clausuró e incendió la prensa, se silenciaron las radiodifusoras críticas; se acallaron todas las voces. Fue el momento propicio para el avance del contrabando; para la aparición de los primeros grandes síntomas de cómo se pervertía la justicia y la vida administrativa. El subyugamiento social, impuesto a la fuerza, favorecía los nuevos y tenebrosos episodios. Y así se han formado nuevos grupos que se han vinculado a la política, que la interfieren y la desvirtúan en su misión nobilísima de expresar las angustias y esperanzas del pueblo colombiano. En ese momento, los partidos dejan de ser vigilantes. Pierden su capacidad de análisis. Y se van subordinando a todas las influencias dañinas. Estas, van reclamando más abyección. La complicidad interna se vuelve impresionante por lo que ella pide de sacrificio de las antiguas calidades humanas y de pensamiento, que distinguía a los partidos. Es la entrega de su idearium y de su régimen de vida moral, al dominio de los más pervertidos en sus fines" [Morales Benítez, 1985b: 21-22].

No hay duda de que la corrupción es, hoy en día, uno de los más serios peligros para la preservación de las instituciones libres en Colombia. El pensador caldense ve ese problema con creciente preocupación, en la medida en que sectores corruptos de la sociedad asumen, en la actualidad, una fuerza desmedida, convirtiendo el debate político en una zona minada. Los mismos que se quejan de la violencia propiciada por la corrupción, practican estos vicios. He aquí las reflexiones de Otto Morales al respecto: "Siempre he pensado que el más inquietante apremio del país, es la corrupción. Porque ésta, inclusive, como lo han reiterado los guerrilleros al actual gobierno, no le permite la cercanía para propiciar un desenlace de la violencia. Ellos han proclamado que si no priman unos criterios éticos en la administración pública, no dialogarán. Es decir, la corrupción impide aproximarse a la paz. Es juicio de reproche que han reiterado demasiadas veces. Pero aún más: muchos de los dirigentes del desorden social colombiano, son de extracción rural. En cambio, los otros son delincuentes salidos de las universidades, que tuvieron oportunidad de especializarse, solicitaron que se les diera audiencia de dirigentes nacionales. Desafortunadamente, se han confundido con el clientelismo, con las mafias y con los desórdenes con los dineros fiscales y han acentuado las pendientes morales, y tienen mayor responsabilidad que los otros. Colombia les había allanado mil vías para el perfeccionamiento de sus conocimientos y les abrió el círculo amplio del manejo de la vida pública, que ellos mancillaron por ausencia de claridad ética. Tenemos que trabajar, en estos dos campos minados de la vida colombiana. En uno, gozamos del instrumento del voto, que debe reducir, a la impotencia, a quienes han delinquido contra la patria" [Morales Benítez, 1998a: 1].

Otto Morales Benítez, defensor de la democracia

El material trabajado por Otto Morales en su obra es la greda colombiana. O sea, su inspiración y su tema se identifican con las ansias de libertad de la gran masa de nuestro pueblo. En las luchas de los colombianos humildes contra cualquier tipo de despotismo está la materia de su pluma. Diríamos que el Leitmotiv de su obra es la democracia afincada en el ideal de la libertad. Concepción de nítida raigambre liberal, como la que animara a otro gran publicista, ya mencionado al comienzo de estas notas, Alexis de Tocqueville. Otto Morales, el ensayista, es un escritor que lucha por ver instaurada en Colombia una auténtica democracia con libertad para todos los ciudadanos. Es el mismo ideal perseguido por otro gran combatiente de las ideas: Uribe Uribe.

Estas son las palabras de Morales Benítez en relación con el motivo democrático de su inspiración: "(...) Mis libros, todos ellos, los de literatura, los de aproximaciones a la sociología, los que se van detrás de regodeos literarios, los que entran al análisis de los problemas económicos y sociales, no son más que trozos de la vida colombiana. Mi material ha sido la greda colombiana. Por ello por mis páginas, cruzan la libertad, la reivindicación económica, el repudio al despotismo, el canto a las luchas sociales. Y básicamente, señalo los combates populares, los cuales debemos compartir, como integrantes de ese pueblo. En mis escritos, éste aparece como motor, guía, impulso. Predico la tesis de que la historia no se conforma sino con movimientos comunes. No es sino que repasemos, mirando a trancos su irradiación colombianista, y hallamos que lo que perdura son los Comuneros, que no era otra cosa que montoneras avanzando su protesta contra la injusticia de los impuestos y el mal gobierno; la Independencia donde se reunieron las masas guiadas por los mitos de los Andes, para luchar contra los imperialismos de la época; la fundación de la república que se hizo entre convulsiones, guerras civiles, y el pueblo, duro pueblo, levantando la cabeza contra todos los resabios coloniales. Y cada vez que volvemos la mirada para establecer de dónde venimos, nos topamos con unos seres pobres como los colombianos, sin privilegios de casta o de dinero, abandonados la mayoría de las veces a su propia suerte, que se insurgen para devolver el equilibrio político a la república, cuando a ésta la dejan desviar de su andadura democrática y civilista" [Morales Benítez, 1985b: 17-18].

Para el escritor, es claro que en el pueblo radica la auténtica democracia, porque él no renuncia nunca al ideal de la libertad. Hay en el ensayista una fe profunda en el buen sentido democrático de las masas colombianas. "El poder de decisión está en el pueblo, en el hombre común de la calle —escribe Otto—. Porque estamos convencidos de que éste no ha enajenado su voluntad; ni ha hipotecado su capacidad de decidir; ni se ha subordinado al imperio caprichoso del halago; ni se ha doblegado ante el temor repartido habilidosamente por comarcas, gremios y grupos; ni ha desertado de decidir cuál es el destino de Colombia y cómo se debe determinar éste. Este pueblo es el mismo heroico de los comuneros, el de la Independencia; el de las guerras civiles; el del sacrificio diario, a veces sin esperanzas. Es la estirpe noble de un pueblo que, sutilmente, sabe buscar su destino; el de la patria y el de los partidos. Y que no será encadenado al silencio; ni tolerará que se le recluya en el lindero oscuro de la cobardía; ni abandonará el derecho de la insurgencia colectiva" [Morales Benítez, 1985b: 21].

