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domingo, 23 de fevereiro de 2014

HIJOS DEL DEMOCRATISMO



Chávez encarnado en la figura del pajarito que iluminó a Maduro
El Brasil vive tiempos de democratismo. Lope de Vega (1562-1635) en su drama Fuenteovejuna (publicado en 1618) ilustró de manera especial esa realidad. Ante el asesinato de un noble, el “Comendador”, la autoridad pregunta: - “Quién mató al Comendador?” La turba responde: - “Fuenteovejuna, Señor”. – “Y quién es Fuenteovejuna?” Indaga el alcalde. La turba responde: - “Todos a una!”


Los brasileños – y, en general, los latinoamericanos del área bolivariana (Venezuela, Brasil, Cuba, Argentina, Bolivia, Nicaragua, Ecuador, El Salvador) – viven tiempos de Fuenteovejuna. Nadie, individualmente, es culpable, si pertenece a la clase más numerosa, la de los descamisados, o si obra en defensa de ésta. La sociedad es la culpable por los posibles desvíos que éstos cometan. Los teólogos de la liberación, aquellos padres incrédulos que le vendieron el alma al Che Guevara, inventaron un concepto que traduce muy bien ese espíritu: el “pecado social”. Los pecadores, para los clérigos rojos, no son las personas. Son las estructuras injustas. Los pecados son imputables solamente a los explotadores de los pobres. Los descamisados, sin embargo, y sus representantes en el gobierno están cobijados por el manto de la impunidad democrática. No pueden errar pues todo lo hacen en nombre de la mayoría. Por el contrario, los ricos, los representantes del capital internacional y sus agentes represores, la policía y las fuerzas armadas en general, son sí culpables por los errores que cometan, pues no pertenecen a la mayoría.


El binomio opresor-oprimido termina explicándolo todo e indicando quién es el culpable: el opresor. Karl Marx con su socialismo totalitario y mesiánico fué quien de manera más clara utilizó esta dialéctica, al considerar que todo se explica por la lucha entre el capital y el trabajo, siendo que los trabajadores son los explotados en la historia y los que salvarán a la totalidad de la humanidad. Lenín, al pensar la lucha por la toma del poder en Rusia, aconsejaba, a la luz de los conceptos de Marx, que lo primero que los bolcheviques deberían hacer sería estimular la guerra total, la contienda civil, a fin de derrocar de una vez por todas las instituciones burguesas, encarnación de mal. Cuando los latinoamericanos, a fines del siglo XX, vincularon el populismo bolivariano con las ideas de Marx a través de los conceptos de la “revolución cultural” predicada por Antonio Gransci, dieron a luz el monstruo que hoy los aterroriza: el populismo totalitario, cuya alma es el democratismo que acaba de ser descrito.


Desde el punto de vista filosófico, el democratismo representado literariamente por Lope de Vega en el siglo XVII, fue pensado por dos autores: el filósofo ginebrino Jean-Jacques Rousseau (en la segunda mitad del siglo XVIII en su obra El contrato social), y el pensador social Henri-Claude de Saint-Simon (a comienzos del siglo XIX, en sus obras La fisiología social y El nuevo cristianismo). Para Rousseau, la Voluntad General es la llamada a gobernar, siendo que ésta es encarnada por el Legislador y el cuerpo de asistentes denominados “puros” (que abdicaron de la defensa de sus intereses particulares para entregarse totalmente al bien público). Ellos tienen dos misiones grandiosas: garantizar la felicidad general de todos los hombres, mediante la impantación de la unanimidad (destruyendo a todos aquellos que conspiren contra ésta) y hacer nacer el Hombre Nuevo, totalmente entregado a la defensa del interés público.


Para Saint-Simon, la clase oprimida, los proletarios, es la llamada a encarnar la Voluntad General, en conjunto con los que encarnan en el gobierno la defensa de los pobres. Todos ellos, proletarios y líder carismático que pasó a defenderlos, son los que constituyen la fuente del poder y tienen el deber de salvar a la sociedad de la aporía en que fué encerrada por el egoísmo. Karl Marx sólo tuvo que reinterpretar todas esas fuentes poniéndose a sí propio en el papel de representante de la salvación de los oprimidos. El doctrinario liberal François Guizot había dicho: “Burgueses de Francia, uníos”. Marx y Engels acomodaron esta fórmula en el Manifiesto Comunista de 1848 a la célebre consigna: “Proletarios del mundo, uníos”.


Los brasileños viven tiempos de democratismo. El salvador de ellos es hoy en día el representante de los descamisados, Lula y su patota de petistas amaestrados, incluyéndose entre éstos a la actual presidente Dilma, canina seguidora de las consignas lulistas. Como el gobierno petista es inepto (en lo económico, en lo político, en lo cultural  y en lo social) y da pruebas de que no se enmienda (ya transcurrieron once largos años de inepcia y de consignas revolucionarias), los descamisados han decidido practicar la que Ortega denominaba “acción directa”. Las bandas de pistoleros se han multiplicado por doquiera (como sucedió en Colombia cuando los tradicionales carteles de la droga fueron derrotados a fines del siglo pasado). Los “justicieros” y sicarios (pistoleros a sueldo) matan a la luz del día los sindicados de crímenes y estos actos de barbarie  son filmados y divulgados por las redes sociales. Todo es válido si se hace por los marginados y en contra de las élites burguesas.


Lo curioso en este caso es que tanto Lula como su patota de petistas en el poder ya están riquísimos. Y aún continúan diciendo que la culpa es de los ricos. Me imagino que esto sucedió en la Revolución Francesa. De tanto incitar al populacho contra las élites, los miembros del escalón que dirigía la loca República que fue parida por la Revolución de 1789 se olvidaron de que ellos también formaban parte de la élite. Y la guillotina se volvió contra ellos y los descabezó. Murieron en el cadalso iluminista Danton, Robespierre, Saint-Just y hasta el propio doctor Guillotin que inventó la célebre maquinita.


Lo que está pasando en Venezuela, en donde el sucesor de Chávez parece que va a llevar hasta las últimas consecuencias su condición de mesías de los “de abajo” ilustra bien la sinrazón de esa empresa soteriológica. Maduro se caerá de maduro porque está convencido de que la Voluntad General se ha encarnado en él y de que, como su maestro, el finado coronel Chávez, deberá salvar a los explotados. Ya no es necesario que un pajarito, encarnación de Chávez, se lo diga. Él está convencido de que es el salvador de la patria. Los cubanos se frotan las manos con tanta disposición, pues Venezuela continuará financiando la quebrada economía de la isla, mientras haya en Caracas alguien dispuesto a salvar a los desposeídos.


Cosas de la loca razón humana. Vayan a explicarle esto a los petistas y a sus semejantes bolivarianos en esta agitada América Latina que nos ha tocado vivir.

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