Siguiendo por este sendero de un sentimiento democrático presente en el pueblo colombiano, Otto Morales considera que en los valores cultivados por las tradiciones populares radica la base moral de nuestras instituciones. Se trata de un fundamento de moral social que no es artificial, sino que se ha ido consolidando en décadas de lucha en pro de la libertad y de la justicia. La lucha por la libertad comenzó en el momento en que el mestizo se consideró dueño de su suelo. "En ese instante, destaca Otto, se armó la gran revolución. (...) Ya no conservó concordia con su padre, el español. Ni adherencia a España. Desde sus entrañas le nacía la convicción de que este terruño era de él, que le pertenecía y podía proclamar derecho a dos cosas: a usufructuarlo, lo que no podía, porque las reglas dictadas por el poder español, lo excluían. Y consideraba, como algo elemental, gobernarlo" [Morales Benítez, 1984b: 66].

Defendiendo la idea de la participación popular en el gobierno, escribe el ensayista: "Insistimos en esta teoría de la participación popular, porque en la masa advertimos que está lo puro, lo bueno, lo ético, el gran impulso creador sin obedecer a cálculos mezquinos. En medio de esta descomposición progresiva, podemos decir que el pueblo no roba los dineros públicos; no trafica con drogas; ni rompe las normas de la familia colombiana; ni manipula con los bienes oficiales; ni está buscando cosa diferente de que le entreguen lo que ética y equitativamente le corresponde. El, conserva la honestidad tradicional colombiana. A esa fuente debemos apelar si queremos recobrar el verdadero paso democrático nacional. El pueblo es lo mejor de Colombia" [Morales Benítez, 1985b: 24].

Esta realidad ya había sido intuida por Simón Bolívar, para quien la defensa de la soberanía popular era el principio fundamental de su lucha. En relación con este punto, escribe Otto Morales: "Al absolutismo que se ejerce invocando razones de Estado, Bolívar opone la soberanía popular, que casi siempre impetra en su vertiginosa y reluciente carrera. Es decir, entre el rey y el pueblo, Bolívar no duda. Su inclinación está al lado de éste, que le será fiel y le acompañará, porque entiende que su caudillo se ha comprometido con la historia. Y ésta es la que realizan las muchedumbres" [Morales Benítez, 1980: 81].

Consecuente con los principios que acaban de ser expuestos, Otto Morales identifica un medio para construir el edificio democrático: consultar el sueño del pueblo colombiano. No hay otro camino. Ni la razón teológica, ni la razón científica, ni la razón filosófica serán capaces de encontrar mejor atajo para instaurar una verdadera democracia. En el memorable discurso que pronunció en el homenaje que le fue rendido en Pereira, en 1980, dijo: "Todos estamos aquí celebrando lo que le otorga la democracia a quien persiste en sus empeños. No he hecho otra cosa que ser fiel a los sueños que me despertó el estudio del alma de lo colombiano. No hay que desdeñarla si queremos seguir creando más posibilidades para la gente de Colombia. Esta, nos está indicando —con sus abstenciones en las urnas— que no está tranquila con lo que venimos realizando. Que espera más cambios, más profundas mutaciones en la vida colombiana. Es bueno recordar lo que dijo un combatiente después de la victoria. Interrogado cómo lo había logrado, contestó que en la noche había consultado el sueño del pueblo que lo acompañaba. Ojalá, en el futuro, los dirigentes de Colombia no desdeñen esa enseñanza" [Morales Benítez, 1985b: 26].

En ese esfuerzo por tornar realidad el sueño democrático del pueblo colombiano, el ensayista caldense traza un perfil eminentemente social del liberalismo. Su lucha es en pro de la libertad democrática, no a favor de una simple libertad formal que deja por fuera a las grandes masas oprimidas. Este esfuerzo auténticamente democrático, implica que el liberalismo colombiano sea, ante todo, reformista.

En relación con este punto, Otto Morales escribió: "Vale la pena que hagamos un examen de lo que marca el transcurso histórico del liberalismo colombiano. Cuál ha sido la característica constante de su lucha, es la pregunta que nos podemos hacer. Y la respuesta aparece rápida y sin dubitaciones: la de haber sido y seguir siendo un partido social reformista. El día que perdiera ese acento, no tendría ninguna tarea para cumplir. Habría terminado su ciclo histórico y político. Su vigencia deriva directamente de su actitud ante los hechos: el partido como alguien lo denominó es la frontera de la revolución. Desde su origen, ha obedecido a un soplo socializante. Por ello ha permanecido. Mientras los partidos que insurgieron en el mundo, con el mismo rótulo y por la misma época, han ido desapareciendo. Todos fueron herederos directos de la Revolución Francesa. Pero nosotros con estos no conservamos sino una identidad: el concepto de la libertad. De resto, nuestra orientación fue social, muy pronunciada hacia las reformas que tendían al mejoramiento popular. Inclusive antes de establecerse los linderos entre nuestras dos colectividades, ya espigaban los precursores luchando por profundos cambios en el rumbo histórico colombiano" [Morales Benítez, 1985b: 27].

Esta lucha en pro de una auténtica democracia no apunta, con todo, ni hacia un universo orwelliano, en el que todos son nivelados totalitariamente, ni hacia una igualdad apenas formal, que deja las iniquidades como están. Se trata de luchar por una democracia que preserve la libertad, o sea, que garantice para todos igualdad de oportunidades. Buscar la igualdad de resultados, ese es el problema de los totalitarismos. Defender una libertad apenas formal, garantizar una democracia de nombre, ese el pecado de los liberales leseferistas.

Al respecto, escribe Morales Benítez: ''No estamos peleando por unos principios abstractos de libertad. La batalla es para asegurar la igualdad económica y la justicia social. No luchamos por una igualdad formal, porque conduciría a perpetuar y prolongar la injusticia. La igualdad es de oportunidades, pero atendiendo a los diferentes grados de organización social y económica que presenta nuestra sociedad. Porque frente a un ingreso desigual, no es posible hablar de una igualdad. Y como es apenas elemental, no existen oportunidades similares cuando hay concentración de la propiedad en cualquiera de sus formas" [Morales Benítez, 1985b: 45].

Para el ensayista, la verdadera democracia liberal se consolida mediante la representación de los intereses de los ciudadanos en el Congreso. Uribe Uribe es el ejemplo por excelencia del parlamentario liberal. Al respecto, escribe Otto Morales: "Uribe Uribe fue un parlamentario sagaz, lleno de integridad mental, incapaz de esconder su pensamiento. En 1896 el liberalismo asiste al debate electoral. Hay una burla en sus derechos. Se excluyen los otros candidatos. A Uribe Uribe le toca representar, a él sólo, al liberalismo colombiano. Frente a la Regeneración poderosa y violenta, agresiva y contundente en sus sistemas, su voz se levanta serena y enérgica para hablar de las fortunas palaciegas que se han alcanzado en tal época; para denunciar los despilfarros del presupuesto; para anatematizar a los compinches del régimen como los caballeros del Código Penal; para protestar por el amordazamiento de la prensa; para reclamar por la confiscación del papel periódico de El Relator; para impugnar el destierro de Santiago Pérez; para protestar por el gravamen del café y solicitar un régimen tributario justo. En esa ocasión, también pronunció un elocuente discurso apoyando el movimiento revolucionario de Cuba, cuando insurgían contra la dominación española. Sus palabras le hicieron acreedor a que Maceo le entregara, más tarde, la espada libertadora" [Morales Benítez, 1985b: 50].

La democracia liberal, para Otto Morales, debe abrirse al terreno de la cultura. La democratización de la misma, proyecto acariciado por Alfonso López Pumarejo, le permitiría al pueblo explicitar sus valores. Cuando esto ocurre, la nación responde de forma positiva, dándole su apoyo incondicional a los gobernantes que se muestren sensibles ante la riqueza de la cultura popular. El proyecto de López Pumarejo hace pensar en el proceso de democratización de la cultura ocurrido en Francia en la década del 30, bajo el Front Populaire, llevado a cabo por los demócratas liberales y los socialistas, dirigidos por la batuta de Léon Blum.

Otto Morales recuerda, con las siguientes palabras, el proyecto de democratización de la cultura elaborado por López Pumarejo: "Alfonso López, en este siglo, se empeñó en destacar la importancia y significado de una sociedad en la cual no era posible que sólo pequeños círculos dirigieran la acción colectiva, mientras el pueblo estaba invitado para que asintiera, apenas, con su aplauso las determinaciones en las cuales él no había tomado ninguna participación. Igualmente propuso una rectificación a fondo acerca del concepto de las calidades innatas de nuestra greda humana. Él principió por sostener que la masa colombiana tenía una inteligencia aguda y una sensibilidad que había ayudado a conformar nuestra historia. Y que debíamos sacudirle el complejo de inferioridad a una Nación que quería seguir moviéndose insegura frente a su porvenir. Esas aseveraciones resultaron ciertas. Nuestra sociedad se ha incorporado a este movimiento de la democratización de la cultura, sin que haya habido necesidad de incitaciones o de reclutamiento forzoso. En forma espontánea va buscando la manera de elevar su nivel intelectual, de asistir a aquellos escenarios donde priman los valores espirituales. Y lo hace con alegría y con su frente iluminada por la seguridad de que el futuro así le será menos desolado" [Morales Benítez, 1986d: 66].

Cuando al pueblo le permiten la libre expresión de su alma artística, ésta pone al desnudo valores auténticamente democráticos. La música, como una de las primordiales expresiones estéticas del hombre, es en Colombia telón existencial, revelador de nuestros ideales de justicia e igualdad. Y, al mismo tiempo, hace renacer el horizonte de la generación en la que vivieron sus autores.

Al respecto, escribe Otto Morales: "Se nace con una música y es parte de las mitologías que propiciamos. Sin esos acentos rítmicos, no se entendería ni se explicaría el mundo. Es una manera de vocalizar el sentido hondo de la vida. En ella se identifican los más heterogéneos seres, los grupos más radicalmente disímiles. Es la única que logra la unión de los proletarios y ricos del universo. Escuchándola se alcanza la unanimidad. Unas voces, unos instrumentos, unas cadencias, unos requiebros —en la voz, en la forma de cantar, en el vestido para presentarse el intérprete— le dan vigencia a un tiempo, al que vive cada generación" [Morales Benítez, 1982a: 50-51].

No basta, con todo, que la cultura se democratice. Es necesario también que la educación sufra este proceso, a fin de que ella prepare la conciencia democrática de las nuevas generaciones y les dé conocimientos prácticos para que se inserten en el proceso productivo y en el mercado de trabajo. Otto Morales ha sido siempre muy sensible a este aspecto, especialmente en lo relativo a la educación popular. El escritor destaca que la misión de la Universidad consiste justamente en suministrarle a la democratización de la educación la necesaria base humanística, sin la cual se pierde la dimensión esencial del hombre.

Afirma al respecto: "Las aulas están hechas no sólo para graduar profesionales, sino para permanecer en vigilia continua de la realidad. Y ésta no se circunscribe a lo inmediato. Su radio de acción mental se amplía hasta la prehistoria y se proyecta hacia los simbolismos más agudos de la vida contemporánea. Una universidad, para responder a las demandas de su medio, requiere estar en quicio con su tierra y con sus gentes. Apasionadamente ceñida al signo de su nación. La universidad de tipo magistral, que sólo presenta la vislumbre de la más alta abstracción, desapareció hace muchos años (...). La Universidad tuvo que ponerse en alerta pública. No de defensa, sino de comprensión. No de lucha contra el renovado aire de impaciencias, sino con ingenio abierto a la indagación para que se puedan debatir todos los credos. Es lo que correspondía al vigor democrático que se arremolinaba, derrumbando gobiernos, prejuicios, normas oscurantistas, alegaciones exclusivistas con sentencia inapelable de fe. La ciencia que ha tenido, en los últimos años, la mayor evolución y el más alto volumen de información y de hipótesis, puso en trepidación todo el andamiaje de la erudición anterior(...). La universidad tiene el deber de recoger esas experiencias, evaluarlas, transmitirlas y permitirle a su sociedad, fuera del educando, que participe en sus aulas del caudal infinito de las preocupaciones estéticas, sociales, políticas, históricas, etc." [Morales Benítez, 1984a: 10-12].

En lo tocante a la educación popular, Otto Morales sigue el camino abierto por el liberalismo social de Uribe Uribe, quien afirmaba, ya a comienzos de siglo: "Hay que educar la mano de obra indispensable al país (...); hay que establecer escuelas de artes y oficios por todas partes, para que acojan a los futuros obreros" [in: Morales Benítez, 1988: 13]. En el terreno de la educación popular hay un punto en el que el escritor caldense siempre hizo mucho énfasis: la educación rural. Nuestro hombre del campo es carente de un tipo de educación diseñada específicamente para sus necesidades productivas, que condicionan, sin lugar a dudas, su crecimiento como persona. El pensador liberal concibió los programas de extensión rural, como forma de educación popular que le permitiera al hombre del campo prepararse para participar, activa y democráticamente, en la vida económica del país.

En relación con la extensión rural, Morales Benítez escribió: "La Extensión Rural es un tipo de educación especial. No puede confundirse con aquella que se da con fines de instrucción pública. Tiene condiciones peculiares que le dan un valor singular, porque ella se dirige a gentes con su posición humana, social, en algunas ocasiones económica, ya definida. No busca liberar por el alfabeto. Lo que entrega es enseñanzas directas que se dirigen a conocimientos prácticos, a habilidades para mejorar los métodos de producción, a destrezas para incrementar los rendimientos. Busca enseñar algo orientado a conseguir elevar el nivel de vida. Para ello apela a todos los medios: al escrito, en aquellos grupos que ya conocen el alfabeto; al oral, en quienes no lo poseen; al visual, para otros sectores que sólo con imágenes logran percibir una enseñanza; a la práctica sobre el propio terreno, porque es de la única manera que se llega a la familiaridad con los grupos campesinos. Es, por lo tanto, una nueva oportunidad que les entrega el Estado democrático a los agricultores de recibir la enseñanza que no se les dio en su oportunidad. Es volver la sociedad su inquietud sobre grupos humanos que no recibieron un adecuado tratamiento de capacitación. La Extensión Rural devuelve al labriego la seguridad de que hay un Estado que no lo desampara en su nueva etapa de colaboración al engrandecimiento nacional: la producción agrícola y pecuaria. Así se regresa, igualmente, a la certeza de que sólo educando podremos producir los cambios promisorios en América" [Morales Benítez, 1986e: 501-502].

A la preocupación por hacer que la extensión rural incorpore el trabajador del campo al proceso productivo, acompaña, en el pensamiento de Otto Morales, la idea de que la Reforma Agraria no debería cuidar apenas de la distribución de tierras, sino también de fijar una política para el mercadeo de los productos agrícolas. Sin el diseño de una política nacional en este sentido, sería vana la distribución de tierras. La Reforma Agraria, así entendida, sería un mecanismo eficiente de democratización económica del país.

En relación con la cuestión del mercadeo y de su papel en la democratización de la riqueza del campo, escribió el ensayista: "No hay un mercadeo eficiente en el país. Es insuficiente la distribución. Precisamente el proyecto tiende al abaratamiento mediante una repartición adecuada de los productos. Allí se contempla la posibilidad de la intervención del INA en el mercadeo. Dentro de esa nueva organización del mercadeo, habrá necesidad de crear mercados de concentración por regiones productoras. Eso opera en el contenido económico que debe tener la Reforma. Estamos librando esta batalla para ver si eliminamos causas del subdesarrollo. La existencia de un alto porcentaje de labriegos que no tienen medios para trabajar es una de las razones que se esgrimen para señalarnos como un país subdesarrollado. Con todos los agravantes de ese calificativo. Ello subsistirá mientras ese sector de trabajadores rurales no tengan oportunidad de vincularse a la producción, para entrar, dentro del ritmo de la economía nacional, en su calidad de mejores consumidores (...)" [Morales Benítez, 1986e: 75-76].

Si la cultura, la educación y la producción rural necesitan democratizarse, esto no es menos cierto en relación con el derecho. Éste no puede quedarse prisionero del formalismo ahistórico. No podemos entender la construcción de la moderna democracia sin la obra creadora del Derecho, que garantice la institucionalización de las prácticas democráticas y de la defensa de la libertad. Debe comprometerse con los cambios sociales. A este derecho vivo, abierto a las expectativas siempre nuevas de la sociedad, es a lo que hoy en día damos el nombre de derecho social.

Al respecto, Otto Morales escribe: "Durante mucho tiempo el mundo del Derecho estuvo determinado por algunos principios clásicos, que inclusive aún tratan de perdurar. El individualismo, unido naturalmente al principio de la competencia y al derecho absoluto de propiedad, modeló, en parte sustancial, todo nuestro mundo jurídico. Lentamente, con agónicos episodios en muchas ocasiones, se ha ido abriendo paso una legislación económica y social. Y a medida que se ensanchan las ciencias sociales —la economía, la antropología, la sociología, la historia, etc.— el Derecho iba cambiando sus tradicionales posturas. Era algo impostergable. No podía renunciar, además, a considerar que su vigor emana de su posición en la historia. Y ésta reclama su presencia para influir y determinar a aquél" [Morales Benítez, 1991b].

Aspecto especialmente importante de la democratización del derecho, es constituido por la elaboración del llamado Derecho Agrario, en el que Otto Morales figura como uno de los más importantes especialistas en la América Latina. El pensador caldense defiende una auténtica autonomía para este derecho, así como la institucionalización de una justicia especializada.

Con relación a este punto, afirma: "No podrá haber una autonomía total del Derecho Agrario, si no logramos una justicia especializada. Este es un derecho esencialmente social, como el del trabajo. No puede fallar un magistrado, cuando su formación civilista, su concepción individualista, no le permite comprender el sentido de una solicitud de bienes, de tierra y de justicia, cuando la someten a su juicio los campesinos. Cualquier aspecto que toquemos, tiene un valor diferente dentro del contexto de este derecho. Preservar su autonomía y acentuarla es obligación mental, social y política, de quienes luchen por una sociedad más justa" [Morales Benítez, 1981a: 35].

Otto Morales piensa, por otra parte, que una condición fundamental de la auténtica democratización es la multiplicación de los centros de poder, a fin de favorecer la participación ciudadana en el gobierno del país. Este ideal, por lo demás, no es nuevo en el seno del liberalismo colombiano. Ya los liberales del siglo pasado reivindicaban la descentralización administrativa como forma de estimular la participación popular en la gestión de la res publica. Recordemos, por otra parte, que igual reivindicación hacía Alexis de Tocqueville, al criticar el excesivo centralismo francés en su obra El Antiguo Régimen y la Revolución.

En relación con este punto, escribe: "En esta cruzada nacional, a mi generación le corresponde una tarea imponderable. Y no puede soslayarla. Su nueva filosofía democrática que irrumpió después de la segunda guerra europea, como resultado del fenómeno del desarrollo, es la participación del pueblo. Esto no es nuevo para los colombianos. Ya se intuía desde el siglo pasado. En la obra de don Salvador Camacho Roldán, ese gran expositor de problemas nacionales, encontramos que en 1866 ya se planteaba la conveniencia de crear juntas para que administraran los peajes, para la conservación de los caminos, para atender la instrucción pública, para manejar y vigilar las rentas públicas recaudadas, etc., etc. Todo ello en el entendimiento de que la reorganización administrativa debía conducir a la descentralización ejecutiva. O lo que llamó en su tiempo Ricardo Vanegas como la multiplicación de los centros" [Morales Benítez, 1985b: 23].

El gran pecado cometido en Colombia contra la democracia es la privatización del poder por las oligarquías, como si se tratara de un bien de familia. Es éste el rasgo característico del más amplio fenómeno del patrimonialismo, tan bien estudiado por autores como Max Weber, Karl Wittfogel, Francisco José de Oliveira Vianna, Claudio Véliz, Raymundo Faoro, Fernando Uricoechea, Simón Schwartzman, José Osvaldo de Meira Penna, Octavio Paz, Antônio Paim y tantos otros. Esta enfermedad social de la privatización del poder se ha manifestado en Colombia en la tendencia, que se ha ido arreciando en las últimas décadas, a permitir que los intereses privados tengan más influencia que los colectivos. El remedio, para Otto Morales, es radical: la insurgencia colectiva.

Éstas son sus palabras al respecto: "La falta de conciencia política, conduce a otra aberración: a que los intereses privados tengan más influencia determinante que los colectivos. Una minoría voraz principia a manejar todos los hilos de la política, de los negocios. Ella suplanta a la comunidad. Eso no ha sido el espíritu nacional, no lo será en el futuro siempre que cada uno de nosotros no lo tolere. Y espero que al silencio no se someta a los partidos políticos. Por eso predicamos la insurgencia colectiva. Para que el pueblo recupere el sitio que ideológicamente le ha correspondido, siempre, en su historia. Y para que así se manifiesten todos los nuevos valores que están represados por falta de movilidad en las clases nacionales" [Morales Benítez, 1985b: 23].

El problema de la privatización del poder se manifiesta especialmente en el fenómeno del caciquismo, que siempre ha sido criticado con firmeza por el ensayista. El efecto más negativo de ese vicio consiste en que oculta la personalidad colectiva de la sociedad colombiana. El país deja de ser lo que es la voluntad de la mayoría, para convertirse en el proyecto de una minoría oligárquica, de un aparato que se autoproclama como la maquinaria.

En relación con el fenómeno mencionado, afirma Otto Morales: "Así no se puede adquirir conciencia de los problemas vitales de la comunidad. Principia a tener mayor valor lo privado —el interés del mandamás regional, municipal o nacional— que lo que interesa a la colectividad. A las mayorías les someten su personalidad colectiva, porque no dejan que se manifieste. No les conviene. No es bueno que haya un pueblo alerta, con los ojos abiertos al examen de los actos de sus gobernantes y representantes. Para eso, además, pueden usar los medios masivos de comunicación. Con palabras y con imágenes tratan de romper la voluntad comunitaria. Y por eso, entonces, se atreven a hablar del poder de la maquinaria" [Morales Benítez, 1981b: 66].

Otto Morales considera, por otra parte, que los problemas que hoy enfrenta la democracia colombiana, fuertemente sacudida por la violencia terrorista, deben ser solucionados en el ámbito de Colombia, sin que intervengan en su tratamiento las potencias extranjeras, que o desconocen la especificidad de nuestros conflictos, o poseen intereses geopolíticos ajenos a las expectativas nacionales. La Universidad tiene, en este punto, una responsabilidad importantísima como portavoz de la inteligentsia nacional.

He aquí el tenor de las preocupaciones de Otto Morales en relación con este punto: "Siempre he llamado la atención, indicando que ese dolorosísimo flagelo de la violencia, es de características nacionales. En cuanto avanza el tiempo, este matiz perentorio, es más claro. Por ello, debe confrontarse en el país; buscarse soluciones colombianísimas. No es aconsejable pasear las negociaciones por el exterior, ni entregarle su comprensión, estudio y solución a veedores extranjeros. Es un hecho arraigado aquí, que nació y creció en nuestro medio y se ha expandido, más y más, en cuanto los gobiernos no han fijado una política para afrontarlo. Ahora es evidente que no existe. Sobre esta realidad, la Universidad debe radicalizar su enfoque y acreditar que no necesitamos colaboraciones exteriores, a no ser que el gobierno busque ganar un nuevo tiempo de despiste de la opinión nacional. Pero ello es grave, porque crea un antecedente que han venido buscando los guerrilleros desde hace varios años y que tendrá consecuencias amargas para la nación en las soluciones. Debemos tener el decoro del manejo de nuestras propias desgracias" [Morales Benítez, 1997c: 9].

Si no se le da un tratamiento colombiano a la problemática actual de la violencia, corremos el serio riesgo (y lo peor es que lo estamos ya corriendo) de ver por completo desmoralizadas nuestras históricas tradiciones e instituciones. A propósito de este riesgo, el escritor destacó lo siguiente: "Cómo aprisionarían [los veedores extranjeros] un proceso tan largo y complejo como éste? Cómo entenderían la coexistencia del paramilitarismo, la narcoguerrilla, el narco-terrorismo, el secuestro, las autodefensas, el dominio de zonas para aprovechar las transferencias fiscales a los municipios o las regalías que corresponden por la explotación de los recursos naturales, o el manejo político de las regiones o de la justicia? Sí entenderán a cabalidad sus diversos matices? O sus fórmulas serían de generosa amplitud, arrasando tradiciones o instituciones históricamente nuestras? Veo con alarma la racha de odio que se acumula contra el ejército nacional y al cual se refirieron con tan crueles juicios los veedores que llegaron de naciones lejanas cuando el espectáculo de la entrega de los soldados en Cartagena, la del sur. Pero, además, su acción está cercada por la Constitución de 1991 —que siempre he llamado embeleco jurídico— que debilitó al ejecutivo para las acciones de orden público y cuyo desarrollo legal actúa contra aquél, lo mismo que organizaciones internacionales que se llaman equívocamente humanitarias. Hay investigaciones de jueces, tribunales, procuradurías, etc., que se apoyan en informes parcializados o declaraciones de sus enemigos. Así logran desarrollar una acción intimidatoria para que se detenga su función" [Morales Benítez, 1997c: 8-9].

Otto Morales vislumbra un único camino para recuperar las instituciones democráticas: la revalorización del sentido del bien público, por encima de todos los particularismos. Si el mal se identifica con la tendencia atávica a privatizar el poder y el Estado para beneficio de unos pocos, el remedio deberá estar prescrito en sentido contrario: justamente la valorización del espacio público, de lo que dice relación con los intereses de todos los ciudadanos. En momentos aciagos como los que vive Colombia, sometida hoy en día a la lucha genocida de grupos que matan a los indefensos ciudadanos, en su afán patológico por apoderarse del Estado para beneficiar sólo a los de su clan, el ensayista caldense identifica cuál debe ser el camino a seguir.

Estas son sus palabras en relación con el tema que estamos tratando: "Tenemos que hacer un gran esfuerzo colectivo para recuperar la reputación política, para que las acciones administrativas y las prédicas doctrinarias, tengan audiencia. Que se borre la imagen de que el gobierno se ha constituido para medrar y usufructuar y que el clientelismo estrecha más el espacio público para las fuerzas nuevas, lo mismo que no puede seguir progresando la atadura del estado y los monopolios. Las expresiones de personas o grupos que tratan de influir en la vida colombiana, parecen imposibles porque no disfrutan del manejo del presupuesto. Esta es otra batalla paralela a la de alcanzar la convivencia. Es parte de ésta. Para acentuar la paz, necesitamos, fuera de superar la violencia, recuperar el espacio público y modificar la manera de hacer política. Desde luego, lo primero que hay que definir doctrinariamente es si queremos que se transforme o no la sociedad. Esta necesita saber qué es el bien público, para que no tenga que obedecer a grupos o a individuos. Así se va recuperando la pasión por la política, que es una sana pasión por la patria. De esa manera estaremos, sin exclusiones, haciendo el examen de lo público, lo que engrandece el debate porque compromete a cada uno. Hay que principiar a rectificar —y en ello tiene que existir participación de los periodistas— para establecer que la política no es imagen, ni tampoco un designio pragmático, porque éste lleva a los desvíos éticos, que estamos padeciendo. No olvidar, e insistimos en la tesis, que las utopías democráticas hay que crearlas y difundirlas para que en torno de ellas nos aglutinemos y así evitar que prospere el desinterés de la población por lo político. Es una manera de luchar contra las fuerzas del contrapoder" [Morales Benítez, 1997a: 83-84].

Conclusión

Al terminar estas reflexiones sobre la concepción de Otto Morales Benítez acerca del liberalismo social, podemos destacar el profundo conocimiento que el pensador caldense tiene de la realidad nacional, aunado a sus virtudes de hombre público, de las cuales ha dado testimonio a lo largo de décadas de servicio desinteresado a Colombia.
Carlos Martín, en su obra titulada Otto Morales Benítez: algunos aspectos, maravilas y coincidencias, destacó que el pensamiento sociopolítico del ensayista ha contribuido de forma decisiva para la emancipación espiritual colombiana. "La obra de Otto Morales Benítez —destaca Martín— da cuenta de que, desde los conflictos bélicos del Viejo Mundo, empezó a efectuarse la quiebra moral del pensamiento europeo y la consiguiente bancarrota de su autoridad (...) A partir de las catástrofes bélicas mencionadas, ha realizado su emancipación espiritual, cancelando lo imitativo y extirpando lo traducido sin savia propia, originaria de su tierra y de su historia. Con razón se considera como un hombre con una conciencia alerta, enfrentado a sus circunstancias propias, nacionales y continentales, con especial sentido de captación para testimoniar su verdad, honesta y valerosamente" [Martín, 1995: 10-11].

Testimonio semejante ha sido dado por otro estudioso, Vicente Landínez Castro, en su obra Miradas y aproximaciones a la obra múltiple de Otto Morales Benítez. Otto Morales ha aunado en su obra la mística del estudioso de las ideas, el amor a la Patria y el compromiso ético con la democracia y la justicia social. El ensayista caldense es, para Landínez Castro, "un testimonio permanente de su fe en las ideas, de su duplicado amor por Colombia y por el continente, de su infatigable laboriosidad, de la diversidad de sus intereses intelectuales y estéticos, de su indeclinable preocupación por la redención social de los pobres y los necesitados" [Landínez Castro, 1996: 9].

Fernando Ayala Poveda, por su parte, en la obra titulada Otto Morales Benítez: la palabra indoamericana, destaca un aspecto estilístico que ya fue anotado al comienzo de este trabajo: nuestro autor es uno de los grandes cultivadores del ensayo, como forma de expresión a la vez estética y filosófica. Al respecto, afirma Ayala Poveda: "Todas las búsquedas de expresión de Otto Morales Benítez, sus encuentros con Orfeo, sus diálogos con Ulysses y la piedra incaica, sus memorias del guapo, sus preguntas solares y terrestres, el decálogo de su sabiduría, hallan sentido y epifanía en este vehículo de viaje que es el ensayo y que tiene, en sí mismo, exigencias máximas, rotaciones propias, profundidades singulares. En esta lid el pensador, el crítico, el escritor, adquiere su total dimensión, su coherencia, su reto permanente, su espacio y su clave. Sin este contexto fundamental, las obras de nuestro autor no se revelan íntegramente" [Ayala Poveda, 1984: 43]. Para Oscar Piedrahita González el escritor "es, sin duda alguna, el ensayista más prolijo y fecundo de nuestra historia literaria [Piedrahita González, 1991: 60].

Eduardo Zúñiga Erazo, a su vez, destaca el profundo conocimiento que Otto Morales tiene acerca de la realidad latinoamericana, especialmente en lo que dice relación a la integración continental. "Pocos estudiosos de la realidad nacional —escribe Zúñiga Erazo— han tenido en cuenta, como él, una visión estructural que permita establecer relaciones objetivas y lógicas entre la provincia, el país, el continente y el mundo. Hoy, cuando asistimos a la conformación de grandes grupos de poder entre naciones, porfía en la necesidad imperiosa de integrar América Latina a partir del reconocimiento de sus raíces comunes, su evolución histórica semejante, su ubicación geopolítica y el apremio de conformar un bloque como requisito para asegurar un futuro promisorio" [Zúñiga Erazo, sin fecha].

Basándonos en los juicios críticos que acabamos de mencionar, así como en las lecturas que hemos hecho de la obra del ensayista, no dudamos en afirmar la excepcional contribución de Otto Morales Benítez a la historiografía de las ideas, en general, y al análisis del liberalismo social, en particular. Es plenamente justificada, por este motivo, la iniciativa de la Universidad Simón Bolívar de crear en Barranquilla la Cátedra Otto Morales Benítez, para estimular entre los universitarios el estudio de los temas colombianos y de la filosofía política liberal [Arquez Benavides, 1998]. Carlos Fernández Bonilla destacó el significado de Otto Morales frente a la cultura mestiza colombiana: "Otto habría sido el Presidente ideal de esta Colombia negra, mulata y mestiza, que se debate hoy entre el hambre, la ignorancia, la desesperación, la desesperanza y el miedo. Por el conocimiento que tiene de todos y cada uno de los males del país. Por las respuestas originales y creativas que presenta para toda la problemática nacional " [In: Morales Benítez, 1991a].

Bibliografía de obras citadas
Obras de Otto Morales Benítez
(
En orden cronológico)
  • Aguja de Marear (Notas críticas). Bogotá: Banco Popular, 1979.
  • Muchedumbres y banderas: luchas por la libertad. 2a. edición, Bogotá: Plaza & Janés, 1980.
  • Derecho Agrario y otros temas de la tierra. Bogotá: Universidad Externado de Colombia, 1981a.
  • Reflexiones políticas. (Estudio preliminar de Javier Ocampo López). Bogotá: Editorial Carrera Séptima, 1981b.
  • Conozca a Manuel Mejía Vallejo. Medellín: Universidad de Antioquia, 1982a.
  • Reflexiones sobre el periodismo colombiano. Bogotá: Universidad Central, 1982b.
  • Cátedra caldense. Bogotá: Banco Central Hipotecario, 1984a.
  • Latinoamérica: atisbos desde Mérida. Mérida: Corporación de Los Andes, 1984b.
  • Declaración personal: escenas, diálogos y personas en la formación de un escritor. Bogotá: Universidad Central, 1985a.
  • Liberalismo: destino de la Patria. 2a. edición, Bogotá: Plaza & Janés, 1985b.
  • Alianza para el Progreso y Reforma Agraria. 2a. edición. Bogotá: Universidad Central, 1986a.
  • Ensayos históricos y literarios de Uribe Uribe. (Antología y prólogo de Otto Morales Benítez). Bogotá: Plaza & Janés, 1986b.
  • Estudios críticos. 2a. edición. Bogotá: Plaza & Janés, 1986c.
  • Planteamientos sociales. Bogotá: Universidad Externado de Colombia, 1986d.
  • Reforma agraria: Colombia campesina. Bogotá: Universidad Externado de Colombia, 1986e.
  • El pensamiento social de Uribe Uribe. Medellín: Secretaría de Educación y Cultura de Antioquia, 1988.
  • El maestro Arciniegas: emancipador cultural del Continente. Bogotá: Kelly, 1990.
  • "El plan de paz es azaroso". (Reportaje realizado por Carlos Fernández Medina). In: Occidente, Cali, 17 de marzo, 1991a.
  • Discursos académicos. Bogotá: Universidad Central, 1991b.
  • Momentos de la literatura colombiana. Bogotá: Instituto Caro y Cuervo, 1991c.
  • Iconografía y fragmentos de prosas. Bogotá: Universidad Central, 1995a.
  • "La creación cultural en Caldas: vivimos el mejor momento de su inteligencia". In: Varios autores, Juegos Florales de Manizales. Manizales: Instituto Caldense de Cultura, 1995b, pg. 31-72.
  • Nuevos aportes de Uribe Uribe al pensamiento social. Medellín: Secretaría de Educación y Cultura de Antioquia, 1995c.
  • "El ensayista Uribe Uribe". In: Ensayos históricos y literarios de Uribe Uribe. (Antología y prólogo de Otto Morales Benítez). Bogotá: Plaza & Janés, 1996, pg. 12-13.
  • "Etica, contrapoder y guerrilla". In: Varios autores, Etica para una nueva sociedad. Medellín: Martín Vieco, 1997a, pg. 49-84.
  • Origen, programas y tesis del Liberalismo. (Antología y prólogo de Otto Morales Benítez). Bogotá: Biblioteca del Liberalismo, 1997b.
  • "Responsabilidad de la Universidad frente a la paz". Bogotá:, 1997c. (Artículo inédito)
  • "Hacia una conciencia nacional. La paz: reflexiones e inquietudes". In: Revista Universidad de Medellín, no. 67 (octubre, 1998a): pg. 110-119.
  • "Los grupos civiles necesitan prepararse para la paz". Bogotá, 1998b. (Artículo inédito).
  • Sanclemente, Marroquín, el Liberalismo y Panamá. Bogotá: Stamato, 1998c.
Obras acerca del pensamiento de Otto Morales Benítez
(En orden alfabético)
  • Adames, Luis Carlos. Otto, el periodista que negoció la paz. Bogotá, 1998. (Obra inédita)
  • Arquez Benavides, Ricardo. Cátedra Otto Morales Benítez: prospectiva para el nuevo milenio. Barranquilla: Universidad Simón Bolivar, 1998.
  • Ayala Poveda, Fernando. Otto Morales Benítez: la palabra indoamericana. Medellín: Lealon, 1984.
  • Landínez Castro, Vicente. Miradas y aproximaciones a la obra múltiple de Otto Morales Benítez. Tunja: Academia Boyacence de Historia, 1996.
  • Martín, Carlos. Otto Morales Benítez: Algunos aspectos, maravillas y coincidencias. Bogotá: Stamato, 1995.
  • Ocampo López, Javier. Otto Morales Benítez: sus ideas y la crisis nacional. Bogotá: Grijalbo/Mondadori, 1993.
  • Piedrahita González, Oscar. Tesis de Otto Morales Benítez "Memorias del Mestizaje": un libro esencial en el Continente. Bogotá: Kelly, 1991.
  • Zúñiga Erazo, Eduardo. El libro "Otto Morales Benítez: sus ideas y la crisis nacional". Bogotá: Kelly, (sin fecha).
Otras obras
(En orden alfabético)
  • Barreto, Tobias. Estudos de Direito I. (Edición preparada por Paulo Mercadante, Antônio Paim y Luis Antônio Barreto). Rio de Janeiro: Record, 1991.
  • Constant de Rebecque, Benjamin. Principes de politique applicables à tous les Gouvernements (version de 1806-1810). (Prefacio de Tzvetan Todorov; introducción de Etienne Hoffmann). Paris: Hachette, 1997.
  • Cordell Robinson, J. El movimiento gaitanista en Colombia. (Traducción de Eddy Torres). Bogotá: Tercer Mundo, 1976.
  • Guizot, François. Histoire de la civilisation en Europe depuis la chute de l'Empire Romain jusqu'à la Révolution Française. 8a. edición. Paris: Didier, 1864.
  • Hamilton, Alexander; James Madison y John Jay. O Federalista. 1a. edición en portugés. São Paulo: Abril Cultural, 1973.
  • Hinestrosa, Fernando. In Memoriam. Bogotá: Universidad Externado de Colombia, 1985.
  • Jaramillo Uribe, Jaime. El pensamiento colombiano en el siglo XIX. Bogotá: Temis, 1974.
  • Locke, John. Two treatises of government. (Edición crítica, introducción y notas a cargo de Peter Laslett). Chicago: Mentor Books / Cambridge: Cambridge University Press, 1960.
  • Ocampo López, Javier. Qué es el Liberalismo colombiano? Bogotá: Plaza & Janés, 1990.
  • Ortega y Gasset, José. España invertebrada. Madrid: Revista de Occidente / Alianza Editorial, 1981.
  • Santander, Francisco de Paula. Escritos políticos y mensajes administrativos 1820-1837. (Prólogo de Otto Morales Benítez). Bogotá: Fundación Francisco de Paula Santander, 1988.
  • Tocqueville, Alexis de. De la Démocratie en Amérique. (Introducción de Jean-Claude Lamberti; notas y comentarios de Lamberti y de James T. Schleifer). In: Tocqueville, Oeuvres, vol. II.(Edición organizada por André Jardin con la colaboración de Jean-Claude Lamberti y James T. Schleifer). Paris: Gallimard, 1992, La Pléiade.
  • Tocqueville, Alexis de. L'Ancien Régime et la Révolution. (Prefacio, notas cronología y bibliografía a cargo de Françoise Mélonio). Paris: Flammarion, 1988.
  • Weber, Max. Ciência e política: Duas vocações. (Prefacio de M. T. Berlinck; traducción al portugués de L. Hegenberg y O. Silveira da Motta). São Paulo: Cultrix, 1993.
  • Weber, Max. Economía y Sociedad. (Traducción de J. Medina Echavarría et alii). 1a. edición en español. México: Fondo de Cultura Económica, 1944, 4 vol.

El ensayo "Otto Morales Benítez y el Liberalismo democrático en Colombia" fue publicado en las siguientes revistas: Desarrollo Indoamericano, Barranquilla, vol. 33, no. 106 (abril de 1999): pg. 35-48 y Boletín de Historia y Antigüedades (con el siguiente título: "La obra de Otto Morales Benítez"), Bogotá - Academia Colombiana de Historia, vol. 86, no. 805 (abril/junio de 1999): pg. 455-499. T:

© José Luis Gómez-Martínez
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